lunes, 9 de julio de 2018

Concepto de las penas futuras, según la Doctrina Espírita

Para hoy :

- Búsqueda de la felicidad
- Amar a un ser humano
- Ley de evolución y progreso
-Concepto de las penas futuras, según la Doctrina Espírita



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    BÚSQUEDA DE LA FELICIDAD



                                                       
¿Usted se preocupó alguna vez por la felicidad?
¿Ya realizó esfuerzos para conquistarla?
¿Quién de nosotros  no desea ser feliz? Salvo los casos patológicos, las personas están siempre  en busca de la felicidad,  aunque no se den cuenta de eso.
¿Más, al final, que es la felicidad?
La felicidad varía de persona a persona, y en cada momento de nuestra vida, ella puede asumir aspectos diferentes.
Cuando estamos enfermos, la recuperación de la salud seria nuestra felicidad. Y por ella realizamos todos los esfuerzos para conquistarla.
Si estamos sin trabajo, un empleo  constituiría  nuestra felicidad por algún tiempo.
Si somos solteros y deseamos unirnos a alguien, nuestra felicidad seria encontrar a la persona adecuada, para compartir nuestro afecto.
No obstante, los que padecen hambre y frio, encontrarían la felicidad  en un abrigo y en la alimentación  que reanima.
En cuanto al goleador, la explosión de la felicidad es cuando el balón toca el fondo de la red del equipo contrario.
En fin. La felicidad tiene tantas caras como  deseos tiene cada criatura, variando de acuerdo con las circunstancias.
Cierta vez, leímos una historia que nos llevó a reflexionar en lo que consiste la verdadera felicidad.
 Fue narrada por una moza que se sentía momentáneamente infeliz y, andando por la calle vio a un hombre empujando una carroza.
Al observar la escena, pensó: ¡Pobre hombre! Haciendo el trabajo de un animal irracional
 ¡ Eso es lo que debe ser la infelicidad!
Pensando en oír de sus labios lamentos y quejas, se aproximó a él y preguntó:
Usted está muy triste, ¿verdad? Después de hacer un trabajo de esos…
Ella confiesa que el hombre le hizo cambiar el paisaje intimo, al responder entusiasmado:
¡No señora! Soy una persona muy feliz. Tengo la suerte de que no necesito de un animal  para empujar mi carroza.
Tengo fuerza, consigo mi sustento paseando por la ciudad y aun gano saludos de personas bonitas como la señora.
No soy más feliz, solo porque no veo a todas las personas del mundo sonriendo…
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Como podemos percibir, la felicidad consiste  en cada uno contentarse  con lo que tiene  y hacer de su felicidad la alegría de los otros.
Cuando Jesús afirmó que la felicidad  no es de este mundo, se refirió a la felicidad sin mezcla, a la felicidad plena.
Todavía, podemos vivir con alegría, valorando las cosas que tenemos y las conquistas morales que ya logramos, sin sentirnos tristes por lo que no poseemos y no está a nuestro alcance.
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Muchos de nosotros buscamos la felicidad distante de donde ella se encuentra.
A cada momento Dios nos ofrece mil motivos  para nosotros alegrarnos.
La oportunidad de vivir, de tener una familia, amigos, trabajo…
La naturaleza, el sol, la lluvia, la noche para el reposo, las oportunidades de aprendizaje de cada minuto que pasa por nosotros.
Hasta incluso los obstáculos del camino son motivos de alegría, por enseñarnos a superarlos, preparándonos para la conquista de la felicidad perenne, que a todos nos aguarda.
 Redacción de Momento Espirita   
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AMAR A UN SER HUMANO


