INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Aniversario de " El Evangelio según el Espiritismo"
2.- Lucha titánica
3.- La visión del Espíritu
4.- El pecado original
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150 años de “El Evangelio según el Espiritismo"
1. Antecedentes de la obra
En abril de 1864 publicó Allan Kardec la obra “Imitación del Evangelio según el Espiritismo”, que en su segunda edición (1865) ya adoptó su nombre definitivo: “El Evangelio según el Espiritismo”. En 1866, según leemos en la notable obra “Bibliografía espiritista del siglo XIX” del Sr. Florentino Barrera (Ed. Vida Infinita, Buenos Aires, 1983), se publica la tercera edición; edición definitiva, revisada, corregida y aumentada. En las “Obras Póstumas” de Allan Kardec, en el capítulo “Previsiones acerca del Espiritismo”, podemos leer una anotación fechada el 9 de agosto de 1863: “A nadie había comunicado el asunto del libro en que trabajaba, y ni el propio editor Mr. Didier conoció el título hasta el momento mismo de la impresión. Este fue, para la primera edición, Imitación del Evangelio; más tarde, por las observaciones reiteradas de Mr. Didier y de algunas otras personas, fue cambiado por el de El Evangelio según el Espiritismo. Las reflexiones contenidas en las comunicaciones siguientes, no podían ser, por lo mismo, el resultado de las ideas preconcebidas del médium”.
“Pregunta. ¿Qué pensáis de la nueva obra en que trabajo?
“Respuesta. Las doctrinas de ese libro obtendrán una influencia considerable. Abordas con ellas cuestiones capitales que no solamente darán al mundo religioso las máximas que le son necesarias, sino que podrán servir a la vida práctica de las naciones de excelente código. Has hecho bien en abordar las cuestiones de alta moral práctica desde el punto de vista de los intereses generales, de los intereses sociales y de los intereses religiosos. (…) “La hora se aproxima en que habrás abiertamente de declarar lo que el Espiritismo es en si y mostrar a todos donde se encuentra la verdadera doctrina predicada por el Cristo; la hora se aproxima, en que a la faz del cielo y de la tierra, deberás proclamar al Espiritismo como la sola tradición cristiana, la sola institución divina y humana. En tu elección, los Espíritus reconocieron la solidez de tus convicciones y que tu fe, como un muro de bronce, resista todos los ataques. (…) “Cuenta con nosotros, y cuenta sobre todo con la grande alma del maestro, que te protege de una manera muy particular.”
Expondremos, más adelante, algunas reflexiones en torno a alguno de los conceptos contenidos en esta comunicación.
2. Objeto de la obra
“En cinco partes pueden dividirse las materias que los Evangelios contienen: Los actos ordinarios de la vida de Cristo, los milagros, las profecías, las palabras que sirvieron para establecer los dogmas de la iglesia, y la enseñanza moral. Si las cuatro primeras han sido objeto de controversias, la última ha subsistido inatacable (…) Esta parte es el objeto exclusivo de la presente obra” (“El Evangelio según el Espiritismo”-en adelante EE-, Introducción, 1). Muy prudente es la actitud de Kardec al encarar esta obra. Sin duda los aspectos de alta moralidad contenidos en los evangelios no presentan dudas ni controversias. No sucede así con algunas de las circunstancias relatadas en esos textos, en lo referente a algunas de las circunstancias de la vida de aquel gran Espíritu; por ejemplo: la virginidad de María, la doble filiación de Jesús o el supuesto nacimiento en Belén. Viendo la intención que acompaña al texto de la anterior comunicación (“deberás proclamar al Espiritismo como la sola tradición cristiana”); intención reafirmada en otros párrafos de la obra; como en: “Amigos míos, dad gracias a Dios que ha permitido que pudieseis gozar de la luz del Espiritismo, no porque los que la poseen pueden ser los únicos que se salven, sino porque, ayudándoos a comprender mejor las enseñanzas de Cristo, hace de vosotros mejores cristianos. Haced, pues, que al veros se pueda decir, que verdadero espiritista y verdadero cristiano, son una sola cosa y una misma cosa: porque todos los que practican la caridad, son los discípulos de Jesús, cualquiera que sea el culto a que pertenezcan. (Pablo, apóstol. París, 1860.) (EE, cap. XV, 10)”.
