miércoles, 19 de mayo de 2021

¿Cómo es el Cielo de las religiones?; ¿Dónde está situado?

    INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- ¿Cómo es el Cielo de las religiones?; ¿Dónde está situado?

2.- El Amor, lección de vida

3.- El Espiritismo y el clero católico

4.-  La responsabilidad de ser padres

5.- El ejemplo es el más poderoso agente de propagación




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¿Cómo es el Cielo de las religiones?; ¿Dónde  está situado?

                                      


“No Juan, no hay tal lugar. El cielo no es un lugar, ni un tiempo. El cielo consiste en ser perfectos. -“Juan Salvador Gaviota”-Richard Bach-

 

          Sobre la cuestión del Cielo, se puede dar rienda suelta a la fantasía, al igual que ante la del infierno, tal como han hecho tantos líderes religiosos.

       No existe el cielo teológico e indefinido; desde luego, no se sabe en que consiste, o si está en algún lugar, pero sí que existen  otros planos espirituales superiores por encima del terrestre, agrupados en capas que albergan numerosos mundos afines por sus grados de vibración espiritual.

       Los espíritus de la psicoesfera de estos mundos se diferencian  de los de otros planos diferentes, según el grado de evolución de los espíritus que los pueblan. Normalmente los planos superiores albergan a espíritus y mundos más sutiles, de vibración más elevada que los que les son inferiores.

      En todos estos mundos de los planos más o menos elevados, hay algo en común: La actividad constante con  el  trabajo y el aprendizaje continuos de sus moradores, aunque en los menos elevados, además de trabajar en su depuración y mejora, los espíritus también tienen sus periodos de descanso, que les son necesarios al igual que también lo es en nuestro mundo físico.

      Sin  el trabajo, la actividad y la  evolución continua en todos los planos espirituales y en los mundos que los componen, no se podría comprender que Dios, que obra continuamente, dejase a los espíritus por Él  creados, estacionados, abandonados e indolentes, cuando estamos comprobando que en nuestro mundo material, la Evolución de todos los seres y las formas, incluido el ser humano, es una realidad palpable.

      En Espiritismo, la palabra “Cielo” poco tiene que ver con el cielo teológico de las religiones que lo señalan como una suerte suprema felicidad estacionaria y definitiva de los espíritus que lo hayan merecido en una sola vida humana.

     Entre los espíritas la palabra “Cielo”,  siempre fue utilizada para referirse a las regiones espirituales superiores, plenas de mundos habitados por Espíritus buenos,  y felices, colaborando  con toda  la Creación de Dios y con sus hermanos espirituales.

      Como ya comprendemos, el Cielo no es un lugar físico o delimitado del Universo, sino un estado vibratorio de unas altas frecuencias espirituales muy elevadas, que está ubicado en  la psicoesfera de los Mundos espirituales existentes en los Planos más elevados donde se reúnen los Espíritus  de muy avanzada evolución, que gozan del Amor Divino por su mutua compañía y afinidad  de un estado de total  felicidad y dicha. Este estado al que se le ha calificado muy acertadamente como de “glorioso”, es  experimentado por el Ser con arreglo a las cualidades conquistadas que ha  hecho suyas y le capacitan para experimentar ese estado de dicha.  Al señalar aquí la idea de los planos elevados, efectivamente, son los más alejados con respecto a la superficie de la Tierra, en la que se superpone o mezcla uno de los planos más  inferiores, denominado por el Espíritu André Luiz  como “la Costra”.

       De ahí la presencia más habitual entre nosotros de  seres espirituales inferiores que facilmente sintonizan con los seres humanos  de un inferior desarrollo espiritual y  a los que influyen negativamente en un proceso de vibración semejante y atracción mutuas.

       Este estado vibratorio se obtiene por la mayor pureza y virtud de los espíritus que se reagrupan en esos mundos.  Por supuesto, que no hablo aquí de mundos físicos, sino pertenecientes a una dimensión espiritual de frecuencia mucho más alta de la que tenemos naturalmente los humanos en la Tierra.

 En este estado de elevada vibración, Seres de Luz se agrupan sintonizando con la vibración propia de esos elevados mundos, lo cual les permite permanecer existiendo y trabajando desde ellos. Estos Seres viven y se relacionan entre sí, pudiendo relacionarse también con los de otros planos inferiores a los que ayudan en su ascenso evolutivo. Es una relación que hacen posible porque les es posible reducir a voluntad  sus propias vibraciones, hasta ponerlas a nivel de los seres y mundos inferiores a quienes desean ayudar. Esta actividad les supone una constante colaboración con  la Obra de Dios cual  es la Gran Obra de la  Creación y su Evolución, lo que les tiene inmersos en  una constante actividad que les proporciona un inimaginable estado de dicha. Esos planos y mundos astrales son  imposibles imaginar en toda su extensión, o cómo es este estado de permanente gozo;  esto  les supone a esos elevados Seres como un premio que lograron por los méritos propios de su esfuerzo en conquistar unos valores que les permitieron alcanzar  y permanecer en esa elevada frecuencia de su vibración espiritual.

   Este estado de felicidad en los mundos más elevados del plano espiritual superior, no  tiene nada que ver con  un estado de anonadamiento o indolencia, como podría parecer por la idea del “Nirvana” budista;  por el contrario se debe comprender como un estado de actividad continua y  una ausencia de las ataduras por las deudas contraídas con la Ley de Causa y Efecto, que nos sujetan a los demás Seres que aún estamos en los planos físicos, y  por supuesto  tampoco tiene nada que ver con un estado de eterna contemplación estática y ociosa de Dios  y que es admitida por el Cristianismo a modo equivalente al  “Nirvana” budista.

