jueves, 30 de noviembre de 2017

El Equilibrio




Temas tratados aquí en este día:

- La transformación de la Humanidad
- El Centro Espírita
-Las  Leyes Morales
-El  Equilibrio


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       LA TRANSFORMACIÓN DE LA  
                        HUMANIDAD




      La transformación de la humanidad ha sido predicha, y vosotros estáis llegando a ese momento, que es apresurado por todos los hombres progresistas. Esa transformación se operará mediante la encarnación de Espíritus mejores, que formarán en la Tierra una nueva generación. Entonces los Espíritus de los malvados, que la muerte cosecha a diario, y todos aquellos que intentan detener la marcha de los acontecimientos serán excluidos de este mundo, pues se encontrarían desubicados entre los hombres de bien, cuya ventura turbarían. Irán a mundos nuevos y menos evolucionados, a desempeñar misiones penosas en las que podrán trabajar por su propio adelanto, al paso que lo harán por el progreso de sus hermanos todavía más atrasados que ellos... ¿No veis en el hecho de excluir a los Espíritus inferiores de la Tierra ya transformada la sublime imagen del paraíso perdido, y en el hombre que vino al mundo en tales condiciones, trayendo consigo el germen de sus pasiones y las huellas de su inferioridad primitiva, la imagen no menos sublime del pecado original? Considerando desde este punto de vista, el pecado original se relaciona con la naturaleza aún imperfecta del ser humano, que así no es responsable sino de sí mismo y de sus propias culpas, y no de las de sus padres. 
      Todos vosotros, hombres de fe y de buena voluntad, trabajad pues, con celo y valor en la gran obra de la regeneración, por cuanto cosecharéis centuplicado el grano que hayáis sembrado. 
       Desventurados los que cierren los ojos a la luz, porque se están preparando para sí mismos largos siglos de tinieblas y decepciones. Desventurados los que cifren todas sus alegrías en los bienes del mundo, porque soportarán más privaciones que goces hayan tenido. Y desventurados, sobre todo, los egoístas, porque no encontrarán a nadie que les ayude a cargar el fardo de sus miserias… 

San LUIS. EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS 
ALLAN KARDEC 


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                EL CENTRO ESPÍRITA


                                  
    Un centro espírita no es un templo, aunque sus miembros lo respeten como tal. Tampoco es un lugar lú- gubre y oscuro en el que se invoca a los espíritus. Es, sencillamente, un local más o menos moderno e iluminado, generalmente alquilado por una asociación de personas que realizan allí el estudio de la enseñanza espírita, esa ciencia y filosofía con consecuencias morales que les une. 

¡ Ah !, ¿entonces allí no hay espíritus? No más que en cualquier otro sitio. Los espíritus pueden estar en cualquier parte, especialmente donde está la gente, pero tranquilo porque si no eres médium no los percibes, ni siquiera en un centro espírita. 
¿Qué hacéis pues? nos preguntaba hace unos días un vasco.  

 Un centro espírita es el foco de convergencia del conocimiento espírita. Es un farol de cultura donde se estudia el espiritismo en sus aspectos teóricos y prácticos, iniciando a los principiantes, educando a los médiums, enseñando a niños, jóvenes y adultos. Es una estación de auxilio para obsesados y necesitados, encarnados y desencarnados. Es una morada de fraternidad y servicio, cultivando, debatiendo y aprehendiendo el amor y la moral espírita. Es también un espacio abierto, no circunscrito a las cuatro paredes de sus instalaciones y exterioriza fuera todo lo que puede aportar de bueno a la sociedad. O al menos esto debiera ser. 
   Miguel Vives lo resume así: «Los Centros Espíritas deben serlo de amor, de caridad, de indulgencia, de perdón, de humildad, de abnegación, de virtud, de bondad y de justicia». 

