jueves, 3 de diciembre de 2020

Mundos inferiores y Superiores

  INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- Olvidados en la Tierra, afligidos en el Cielo

2.- No existen las penas eternas

3.-Caracteres de la Ley Natural

4.- Percepciones, Sensaciones y Sufrimientos de los Espíritus

5.-Mundos inferiores y Superiores



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OLVIDADOS EN LA TIERRA, AFLIGIDOS EN EL CIELO 


“La oración de una Madre derriba las puertas del Cielo”                                                    Chico Xavier en respuesta a la madre de un suicida


  Sin duda, todos aquellos con algún conocimiento espiritual saben a estas alturas que el cielo o el infierno no es un lugar en el espacio, sino simplemente el estado del alma inmortal cuando deja la vida física y retorna al plano espiritual. 

Tanto el cielo como el infierno son “estados del alma” que vienen caracterizados por nuestra actitud mental, emocional y moral. Esta última es muy importante, pues, en función de nuestro nivel de moralidad o elevación espiritual, nuestro estado personal sufre modificaciones. 

“Somos lo que pensamos” y “morimos como vivimos”. Estas dos frases son el indicador de cuál es el estado del alma al abandonar el cuerpo físico y reintegrarse de nuevo a su verdadera patria, de la que procede y a donde regresa una y otra vez después de cada vida física. 

Estas dos frases entrecomilladas son auténticas certezas, pues es bien sabido que nuestros pensamientos proceden de la mente y no del cerebro; esta mente inmaterial que no ocupa ningún lugar específico en nuestro cuerpo físico, pero que utiliza una interfaz de 1,5 kg de masa cerebral con más de 100.000 millones de neuronas que son capaces de recibir sus pensamientos y transferirlos para la realidad física, condicionando a su vez con su energía el equilibrio mental y celular del organismo biológico. 

Así pues, conforme pensamos, actuamos. Si nuestros pensamientos son positivos, optimistas, nobles y elevados, nuestro equilibrio mental y emocional es un hecho, y nuestra salud física se beneficia de ello. Por el contrario, si 5 Amor paz y caridad nuestros pensamientos y emociones son tóxicos, deprimentes, violentos, pesimistas o perturbadores, nuestra mente enfermiza transmite todo ello a nuestro sistema energético (periespíritu), y luego llega a las células físicas, enfermándolas. 

Cuando una persona vive con una sintonía mental equilibrada y armónica, su estado de ánimo refleja lo que piensa y siente, y aunque su vida pueda transcurrir con dificultades tiene la capacidad y la fuerza para superarlas. Así pues, conforme vivimos así morimos. Si nuestro caminar por la vida fue equilibrado y honesto, al llegar el momento de abandonar el cuerpo y llegar al otro lado nos encontramos con el mismo estado de ánimo y de capacidad mental y emocional. La muerte no cambia nada en el estado del alma, seguimos pensando, sintiendo y obrando de igual forma. 

Los estados del alma nos acompañan después de dejar el traje del cuerpo físico, y nuestra mente inmaterial, que es un instrumento de nuestra alma inmortal, refleja un temperamento feliz o desdichado según hayamos vivido en la Tierra. 

Existen muchas formas de llegar al más allá, tantas como personas encarnadas hay. Por ello, aquellas personas que mueren perturbadas seguirán en el mismo estado al traspasar el umbral, y solo con el tiempo y la ayuda de aquellos que les esperan y les aman en el otro lado podrán recuperarse, regenerarse y prepararse para seguir progresando, allí en el espacio o volviendo a la Tierra en una nueva reencarnación. 

Un caso singular y por ello más importante que otros es el de aquellos que murieron quitándose la vida mediante el suicidio. Sabemos de la dificultad que tienen los suicidas para reconocer que han fallecido cuando recuperan cierta lucidez en el plano espiritual, pues al comprobar que siguen pensando y sintiendo, no creen estar fallecidos.

 Pero en este ejemplo que nos ocupa es preciso analizar cómo son precisamente su estado mental y su desequilibrio emocional, aspectos que condicionan sus situaciones en el otro lado de la vida. En función de cómo y por qué se quitaron la vida, han de reparar su falta, que no es otra cosa que un atentado contra la Vida. Una vida que no les pertenece, pues es Dios quien la concede..