    Tal vez esto cueste comprenderlo a nuestras mentes analíticas y racionales, pero a través de la meditación, podemos llegar a sentir que esta dicha viene dada por la propia conciencia expandida, y el Ser se siente implicado en una constante actividad, colaborando en la gran Obra Divina de la Creación infinita de los  mundos y  seres, formando parte activa e integrada en una infinita escala de Amor y Solidaridad que enlaza  y relaciona los mundos y a los Seres que los habitan.

   El grado de felicidad alcanzado por los Seres cuando llegan a conquistar ese Plano, es proporcional a su grado de elevación y de pureza, que conlleva  el profundo conocimiento de muchas cosas. Asimismo carecen de cualquier clase de sentimiento negativo, de necesidad  ni de  deseo físico, ni tampoco de las  pasiones o frustraciones  que hacen infelices a los Seres humanos.

  El Amor que les une entre ellos, es el motivo de su  enorme felicidad, y sobre todo son felices por el bien que hacen, en sintonía con El Creador.

 Si esa felicidad no la pudiesen compartir con otros, no sería auténtica o total felicidad sino solamente un gozo egoísta y limitado. Por eso la felicidad en esos niveles espirituales viene dada por la comunión de pensamientos y sentimientos que unen a los Seres afines entre sí.

En síntesis, el Cielo, como el Infierno, no son un lugar sino un estado del alma, de dicha o de sufrimiento, según  el nivel vibratorio en que se encuentre tras su paso por la vida del mundo físico.

 -Jose Luis Martín-

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El Amor: Lección de Vida

                                   

Hablar en pleno siglo XXI del amor puro, de carácter espiritual, es para muchos como hablar de algo extemporáneo, utópico, alejado de la dura realidad cotidiana, una actualidad envuelta de egoísmos y disputas constantes por el dominio de unos sobre los otros, o la mera supervivencia. Sin embargo, cuando hacemos un análisis filosófico del sentido de la vida, de su porqué y para qué, siempre termina apareciendo el amor como manifestación divina, como la gran ley universal; la única que puede llenar los huecos que los grandes interrogantes existenciales nos plantean.

Hubo un hombre hace dos mil años que vino a dar testimonio de esa gran ley del amor. Dejó una huella profunda que ha sobrevivido a los tiempos y perdurará siempre, aunque muy lejos todavía de ser comprendida en su plenitud. A este respecto, Allan Kardec recoge en un mensaje recibido por el espíritu de Lázaro lo siguiente:

“El amor resume toda la doctrina de Jesús, porque es el sentimiento por excelencia, y los sentimientos son los instintos elevados a la altura del progreso realizado. El hombre en su origen sólo tiene instintos; más adelantado y corrompido, sólo tiene sensaciones; pero instruido y purificado, tiene sentimientos, y el punto exquisito del sentimiento es el amor…”. EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO > CAPÍTULO XI, ítem 8.

En ese proceso antropo-psico-sociológico del ser, el amor termina por aparecer en la medida en que va desarrollando los sentimientos, forjados a través de enormes luchas, duras pruebas y múltiples experiencias que lo van sensibilizando.

La mentora Joanna de Ângelis, una vez más con enorme claridad y sencillez, nos invita a reflexionar sobre ello:

(*)La máxima lección de la vida es el amor. Sin él los objetivos a alcanzar pierden la finalidad, dejando a la persona a merced de sus pasiones inferiores.

El amor es la sublime lección que nos marca el rumbo existencial. Sin ese sentimiento superior, que fluye constantemente de la divinidad, se está a merced de los intereses espurios de carácter inmediatista que satisfacen las pasiones inferiores, pero que no colman el espíritu ni le llenan de auténtica felicidad.

No importan los objetivos si se descuida ese “motor existencial”, el único que le confiere auténtico sentido a todo lo que el ser humano realiza en la vida. Cuando falla el amor, la vida se convierte en algo así como un día sin sol, como una primavera sin flores, un pájaro sin alas, un barco a la deriva y sin timón… Un vacío que no puede llenar el poder, el dinero o los placeres sensoriales.

El amor diluye las sombras de los sentimientos negativos, imprimiendo el sello de la serenidad en todos los actos.

El amor consigue disolver con el tiempo los sentimientos ruines, aquellos que nacen del rencor, del resentimiento, de la ira y de tantos otros que consumen las energías y enferman el cuerpo. Es el gran medicamento, el gran remedio para diluir las sombras y restablecer la salud, especialmente la psicológica, aquella que proporciona serenidad y armonía en todas las circunstancias de la vida.

También la mentora espiritual hace referencia al “amor-terapia”, el mejor remedio para afrontar todas las situaciones y pruebas de la vida. El Maestro Jesús lo ejemplificó de manera incomparable en las diversas etapas de su labor mesiánica. Incluso al final, en el momento del martirio injusto y despiadado, en esas horas interminables de graves tribulaciones, se mantuvo firme en el propósito divino de amor y renuncia; un verdadero testimonio incomparable, un modelo sublime de abnegación que ha perdurado a lo largo de los siglos.

Ama, por tanto, todo y a todos.

Es preciso no establecer límites ni barreras al amor, hay que dejarlo crecer en todas las direcciones para que el enriquecimiento sea pleno, total. Para ello es necesario combatir su principal enemigo, que no es el egoísmo sino el miedo.

Efectivamente, el miedo a ser heridos, traicionados o incomprendidos atenaza y no permite salir del área de confort para explorar nuevos caminos, terrenos por donde se pierde la seguridad y la comodidad, dejando al descubierto las fragilidades humanas. Romper con esas barreras se convierte en algo muy necesario.

Por lo tanto, es preciso aprender a amar sin condiciones, eliminando el miedo que limita las posibilidades de crecimiento y constriñe las más nobles iniciativas.

Ejercítate en el amor a la Naturaleza que resplandece en el sol, aire, agua, árbol, flores, frutos, animales y hombres.

