miércoles, 7 de septiembre de 2011

Desdoblamiento consciente e involuntario.


El sujeto es un joven de unos treinta años,      artista grabador de gran talento.(1)
1 Dr. Gibier, Analyse des Choses.
“Hace pocos días —me dijo— regresaba a mi casa, por la noche, hacia las diez, cuando me sobrecogió un sentimiento de laxitud extraño que no me expliqué. Decidido, sin embargo, a no acostarme en seguida, encendí la luz y la dejé sobre la mesa de noche, cerca de mi cama. Tomé un cigarro y lo encendí, di algunas chupadas y me tendí en una butaca.
“En el momento en que me tendí, recostándome para apoyar la cabeza sobre el cojín, sentí que los objetos que me rodeaban daban vueltas; experimenté como un aturdimiento, una sensación de vacío; luego, bruscamente, me encontré transportado en mitad del cuarto. Sorprendido de aquel desplazamiento del que no había tenido conciencia, miré en derredor mío y mi asombro creció considerablemente al verme separado de mi cuerpo.
Tuve la impresión de que nunca había estado tanto en la realidad. Así, dándome cuenta de que no podía tratarse de un sueño, el segundo pensamiento que se presentó de súbito a mi mente fue que yo estaba muerto. Y, al mismo tiempo, recordé haber oído decir que hay espíritus y me imaginé que me había convertido en uno de ellos.
“Ante todo, me hallé tendido apaciblemente, sin rigidez; sólo mi mano izquierda se encontraba elevada sobre mí, con el codo apoyado y sujetando en la mano el cigarro encendido, cuyo resplandor se veía en la penumbra producida por la pantalla de mi lámpara. La primera idea que se me ocurrió fue la de que, sin duda, me había dormido y que lo que experimentaba era el resultado de un sueño. No obstante, me confesé que jamás había tenido uno semejante, ni que tanto se asemejase a la realidad como aquel. Diré más.
Todo lo que sabía sobre este asunto se desarrolló extensamente, en menos tiempo que es preciso para pensarlo, delante de mi vista interior. Recuerdo muy bien que me sobrecogía una especie de angustia y de pesar por las cosas inacabadas; la vida se me representó como una fórmula... “Me aproximé a mí, o más bien a mi cuerpo, o a lo que yo creía era mi cadáver.
Un espectáculo, que de momento no comprendí, llamó mi atención; me vi respirando; pero, además, vi el interior de mi pecho; mi corazón latía débilmente, pero con regularidad.
Miré mi lámpara, que continuaba ardiendo silenciosamente, y me hice la siguiente reflexión: que estaba muy cerca  de mi cama y podía comunicar el fuego a las cortinas; cogí la llave de la mecha para apagarla, pero, nueva sorpresa para mí; sentía perfectamente la llave con su muelle; percibía, por decirlo así, todas sus moléculas, pero en vano la hacía girar mis dedos; éstos sólo ejecutaban el movimiento, era inútil ejercer presión sobre la llave.
En aquel momento comprendí que debía tener un síncope, como los que no recuerdan lo que les ha sobrevenido durante su desvanecimiento. Y entonces temí no acordarme de lo que me estaba ocurriendo, al recobrar los sentidos. “Sintiéndome un poco tranquilizado, dirigí la mirada a mi alrededor, preguntándome cuánto tiempo iba a durar aquello; luego no me ocupé más de mi cuerpo, del otro yo, que descansaba en la butaca.
“Me examiné entonces a mí mismo, y vi que aunque mi mano pudiese pasar a través de mí, sentía bien el cuerpo, que me pareció, si mi memoria sobre este punto no me es infiel, como revestido de blanco.
Después me coloqué delante del espejo, frente a la chimenea. En lugar de ver mi imagen reflejada en el cristal, me di cuenta de que mi vista parecía extenderse a voluntad, y la pared, después la parte posterior de los cuadros y de los muebles de casa de mi vecino, y seguidamente el interior de su aposento, aparecieron a mi vista.
En una palabra; estaba en casa de mi vecino por primera vez en mi vida. Inspeccioné los cuadros, me grabé su aspecto en la memoria, y me dirigí hacia la biblioteca, en la cual observé, muy particularmente, varios títulos de obras colocadas en la misma hilera a la altura de mis ojos.
