jueves, 4 de marzo de 2010

LA JUVENTUD Y EL VIEJO CONCEPTO DE LA FELICIDAD




Comencemos el asunto, trazando algunas situaciones que provocan un análisis maduro sobre el concepto de la felicidad. En la obra del El Cielo y el Infierno, de Allan Kardec, encontramos, en el capítulo III, un comentario bastante oportuno. Veámoslo: “si se encuentran en un concierto dos hombres, uno, buen músico, de oído educado, y otro, desconocedor de la música, de sentido auditivo poco delicado, el primero experimentará sensación de felicidad, mientras que el segundo permanecerá insensible, porque uno comprende y percibe lo que ninguna impresión produce en el otro”. La felicidad es una sensación, un estado del espíritu.


Lin Yutang cuenta que un viejo vivía con su único hijo, en un fuerte abandonado. Cierto día perdió su caballo, que le era una ayuda preciosa. Los vecinos, condolidos, fueron a expresarle el pesar por el infortunio. -¿Cómo sabéis que es mala suerte”? Optemperó en anciano, a los visitantes.

Aconteció que, pocos días después, el caballo desaparecido regreso y trajo, en su compañía, una verdadera caballada. Los vecinos vinieron a felicitarlo por haber, sorprendentemente, ganado tantos caballos, cuando expuso perder, únicamente, el suyo. ¿“Como sabéis que es buena suerte”? Respondió, nuevamente, el viejo, tornándose frió a las efusivas felicitaciones.

Pues bien, su hijo, excitado delante de tantos caballos, deseo experimentar en todos, con ansiedad, e hizo tantas artes que cayó y se rompió una pierna. Aparecieron, nuevamente, los vecinos, presentándole los sentimientos, por tan desagradable acontecimiento. ¿”Como, aun, sabeis que se trata de mala suerte”? Vociferó el viejo.

Es que, pocos días después, estallo la guerra. Como su hijo estaba con la pierna rota, no fue convocado, dejando de padecer en los frentes de batalla y de morir, entupidamente.

La actitud del viejo, en la historia de Yutang, destaca la necesidad de las referencias esenciales para valorizar el concepto de relativa felicidad. En el natural inmediatismo de la inmadurez, el joven se sumerge completamente en la búsqueda de las felices conquistas que venga a despertarle el placer, casi siempre ligado a la libido, embreándose en los golpes de las amarguras morales, que demandan largo tiempo para cicatrizar.

¿Que relación podemos presentar al joven sobre los elementos de la ley de causa y efecto por los actos impensados y descomedidos? El proceso científico y tecnológico, en el que pese a las maravillas que proporciona al hombre contemporáneo, genera a los más complejos medios de divulgación que, asociándose a la ausencia de una moral sólida, generaran un vasto mecanismo de publicidad en torno a las flaquezas juveniles, principalmente a las ligadas al sexo. Observemos que la invasión de los filmes pornográficos, novelas inmorales, propagandas livianas, revistas especializadas y músicas eróticas están puliendo la estructura mental del joven incauto. En ese contexto, la juventud que busca la felicidad, sin padrones definidos por el comportamiento sano, se proyecta en una perspectiva cada vez más próxima al arrasamiento de los valores éticos de la sociedad.

Según el concepto espirita, se puede afirmar que la felicidad es una utopía, a cuya conquista las generaciones se lanzan, sucesivamente, sin jamás lograr alcanzarla. Si el hombre enjuiciado es una rareza en este Mundo, el hombre absolutamente feliz jamás fue encontrado (El Evangelio Según el Espiritismo, Cáp. V, ítem 20). Cristo también estableció que “la felicidad no es de este mundo”, y el hombre debe vivir en el mundo sin pertenecer a el.

Cuando al joven, le urge superar sus instintos, sublimándolos con las conquistas de la razón, hasta, porque, necesariamente, no es “feliz” el hombre en el poseer o dejar de poseer, más por la forma como posee o como encara la falta de `poseer, en consonancia ilustra Jonna de Angelis.

La vida no paso en vano en los caminos de la joven Florence Nightingale, la famosa “Dama de Lampada”, que, renunciando a la posesión material (era rica), apartándose de la convivencia del fausto de la sociedad inglesa, deliberó abrazar, voluntariamente, la ardua tarea de cuidar de las victimas de la Guerra de crimen, en el Siglo XIX. Tuvo la oportunidad de encontrar la felicidad espiritual, por cuidar de los heridos de la guerra, salvando innumerables vidas, en nombre del amor, dejando plantada en la Tierra la portentosa simiente, que fue regada por Henri Dunant “Padre de la Cruz Roja Internacional”.

En un mundo en el que se llega a gastar ochocientos billones de dólares, por año, en la compra de armamentos, en el llamado periodo de “paz”, lo que equivale a un gasto de un millón y cuatrocientos mil dólares, por minuto, en ese mismo minuto, treinta criaturas mueren de hambre. Más de treinta millones de personas mueren de hambre, por año, según el presidente de la Confederación Internacional de Crédito Agrícola, al tiempo en que un millonario compra, en una plaza publica, tacos de golfe, por casi un millón de dólares. En Brasil, donde aproximadamente, treinta millones de personas sufren de trastornos mentales, como neurosis, índices bastantes acentuados de personas con epilepsia, psicosis varias, esquizofrenia, más allá de esos seis millones de alcoolatras, es fácil entender por que “la felicidad es un sentimiento que la gente siente, cuando siente que va a sentir un sentimiento, que jamás sintió” (¿?….)

La mentora de Divaldo enseña que la felicidad es un intermedio, basada en la elaboración de las fuentes vitales de la paz de todos, a comenzar hoy y nunca terminar, hasta porque, la alegría de hacer a alguien feliz es la felicidad en forma de alegría.


Jorge Hessen

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