viernes, 5 de febrero de 2010
Eficacia de la oración
“Todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis y os vendrá”
(Marcos, cap. XI, v-24).
Jesús hizo tal afirmación y como en todas sus afirmaciones siempre señaló una gran verdad, aunque como todas, mas o menos velada al entendimiento e interpretación de los hombres que, aunque llevados por la fe religiosa en Jesús, no siempre lo han sabido comprender e interpretar en los aspectos velados y transcendentes que tantas veces se ocultan detrás de sus sencillas frases evangélicas.
Al pedir orando, la persona está poniendo en marcha el mecanismo de su fe y devoción, de modo que el poder de sintonía de sus propias ondas mentales y psíquicas, puede atraer a su vida aquello que con tanta fe y tan fervorosamente pide y desea.
Hay para ello tres factores fundamentales que juntos, constituyen un “triángulo mágico”: El primero es el deseo ferviente de lograr aquello que aspiramos.
El segundo es la necesidad en cuanto realmente creemos necesario para nuestras vidas y repercuta en el progreso de nuestro espíritu y el bien para los demás.
Y el tercero es la FE. Una fe con mayúsculas de poder realmente alcanzar aquello que aspiramos, sabiendo que si es algo bueno, justo y necesario, Dios va a permitir que nuestra oración actúe como una fuerza mental capaz de poner en marcha los mecanismos necesarios para que se concreten nuestras aspiraciones.
Hay quien pueda creer que basta con pedir sin mas esfuerzo o mérito por nuestra parte, para que Dios nos complazca en todo lo que se nos antoje.
También hay personas que piensan que si hay unas leyes establecidas por Dios, este no las va a modificar solo por complacernos. Y en parte eso es cierto. Pero no olvidemos que Dios es tan infinitamente justo, bueno y sabio, que no necesita derogar sus propias leyes en ninguna circunstancia, para poder permitir que nuestra actividad mental y espiritual, con la vibración del deseo y de la fe, nos permita ver realizado el “milagro” de aquello que pedimos y que realmente necesitamos, pero siempre bajo el aspecto de nuestro interés espiritual y no de nuestros intereses materiales.
En cualquier caso, siempre deberemos tener en cuenta que existe una Ley de Consecuencias, o Ley de Causa y Efecto, que es equilibradora y reguladora , que actúa como brazo ejecutivo de la Justicia Divina en el caminar evolutivo del alma, a la que corrige e impulsa en su ascenso. Esta no es una ley ciega e inamovible que determine destinos fijos en el ser humano, sino que siempre su actuación se puede modificar mediante el libre comportamiento y elección de cada persona. Cuando por imperativo de ella debamos afrontar una situación humana difícil o delicada, el efecto de la misma puede potenciar nuestra oración cuando le acompañan los tres factores citados, pero igualmente también puede anular nuestra petición y deseo, si este no es sobre todo bueno, justo y necesario, o cuando nuestra oración es superficial, formulada con tibieza, con poca fe o si lo que pedimos no es necesario para el bien y adelanto espiritual de alguien o de nosotros mismos.
Tengamos presente como ejemplo, la oración que Jesús elevó al Padre cuando en el Huerto de los Olivos atravesaba momentos difíciles de sufrimiento humano ante el sufrimiento y el sacrificio que veía llegar : “ Padre mío, aparta de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la Tuya”.
Por tanto no pretendamos que Dios se preste a hacer nuestra voluntad humana a la medida del capricho de cada uno; mas bien debemos pedir que ante todo se haga Su Voluntad Divina siempre, sea cual sea esta, y que nos inspire fuerza y valor para aceptarla y asumirla, pues El es nuestro Padre amoroso y sabe mejor que nosotros lo que debe dar en cada momento a cada uno de sus hijos.
- Jose Luis -
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