Me di cuenta de la falta de luz en aquellas piezas en las que, sin embargo, veía, y distinguí muy claramente como un rayo de claridad que, partiendo de mi epigastrio, iluminaba los objetos. “Me vino la idea de penetrar en casa de mi vecino, a quien, por otra parte, no conocía, y que estaba ausente de París en aquel momento. Apenas tuve deseos de visitar la primera pieza, cuando me encontré transportado, ¿cómo? No lo sé, pero me parece que debí atravesar la pared con la misma facilidad que mi vista la penetraba.
“Para cambiar de lugar, no tenía más que quererlo, y sin es fuerzo, me encontraba en el sitio adonde quería ir. “A partir de aquel momento, mis recuerdos son muy confusos;
 “Lo que puedo añadir, para terminar, es que me desperté a las cinco de la mañana, rígido, frío, sobre el sofá y teniendo aún el cigarro sin terminar entre los dedos. La lámpara estaba apagada; se había hacinado el tubo.
 Me metí en la cama, sin poder dormir, y me sentí agitado por un escalofrío. Por fin me vino el sueño; cuando me desperté era pleno día: “Mediante una inocente estratagema, induje a mi portero a ver la habitación de mi vecino, y subiendo con él pude ver los cuadros en su sitio, lo mismo que los muebles, así como los libros que había observado atentamente; todo lo que yo había visto la noche precedente. “Me guardé bien de hablar de esto a nadie, por el temor de pasar por loco o alucinado.”
Este relato es eminentemente instructivo. Primero prueba que esta exteriorización del alma no es resultado de una alucinación o recuerdo de un sueño, porque la visión de la habitación vecina, que el grabador no conocía, y en la cual ha penetrado por primera vez durante este estado particular es perfectamente real. En segundo 
lugar, comprobamos que el alma, cuando está desprendida del cuerpo, posee una forma definida y el poder de pasar a través de los obstáculos materiales, sin experimentar resistencia, bastando su voluntad para transportarla al lugar en que desea encontrarse. En tercer lugar, tiene una vista más penetrante que en el estado normal, puesto que el joven veía latir su razón a través de su pecho.(1)
(1) ¿No es comparable esta visión a la de los sonámbulos? ¿Y no tenemos razón al atribuirla al alma?
La conservación del recuerdo de los acontecimientos sobrevenidos durante el desdoblamiento es en este caso muy clara; pero puede ser mucho menos viva, y entonces el agente, al despertarse, no sabrá si ha soñado, o si su alma ha abandonado su envoltura física; en fin, lo más frecuente es que el espíritu olvide, al entrar de nuevo en su cuerpo, lo que ha pasado durante el desprendimiento.
Hay que guardarse bien de deducir —como se hace demasiado frecuentemente— que esta salida es una manifestación inconsciente del alma; la verdad es que es sencillamente la memoria de este fenómeno la que ha desaparecido; pero mientras se ejecutaba, el alma tenía perfecto conocimiento de él.
Hagamos una última observación a propósito de la imposibilidad para el joven grabador de dar vueltas a la llave de su lámpara, por más que percibía, por decirlo así, su textura íntima. Esta impotencia, que es común a todos los espíritus, depende de la rarefacción del periespíritu; pero puede suceder también que, gracias a un influjo de energía tomado del cuerpo material, la envoltura fluídica adquiera un grado suficiente de sustancialidad para obrar sobre objetos materiales.
La aparición de la madre de Elena tenía esta sustancialidad. Parangonando este relato con el de Cromwell Varley, se comprueba claramente que el alma desprendida del cuerpo goza de las ventajas de la vida espiritual. No son teorías; es la comprobación pura y simple de los hechos. Hasta ahora las apariciones, llamadas telepáticas, de que acabamos de hablar, no han revelado nada acerca de su naturaleza íntima; salvo los movimientos que ejecutan y las puertas que parecen abrir y cerrar a voluntad, se las tomaría por seres verdaderamente inmateriales.

Gabriel Delanne .- "El alma es inmortal"





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