Parecería, pues, que el objetivo principal del libro sería la identificación del concepto Espiritismo con el concepto Cristianismo. La verdad es que no nos convence esta apreciación. Como tampoco concordamos con el resaltado de este otro texto de la obra en cuestión: ¡Espiritistas! amaos: he aquí el primer mandamiento; instruíos: he aquí el segundo. Todas las virtudes se encuentran en el Cristianismo; los errores que se han arraigado en él son de origen humano; y he aquí que desde más allá de la tumba donde creíais encontrar la nada, hay voces que os gritan: ¡Hermanos! nada perece: Jesucristo es el vencedor del mal; sed vosotros los vencedores de la impiedad. (El Espíritu de Verdad. París, 1860.) (EE, cap. VI, nº5). Totalmente de acuerdo con el consejo de ¡amaos e instruíos!, evidentemente estas dos perentorias instrucciones resumen a la perfección la actitud ideal que deberíamos presentar todos los espiritistas. Sin embargo, a la vista del inmovilismo de las religiones, se hace cuesta arriba el aceptar que “todas las virtudes se encuentran en el Cristianismo”.
De bien seguro que los responsables de las otras religiones presentes en nuestro planeta, podrían, con sus propios argumentos, realizar una afirmación semejante. Pensamos que lo primero que hay que hacer es diferenciar cuidadosamente al gran Espíritu que fue Jesús de Nazaret, del personaje mítico denominado Cristo. El primero es, sin duda, “El Filósofo por excelencia1”. El segundo, da pie a los dogmas de fe y al inmovilismo. Creo que no debería ser difícil decidir a cuál de los dos debemos reconocer como patrimonio, también, del Espiritismo. Probablemente podríamos decir, tal y como escribió María Lacerda de Moura2, que: “Jesús no fue cristiano. Es anticristiano; no pertenece al cristianismo. Su bondad, su pureza, su estoicismo, no caben dentro del cristianismo. (…) Reivindiquemos a Jesús como el más bello, el más puro, el mayor, el más delicado de todos los sueños de Belleza, Libertad y Amor3.”
Por todo lo antedicho, pensamos que no es adecuado confundir al Espiritismo con el Cristianismo. Éste es una religión, como tantas otras hay. Aquél es “una ciencia que trata de la naturaleza, el origen y el destino de los Espíritus, y de sus relaciones con el mundo corpóreo4”. ¡Ahí es nada! También realiza Kardec un importante esfuerzo, en esta obra, para ensalzar las virtudes del concepto Caridad, llegando a proponer como máxima espiritista: “Sin caridad no hay salvación”. Veamos el texto: “Caridad y humildad: tal es, pues, el sólo camino de la salvación; egoísmo y orgullo, tal es el de la perdición. Este principio está formulado en términos precisos en estas palabras: "Amaréis a Dios de toda vuestra alma y a vuestro prójimo como a vosotros mismos"; "toda la ley y los profetas están encerrados en estos dos mandamientos". Y para que no haya equivocación sobre la interpretación del amor de Dios y del prójimo, añade: "Y el segundo semejante es a éste"; es decir, que no se puede verdaderamente amar a Dios, sin amar a su prójimo, ni amar a su prójimo sin amar a Dios; pues todo lo que se hace contra el prójimo, se hace contra Dios. No pudiendo amar a Dios, sin practicar la caridad con el prójimo, todos los deberes del hombre están resumidos en esta máxima: "Sin caridad no hay salvación”. (EE, cap. XV, núm.5).
Nada que objetar a ese gran concepto que es la caridad. Sin embargo, es muy probable que, ahora mismo, pueda producirse una confusión entre los conceptos de caridad y de limosna. Esa confusión es totalmente inadecuada ya que la definición de caridad es muy clara (según vemos en el diccionario de la RAE): 1. f. En la religión cristiana, una de las tres virtudes teologales, que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. 2. f. Virtud cristiana opuesta a la envidia y a la animadversión. 3. f. Limosna que se da, o auxilio que se presta a los necesitados. 4. f. Actitud solidaria con el sufrimiento ajeno. Sin embargo, aunque la definición sea clara, es inevitable la confusión de los dos términos. Tal vez sería más conveniente adecuar el concepto “caridad” por una acepción más cotidiana hoy en día, como es el concepto “solidaridad”. Así pues, podríamos decir: “Sin solidaridad no hay salvación”, o, probablemente mejor expresado: “Sin solidaridad, sin fraternidad, no hay un real progreso individual ni colectivo”; además de que no necesitamos ser “salvados”, porque nadie está “perdido”, si no que todos estamos amparados por las leyes divinas.