 La visión que la sociedad ha tenido del suicida ha variado con los siglos. En el pasado, y en algunas civilizaciones, el suicidio era visto como un acto de honor e incluso de valentía (el imperio romano o Japón son ejemplos de ello). Sin embargo, con el transcurso del tiempo la influencia de la religión cristiana en occidente consideró a los suicidas como “almas perdidas”, que no merecían siquiera gozar del perdón de Dios, y por ello estaban condenadas al infierno. Tanto es así que, hasta hace muy poco, en algunos cementerios propiedad de las iglesias se negaba el enterramiento cristiano y la administración de los  sacramentos a aquellos que se habían quitado la vida.


Eran los “olvidados en la Tierra”. Aquellos de los que era preciso renegar, porque no tenían derecho alguno ante las Leyes Divinas por atentar contra ellas de manera explícita. Los familiares asumían “parte de la culpa” del suicida, aumentando todavía más el tormento que sufrían, no solo por la pérdida del ser querido, sino porque estaba condenado al “inexistente infierno”. El conocimiento espiritual nos confirma que, al atentar contra la propia vida, el suicida deberá reparar su falta de forma proporcional, primero con la “aflicción en el espacio”, y posteriormente afrontando y superando las consecuencias en una próxima reencarnación. 

Ciertamente son afligidos en el cielo, pero nunca están abandonados ni son olvidados. Deben reparar el error, y luego gozarán de nuevas oportunidades de reencarnar y regenerarse para volver a amar la vida, considerando la misma como una gracia divina que Dios concede a todas las almas para que crezcan en amor y sabiduría. 

 Cuanta más ayuda necesita un alma humana, más recibe por parte de la divinidad. Cosa diferente es que no sepamos apreciar o detectar esa ayuda, pues todo lo analizamos y enjuiciamos desde el punto de vista material, un enfoque que para Dios y sus leyes apenas importa. Son las necesidades espirituales las que aquí se contemplan, para ofrecer las mejores oportunidades en cada momento que ayuden al alma endeudada a salir de la situación en que se encuentra y recuperar la senda el progreso y del amor a Dios y al prójimo. 

La ayuda a los hermanos que se suicidan no solo viene de sus seres queridos del otro lado de la vida, sino también de dos fuentes inagotables. Por un lado, la de la intercesión y oración que podemos realizar los que nos quedamos en la Tierra y sabemos de lo penosa y transitoria que es su situación en el espacio. 

Cada vez que oramos por ellos, o realizamos un acto de bien y lo ofrecemos a Dios por el alma de estos compañeros que cometieron este acto inútil, ellos reciben el bálsamo de nuestros pensamientos de caridad, que son reforzados y amplificados por aquellos espíritus que les aman en el espacio, a fin de que encuentren la serenidad y el equilibrio que les falta, si todavía no han realizado el tránsito hacia la comprensión y regeneración de su alma.

 En esos momentos muchos de ellos, que han sido olvidados por sus familiares en la Tierra por los condicionales materiales y religiosos de los que hablábamos antes, sienten una sensación de alivio, paz y gratitud inmensa, pues no se encuentran solos con su aflicción, sino que saben y comprenden que alguien se acuerda de ellos y están rogando a Dios por ellos. Esta sensación de encontrarse amparado en la distancia por otros a los que no conocen, pero de los que reciben esos fluidos de amor, les sirve para reconciliarse con la vida que anteriormente despreciaron, y con el prójimo al que probablemente dañaron e ignoraron con su acto suicida, al mismo tiempo que refuerzan su fe en la solidaridad humana de las almas que viven en la Tierra, confianza y fe que seguramente habían perdido. 

Así pues, el segundo de los recursos que ayudan al suicida proviene directamente de la mayor Ley del Universo: la Ley del Amor, instaurada por Dios en todo el cosmos y que rige para todas las criaturas. Esta Ley contempla la misericordia y el perdón infinitos para con todas las criaturas y almas que Amor paz y caridad 8 pueblan los universos; y aunque no está exenta del arrepentimiento y la reparación de la falta cometida, auxilia y ampara de forma amorosa a todos aquellos que cometen atentados y crímenes contra la propia vida o la del prójimo. 

Como vemos, son varios los recursos mediante los cuales podemos ayudar a estos olvidados de la Tierra y amparados por el Cielo. A los familiares podemos ofrecerles el consuelo de su inmortalidad y la esperanza del reencuentro con ellos de nuevo en otras vidas, para lo cual debemos indicarles que los tengan presentes, que no los olviden, que los recuerden siempre en sus aspectos más felices y no en la tristeza del desenlace de su vida. Nunca más deben ser olvidados, y sí amados y recordados, pues esos pensamientos les llegan y les ayudan a superar sus aflicciones mientras reparan sus faltas. 

