sábado, 25 de noviembre de 2017

Catalepsia; Resurecciones




Sumario de temas:

-El Espiritismo y la mujer(1)
- Causas actuales de las aflicciones
- El deber
- Catalepsia; Resurecciones


               
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                               EL ESPIRITISMO Y LA MUJER(1)

     Tanto en uno como en otro sexo, se encuentran excelentes médium; sin embargo, las más bellas facultades psíquicas, parecen ser privilegio de la mujer. De aquí, la gran tarea que le incumbe en la difusión del nuevo espiritualismo.
     A pesar de las imperfecciones inherentes á todo ser humano, la mujer, para el que la estudia imparcialmente, no puede menos de ser un motivo de asombro y á veces de admiración. No es solamente en su rostro donde se realizan en la naturaleza y en el arte los tipos de la belleza, de la piedad, de la caridad, sino que en lo relacionado con los poderes íntimos de la intuición y de la adivinación, ha sido siempre superior al hombre. Entre las hijas de Eva, fue donde la antigüedad encontró sus célebres videntes y sibilas. Estos poderes maravillosos, estos dones de lo alto, la Iglesia creyó deber denigrarlos y suprimirlos en la edad media, valiéndose de los procesos de brujería. Hoy vuelven á encontrar su aplicación, porque es especialmente por medio de la mujer que se afirma la comunión con la vida invisible.

     Nuevamente vuelve la mujer á revelarse en su misión sublime de mediador. Mediador es en toda la naturaleza. De ella viene la vida, ella es su fuente misma, el regenerador de la raza humana que no subsiste ni se renueva, sino por su amor y sus tiernos cuidados. Y este cargo, preponderante, que desempeña en el dominio de la vida, lo cumple también en el dominio de la muerte; pero sabemos que la vida y la muerte son una, esto es, las dos formas alternantes, los dos aspectos continuos de la existencia.

     Mediador, la mujer lo es también en el dominio de las creencias. Siempre ha servido de intermediario entre la fe nueva que avanza y la fe antigua que decae y se empobrece. Tal fue su misión en el pasado, en los primeros tiempos del cristianismo, tal es su misión en el presente.

     El catolicismo, que tanto debía á la mujer, no ha sabido comprenderla. Sus monjes, sus sacerdotes, viviendo en el celibato, lejos de la familia, no podían apreciar el encanto y la energía de este ser delicado, al cual consideraban más bien como un peligro.

     La antigüedad pagana tuvo esta superioridad sobre nosotros; ella conoció y cultivó el alma femenina. Sus facultades florecían libremente en los misterios. Sacerdotisa en los tiempos védicos, en el altar doméstico, tomando parte íntima, en Egipto, en Grecia, en la Galia, en las ceremonias del culto, en todas partes, la mujer era el objeto de una iniciación, de una enseñanza especial, que hacían de ella un ser casi divino, el hada protectora, el genio del hogar, la guardería de las cargo de la mujer, personificando en ella.

     A esta comprensión del cargo de la mujer, personificando en ella á la naturaleza, con sus intuiciones profundas, sus sensaciones sutiles, sus adivinaciones misteriosas, fue debida la hermosura, la fuerza la grandeza épica de las razas griega y céltica.

     Porque tal como sea la mujer, así será el niño, así será el hombre. La mujer es, quien desde la cuna, forma el alma de las generaciones. Ella fue la que hizo aquellos héroes, aquellos poetas, aquellos artistas cuyas acciones, cuyas obras irradian a través de los siglos. Hasta los siete años, el niño permanecía en el gineceo bajo la dirección de la madre. Y sabido es lo que fueron las madres griegas, romanas, galas. Mas para cumplir la sagrada tarea de la educación, era necesaria la iniciación al gran misterio de la vida y del destino, el conocimiento de la ley de las preexistencias y de las reencarnaciones, porque esta ley, y solamente esta ley, da á la venida del ser que va á florecer bajo el ala maternal, un sentido tan conmovedor y tan bello.

     Esta influencia bienhechora de la mujer iniciada que irradiaba sobre el mundo antiguo, como una suave claridad, fue destruida por la leyenda bíblica de la caída original.