Contemplar la naturaleza es un espectáculo sin igual. Es el gran milagro de la vida, donde todo se armoniza y se complementa, salvo el hombre que todavía no aprendió a integrarse sabiamente en ella.

Si le dedicáramos un tiempo a observarla, dejándose maravillar por la enorme sabiduría de quien creó tanta belleza, sin duda, la emoción nos embargaría. Serviría para tomar conciencia de su importancia, de la necesidad de respetarla y de cuidarla, porque ese es el auténtico amor que nos une a todo lo creado.

Precisamente las nuevas generaciones vienen con esa sensibilidad; cada vez son más los que tratan a los animales con delicadeza, como compañeros de viaje y no como objetos. También se refleja ese amor en el cuidado del medio ambiente, procurando no ensuciar ni contaminar, porque esta es la casa de “todos”.

Déjate enternecer por las invitaciones silenciosas que el Padre Creador te hace y esparce tus emociones sobre todas las cosas, dulcificándote interiormente.

Joanna nos habla de las invitaciones sutiles que la divinidad manifiesta a cada instante; solo hace falta silenciar por un instante el ruido mental, las preocupaciones y los pensamientos enfocados en el pasado o en el futuro para centrarse en el aquí y ahora. Es preciso enfocarse en el presente para percibir los ricos mensajes que la vida nos trata de transmitir.

Ser un buen observador para comprender el milagro de la vida, y de ese modo dejarse envolver por un sentimiento de gratitud por todas aquellas cosas que poseemos tan importantes y que apenas le damos valor, a saber: La salud, el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos, el agua para beber y asearnos, las pequeñas plantas con sus discretas y pequeñas flores que nos homenajean cuando pasamos por su lado, esa brisa de aire que refresca y vitaliza, y un largo etcétera de pequeñas cosas que endulzan y alegran los sucesivos días, y que son el regalo que nuestro Padre nos concede a cada instante.

Cuando el ser toma conciencia de ello, se enternece, se emociona y da gracias. Se siente desbordado por tanta belleza, tanta sabiduría plasmada por todas partes, y de la que apenas es capaz de percibir una pequeñísima parte.

Cuanto más ames, menos serás alcanzado por las zarpas del mal, pues que tu comprensión dilatada abrirá los espacios a la vida, recogiendo solamente los efectos de la paz.

El amor es la gran coraza contra el mal, no porque lo pueda evitar en todas las circunstancias, sino porque ayuda a soportarlo mejor y extraer un bien del mismo.

También porque ayuda a darle otra orientación más constructiva a las malas actuaciones, a revertir los daños que el mal trata de imponer. El amor siempre encuentra una respuesta, una puerta de salida a todos los problemas. Comprende, disculpa, siente compasión por la ignorancia y por el desconocimiento de las consecuencias que los actos reprensibles traen. El mal que nos hacen no nos hace mal si nosotros no tomamos parte. El único mal que sí nos perjudica es el que nosotros realizamos hacia los demás.

Por lo tanto, amar siempre y sin condiciones; esta es la propuesta de la Mentora Joanna de Ângelis como el mejor remedio para alcanzar la paz en medio de las constantes pruebas cruciales que forman parte del proceso de transición planetaria en el que estamos incursos.

José M. Meseguer Amor, Paz y Caridad

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EL ESPIRITISMO Y EL CLERO CATÓLICO



La teoría del demonio y del infierno ha rendido tantas ventajas a la Iglesia que ésta no vacilará en servirse de ella en las horas difíciles. Sin embargo, lo que en el pasado podía impresionar, hoy nada más suscita que un escepticismo burlón.
La idea del cielo y del infierno en la actualidad, preocupa poco a los hombres, ya que infinidad de ellos viven en el mismo infierno, es por esa razón que ante la desesperación en la que se encuentran, buscan desesperado consuelo y esperanza, y la Doctrina de los Espíritus es además de una Luz en sus vidas, es un bálsamo reparador para sus heridas.

Los hombres que se suponen los representantes de Dios en la Tierra, los fieles intérpretes de su palabra, los que se juzgan con el derecho absoluto de gobernar nuestras conciencias, esos permanecen dubitativos, vacilantes, frente a esta cuestión capital: ¡las condiciones de la vida futura y las relaciones entre vivos y difuntos!

Gracias al Espiritismo la Humanidad tiene las certidumbres y los consuelos que le son necesarios para afrontar el problema del ser y su destino.

El Espiritismo es tan antiguo como el mundo y durará tanto como él, porque reposa en base indestructible: la Verdad.
Sus adversarios pueden revolverse contra él, pero solo conseguirán llamar la atención del público a su favor y aumentar el número de sus adeptos. Es lo que pasa en todos los casos análogos.

Las ciencias llamadas “ocultas” presentan una valiosa contribución a la Antropología, al igual que a la Biología, a la Psicología, a la Moral, a la Ciencia de las Religiones, a la Etnografía.

Las manifestaciones psíquicas nos posibilitan relaciones con las almas de los muertos, el mundo de los espíritus se agita en torno a nosotros, ejerciendo su poder, y algunos de esos espíritus, en casos cuyas condiciones exactas se nos escapan, se aparecen verdaderamente.”

En todas las épocas hubo procesos más o menos bizarros para la comunicación de los espíritus, pero antiguamente se hacía misterio con esos procesos, como se hacía misterio con la Química. La Justicia, por medio de ejecuciones terribles, arrojaba en la sombra estas extrañas prácticas.

Hoy, gracias a la libertad de los cultos y de la publicidad universal, lo que era un secreto se ha vuelto fórmula popular. Ciertamente, con esa divulgación, Dios ha querido proporcionar el desarrollo de las fuerzas espirituales, a fin de que el hombre no se olvidase, en presencia de las maravillas de la mecánica, de que hay dos mundos incluidos el uno en el otro: el de los cuerpos y el de los espíritus.