  Amar a un ser humano es aceptar la oportunidad de conocerlo verdaderamente y disfrutar de la aventura de explorar y descubrir lo que guarda más allá de sus máscaras y sus defensas; contemplar con ternura sus más profundos sentimientos, sus temores, sus carencias, sus esperanzas y alegrías, su dolor y sus anhelos; es comprender que detrás de su careta y su coraza, se encuentra un corazón sensible y solitario, 
hambriento de una mano amiga, sediento de una sonrisa sincera en la que pueda sentirse en casa; es reconocer, con respetuosa compasión, que la desarmonía y el caos en los que a veces vive son el producto de su ignorancia y su inconsciencia, y darte cuenta de que si genera desdichas es porque aún no ha aprendido a sembrar alegrías, y en ocasiones se siente tan vacío y carente de sentido, que no puede confiar ni en si mismo; es descubrir y honrar, por encima de cualquier apariencia, su verdadera identidad, y apreciar honestamente su infinita grandeza como una expresión única e irrepetible de la Vida.
  Amar a un ser humano es brindarle la oportunidad de ser escuchado con profunda atención, interés y respeto; aceptar su experiencia sin pretender modificarla sino comprenderla; ofrecerle un espacio en el que pueda descubrirse sin miedo a ser calificado, en el que sienta la confianza de abrirse sin ser forzado a revelar aquello que considera privado; es reconocer y mostrar que tiene el derecho inalienable de elegir su propio camino, aunque éste no coincida con el tuyo; es permitirle descubrir su verdad interior por si mismo, a su manera: apreciarlo sin condiciones, sin juzgarlo ni reprobarlo, sin pedirle que se amolde a tus ideales, sin exigirle que actúe de acuerdo con tus expectativas; es valorarlo por ser quien es, no por como tu desearías que fuera; es confiar en su capacidad de aprender de sus errores y de levantarse de sus caídas más fuerte y más maduro, y comunicarle tu fe y confianza en su poder como ser humano.
  Amar a un ser humano es atreverte a mostrarte indefenso, sin poses ni caretas, revelando tu verdad desnuda, honesta y transparente; es descubrir frente al otro tus propios sentimientos, tus áreas vulnerables; permitirle que conozca al ser que verdaderamente eres, sin adoptar actitudes prefabricadas para causar una impresión favorable; es exponer tus deseos y necesidades, sin esperar que se haga responsable de saciarlas; es expresar tus ideas sin pretender convencerlo de que son correctas; es disfrutar del privilegio de ser tu mismo frente al otro, sin pedirle reconocimiento alguno, y en esta forma, irte encontrando a ti mismo en facetas siempre nuevas y distintas; es ser veraz, y sin miedo ni vergüenza, decirle con la mirada cristalina, “este soy, en este momento de mi vida, y esto que soy con gusto y libremente, contigo lo comparto…si tú quieres recibirlo”.
  Amar a un ser humano es disfrutar de la fortuna de poder comprometerte voluntariamente y responder en forma activa a su necesidad de desarrollo personal; es creer en él cuando de si mismo duda, contagiarle tu vitalidad y tu entusiasmo cuando está por darse por vencido, apoyarlo cuando flaquea, animarlo cuando titubea, tomarlo de las manos con firmeza cuando se siente débil, confiar en él cuando algo lo agobia y acariciarlo con dulzura cuando algo lo entristece, sin dejarte arrastrar por su
desdicha; es compartir en el presente por el simple gusto de estar juntos, sin ataduras ni obligaciones impuestas, por la espontánea decisión de responderle libremente.
  Amar a un ser humano es ser suficientemente humilde como para recibir su ternura y su cariño sin representar el papel del que nada necesita; es aceptar con gusto lo que te brinda sin exigir que te dé lo que no puede o no desea; es agradecerle a la Vida el prodigio de su existencia y sentir en su presencia una auténtica bendición en tu sendero; es disfrutar de la experiencia sabiendo que cada día es una aventura incierta y el mañana, una incógnita perenne; es vivir cada instante como si fuese el último que puedes compartir con el otro, de tal manera que cada reencuentro sea tan intenso y tan profundo como si fuese la primera vez que lo tomas de la mano, haciendo que lo cotidiano sea siempre una creación distinta y milagrosa.
  Amar a un ser humano es atreverte a expresar el cariño espontáneamente a través de tu mirada, de tus gestos y sonrisas; de la caricia firme y delicada, de tu abrazo vigoroso, de tus besos, con palabras francas y sencillas; es hacerle saber y sentir cuanto lo valoras por ser quien es, cuánto aprecias sus riquezas interiores, aún aquellas que él mismo desconoce; es ver su potencial latente y colaborar para que florezca la semilla que se encuentra dormida en su interior; es hacerle sentir que su desarrollo personal te importa honestamente, que cuenta contigo; es permitirle descubrir sus capacidades creativas y alentar su posibilidad de dar todo el fruto que podría; es develar ante sus ojos el tesoro que lleva dentro y cooperar de mutuo acuerdo para hacer de esta vida una experiencia más rica y más llena de sentido.
  Amar a un ser humano es también atreverte a establecer tus propios limites y mantenerlos firmemente; es respetarte a ti mismo y no permitir que el otro transgreda aquello que consideras tus derechos personales; es tener tanta confianza en ti mismo y en el otro, que sin temor a que la relación se perjudique, te sientas en libertad de expresar tu enojo sin ofender al ser querido, y puedas manifestar lo que te molesta e incomoda sin intentar herirlo o lastimarlo. Es reconocer y respetar sus limitaciones y verlo con aprecio sin idealizarlo; es compartir y disfrutar de los acuerdos y aceptar los desacuerdos, y si llegase un día en el que evidentemente los caminos divergieran sin remedio, amar es ser capaz de despedirte en paz y en armonía, de tal manera que ambos se recuerden con gratitud por los tesoros compartidos.
  Amar a un ser humano es ir más allá de su individualidad como persona; es percibirlo y valorarlo como una muestra de la humanidad entera, como una expresión del Hombre, como una manifestación palpable de esa esencia trascendente e intangible llamada “ser humano”, de la cual tu formas parte; es reconocer, a través de él, el milagro indescriptible de la naturaleza humana, que es tu propia naturaleza, con toda su grandeza y sus limitaciones; apreciar tanto las facetas luminosas y radiantes de la humanidad, como sus lados obscuros y sombríos; amar a un ser humano, en realidad, es amar al ser humano en su totalidad; es amar la auténtica naturaleza humana, tal como es, y por tanto, amar a un ser humano es amarte a ti mismo y sentirte orgulloso de ser una nota en la sinfonía de este mundo.
 Andrea Weitzner – Argentina

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                Ley de evolución y progreso.
 

