domingo, 20 de diciembre de 2009

Sobre la envidia



La Envidia

San Luís nos había prometido, en una de las sesiones de la Sociedad, una disertación sobre la envidia. M. D., que empezaba la mediumnidad, y que todavía dudaba algo, no de la doctrina, porque es uno de los más fervientes adeptos que la comprende en su esencia, es decir, bajo el punto de vista moral; pero si de la facultad que en él se revelaba; evocó a San Luís en su nombre particular y le dirigió la siguiente pregunta:


- ¿Tendríais a bien disipar mis dudas y misa inquietudes, sobre mi potencia medianímica, escribiendo por mi intermedio la disertación que habíais prometido a la Sociedad para el 1º de junio?


- Sí, lo haré para tranquilizarte.


Entonces le fue dictado el siguiente fragmento. Haremos notar que M. D. se dirigía a San Luís con un corazón puro y sincero, sin segunda intención, condición indispensable para toda buena comunicación. No hacía con esto una prueba, pues sólo dudaba de sí mismo y Dios le permitió que quedara satisfecho para proporcionarle los medios de hacerse útil. M. D. es uno de los médiums más completos, no sólo por su gran facilidad de ejecución, si no que también por su aptitud para servir de intérprete de todos los Espíritus; aún a aquellos de orden más elevado que se expresan fácilmente y de buen grado por su intermedio. Lo que sobre todo debe buscarse en un médium son las buenas cualidades, que siempre puede adquirir con la paciencia, la voluntad y el ejercicio. M. D. no ha necesitado mucha paciencia, pues había en él la voluntad y el fervor, unidas a una aptitud natural. Han bastado algunos días para llevar su facultad al más alto grado.


He aquí la comunicación que se le ha dado sobre la envidia.

“¿Veis aquel hombre? Su espíritu inquieto y su desgracia a llegado a su colmo; envidia el oro, el lujo y la dicha aparente o ficticia de sus semejantes; despedazado su corazón y secretamente consumida su alma por esta incesante lucha del orgullo y de la vanidad no satisfecha, lleva consigo en todos los instantes de su miserable existencia, una serpiente que en su corazón abriga, la que sin cesar le sugiere los más fatales pensamientos:

“¿Tendré yo ese deleite, esa felicidad? Sin embargo esto me es debido como aquello; soy hombre como ellos; ¿Por qué sería uno de los desheredados?” Lucha contra su impotencia siendo presa del horroroso suplicio de la envidia.


“Dichoso aún si estas fatales ideas no le conducen por la pendiente del abismo. Una vez entrado en este camino, se pregunta si no debe obtener por la violencia lo que creé le es debido, de lo contrario irá a exponer a la vista de todos, el horroroso mal que le devora. Si este desgraciado hubiera echado sólo una mirada más debajo de su posición, hubiera visto el número de los que sufren sin quejarse, bendiciendo al mismo tiempo al Creador, porque la desgracia es un beneficio que Dios envía para hacer adelantar a la infeliz criatura hacia su eterno trono.


Concretad vuestra dicha y vuestro verdadero tesoro a las obras de caridad y sumisión, únicas que deben franquear la entrada en el seno de Dios: estas buenas obras harán vuestro gozo y vuestra felicidad eterna; la envidia es una de las más ruines y más tristes miserias de vuestro globo; la caridad y su constante emisión de la fe, harán desaparecer todos estos males que se irán uno tras otro, a medida que los hombres de buena voluntad, que vendrán después que vosotros, se multipliquen.”
San LUIS
Paris, Junio de 1858

Comunicación publicada en España en la REVISTA ESPÍRITA DE ESTUDIOS PSICOLÓGICOS en su número de febrero de 1870

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