San Agustín en De Cura pro Mortuis, da su opinión en estos términos:
“Los espíritus de los muertos pueden ser enviados a los vivos; pueden revelarles el futuro, que ellos conocen, ya por mediación de otros espíritus, por los ángeles o por una revelación divina”.

Y más adelante, añade:

“¿Por qué no atribuir esas situaciones a los espíritus de los difuntos y no creer que la Divina Providencia hace buen uso de todo, para instruir a los hombres, consolarlos o asustarlos?”

“La muerte no nos cambia, somos en el Más Allá lo que hemos hecho en esta vida.” Los espíritus conservan durante mucho tiempo después de la muerte sus opiniones terrenas.

Frente a las afirmativas perentorias proferidas desde la cátedra, el hombre actual preferirá las demostraciones positivas, las experiencias siempre controlables de un Crookes, de un Myers, de un Lodge, de un Aksakof, de un Lombroso.

El Espiritismo hace, poco a poco, su brecha en la Ciencia. Los hechos, las pruebas y los testimonios se acumulan en su favor. Gran número de sabios célebres, principalmente en Inglaterra, se cuentan entre sus adeptos.

Se diría que el Catolicismo estaba empeñado en amezquindar a Dios y que ha logrado su propósito con los hombres que, en su mayoría, han llegado a perder de vista la majestad divina y el esplendor de sus leyes.

La Iglesia tenía por misión conservar en el hombre la noción clara y elevada de Dios y de la vida futura. Ahora bien, el materialismo y el ateísmo son los que reinan como dominadores en la sociedad moderna.

Socorriéndose siempre del espantajo del infierno y de las penas eternas, haciendo de Dios el verdugo de sus criaturas, atribuyendo a Satán un papel importante en el universo, ha llevado al hombre a la negación.

Solo el Espiritismo, facilitando el descubrimiento de los estados sutiles de la materia, enrarecida hasta lo infinito, ha hecho comprensible la existencia de las formas invisibles de la vida y la poderosa acción de las fuerzas ocultas.

Los teólogos del futuro, menos ciegos por las prevenciones encontrarán fácilmente, en el Espiritismo, las pruebas experimentales para combatir al materialismo y para amparar al espiritualismo frágil de las Iglesias.

Es lógico que un católico ignorante, rutinario y crédulo no aceptará estos datos, pero un cristiano instruido, despierto, predispuesto por su cultura intelectual y moral a las revelaciones del Más Allá, lejos de ver en el Espiritismo un enemigo de su creencia, en él encontrará el complemento racional y necesario para su fe, un nuevo medio de orientar su vida hacia rumbo más elevado.

Satán no es más que un mito, sin embargo, existen espíritus malos, que sabremos alejar mediante la oración. Conocemos la palabra del apóstol:
“No deis crédito a todos los espíritus, mirad primero si los espíritus son de Dios.”

Los desagradables encuentros que podemos tener en la frontera de los dos mundos no son los del demonio, sino los de los hombres viciosos desencarnados. Su estado de alma no es eterno y ellos se perfeccionarán, tarde o temprano.

Ocurre, incluso frecuentemente, en nuestras sesiones, que los espíritus atrasados y groseros son conducidos al bien por sus conversaciones con los espíritas. Bajo este punto de vista, nuestra acción sobre el Más Allá es eficaz y salutífera.
Si existen los malos espíritus, también hay los buenos.
Cuando, con un corazón sincero, suplicamos el socorro del Cielo, él no nos envía legiones infernales.

La intervención de los buenos espíritus es indudable si, como dice la Escritura, podemos juzgar el árbol por sus frutos.

¡Cuántos materialistas y ateos han sido reconducidos al pensamiento de Dios y de la vida futura!

¡Cuántos pobres seres desolados, desesperados por la pérdida de aquellos a quienes amaban, han gozado del consuelo y del confortamiento en su intercambio con los queridos muertos!

¡Cuántos desgraciados, doblegados bajo el peso de la vida, consumidos por los sufrimientos, por las enfermedades, por las decepciones, envueltos por la idea del suicidio, han encontrado en los consejos del Más Allá – con el coraje de vivir y la fuerza moral – una suavización de sus sufrimientos!

En las horas de crisis que atravesamos, es particularmente cruel procurar secar o envenenar, mediante insinuaciones maléficas, la fuente donde tantos afligidos han logrado un remedio para sus probaciones.

Jamás se sabe, con la doctrina católica, si nuestros muertos queridos están en el infierno, en el purgatorio o en otros lugares, si los reencontraremos algún día o bien si estaremos separados de ellos eternamente.

Solamente el Espiritismo puede darnos las pruebas tangibles de la supervivencia y de la presencia de nuestros muertos queridos, con la certidumbre de reunirnos, tras la muerte, en la vida infinita.

Nuestra Juana de Arco, cuya vida entera fue una epopeya espírita, un poema de mediúmnidad, fue condenada, como “hechicera, evocadora de demonios”, por un tribunal eclesiástico en el cual figuraban, no solo el vice-inquisidor y tres obispos, sino a veces incluso hasta un centenar de padres de todas las categorías.

La Iglesia no percibe que, condenando el Espiritismo, ella misma se condena, porque entonces elimina el milagro, es decir, el fenómeno espiritual que es su propia base.
Sus pretensiones de infalibilidad reposan únicamente en las palabras de Jesús a Pedro, citadas en el Evangelio de San Mateo:
“Tú eres Pedro; sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las  puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos y todo cuanto desatéis sobre la Tierra quedará también desatado en los Cielos.” XIII

La Iglesia afirma que esas palabras, pasando por Pedro, se dirigían a la larga sucesión de los papas del futuro.

Para empezar, ¿serán auténticas? Ciertos exegetas dudan de ello y de la secuencia de las modificaciones sufridas por las Escrituras en diferentes épocas.

 Notemos que esas palabras no se encuentran en los otros evangelios canónicos y que, cuando menos, no hablan de infalibilidad.