   No siempre se encuentra esto, especialmente cuando el estudio de Allan Kardec brilla por su ausencia. En realidad, sin Allan Kardec no hay espiritismo y el nombre de centro espírita es una apropiación indebida que llevan a cabo algunos grupos que generalmente lo único que hacen es mediumnidad, una mediumnidad temeraria, pues carece de las pautas básicas y seguras que el espiritismo ofrece. 

     Pero no todos se instruyen correctamente o saben aprovechar bien lo estudiado. Por eso, el centro espírita no puede ser una isla del espiritismo y ha de estar en continua interacción con el movimiento espírita del país en que se encuentra. El trabajo espírita ha de ser llevado con sencillez. Es la vanidad humana la que suele complicarlo inventando o importando novedosos sistemas que van en sentido opuesto de todo lo que hacen los demás. El contacto continuo con la federación previene muchos males. Una federación es el punto de unión, pero también de apoyo, de los centros espíritas y las comisiones que la forman. Como es el caso de la FEE, tienen como principal objetivo dar soporte a los centros. 

    Allan Kardec (recordemos que era uno de los mejores pedagogos que ha dado la Humanidad) destaca que, por el bien del Espiritismo y en interés de los estudios, los grupos espíritas deben procurar multiplicarse por medio de pequeños grupos más que por grandes aglomeraciones. Será en la medida en que se mantienen en comunicación, se visitan y se transmiten sus observaciones, que formarán el núcleo de la gran familia espírita. Es común encontrarse con la errónea pretensión de lograr un centro cada vez más numeroso. Y no decimos errónea por ese ánimo que todos tenemos de divulgar estos principios, lo cual es un deber moral y que todo centro debiera promover a través de folletos, artículos locales, conferencias, etc. El objetivo primordial de un buen centro espírita no es tener muchos asociados, es estar reunidos con el fin de instruirse sobre las enseñanzas espíritas dentro de un clima de fraternidad, de unidad de miras, de uniformidad de sentimientos que llevan a que “el silencio y el recogimiento” sean allí más fáciles; elementos todos de vital importancia para, como decía Kardec, obtener buenos resultados dentro de ese clima familiar. Intentar lo contrario da pie a las desavenencias y a que en lugar de construir se caiga en luchas inútiles cuya única explicación proviene de la falta de afinidad. Así se llega, por ejemplo, a sacrificar normas o a cambiar actividades anteriormente acordadas democráticamente por todo el grupo para evitar que fulanito o menganito abandone el centro. Por supuesto, jamás los componentes de un centro deben poner el más mínimo obstáculo para que aquél que por voluntad propia quiere abandonar un grupo tenga las puertas tan abiertas como el primer día que entró. Está claro que no se impide a nadie dejar un centro espírita, pero sí se puede caer en la desacertada caridad del -¿por qué no vienes?, -deberías volver al centro, -¿recordáis a fulanito?, deberíamos llamarlo. Y el progreso de fulanito puede que tenga que seguir otros derroteros fuera del centro, tal vez creando uno nuevo (ocurre continuamente), o directamente fuera del espiritismo. Viene bien recordar aquí el lema espírita: «Fuera de la caridad no hay salvación* ». Ni el espiritismo, ni los espíritus, ni los espíritas dicen: «Fuera del espiritismo no hay salvación».

* Entendamos salvación como progreso, al que llegaremos todos. Salvación es un término adulterado que da la idea que unos se salvan y otros se condenan. A través de la reencarnación todos evolucionaremos tarde o temprano, todos alcanzaremos esa salvación o progreso. La frase de Kardec utiliza el término para diferenciar esta máxima comparativamente con el principio católico de «Fuera de la Iglesia no hay salvación»