3. Valoración de la obra
A pesar de las discrepancias, más arriba expresadas, la valoración de este libro no puede dejar de ser positiva, En él se vierten abundantes buenos consejos y muy correctas apreciaciones. Incluso se encaran algunos temas morales complejos, como es la eutanasia5; temas que, si no estamos equivocados, Kardec no examina en ninguna otra de sus obras. A pesar de la valoración muy positiva de esta obra, no hemos de caer en el error -como ha pasado en algunos momentos y lugares- de pensar que ésta es la obra más representativa del Espiritismo. Ello no es así. De hecho, si tuviéramos que compendiar todo el saber espiritista en unos pocos libros, éstos deberían ser: “El Libro de los Espíritus” y “El Libro de los Médiums”. En ellos está todo: en el primero encontramos la filosofía y las bases de la Ética Espiritista (libro III), y, en el segundo, encontramos las herramientas necesarias para encarar la compleja temática mediúmnica. Las otras obras de Kardec son obras complementarias de sus dos primeros libros; obras en las que “se exponen las aplicaciones y consecuencias de la Doctrina6”.
4. Comentario final
Resaltábamos, en el apartado 1, que los Espíritus dijeron a Kardec: “Cuenta con nosotros, y cuenta sobre todo con la grande alma del Maestro, que te protege de una manera muy particular.” Estamos convencidos que esta afirmación de los colaboradores espirituales de Allan Kardec ha de ser totalmente cierta. No podríamos imaginarnos que ese gran Espíritu, Jesús de Nazaret, no estuviera al frente de esta gran obra regeneradora de la humanidad, y, por lo tanto, es lógico que siguiera con atención, y cooperación necesaria, los pasos de Allan Kardec.
1 Obra, de lectura muy recomendable, del escritor venezolano Carlos Brandt.
2 María Lacerda de Moura (1887-1945), feminista, anarquista, conferenciante y educadora brasileña.
3 Citada en la obra mencionada de "Carlos Brandt ”, Preámbulo.
De la revista "La flama Espirita" -
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LUCHA TITÁNICA
«No hay mayor grandeza que vencerse a sí mismo» - Sócrates – Filósofo S. IV a. C.
Después de comprender que el camino de la trayectoria del alma nunca es en solitario, el ser se da cuenta no sólo de la necesidad de los demás para evaluarse a sí mismo, para probarse, para crecer y conseguir las metas y logros que nuestro espíritu inmortal anhela; al propio tiempo se hace consciente de que, aunque caminamos junto a otros, el esfuerzo, el mérito y el trabajo es únicamente personal.
Y aquí es cuando el alma empieza a vislumbrar su auténtica realidad: se encuentra frente a sí misma, y en este caso en solitario, pues todo lo que él no se decida a conseguir por su propio trabajo y esfuerzo nunca será patrimonio consolidado de su ser. Muchas veces los logros, los objetivos, las pruebas a superar y los retos que debemos conseguir para alcanzar mayor paz, elevación y nivel de conciencia vienen dados por las pruebas personales que nos vinculan a otros espíritus.
Estos son los casos en los que nuestro compromiso se haya vinculado temporalmente al de otras almas en el camino del progreso, pues de tales relaciones saldrá el beneficio para ambas que las leyes programan y nosotros aceptamos antes de encarnar. Y en estas circunstancias no sólo se tratan aspectos positivos, sino también pruebas y expiaciones. Tanto es así que, en este recorrido inmortal, encontramos etapas, vidas y circunstancias dolorosas que deberemos afrontar ineludiblemente como peaje necesario para nuestro crecimiento moral y elevación espiritual.
Así acontecen vidas de dolor y sufrimiento, unas veces para rescatar errores propios, otras para ayudar a otros a rescatarlos sacrificándonos por amor hacia otras almas que son merecedoras de nuestro afecto; y en tercer lugar se presentan vidas en las que el dolor nos visita porque voluntariamente así lo hemos solicitado para dar ejemplo a aquellos que nos rodean, o para probarnos y crecer espiritualmente en abnegación, sacrificio personal y fortaleza interior.
Como vemos, el alma tiene una casuística enorme, de gran variedad, y todo ello suele depender del lugar, de la posición evolutiva en la que nuestro espíritu se encuentra; o dicho de otra forma, del grado de avance y evolución moral que hayamos conseguido.
El hombre es un ser moral, y su grado de conciencia respecto a la realidad y al mundo que le rodea depende de esta circunstancia: el nivel de conciencia que posee respecto a las auténticas leyes que rigen la vida del espíritu inmortal. Por el momento, baste saber que todas las almas recorren un camino paralelo que depende de su libre albedrío y voluntad para llegar antes o después al objetivo propuesto.