     Según las Escrituras, la mujer es responsable de la caída del hombre; ella pierde á Adán y, con el á todo la humanidad; ella traiciona. Á Sansón. Un pasaje del Eclesiastés la declara una cosa más amarga que la muerte. El matrimonio mismo parece un mal: Que los que tengan esposa sean como si no las tuvieran, exclama Pablo.

     Sobre este punto, como sobre tantos otros, la tradición y el espíritu judaicos, han predominado en la Iglesia sobre las miras de Cristo, que fue siempre benévolo, compasivo, afectuoso para con la mujer. En todas las circunstancias la cubre con su protección; le dirige sus más conmovedoras parábolas. Siempre le tiende la mano, aún cuando esté mancillada, aún cuando esté caída. Por esto, las mujeres, agradecidas, le forman una especie de séquito; muchas le acompañan hasta á la muerte.

     Por espacio de largos siglos, la mujer ha sido relegada al segundo término, rebajada, excluida del sacerdocio. Por una educación pueril, mezquina, supersticiosa, se la ha rodeado de trabas, se han comprimido sus más bellas aptitudes, obscurecido y sofocado su genio.

     La situación de la mujer en nuestra civilización es difícil, dolorosa á veces. Las leyes y los usos no siempre favorecen á la mujer, la rodean mil acechanzas, y si desfallece, si sucumbe, raras veces se le tiende una mano piadosa. La relajación de las costumbres ha hecho de la mujer la víctima del siglo. La miseria, las lágrimas, la prostitucion, el suicidio, tal es la suerte de un gran número de pobres criaturas en nuestras sociedades opulentas.

     Actualmente se produce una reacción. Bajo el nombre de feminismo, se acentúa un movimiento, legítimo en su principio, exagerado en su objeto, pues a la par de justas reivindicaciones, afirma miras que harían de la mujer, no ya una mujer, sino una copia, una parodia del hombre. El movimiento feminista desconoce el verdadero oficio de la mujer y tiende a rechazarla lejos de su vía normal y natural. El hombre y la mujer han nacido para desempeñar deberes distintos, pero complementarios bajo el punto de vista de la acción social, son aquí valientes e inseparables.

   El espiritualismo moderno, con sus prácticas y sus doctrinas, todas de ideal, de amor, de equidad juzga de otra manera la cuestión y la resuelve sin esfuerzo y sin ruido. Devuelve á la mujer su verdadero lugar en la familia y en la obra social, mostrándole el sublime cargo que le corresponde en educación y en el adelanto de la humanidad. Hace más aún. Por el espiritualismo vuelve ella á ser e mediador predestinado, el lazo de unión entre las sociedades de la tierra y las del espacio.....

( CONTINÚA Y FINALIZA EN LA SIGUIENTE PUBLICACIÓN)

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              CAUSAS ACTUALES DE LAS 

                        AFLICCIONES

     Las vicisitudes de la vida son de dos especies, o si se quiere, tienen dos orígenes muy diferentes que conviene distinguir: unas tienen su causa en la vida presente y otras fuera de ella. 

     Remontando al origen de los males terrestres, se reconocerá que muchos son la consecuencia natural del carácter y de la conducta de aquellos que los soportan.


     ¡Cuántos hombres caen por sus propias faltas! ¡Cuántos son víctimas de su imprevisión, de su orgullo y de su ambición!

¡Cuántas personas arruinadas por falta de orden, de perseverancia, por mala conducta o por no haber limitado sus deseos!

     ¡Cuántas uniones infelices, porque sólo son cálculo del interés o de la vanidad y en las que para nada entra el corazón!

  ¡Cuántas disensiones y querellas funestas se hubieran podido evitar con más moderación y menos susceptibilidad!

 ¡Cuántos males y enfermedades son consecuencia de la intemperancia y de los excesos de todo género! 

 ¡Cuántos padres son infelices por sus hijos, porque no combatieron las malas tendencias en su principio! Por debilidad o indiferencia, dejaron desarrollar en ellos los gérmenes del orgullo,del egoísmo y de la torpe vanidad que secan el corazón; y más tarde, recogiendo lo que sembraron, se admiran y se afligen de su falta de deferencia y de su ingratitud.