Editorial de la Revista Espírita nº 7 de la FEE-


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 Las Leyes Morales


00 El Espiritismo propone una serie de leyes morales, como las leyes de la física enuncian el comportamiento de la materia, así existen unas leyes morales inscritas en nuestra conciencia humana, las cuales vamos desarrollando a medida que nuestro grado de inteligencia y socialización va aumentando.
Estas leyes están por descubrir y asimilar en su mayor sentido, siendo lo que hasta ahora tenemos un vago reflejo de lo que ellas son. Los guías de la  Codificación dejaron claro unas cuantas, obedeciendo a nuestra más longeva tradición moral occidental sobre el asunto, sin dejar a un lado, ni las de índole más religiosa como las más laicas. Ya que ambas forman parte del ser humano, y aquí por religioso entendemos lo que une a Dios o al sentido místico que le queramos conferir a la existencia, no a un culto instituido.
Estas leyes morales están entroncadas con la ley de causa y efecto, similar al karma de las tradiciones budistas o hindú. Ya que nuestro comportamiento nos traerá consecuencias positivas o de rectificación para siguientes encarnaciones.
Escrito por J.G.L.
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           EL EQUILIBRIO 

   En la lucha por la superación personal, entendiendo ésta desde una perspectiva espiritualista, buscando la anhelada perfección progre­siva de nuestra personalidad, y no como superación meramente material, profesional, de éxito personal, etc. nos
encontramos con la continua búsqueda del equilibrio en todas las facetas de nuestra vida. 
   Ser persona equilibrada es, a no dudar, algo que todos deseamos, sin embargo, cuántas veces nos decimos a nosotros mismos: “estoy descentrado”, “descolgado”, “no me siento bien con mi conciencia”, ” no me encuentro a gusto ni conmigo y mucho menos con los demás”, ” no sé qué hacer”, etc., etc., estados todos estos de nuestro ánimo que denotan esa falta de equilibrio interno y que no obedece sino a esa lucha constante que se está librando en nuestra conciencia entre la parte espiritual y la material que anidan en nosotros. Nuestro espíritu como ser eterno, transcendente, libre, quiere desarrollar sus valores propios inmanentes en él, quiere emanciparse del yugo de los bajos instintos y pasiones egoístas. 
    La parte material, humana e instintiva, no quiere hacer ningún esfuerzo, no sabe de perfección, ni de valores, ni de conquistas, ni de felicidad, sólo quiere soltar sus instintos sin freno ni control, quiere el placer de la comodidad, de la inconsciencia, de ahí esa gran batalla que nos acompaña en el transcurso primario de nuestra evolución hasta que, los valores éticos y la fuerza de nuestra voluntad sean superiores a la fuerza que llevan consigo los instintos primarios, y la propia ignorancia que vela el conocimiento de nuestra verdadera identidad que es espiritual. 
 Como entidades espirituales que somos, todos y cada uno de nosotros, hemos venido a este plano de existencia, a esta vida humana, “cargados de ilusión”, y esperanzados en alcanzar unos objetivos que embellecieran nuestra alma, que es el verdadero carnet de identidad que poseemos, dispuestos a corregir viejos hábitos, costumbres y defectos que nos mantuvieron y todavía nos retienen estancados en el progreso por no responder a la armonía, al amor, a la comprensión de todos los seres y las cosas que nos rodean, y cómo no, con la tarea de emprender nuevos propósitos para seguir evolucionando, para coger en cada existencia más fuerza y más luz, más dominio de nuestra parte espiritual sobre la material. 
 He ahí donde en gran medida reside el equilibrio, en el predominio del espíritu por su autoridad y su conciencia superior sobre la parte material. 
