I - EL ESPIRITU REENCARNADO FRENTE AL ESTADO
El Ser a la luz del Espiritismo es un Espíritu reencarnado que vive y permanece en constante transformació n moral al penetrar mediante sus existencias sucesivas en los variados períodos de la historia. La venida de un Ser a la tierra representa para la concepción espírita del hombre y de la vida una reencarnación del Espiritu, es decir que en todo nacimiento existe un renacimiento. Pero el Ser al reencarnar no penetra en un medio donde su desenvolvimiento resulte una consecuencia de la propria libertad; el Ser reencama en una nación determinada pero estará sujeto a las prescripciones de la Sociedad y el Estado. Entra en lo visible pero se somete al sistema social en vigencia. Reencarna para que se cumplan los determinismos éticos de su propio destino, lo que genera los estados existenciales a través de los cuales deberá pasar. La ley de sociedad acoge al Ser de acuerdo con las esencias morales que él ha desarrollado; se opera en su clima social situaciones por él mismo determinadas. Pero muchas veces esas situaciones no son comprendidas ni interpretadas por la Sociedad y menos por el Estado. Y esto ocurre porque el "sentido de la vida" que los fundamenta desconoce las profundidades metafísicas del Ser. El "mundo" de la Sociedad y el Estado es netamente materialista y considera al Ser como un complejo fisicoquímico, el cual podrá ser conformado de acuerdo com los intereses de la "ideología" sobre la cual se asienta. Para el Estado materialista no hay en el recién nacido una entidad que regresa al mundo; el Ser es para el Estado, primero, un ente social sobre quien tiene absoluto poder y después un "alma" relacionada con Dios si las instituciones religiosas así lo reclaman y sostienen.
De manera que el Estado está distante de un concepto preexistencial del Ser; el Espiritu reencarnado es antes una "creación" que una reencarnación, lo que hace que el Estado y la Sociedad no vean en él nada más que un ente en formación y no una manifestación espiritual. Ambos organismos están asentados sobre la única realidad para ellos existente: eI mundo visible, pues lo invisible y menos lo espiritual no cabe dentro de tal concepción absolutamente materialista. Y al ser el hombre una mera "composición" biológica, el Estado no espera a un Espíritu que ya estuvo en él, sino que considera a todo nacimiento la consecuencia del apareamiento de los sexos. El Ser es la consecuencia de una función erótica de los seres y no una reencarnación del Espíritu.
Mientras las esencias del Estado y la Sociedad se apoyen sobre estructuras puramente materiales, el hombre no será otra cosa que un mecanismo al servicio de los poderes temporales. De ahí que la ensenanza que se imparte en las escuelas sea de carácter materialista; el niño es un instrumento plástico cuya mente podrá ser modelada de acuerdo con los cánones doctrinarios del Estado. Y es en esto donde el Espiritismo pugna por demostrarle al mundo de la cultura la espiritualidad humana y de toda forma de vida mediante hechos objetivos que no puedan ser rebatidos por el concepto materialista. Empero, estos esfuerzos por superar la objetividad del materialismo son condenados por las escuelas idealistas sin educir que sólo por los fenómenos mediúmnicos es cómo se contendrá el vance del nihilismo contemporáneo.
Se quiere una espiritualidad determinada y no la que surja de los hechos, y es quí donde está el debilitamiento de la verdad espiritual, pues se olvida que frente a un Estado materialista sólo los echos pueden obligarlo a cambiar de rumbo en las concepciones filosoficas que sustenta acerca del hombre.
El Espiritismo no está en contraposició n con ninguna filosofía idealista, pero reconoce que sus principios son muy endebles como para conmover las ferreas concepciones materialistas del Estado moderno. Tengase presente que en él ni lo cristiano logra penetrar como corresponde; lo ético mismo para la Sociedad es sólo una regla de conducta conveniente para el mantenimento del orden; pero de acuerdo con el concepto materialista del Ser lo ético es un epifenómeno carente de objevidad frente al estado de conciencia imperante. La fuerza reemplaza de contínuo a la razón y sobre quien recae esta contradicción moral es sobre la Sociedad constituída por numerosas colectividades de Espíritus reencarnados. Es así como se generan los grandes contratiempos históricos que se erigen en los principales factores para entorpecer las formas normales y pacíficas del desarrollo de la ley de progresso.
El Estado y la Sociedad no hallan correspondencia armónica entre sí cuando no se reconocen esencialmente como una sola expresión del progresó general de la humanidad. Pero cuando la filosofía de la historia llegue a considerar que Estado y Sociedad no son más que la consecuencia moral de la reencarnación de los Espiritus, no queda otra cosa que admitir una política de paz, fraternidad y entendimiento, puesto que todo Ser es un mundo moral en pequeño que, a la luz de la reencamación, puede resultar la base gigantesca de nuevas y avanzadas formas del devenir moral y social. Esto estaría indicando que el ser que nace puede resultar el portador de una nueva orientación en la marcha del progreso y que nada ni nadie es pequeno e insignificante frente al resto de los demás.
La lógica y la justicia a aplicarse en la consideración del hombre y el ciudadano deberán basarse en la más profunda comprensión espiritual. Nadie pues es un ente moral degradado para siempre porque en todo ser reencarnado existe la posibilidad de transformarse en un hombre de bien.
La ley de la reencarnación lleva al Estado y a la Sociedad a reconocer que en todo Ser existe un tiempo de transitoriedad, es decir que le permite al Espiritu abandonar su imperfecto clima moral para penetrar en otro límpido y superior si sus esfuerzos así lo desean. De manera que a la luz de la filosofía moral del Espiritismo todo está llamado a transformarse en bien, ya que el mal no es más que un estado transitorio del Espíritu. Para la moral espírita el mal no es fijo ni permanente ni duradero; el mal por razones de evolución está llamado a transformarse en bien en virtud de un proceso dialéctico que ilumina la esencia espiritual del hombre y de la naturaleza.