Que todos aquellos que tienen herido el corazón por las vicisitudes y decepciones de la vida, interroguen fríamente a su conciencia; que se remonten progresivamente al origen de los males que les afligen y verán si casi siempre no podrán decirse: Si yo hubiese o no hubiese hecho tal cosa, no estaría en tal situación.

     ¿A quién debe, pues, culpar de todas estas aflicciones, sino a sí mismo? Así es como el hombre, en un gran número de casos,es el artífice de sus propios infortunios, pero en vez de reconocerlo,encuentra más sencillo y menos humillante para su vanidad, acusar a la suerte, a la Providencia, a la oportunidad desfavorable, a su mala estrella, mientras que su mala estrella es su incuria. 

    Los males de esta naturaleza seguramente forman un contingente muy notable en las vicisitudes de la vida; el hombre los evitará cuando trabaje por su mejoramiento moral, tanto como para su mejoramiento intelectual.

 La ley humana alcanza ciertas faltas y las castiga; el condenado puede, pues, decir que sufre la consecuencia de lo que ha hecho; pero la ley no alcanza ni puede alcanzar a todas las faltas; alcanza, más especialmente, aquellas que causan perjuicio a la sociedad y no aquellas que sólo dañan a los que las cometen.

  Pero Dios quiere el progreso de todas sus criaturas; por esto no deja impune ningún desvío del camino recto; no hay una sola falta, por pequeña que sea, una sola infracción a su ley, que no tenga consecuencias forzosas e inevitables, más o menos tristes; de donde se sigue que, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes, el hombre es siempre castigado por lo que pecó. Los sufrimientos, que son su consecuencia, son para él una advertencia de que erró; le dan experiencia y le hacen sentir la diferencia entre el bien y el mal, y la necesidad de mejorarse para evitar, en el futuro, lo que fue para él una fuente de disgustos; sin eso, no tendría ningún motivo para enmendarse, y, confiando en la impunidad, retardaría su adelanto y por consiguiente, su felicidad futura.

    Pero la experiencia viene algunas veces un poco tarde,cuando la vida fue disipada y turbada, las fuerzas desgastadas y cuando el mal ya no tiene remedio. Entonces el hombre se pone a decir: Si al principio de la vida hubiese sabido lo que sé ahora, ¡cuántas faltas habría evitado! ¡Si tuviera que recomenzar, me conduciría de muy distinto modo, pero ya no hay tiempo! Como el obrero perezoso dice: He perdido mi jornada, él también dice: Yo perdí mi vida; pero de la misma forma que para el obrero el sol sale al día siguiente y empieza una nueva jornada, permitiéndole reparar el tiempo perdido, para él también, después de la noche de la tumba, brillará el sol de una nueva vida, en la cual podrá aprovechar la experiencia del pasado y sus buenas resoluciones para el futuro.

- El Evangelio según el Espiritismo- 

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" Comience el día a la manera del Sol: Olvidando las sombras y brillando de nuevo "
 - André Luiz -

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                                   EL DEBER 


   La práctica constante del deber nos conduce al perfeccionamiento. Para acelerar éste, conviene primero estudiarse a sí mismo con atención y someter nuestros actos a un juicio escrupuloso. No se puede remediar el mal sin conocerlo.

   Podemos, incluso, estudiarnos en los demás hombres. Si cualquier vicio, si cualquier enojoso defecto nos choca en ellos, indaguemos con cuidado si existe en nosotros un germen idéntico, y, si lo descubrimos, dediquémonos a arrancárnoslo.

   Consideremos nuestra alma como lo que es realmente, es decir, una obra admirable, aunque muy imperfecta, y hemos de notar que estamos en el deber de embellecerla y adornarla sin cesar. Este pensamiento de nuestra imperfección nos hará más modestos y alejará de nosotros la presunción y la necia vanidad.

   Sometámonos a una disciplina rigurosa. Como se dan al arbusto la forma y la dirección convenientes, podemos también modificar las tendencias de nuestro Ser moral. La costumbre del bien hace cómoda su práctica. Sólo los primeros esfuerzos son penosos. Aprendamos, ante todo, a dominarnos. Las impresiones son fugitivas y cambiantes; la voluntad es el fondo sólido del alma. Aprendamos a gobernar esa voluntad, a hacernos dueños de nuestras impresiones, a no dejarnos nunca dominar por ellas.