Se sabe que originariamente había cincuenta y cuatro Evangelios. Fue la Iglesia, ella sola, quien procedió a elegirlos y decidió que cuatro, los actualmente conocidos, eran de inspiración divina. De ello resulta que el Evangelio extrae su autoridad de la Iglesia y que ésta, a su vez, extrae la suya del Evangelio. Ahí está un círculo vicioso, es decir, el más pobre de  los razonamientos posibles.

No hay, realmente, cómo justificar la actitud autoritaria del clero sobre ciertas cuestiones, ni su tendencia a fulminar todo lo que le haga sombra y pueda perjudicar su dominación.

Los Evangelios están llenos de contradicciones y la Iglesia
Romana desaconseja su lectura a los fieles sin el concurso de un cura que los interprete.

Las Iglesias Reformadas, muy diferentes en el caso, recomiendan su estudio y libre examen, obteniendo así resultados morales superiores.

No se podría deducir de esas críticas que somos un enemigo de las religiones; por el contrario, pretendemos ser su amigo sincero y clarividente.

Reconocemos, sinceramente, que la religión es necesaria para el orden social. Ella puede y debe introducir en la vida individual y colectiva elementos de disciplina, desarrollar el papel salutífero del freno, amparando las almas en el declive del vicio y del crimen.

Para ejercer tal influencia moral, para producir todos sus efectos deseables, es preciso que ella esté en armonía con las necesidades intelectuales, con los conocimientos y las ideas de la época.

Como todas las religiones de la Tierra, las Iglesias Cristianas han recibido su parte de revelaciones divinas.

El pensamiento de Jesús ha visitado durante mucho tiempo sus santuarios, pero las religiones han cometido el error de creer que la comunión espiritual establecida por el Cristo, entre ellas el Mundo Invisible, tenía un carácter exclusivo y temporal, cuando esa comunión es permanente y universal.

Las voces del Espacio solo eran oídas por los santos o fieles privilegiados.
La amenaza de las hogueras y de los suplicios había impuesto silencio a la mayoría de los intérpretes del Más Allá, y el espíritu de la Iglesia Romana, en particular, ya no estaba fecundado por el influjo divino.

Poco a poco, su enseñanza se amezquindó, su concepción de la vida y del destino se achicó; la onda de descreencia, de materialismo y de ateísmo aumentó, creció y ahogó nuestro país.

Hoy, la Iglesia Católica se ha vuelto impotente cara a las doctrinas del negativismo porque sus participantes, ya hemos tenido ocasión de decirlo, exigen pruebas sensibles y demostraciones científicas y positivas.

Asociándose estrechamente a la política reaccionaria, a los partidos retrógrados, la Iglesia se ha vuelto impopular en Francia y ha perdido su prestigio y autoridad.

Sin duda durante el curso de la guerra, muchos de sus miembros cumplieron noblemente su deber, pero el Vaticano ha agravado su situación al tender ostensivamente hacia los imperios centrales, tan pronto como creyó en su victoria.

En medio de las probaciones terribles que nos asaltan, ante el creciente peligro, la voz de Dios se hace oír y las incontables legiones del Espacio han sido convocadas. Ellas han retomado el contacto terrestre, a fin de despertar en el hombre el sentimiento de la inmortalidad, con la noción de los deberes y de las responsabilidades que de ello resultan.

Si la Iglesia hubiese comprendido sus verdaderos deberes, hubiera corrido a acoger ese socorro del cielo y hubiera dado a los fenómenos el lugar que les era debido.

Hubiera presentido que allí hay una manifestación de la voluntad superior, a la cual sería pueril e inútil oponerse; hubiera obtenido en los hechos psíquicos los elementos para una   renovación, el medio de infundir en su cuerpo desgastado, disecado por los siglos, una sangre, un espíritu nuevo, y de desempeñar todavía un papel importante en la obra del progreso humano.

En cambio, si en su ceguera ella sigue guardando una actitud hostil, como la de calificar de satánico lo que es de orden divino; si ella persiste en rehusar la mano que se le tiende desde lo Alto, para salvarla, entonces ella misma se condenará a una muerte lenta, a la caída y a la ruina.

Se podrá aplicar a sus representantes, a sus defensores, las palabras de la Escritura:

“Tienen ojos pero no ven, tienen oídos pero no oyen.”

La enseñanza de la Iglesia, con su doctrina de una única existencia para cada alma, es impotente para explicar tales dramas. Es necesario buscar otra explicación.

Solamente la filosofía de las vidas sucesivas, la comprensión de la ley general del progreso, puede darnos la solución del problema y conciliar la bondad y justicia de Dios con las tragedias de la
Historia.

El espiritismo cree en la evolución y no en el retroceso. La reencarnación es afirmada en los Evangelios con una precisión que no deja lugar a cualquier duda:

“Él es el propio Elías que debía venir.” (Mateo, 11: 14-15), dijo el Cristo, respecto de Juan el Bautista.

Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Qué dicen los judíos del Hijo del Hombre?” y ellos le responden: “Unos dicen que es  Juan el Bautista; otros Elías y, otros más, Jeremías, o uno de los profetas.” (Mateo, 16:13-14 y Marcos, 8:27-28).

Los judíos, y con ellos los discípulos, creían entonces en la posibilidad del renacimiento del alma en otros cuerpos humanos.
Los Evangelios, normalmente ricos en metáforas, son de una nitidez notable sobre esta cuestión.

El Cristianismo primitivo estaba enteramente impregnado de esa doctrina de las vidas sucesivas, que fue también la de Platón y la de la Escuela de Alejandría.

Todas las corrientes del pensamiento oriental coincidían y transmitían, a la nueva religión, una vida joven y ardiente. Los más ilustres de entre los cristianos, bebían en esas fuentes los elementos de su ciencia y de su genio.

