Su última personalidad terrenal. |
Todos somos hermanos, constituyendo una sola familia, ante el Señor, más, hasta alcanzar la fraternidad suprema, practicaremos, a través de diversos grupos, de aprendizaje en aprendizaje, de reencarnación en reencarnación.
Así, tenemos, en lo cotidiano, la compañía de criaturas que más entrañadamente se nos asocian al trabajo, llámense esposa o esposo, padres e hijos, parientes o compañeros. Y, por mucho, que nos impersonalicen los sentimientos, somos enfrentados en la familia por las ocasiones de prueba y de crisis, en donde nos inquietamos, gastando tiempo y energía para verlos en la trilla que consideramos como ser la más segura. Si ya conquistamos más amplias experiencias, es forzoso, con el fin de ayudarlos, cultivar la bondad y la paciencia con que, en otro tiempo, nosotros fuimos auxiliados por otros.
Soportamos dificultades y desaciertos para atender determinados conocimientos, atravesamos tentaciones aflictivas y, en algunos casos, sufrimos caída improvista, de la cual nos levantamos solamente a costa del amparo de aquellos que hicieron de la virtud no una balanza de fuego, más si un brazo amigo, capaz de sustentar y de comprender.
Nos acordamos, sobre todo, de que nuestros seres amados son conciencias libres, como nosotros mismos. Si han errado, no será lanzando condenación que podremos reajustarlos; si son débiles, no es aguardando de ellos espectáculos de fuerza, que les conferiremos valor, si ignorantes, no es licito pedirles entendimiento, sin administrarles educación; y, si enfermos, no es justo esperar que testimonien comportamiento igual al de la criatura sana, sin , antes, suprimirles la enfermedad.
En cualquier circunstancia, es necesario observar y observar que fuimos transitoriamente colocados en régimen de intimidad, a fin de que aprendiéramos unos con los otros y ampararnos recíprocamente.
En vista de esto, cuando el mal se nos entrometa en la saga domestica, evitemos el desespero, irritación, desanimo y resentimiento, que no ofrecen provecho alguno, y si recurriremos a la oración, rogando a la Providencia Divina nos conduzca e inspire por medio de sus emisarios; eso es para que no obremos, conforme a nuestros caprichos, y si conforme con el amor que la vida nos preceptúan a fin de hacer el bien que nos compete hacer.
André Luiz-( a través de Chico Xavier)
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