lunes, 4 de octubre de 2010

Romper la etiqueta


Un día, el médium minero Chico Xavier fue invitado para una comida importante.


Estaban presentes hombres de negocios, periodista y reporteros.

Cuando todos habían comido y estaban aguardando el cafecillo, es que surgió una señora cargando enorme bandeja. El viejo Chico no lo pensó dos veces. Se levantó y fue a socorrer aquella mujer de cabellos blanquecinos por el paso de los años.

Los demás ciudadanos lo miraron espantados, al final Chico era invitado especial, y no debería prestarse a ese tipo de actitud, que se contradice con las costumbres y buenas maneras. Más para Chico Xavier, la fraternidad y la solidaridad está por encima de las reglas de etiqueta. Para su corazón generoso y afable aquella persona, antes de ser camarera, era una señora de edad, cuyos brazos ya estaban debilitados por muchos inviernos.

Chico aprendió, desde la infancia, aser gentil a ser caballero con todos, sin excepción. Principalmente tratándose de una señora. Más allá de eso, es un a actitud que debería caracterizar a aquel que se dice cristiana

Si ser cristiano es vivir las enseñanzas de Cristo, quien lo hace así tiene motivos de sobra, pues Jesús dio muchos ejemplos de grandeza moral con gestos de extremada humildad.

. El Hombre de Nazaret jamás quedo preso a las convenciones sin fundamento, a las costumbres creadas por los orgullosos de todos los tiempos. Aun recomendó, en determinada ocasión, que aquel que quisiera se mayor, sea el menos de todos. No quiso decir con eso que las personas deben doblegarse unas ante las otras, pues la verdadera grandeza está en la pureza de sentimientos y no en las mesuras sin lugar.

Ser realmente grande, es tener un corazón bueno lo bastante para colocar los valores reales por encima de cualquier norma que no tenga como principio el amor al prójimo.

Decirse cristiano y no actuar de conformidad con las enseñanzas de Cristo, es una forma de negarlo.

Y fue El mismo quien dijo: “todo aquel que me negara ante los hombres, yo lo negare delante del Padre, que está en los cielos.”

Por todas esas razones, vale la pena reflexionar un poco sobre todo lo que se pacto llamar buenas maneras.

¿Será que las llamadas buenas maneras son realmente buenas a los ojos de Dios, o será que son invenciones de los hombres para satisfacer su ego?

. Sin desconsiderar la buena educación que debe regir todas las acciones de los hombres, hay mucho de soberbia y vanidad por el uso de dichas “etiquetas”

Muchas personas quedan presas a las apariencias y descuidan el verdadero sentido de la vida. Son habilidosas con los protocolos y se portan de manera elegante, más no consiguen evitar el exceso, sobrecargando el estomago hasta la saciedad.  Usan con maestría las diversas copas y tazas que están sobre la mesa, más pierden la razón y el buen sentido en los excesos del alcohol.  Se sientan como manda la etiqueta, se visten como manda el figurín, más sus pensamientos y actos no respetan las mínimas exigencias de una conciencia tranquila.  Son, en el decir de Jesús, túmulos blanqueados. Embarnecidos y bonitos por fuera. Más solo por fuera.

Así, más que de apariencia, vale meditar sobre los valores morales de la vida. Vale considerar la importancia de la fraternidad, de la solidaridad, de la verdadera educación.

En fin, más que atender a las normas de la etiqueta, es preciso hacer a los otros lo que nos gustaría que los otros nos hiciesen. Y hacer a los otros, en el decir de Jesús, es absoluto, no tiene excepciones


En los tiempos de Jesús, los hombres ya se preocupaban más con las cuestiones exteriores, que con las interiores.

Decían las tradiciones que no era de buen tino comer antes de lavarse las manos delante del público. Más Jesús, interrogado sobre este asunto aprovecho para elucidar las mentes de los interesados, diciendo:
“No es lo que entra por la boca lo que deshonra al hombre; o lo que sale de la boca del hombre e lo que lo deshonra”. Lo que sale de la boca procede del corazón y es lo que torna impuro al hombre.


Autoria:
Equipe de Redação do Momento Espírita, baseado em "O Evangelho Segundo o Espiritismo", cap. VIII, ítem 8.

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