En cuanto a la moral, ésta solo puede beneficiarse con la doctrina de las vidas sucesivas.
La convicción de que el hombre es el constructor de sus propios destinos, de que todo cuanto le ocurre, bueno o malo, recae sobre él, en sombras o luces, estimula su andadura ascensional y lo obliga a velar, escrupulosamente, por sus actos.

Siendo cada una de nuestras existencias, buenas o malas, la consecuencia rigurosa de las que la han precedido y la preparación de las que le siguen, veremos en los males de la vida el correctivo necesario de nuestros errores pasados y evitaremos recaer en ellos.

Tal correctivo será mucho más eficaz que el temor a los suplicios infernales, en los cuales ya nadie cree, ni siquiera aquellos que hablan de ellos con una seguridad más fantástica que real.

Con el principio de las reencarnaciones, todo se aclara; todos los problemas se resuelven; el orden y la justicia aparecen en el Universo.

La vida toma un carácter más noble, más elevado; se convierte en una conquista gradual y, por nuestros esfuerzos y con el concurso de lo Alto, se adquiere un futuro siempre mejor.

El hombre siente aumentar su fe, su confianza en Dios y, de esa concepción ampliada, la vida social recibe profundas repercusiones. La reencarnación no es una sanción, porque deja al hombre libre.”

Dios no se desinteresa de nuestros males. Él vela por la humanidad sufriente como un padre médico por su hijo enfermo, dosificando sus medicamentos, de forma a conseguir de sus sufrimientos un estado de vida más saludable y mejor.

La Humanidad, ya lo hemos dicho, está compuesta, en su gran mayoría, por las mismas almas que retornan por varias vidas, prosiguiendo en su progreso, en su perfeccionamiento individual, contribuyendo al progreso general.

Renacen en el ambiente terrestre hasta que hayan conseguido las cualidades morales necesarias para subir más alto.

En su evolución, a través de los siglos, la Humanidad ha sufrido crisis que marcan las etapas de su evolución. Actualmente, ella está apenas saliendo de su capullo, de su ganga impura y grosera, para despertar rumbo a una vida superior. Nuestra civilización es toda superficial y oculta un fondo considerable de atraso.

Es necesario todavía el crisol del sufrimiento para que el orgullo feroz de unos, la apatía, la indiferencia y el sensualismo de otros se atenúen, se deshagan y desaparezcan. En una palabra, son necesarias duras lecciones para despertar a nuestro mundo material atrasado.

Para comprender lo que sucede en nuestro entorno es preciso por tanto reunir en un mismo concepto la ley de evolución y de las responsabilidades o de la consecuencia de los actos, que recaen, a través de los tiempos, sobre los que los han practicado.

La ignorancia de estas leyes, de los deberes y de las sanciones que ellas determinan, es la razón de los males y de los sufrimientos del momento actual. Si la Iglesia las hubiese enseñado, no veríamos, ciertamente, abrirse bajo nuestros pies un tal abismo de males.

Esos principios ella los ha conocido otrora y su doctrina extrajo de ellos un brillo y un provecho incomparables; no obstante, en los tiempos bárbaros, ha preferido los espantajos infantiles, inventados para impresionar a un mundo ignorante.

Ahora, frente a los grandes problemas que se levantan, ella permanece vacilante, confundida, impotente para atender a las lamentaciones y a las recriminaciones que se elevan por todas partes; para disipar las dudas que despiertan, en muchos espíritus, la injusticia aparente de la suerte y la crueldad del destino. Un claro rayo de sol brilla sobre las ruinas amontonadas y una nueva era comienza para la Humanidad.

Las ciencias psíquicas adquieren una extensión considerable y aportan elementos de renovación para todos los dominios del pensamiento y del arte. La propia religión deberá tener en cuenta las pruebas de la supervivencia.

Grandes cosas sucederán, dicen los Espíritus. Almas valerosas se reencarnarán entre nosotros para dar un vigoroso impulso al progreso general.
La conciencia humana se desprenderá de las estrechuras del materialismo y la filosofía se espiritualizará.

La incredulidad, que constituye el fondo del carácter francés, incluso en la mayor parte de los católicos, que solo actúan por la costumbre y por la rutina, se transformará, poco a poco, en una fe esclarecida, basada en la razón y en los hechos.

La vida social se transformará con la educación, y la moral ejercerá sus derechos.

No hay duda de que estaremos aún lejos de la perfección, pero, por lo menos, se habrá dado un paso considerable en la vía del progreso, acercándonos a la unidad de visión a través de una comprensión más alta y más clara de la idea de Dios y de las leyes universales de Justicia y Armonía.

La Tierra es el verdadero purgatorio, el infierno temporal.

El sufrimiento de las almas, en la vida del Espacio, solo puede ser moral. Éste resulta, dicen los espíritus, de la acción de la conciencia, que se revela imperiosa, hasta entre las almas más atrasadas. El espíritu sufre, principalmente, por el recuerdo de sus existencias pasadas.

En medio de tantas oscuridades acumuladas por la Iglesia, no es extraño que la pobre Humanidad haya perdido su rumbo, y vaya errante, sin brújula, a merced de las tempestades de la pasión, de la duda y de la desesperación.
Ojalá que el Espiritismo venga a aclarar, para todos, el camino de la vida. Con él ya no hay afirmaciones sin pruebas y, por consiguiente, sin efecto posible sobre los materialistas.

El Espiritismo reposa sobre un conjunto de hechos y de testimonios que, aumentando siempre, garantizan su lugar en la Ciencia y le preparan un espléndido futuro. Todos los recientes descubrimientos de la Física y de la Química han confirmado sus experiencias.

El Espiritismo no nos revela tan solo las leyes profundas de ese mundo invisible al que pertenecemos, él nos muestra, por todas partes, el orden y la justicia en el Universo; establece las responsabilidades de la conciencia humana y la certidumbre de las divinas sanciones, cosas que exasperan a los ateos y perturban la calma de los gozadores.