Evolución de las formas en sus aspectos primarios. 
Manifestación de la Ley de Evolución en sus aspectos humano y espirituales. 

Continuando con la divulgación de las grandes leyes Universales, presentamos ahora una breve exposición sobre la evolución como Ley de Vida, en sus diferentes aspectos: como energía impulsadora del desarrollo del psiquismo en las formas inferiores y en su aspecto humano y espirituales. 
Evolución de las formas en los diferentes reinos de la naturaleza. 
En el Universo todo lo creado está en constante vibración y todo tiende hacia un estado de perfeccionamiento cada vez más avanzado. 
Todas y cada una de las diversas manifestaciones que apreciamos en nuestro mundo, están en un constante movimiento y acción, hacia una transformación de sí mismas, respondiendo inconsciente y pasivamente a esa fuerza emanada de la Energía Cósmica, que impele al psiquismo animador de las formas hacia una constante transformación y progreso. 
En toda manifestación de vida hay una esencia espiritual que plasma y estructura lo material, y a su vez sirve para el progreso y evolución de lo espiritual. O sea, las formas materiales son siempre sólo un medio para que el espíritu progrese y evolucione. 
Esa 
esencia espiritual es la Ley General de Evolución, que nos presiona desde dentro de nuestro espíritu y se manifiesta en las personas en un deseo innato de búsqueda, en esa curiosidad de conocer el porqué y para qué de las cosas, en una búsqueda incesante de ventura y felicidad en cualquier lugar y circunstancia donde nos hallemos. 
En las personas poco evolucionadas ese deseo de felicidad sólo lo buscan en las cosas materiales, puesto que poco o nada conocen del espíritu; pero poco a poco se van dando cuenta que la felicidad que dan las cosas materiales es sólo momentánea, pues detrás de los goces terrenales siempre se encuentran el sufrimiento y la desilusión. 
Luego, conforme las personas a través del trabajo y del sufrimiento vamos creciendo espiritualmente, nos vamos dando cuenta que la verdadera felicidad está dentro de nosotros mismos, y nos vamos despegando de las cosas materiales, para ir cada vez más al encuentro de ese estado de tranquilidad interno, que es la verdadera felicidad: “La paz del Espíritu”. 
El Espíritu o “chispa” divina que todos llevamos dentro, en un principio se haya unido a Dios, como parte integrante de su Mente Divina. Nuestro espíritu es Luz, es energía magnética purísima y en un determinado momento, es individualizado o separado de Dios, teniendo que descender hasta los mundos físicos o materiales, para crearse una conciencia individual y volverse conscientes de ser y existir. 
Al igual que la semilla lleva dentro de sí en germen o en estado latente la configuración de árbol o de la planta que tiene que salir de ella, así también nuestro espíritu Divino, como energía purísima emanada directamente de la Divinidad, lleva latente en sí mismo sus atributos, que son: Amor, Sabiduría, Voluntad, Justicia y Poder Creador. 

Sebastiam de Arauco.

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Concepto de las penas futuras según la                     Doctrina Espírita
La doctrina espiritista, en lo que concierne a las penas futuras, no se funda en una teoría preconcebida. Como en sus otras partes, no es un sistema sustituido a otro sistema, sino que todos los hechos se apoyan en observaciones, y esto es lo que constituye su autoridad. Ninguno ha imaginado que las almas, después de su muerte, vengan a encontrarse en tal o cual situación. Los mismos seres que han dejado la Tierra son los que vienen hoy a iniciarnos en los misterios de la 
vida futura, a describir su posición, feliz o desgraciada, sus impresiones y su transformación después de la muerte del cuerpo. En una palabra, a contemplar sobre este punto la enseñanza de Cristo. 
   No se trata aquí de la relación de un solo espíritu, que podría ver los acontecimientos desde 
su punto de vista, bajo un solo aspecto, o estar todavía dominado por las preocupaciones terrestres, ni de una revelación hecha a un solo individuo que podría dejarse engañar por las apariencias, ni de una visión extática, que se presta a las ilusiones y muchas veces no es más que resultado de una 
imaginación exaltada,1 sino de innumerables ejemplos suministrados por toda categoría de espíritus, desde lo más alto hasta lo más bajo de la escala, con ayuda de innumerables intermediarios diseminados sobre todos los puntos del globo, de tal modo que la revelación no es privilegio de nadie, sino que cada uno está en disposición de ver y de observar, y nadie está obligado a creer en la palabra de otro. 
*CAPÍTULO VII*  de El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo 
Allan Kardec

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