Cuando el Estado se integre a la concepción espiritista de la vida, los hombres no serán considerados máquinas, sino Espíritus reencamados que vuelven a penetar en el proceso histórico por designio de la voluntad divina hasta alcanzar su perfeccionamiento moral.
II - LA EVOLUCIÓN ESPIRITUAL DEL ESTADO
El Estado es un ente que percibe el clima social a través de la sensibilidad de quienes están instalados en él; de ahí que lo político tiene mucha relación con lo espiritual y lo religioso puesto que si el hombre político-religioso no penetra en los ámbitos del Estado su posición moral estará distanciada de toda visión transcendente. El mismo Ser absoluto de Hegel si no es penetrado por un hombre metafísico no se le comprenderá como a una "porción" de entes reunidos que deberán separarse para adoptar su individualidad y avanzar mediante etapas y transformaciones que sobrepasen las "sustancias estáticas" de la naturaleza.
El Estado posee una esencia, que deberá espiritualizarse mediante la instalación en él de Espiritus superiores y de conciencias iluminadas por un conocimiento profundo del universo. El Estado será transformado por la encarnación en él de Espiritus iluminados que reunidos le darán una nueva fisionomía social y hasta económica. De este modo brillará en él el Espiritu Divino de Jesús y el hombre será en sus múltiples dimensiones no una "formación material", sino una reencarnación espiritual por cuya razón se transformará en cuna fraterna y acogedora para los que vuelven a entrar en sus estructuras sociales mediante el cumplimiento de la ley palingenésica. El Estado a la luz del Espiritismo devendrá un ser colectivo conformado por un número de seres capacitados para regir armónicamente la marcha evolutiva de la sociedad.
El Estado devenido un ser colectivo se transformará en un senado donde la reencarnación será la primera ley moral para interpretar los fenómenos individuales y colectivos. Esta visión espírita del Estado hará que deje de ser un severo vigilante para el Espíritu reencarnado. Devendrá pues un mundo moral que verá en cada nacimiento la llegada de un Espíritu que reencarna para proseguir su progreso moral. En esta situación el Estado no será una "fuerza de gobierno" sino un organismo espiritual en contínua relación con los elevados planos del mundo invisible.
Ahora bien, el Estado positivo-materialis ta es un poder material que sólo aspira a dominar por la fuerza. En su constitución no hay Espiritus; lo que conforma su esencia es la fuerza y el poder; pero el Estado está llamado a evolucionar sobre la base moral de la ley de sociedad. Esta ley es precisamente una demostración de lo que representan los Espiritus desencarnados en la organización social. El único poder real que le dará vigor y consistencia al Estado será un verdadero sentido de la vida cuya expresión moral se manifestará a través de la ley de justicia, amor y caridad.
En efecto, tal como lo ve el Espiritismo, la sociedad existe a causa de esa reunión de entidades espirituales que se aglutinan en un determinado lugar geográfico, determinado, así una nación o asociación de personajes espirituales. De esta asociación surge la sociedad con sus leyes y constituciones las cuales tienen la validez moral que le confieren la ética práctica de los Espíritus allí reencamados. El Estado suele imponerse a la Sociedad cuando carece de una visión espiritual del hombre y de la historia, es decir que gobierna severamente al ignorar las leyes espirituales que impulsan al proceso histórico. Pero cuando tanto el Estado como la Sociedad se reconozcan como entidades colectivas animadas por Espíritus reencamados, regirá los movimientos físicos y psiquicos de las naciones la ley de justicia, amor y caridad (ver El Libro de los Espiritus, cap. XI; 873).
La sola idea de nacimiento no es suficiente para conocer el misterio del origen de las asociaciones humanas y del poder temporal o espiritual que alcanza el Estado. Empero, con el conocimiento de la ley de reencarnación de los Espíritus todo lo natural como lo social y politico se presentan como elementos determinados por la reencamación de entidades espirituales. Se conoce así que el hombre no es ageno a lo espiritual sino que es la consecuencia de la reencarnación de los Espíritus en la Tierra.
La Historia, el Estado, la Sociedad sin una viva relación con lo pasado son fenómenos sin significación moral ni espiritual. El tiempo y el espacio son medidas ineficaces para valorar el proceso dramático y viril de las edades. El tiempo y el espacio son realidades si no sufren una solución de continuidad que las distancie entre sí y de los proceso-situaciones de la Historia Universal. Porque la Sociedad, el Estado y la Historia no son fragmentos separados, por el contrario están unidos por un tiempo y un espacio que fluye de un incesante devenir espiritual, es decir que sus esencias perteniecen a una misma fuente ontológica. A la luz del Espiritismo se pone de manifiesto un preexistir, no sólo para el Ser sino tam-bién para los fenómenos del proceso universal. Es decir que la Sociedad, el Estado y la Historia están unidos a lo pasado espiritualmente y que son escenarios sobre los cuales actúan los Espíritus reencarnados y desencarnados.
La Sociedad, el Estado y la Historia no caben dentro de un tiempo deténido en un presente estático. Es realizar teorizaciones irreales si el pensamiento abarca sólo el presente; la validez ontológica de todo saber histórico radica en el conocimiento preexistencial de los hombres y los hechos. Pensar en un proceso metafísico del Ser sin una conciencia preexistencial de lo histórico, es estar hablando con entes muertos que no responden al quehacer profundo de la filosofía.
Humberto Mariotti
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