 Y es precisamente cuando nos desviamos de estos objetivos y propósitos, cuando nuestra conciencia se va sintiendo de mal en peor, y trata de manifestarse al plano humano de la manera que puede: nos avisa, nos empuja a actuar, nos reprocha el no hacer esto o aquello, nos acusa. No le hacemos caso hasta que por fin se siente tan débil, tan asfixiada, que es cuando a muchas personas les sobreviene la depre­sión, la apatía, la falta de interés por todo en general, porque ha llegado a un extremo de dejadez, de confusión, de debilidad espiritual al desviarse de sus verdaderos objetivos por los que se encuentra en el mundo pero perdida y desorientada, hasta que con la ayuda y las atenciones necesarias, tanto médicas como espirituales, vaya recupe­rando su estado de ánimo normal y con los conocimientos espirituales adecuados logre salir de esa crisis y conectar con el llamado de su conciencia, para encauzarse adquiriendo el equilibrio justo que le salve de volver a recaer en situaciones de ese tipo, tan desfavorables para la evolución espiritual, y así pueda cambiar su vida a mejor sintiéndose dichosa y feliz por lograr que aquello por lo que ha venido a la tierra pueda ir desenvolviéndolo con facilidad. 
 En general podemos decir que la mayoría de los trastornos psíquicos, los desequilibrios emocionales, vienen como conse­cuencia de un desajuste que traspasa los límites de lo normal entre las dos fuerzas que se manifiestan en nuestro fuero interno, la espiritual y la material. 
 De aquí que sea tan necesario concebir a nuestra persona como una entidad comprometida consigo misma y con el propio Universo a progresar, a mejorarse, porque indefectiblemente ese es nuestro destino, mejorar, progresar sin cesar, a costa del esfuerzo, del trabajo, del estudio, del darse a los demás, porque sólo con estas premisas enfocaremos nuestra vida hacia la ansiada felicidad que no es una utopía, no es un espejismo, pero que no se nos da gratis, hay que conquistarla en el día a día del trabajo sobre nuestros valores humanos, porque nuestra naturaleza no es otra cosa sino cualidades, caracterís­ticas innatas propias de nuestra herencia divina que está esperando que la descubramos, que la modelemos, para sentirnos felices y dichosos, íntegros, más conscientes, más abiertos, más fuertes para superar las indecisiones, los inconvenientes, los temores y vacilaciones. 
 Mientras no hagamos esto seremos vaivén de las circunstancias, estaremos expuestos a todo tipo de influencias externas, seguiremos sin conocernos tal como somos en realidad y por lo tanto faltos del equilibrio que da el sentido auténtico a nuestra existencia y nos arroja toda la luz sobre dónde tenemos que volcar nuestras fuerzas y nuestros intereses para alcanzar las metas que más urgen a nuestro ser espiritual. 
 He mencionado el conocimiento interior, esta es la clave del progreso, por lo cual pronto dedicaremos un artículo a este tema, ya que conociéndonos nos daremos la oportunidad de auto-criticarnos, y por lo tanto seremos más conscientes de hacia dónde dirigir nuestras energías para conseguir el propósito de vencer en esa lucha continua, de alcanzar el equilibrio interior que nos permita actuar correctamente en cada momento, guiados por nuestra conciencia superior que sabe bastante bien qué camino ha de escoger, guiados por nuestros principios e ideales que surgen por el anhelo de progreso y por la sensibilidad que se va desarrollando en nuestro interior cuando rompe­mos las barreras que el egoísmo y demás imperfecciones ponen en nuestro caminar. Facetas todas éstas que debemos proponernos con disciplina para no olvidarlas ni relegarlas a un segundo plano, para no vernos debilitados y empujados “sin que creamos poder evitarlo” por la parte material e inferior que quiere llevarnos a su terreno, que no es otro que la vida fácil, cómoda, sin responsabilidad, sin compromisos, exenta de realizaciones. 
 No lo olvidemos, todo aquél que se deje engañar por pensa­mientos o deseos de vida fácil y placentera, que mire a su alrededor y comprobará que todo aquél que lleva una vida sin esfuerzo, sin trabajo, sin estudio, tarde o temprano cae presa de la propia trampa que él mismo se tendió: desequilibrios, hastío, pérdida de las ganas de vivir, falta de buenos amigos, relaciones familiares difíciles, etc, etc., además de ser esclavo de vicios y malos hábitos. Todo ello amarga sus vidas y les crea a la larga una honda insatisfacción que por más que quieran, sino salen de ese círculo de comodidad y de rebeldía ante su propia realidad espiritual, no logran comprender el porqué y para qué están aquí, comprensión ésta que es la mejor forma de que comiencen a darle un sentido a su vida y a reencontrar el equilibrio. 
F.H.H.

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