El Espiritismo es, al mismo tiempo, una ciencia y una fe, es la religión que une al hombre con Dios, en Espíritu y Verdad.

Pese a sus manchas  y sus sombras, es grande y bella la historia de la Iglesia, con su larga serie de santos, de doctores y de mártires.

Ella fue, en los tiempos bárbaros, el asilo del pensamiento y de las artes y, durante siglos, la educadora del mundo. Todavía hoy, sus instituciones beneméritas cubren la Tierra.

Sus instituciones beneméritas cubren la Tierra. En cambio, la obra de la iglesia hubiera sido incomparablemente más bella, más eficiente, si hubiese enseñado siempre la Verdad en su plenitud, si hubiese hecho la luz completa sobre el destino humano, si hubiese mostrado a todos el objetivo noble y elevado, aunque lejano, de nuestras existencias.

Se concluye que ha secado, para ellas, la fuente de donde manan abundantemente las fuerzas, los socorros y las inspiraciones de lo Alto. El influjo divino ya no viene a fecundar el espíritu del Catolicismo; la incredulidad y el ateísmo lo han sumergido todo.

Trabajo de Merchita extraído del Libro de León Denis EL ESPIRITISMO Y EL CLERO CATÓLICO

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   LA RESPONSABILIDAD DE SER PADRES                           

  Los vínculos sociales son necesarios al progreso y los lazos de familia estrechan esos vínculos sociales. He aquí por qué los lazos familiares constituyen una ley de la Naturaleza. Dios ha querido que los hombres aprendieran así a amarse como hermanos”. (Libro de los Espíritus, pregunta 774). 

La familia constituye la base fundamental desde donde se empieza a construir la sociedad. Sin esos “vínculos sociales” de los que nos habla el párrafo anterior no existiría el progreso, sería un retroceso a una época de caos y barbarie. Los lazos familiares estrechan esos vínculos, y es el delicado y sensible laboratorio donde el ser humano en su largo proceso antropo-socio-psicológico aprende a amar a sus semejantes. No obstante, en este siglo XXI los desafíos se multiplican y el creciente materialismo que nos rodea no favorece en modo alguno que la familia crezca y se desarrolle. Elementos ideológicos interesados, también las cuestiones económicas, laborales y de bienestar, así como una relajación de las costumbres anteponiendo los placeres sensoriales por encima de las responsabilidades que contribuyen al crecimiento personal y colectivo, nos han llevado a valorar a la familia como un elemento secundario y nada prioritario. Del mismo modo, la falta de ideales y la carencia de un objetivo superior, primando el individualismo sobre los valores imperecederos del espíritu, llevan a muchas personas a huir de las responsabilidades que le “atan” y obligan a hacer un esfuerzo para la formación de una nueva familia, con todo lo que ello supone: Un proyecto fundamentado en el amor de pareja, en el que ambos han de estar dispuestos a sacrificarse el uno por el otro para que ese amor pueda dar sus frutos. meditaciones.

 La consecuencia natural de ese proyecto en común, en condiciones normales, sería el ser padres. Algo que les obliga a modificar sus costumbres y prioridades, teniendo que adaptar su vida a las nuevas circunstancias; un precio que muchas parejas no están dispuestas a pagar, posponiéndolo por tiempo indefinido, o renunciando directamente a ello. 

Una observación a tener en cuenta: Cuando los objetivos en la vida se centran en el amor, con todo lo que conlleva: comprensión, respeto, tolerancia y diálogo, la visión de los vínculos sociales, especialmente los de la familia, cambian totalmente.

 Precisamente la Mentora Joanna inicia sus reflexiones del tema propuesto en esta ocasión hablando de la importancia de la familia, especialmente de ser padres… (*)-Ser padre o madre es una gran responsabilidad. Sin ninguna duda, traer hijos al mundo es una gran responsabilidad. Son seres absolutamente indefensos que dependen, sobre todo en las primeras etapas, física y psíquicamente de las atenciones y los cuidados de los padres. El clima espiritual positivo y equilibrado que ellos sean capaces de crear y mantener en el hogar es fundamental para que el ser, con su nuevo cuerpecito, se pueda desenvolver sano y alegre. -Cada criatura trae el destino que organizó para sí misma en reencarnaciones pasadas. No obstante, ella nunca dejará de asimilar los ejemplos vividos en el hogar por los padres. Las existencias pasadas son el punto de partida desde donde se organizan los derroteros por donde deberá transcurrir la nueva existencia. El espíritu ya medianamente esclarecido planifica junto a las entidades benefactoras la ruta más conveniente para resarcirse de sus errores y continuar en su ascensión espiritual. En dicha planificación, la familia que le va a acoger no es elegida al azar, suelen ser espíritus que comparten vínculos de diferente naturaleza generados en otras vidas. 

 Poco importa la imagen que los padres proyecten hacia el exterior o los comentarios u opiniones que puedan manifestar. Los hijos, grandes observadores, leen en sus corazones y en sus comportamientos con absoluta claridad. No se les puede engañar, se quedan con el ejemplo que reciben antes que con las palabras; es en definitiva la realidad última que observan y copian. Es por ello que los padres deben predicar con el ejemplo aquellos valores que les quieren inculcar a los hijos. No es tarea fácil, porque todo ser humano posee carencias y defectos; no obstante, se necesita coherencia y honestidad para ofrecer la mejor educación en el hogar que les pueda servir para el resto de su vida, puesto que estamos hablando de una primera etapa muy sensible que les va a marcar para toda su existencia. -La primera escuela es, pues, el hogar, y este, a su vez, es el resultado de la conducta de los esposos que se deben esforzar para hacerlo agradable, honrado y rico de paz. La conducta de los padres establece, de ese modo, el primer programa educativo que los hijos van a percibir y adoptar en sus vidas. 