En estos estadios intermedios, o más concretamente, iniciales del despertar del alma a la vida del espíritu, cuando ya comienza a comprender que es algo más que materia, que es un ser inmortal que trasciende el fenómeno de la muerte, el alma se encuentra frente a ella misma con el dilema de cómo conseguir ese nivel que le haga abandonar el sufrimiento, encaminándole por sendas de progreso, paz, bienestar y equilibrio interior.
Estas etapas son difíciles, pues a veces son varias vidas las que nuestra alma necesita para comprender la necesidad de cambiar hacia el bien; y en esta comprensión se ve obligada a renunciar a sus herencias ancestrales más primitivas, renunciar a instintos, vicios o pasiones perturbadoras que retrasan su avance, pues la esclavizan a la materia. En este punto alcanza a comprender que si su espíritu es inmortal y es lo que prevalece eternamente, la materia es transitoria, y todo lo que le ate a ella de forma obsesiva le perjudica y le retrasa en su camino de ascensión.
Comienza entonces a darse cuenta de que, además del conocimiento de las leyes que rigen la vida del espíritu, estas de nada sirven si no se llevan a la práctica, consolidando una filosofía de vida desde que se levanta hasta que se acuesta cada día, en base a un código moral que le garantice el cambio y la transformación a la que aspira.
«Toda persona tiene la capacidad para cambiarse a sí misma» Albert Ellis – Psicólogo Cognitivo
A distintas partes del planeta llegan los emisarios de lo Alto para dejar la huella de ese código moral sublime que acompaña el recorrido del alma hacia Dios. En occidente tuvimos el código moral del Maestro Jesús que supuso el punto de inflexión necesario en el que fijarse para producir la transformación que nuestra alma inmortal necesita, a fin de liberarse de la ignorancia, el error y el sufrimiento.
En esos momentos de aceptación del compromiso de cambio hacia el bien, de renuncia a los vicios y pasiones perturbadoras, de abandono del orgullo y el egoísmo, la lucha del alma consigo misma es titánica. Tanto es así que requiere de tiempo, varias vidas y experiencias múltiples adquirir este punto de inflexión que supone para nuestro espíritu inmortal iniciar el camino recto de su propia felicidad.
Es tanto el apego a nuestras tendencias milenarias negativas, a nuestros hábitos perturbadores, que se precisan dosis de valentía, claridad de principios, perseverancia y fe en Dios y su justicia para seguir sin desmayar hacia la renuncia a nuestro ego, adquiriendo la paz y la serenidad que nuestra alma nos imprime en todo nuestro ser. Es entonces cuando la conciencia se vuelve recta, los pensamientos nobles y la conducta se adapta al código moral sublime del amor al prójimo.
Se trata de una guerra poderosa contra aquella parte de nosotros que en otra época subvertimos al dejarnos llevar por el egoísmo, el orgullo o la ignorancia de creernos impunes de nuestros actos delictuosos del pasado. El sentido y gran reto de esta lucha es «vencerse a uno mismo».
Es tan importante esta etapa de la trayectoria del alma que, si la superamos con éxito, nunca más andaremos ciegos por la Tierra y en el espacio. Pues desde el momento que nuestra voluntad decida recorrer este camino de transformación moral y cambio hacia el bien, recibimos la ayuda no sólo de aquellos que nos aman desde el otro lado y que ya superaron esta etapa, sino también de aquellas otras fuerzas que nuestra fe moviliza a nuestro alrededor, y que se ven transformadas en actos de bien, de equilibrio, de ayuda al prójimo.
Es cuando damos que más recibimos; es cuando nos olvidamos de nosotros mismos para pensar y actuar en el bien de los demás en aquello que necesitan de nosotros, cuando activamos en nuestra alma el resorte del auténtico amor al prójimo; el amor fraterno al que todos debemos llegar con la aspiración de incorporarlo a nuestra vida como hábito de conducta y renuncia total al egoísmo.
Cuando el alma comprende la necesidad de dar este paso, se enfrenta al esfuerzo extraordinario de llevarlo a su vida, y en esto consiste la lucha y el mérito del sacrificio personal que el amor fraterno nos exige, siguiendo así, pálidamente, el ejemplo que el alma angélica del Maestro Galileo dejó en su venida a la Tierra. Nada que tiene mérito se consigue sin esfuerzo.
- Antonio Lledó Flor (Amor, Paz y Caridad)
«El que domina a los otros es fuerte; el que se domina a sí mismo es poderoso» Lao-Tse – Filósofo Chino (570 – 490 a.C.)
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LA VISIÓN DEL ESPIRITU

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