   El hombre no debe aislarse de sus semejantes. Le importa, sin embargo, escoger sus relaciones, sus amigos, decidirse a vivir en un ambiente honrado y puro donde no reinen más que las buenas influencias, donde sólo existan fluidos tranquilos y bienhechores. Evitemos las conversaciones frívolas, las charlas ociosas que conducen a la maledicencia. Cualquiera que pueda ser el resultado, digamos siempre la verdad.

   Sumerjámonos con frecuencia en el estudio y el recogimiento. El alma encuentra así nuevas fuerzas y nuevas luces. Que podamos decirnos al final da cada día: “He hecho una obra útil, he logrado un éxito sobre mí mismo, he socorrido, he consolado a los desgraciados, he esclarecido a mis hermanos, he trabajado por hacerlos mejores, he cumplido con mi deber”.

León Denis 
Extraído del libro "El Camino Recto"   

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                                    Catalepsia; Resurrecciones





La materia inerte es insensible;  el fluido periespiritual lo es también, pero transmite la sensación al centro sensitivo que es el Espíritu. Las lesiones dolorosas del cuerpo repercuten, en el Espíritu como un choque eléctrico, por medio del fluido periespiritual, del cual los nervios parecen ser los hilos conductores. Los fisiólogos lo llamaron influjo nervioso, pero al no conocer las relaciones de ese fluido con el principio espiritual no han podido explicar sus efectos. Puede tener lugar una interrupción, sea por la separación de un miembro o por el seccionamiento de un nervio, pero también puede haberla en forma parcial o general y sin lesiones de por medio en los momentos de emancipación, de sobreexcitación o preocupación del Espíritu. En ese estado el Espíritu no se preocupa del cuerpo y en su actividad febril atrae a sí al fluido periespiritual que retirándose de la superficie produce una insensibilidad momentánea. Se podría aun admitir que, en ciertas circunstancias, se produce, en el fluido periespintual, una modificación molecular que le saca temporalmente la propiedad de transmisión. Con frecuencia, así es como en el ardor del combate, un militar no percibe que fue herido; que una persona cuya atención está concentrada sobre un trabajo, no oye el ruido que se hace a su alrededor. Un efecto análogo, aunque más pronunciado, es el que ocurre con ciertos sonámbulos, en la letargia y en la catalepsia. Es así, en fin, que se puede explicar la insensibilidad de los convulsionarios y de ciertos mártires. (Revista Espírita, enero 1868: Estudio sobre los Aissaouas). La parálisis no tiene, de ningún modo, la misma causa; aquí el efecto es todo orgánico; son los propios nervios los hilos conductores, que ya no son aptos para la circulación fluídica; son las cuerdas del instrumento que están alteradas.

   En ciertos estados patológicos, cuando el Espíritu no está ya en el cuerpo y el periespíritu no se adhiere a él sino en algunos puntos, el cuerpo tiene todas las apariencias de la muerte, y se dice con verdad absoluta, que la vida pende de un hilo. Este estado puede durar más o menos tiempo; incluso ciertas partes del cuerpo pueden entrar en descomposición, sin que la vida esté definitivamente extinguida. Mientras el último hilo no esté roto, el Espíritu puede, sea por una acción enérgica de su propia voluntad, sea por un influjo fluídico extraño igualmente poderoso, ser llamado al cuerpo. Así se explican ciertas prolongaciones de la vida contra toda probabilidad, y ciertas supuestas resurrecciones. Es la planta que vuelve a brotar a veces, sirviéndose de un solo fragmento de raíz; pero cuando las últimas moléculas del cuerpo fluídico se han desprendido del cuerpo carnal, o cuando éste se halla en un estado de degradación irreparable, todo retorno a la vida es imposible. (1)

(1) Ejemplos:
Revista Espírita, El doctor Cardon, agosto 1863, página 251; – La mujer corsa, mayo 1866, página 134. Allan Kardec 
Extraído del libro "La Génesis"

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Es de buena persona saber pedir perdón y también perdonar.
Viviana Gianitelli

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