Por lo tanto, el esfuerzo ha de ser permanente, trabajando y puliendo el carácter para que los problemas y situaciones difíciles que ellos puedan enfrentar no afecten a los niños en su permanente necesidad de un clima estable, alegre y pacífico, en el hogar. Se trata de algo que no se puede delegar o transferir a otros. Por otro lado, la educación en la escuela también es importante pero diferente, llena otro tipo de espacios en la preparación del niño o adolescente. No obstante, y como vamos viendo, la que nace en el hogar es la más delicada y determinante. 

Pretender que se transfiera esa responsabilidad únicamente al colegio, o peor aún, permitir que sean las amistades de la calle las que formen al joven sin la debida vigilancia, sería jugarse el futuro de los hijos a una lotería, un azar que casi nunca sale bien y puede dejar secuelas lamentables. 

Nada ni nadie puede sustituir el amor y las atenciones de unos padres hacia sus hijos. 

-Bendice a tu hijo con tus palabras y conducta, haciéndote su amigo en todas las situaciones. Ese clima positivo se construye desde el diálogo constructivo, secundado por una conducta coherente y honesta, puesto que los progenitores también se equivocan, deben reconocer sus errores y pedir perdón cuando la ocasión lo requiera. Así será como se podrá construir una verdadera amistad entre padres e hijos, una comprensión mutua, una lealtad capaz de superar todos los obstáculos y pruebas de la vida. 

Para un hijo, el saber que siempre tiene alguien ahí para ayudarle incondicionalmente, manifestando su verdadero amor, fruto del desinterés, y de los estrechos vínculos creados desde la intimidad del hogar hasta el final de sus días, supone un refuerzo moral incuestionable que aumenta la autoestima y le aporta fortaleza y seguridad para seguir avanzando sin temor en la vida. -Los hijos, como todos nosotros, somos de Dios, y presentarás cuenta del préstamo que te fue concedido para educar. 

 Parafraseando al escritor libanés Khalil Gibran, los hijos vienen a través de los padres pero no les pertenecen. Todas las criaturas que existen, sin excepción, pertenecen a Dios Padre Todopoderoso. No se puede pretender que sean una prolongación de los padres, porque ellos tendrán que descubrir sus inquietudes y escuchar su voz interior, para que esta les marque el camino que les debe llevar a su destino final. Hay que apoyarlos, ayudarlos y dejarlos crecer para que tomen sus propias decisiones vitales, su rumbo. Sin duda, un préstamo delicado y sensible, de cuyos resultados habrá que dar cuentas en el futuro, cuando la vida física se extinga. 

José Manuel Meseguer - Amor, Paz y Caridad. 

(*)El texto en negrita pertenece a la obra VIDA FELIZ, Ítem: 69, de Joanna de Ângelis, psicografiado por Divaldo Pereira Franco.

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EL EJEMPLO ES EL MÁS PODEROSO AGENTE DE PROPAGACIÓN

   "Vengo esta noche, mis amigos, a hablaros por algunos minutos. En la última sesión no respondí, estaba ocupado en otra parte. Nuestros trabajos como espíritus, son mucho más extensos de lo que podéis suponer y los instrumentos para transmitir nuestros pensamientos no siempre están disponibles. Aún tengo algunos consejos para daros, de la marcha que debéis seguir ante el público, con la intención de hacer progresar la obra a la que consagré mi vida corporal, y cuyo perfeccionamiento acompaño desde la erraticidad.

    Lo que os aconsejo antes que nada, y sobre todo, es la tolerancia, la simpatía, el afecto de los unos para con los otros, y también con los incrédulos.

   Cuando veis un ciego en la calle, vuestro primer sentimiento es la compasión. Que sea así también con vuestros hermanos cuyos ojos están cerrados y velados por las tinieblas de la ignorancia o de la incredulidad. Conmiseraos en vez de censurarlos. Por vuestra dulzura, mostrad vuestra resignación para soportar los males de la vida, vuestra humildad en medio de las satisfacciones, ventajas y alegrías que Dios os envía; mostrad que hay en vosotros un principio superior, un Alma obediente a la Ley, una verdad también superior: el Espiritismo.

    Los periódicos, los libros y las publicaciones de toda especie, son medios poderosos para introducir la luz por todas partes, pero lo más seguro, lo más íntimo y lo más accesible, es el ejemplo de la caridad, la dulzura y el amor.

     Espíritas, sois hermanos, en la más santa acepción del término. Pidiendo que os améis unos a otros, me limito a recordar la divina palabra de aquel que hace mil ochocientos años, trajo a la Tierra el germen de la igualdad. Seguid su ley, pues ella es la vuestra. Solo hice tornar más palpables algunas de sus enseñanzas. Oscuro operario de aquél maestro, de aquél Espíritu Superior emanado de la Fuente de Luz, reflejé la luz como el gusano resplandeciente refleja la claridad de una estrella. Pero la estrella brilla en los cielos y el gusano resplandeciente brilla en la tierra, en las tinieblas; tal es la diferencia.

     Continuad las tradiciones que os dejé al partir .

   Que el más perfecto acuerdo, la mayor simpatía, la más sincera abnegación reinen en el seno de la Comisión. Espero que ella sepa cumplir con honor, fidelidad y conciencia, el mandato que le he confiado.

   ¡ Ah ! ¡ Cuando todos los hombres comprendan el contenido de las palabras Amor y Caridad, en la Tierra no habrá más soldados ni enemigos; solo habrá hermanos; no habrá más miradas turbias o irritadas, pues solo habrán frentes inclinadas hacia Dios !.

    Hasta luego queridos amigos, y muchas gracias, en nombre de aquél que no olvida el vaso de agua y el óbolo de la viuda.

- Allan Kardec-

(Mensaje recibido en la Sociedad Espirita de París el 30 de abril de 1869)

                                           

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