Y como todo es transitorio y el espíritu humano se levanta después de sus errores, estas situaciones de aflicción también lo son. Llega un momento en que terminan y el error cometido es reparado, teniendo nuevas oportunidades que la Providencia brinda para rescatar sus deudas y progresar en el amor. Los lazos ya forjados nunca se diluyen, y aquí en la Tierra o en el espacio nuestros afectos y nuestros seres queridos siempre están dispuestos a ayudar y amar.

 Reconozcamos, pues, cómo actúa la Ley del Amor con estos hermanos infelices, y actuemos en consecuencia orando por ellos y pidiendo a Dios por su pronta recuperación espiritual. Es la caridad bien entendida que predicó Jesús para aquellos olvidados y afligidos en la Tierra y en el Cielo. 

Redacción  Amor, Paz y Caridad. 

“No hay nadie desamparado. Incluso aquellos considerados los más infelices, por las acciones que practicaron y que entran en el mundo espiritual con la mente impedida por la sombra, que ellos mismos crearon para sí, todavía esos tienen el cariño de guardianes amorosos que los ayudan y amparan, en el mundo de más luces y más felicidad” (Francisco Cándido Xavier – Libro: Palabras de Chico Xavier)

Redacción   Amor, Paz y Caridad

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           No existen las penas eternas

     El pecado original es el dogma fundamental, base de todo el edificio de los dogmas de la Iglesia. Así se inmoviliza con las doctrinas del pasado y sigue introduciendo al demonio en todas las cosas, hasta en la manifestación de los espíritus. Amenaza con las llamas eternas a toda criatura que no admita un credo que su razón y su conciencia rechazan. Así es como en sus manos el Cristianismo, pleno de amor, se convirtió en un instrumento de terror y espanto.
     Me parece bien que la Iglesia recomiende prudencia a sus fieles antes de iniciarse en otra creencia, pero no que les diga que la comunicación de los espíritus es obra del demonio. El mundo de los espíritus existe; ya es una realidad comprobada: no existen demonios, pero sí existen espíritus buenos y malos ¿No sucede lo mismo aquí? ¿No existen hombres buenos y malos también aquí? Debemos confiar en los buenos y separarnos de los malos, Jesús nos dijo: “El árbol se conoce por su fruto, un árbol bueno no da frutos malos, y un árbol malo no da frutos buenos”.
       No puede existir Satán y el infierno con penas eternas porque sería poner en duda la justicia Divina, Dios es Amor, Bondad y Tolerancia. Es imposible imaginar a Dios condenando a uno de sus hijos descarriado, a un sufrimiento eterno. Es indigno utilizar esta falsa para ejercer el dominio sobre una parte de la humanidad, a través del miedo y la amenaza; creando un dios injusto y vengativo, convertido en el verdugo de sus criaturas; defectos que quizás podrían atribuirse a un ser humano y la Iglesia responsable de esta farsa, al proclamar la infalibilidad del Papa ha elevado a éste por encima de Dios, Creador de todo.
Con tales nociones es como se empuja a los pueblos al escepticismo y al materialismo. Esto es lo que han hecho las religiones “cristianas”, incurriendo con ello en la más grave responsabilidad.

-José Aniorte Alcaraz-

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  CARACTERES DE LA LEY NATURAL

.. ¿Qué debe entenderse por ley natural?
«La ley natural es la ley de Dios y la única verdadera para la dicha del hombre. Le indica lo que debe hacer o dejar de hacer, y es desgraciado aquel porque de ella se separa».

.. ¿Es eterna la ley de Dios?
«Es eterna e inmutable como el mismo Dios».

.. ¿Ha podido Dios prescribir en una época a los hombres lo que les hubiese prohibido en otra?
«Dios no puede engañarse, y únicamente los hombres se ven obligados a cambiar sus leyes, porque son imperfectas; pero las de Dios son perfectas. La armonía que arregla al universo material y al moral está fundada en las leyes que Dios ha establecido para siempre».

617. ¿Qué objetos abrazan las leyes divinas? ¿Conciernen a algo más que a la conducta moral?
«Todas las leyes de la naturaleza son divinas, puesto que Dios es autor de todas las cosas.
El sabio estudia leyes de la materia, el hombre de bien las del alma, y las practica».

-¿Es dado al hombre profundizar las unas y las otras?

«Sí, pero no basta una sola existencia».

EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS.
ALLAN KARDEC

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PERCEPCIONES, SENSACIONES Y
SUFRIMIENTOS DE LOS ESPÍRITUS.


237 – De regreso al mundo de los Espíritus, ¿conserva aún el alma las percepciones que tenía durante su vida física?
– Sí, y otras que no poseía; porque su cuerpo era como un velo que las oscurecía. La inteligencia es un atributo del Espíritu,pero se manifiesta más libremente cuando no tiene trabas.

238 – ¿Las percepciones y los conocimientos de los Espíritus son indefinidos; en una palabra, saben ellos todas las cosas?
– Mientras más se aproximan a la perfección, más saben; si son superiores, saben mucho. Los Espíritus inferiores están más o menos ignorantes de todas las cosas.

239 – ¿Conocen los Espíritus el principio de las cosas?
– Lo conocen según su elevación y su pureza. Con respecto a esto los Espíritus inferiores, no saben más que los hombres.

240 – ¿Comprenden los Espíritus la duración del tiempo como nosotros?
– No, y por esto no los comprendéis siempre, cuando se trata de fijar fechas o épocas.
Los Espíritus viven fuera del tiempo, tal como lo comprendemos; el tiempo para ellos se anula, por decirlo así, y los siglos, tan largos para nosotros, no son a sus ojos más que instantes que se desvanecen en la eternidad, como las desigualdades
del suelo para los que se elevan en el espacio.

241 – ¿Los Espíritus tienen del presente una idea más precisa y exacta que nosotros?
– De la misma manera que el que ve claramente tiene más exacta idea de las cosas que el ciego. Los Espíritus ven lo que vosotros no veis y juzgan por lo tanto, de diferente modo; pero, volvemos a repetirlo, siempre según su elevación.

242 – ¿Cómo adquieren los Espíritus el conocimiento del pasado? ¿Este conocimiento es limitado en ellos?
– Cuando nos ocupamos de él, el pasado se nos convierte en presente; de manera tan precisa como te recuerdas de algo que te impresionó durante tu exilio terrestre. Entretanto, como no tenemos ya el velo material que oscurece la inteligencia, recordamos cosas que se han borrado de la memoria; pero los Espíritus no lo conocen todo, comenzando por su misma creación.

243 – ¿Conocen los Espíritus el futuro?
– También depende esto de su perfección. Con frecuencia sólo lo entrevén; pero no siempre les es permitido revelarlo.
Cuando lo ven les parece presente. El Espíritu ve más claramente el futuro cuanto más se aproxima a Dios. Después de la muerte el alma ve y abarca de una ojeada sus emigraciones pasadas, pero no puede ver lo que Dios le reserva; para lo cual es necesario que esté integrado en él, después de muchas existencias.

– Los Espíritus que han alcanzado la perfección absoluta, ¿tienen completo conocimiento del porvenir?
– Completo no es la palabra; porque Dios es el señor soberano y nadie lo puede igualar.

244 – ¿Ven los Espíritus a Dios?
– Sólo los Espíritus superiores lo ven y lo comprenden; los inferiores lo sienten y lo adivinan.

– Cuándo un Espíritu inferior dice que Dios le prohíbe o le permite alguna cosa, ¿cómo sabe que la orden procede de Dios?
– No ve a Dios; pero siente su soberanía y cuando una cosa no debe ser hecha o una palabra no debe ser dicha, lo presiente como una intuición, como una advertencia invisible que le prohíbe hacerla.
¿No tenéis vosotros mismos presentimientos, que son como una advertencia secreta, de hacer o no, tal o cual cosa? Ocurre lo mismo con nosotros, pero en mayor grado; porque comprenderás que, siendo más sutil que la vuestra la esencia de los Espíritus, pueden percibir mejor las advertencias divinas.

– ¿La orden le es transmitida directamente por Dios o por intermedio de otros Espíritus?
– No la recibe directamente de Dios; pues, para comunicarse con Él es preciso ser digno de ello. Dios les transmite sus órdenes por Espíritus más elevados en perfección y en instrucción.

245 – ¿Está circunscrita la vista de los Espíritus como la de los seres corporales?
– No; reside en ellos.

246 – ¿Los Espíritus tienen necesidad de la luz para ver?
– Ven por sí mismos y no tienen necesidad de la luz exterior; para ellos no existen las tinieblas, a no ser aquellas en las que puedan encontrarse por expiación.

247 – ¿Tienen necesidad los Espíritus de trasladarse de un lugar a otro, para ver lo que pasa en dos puntos distintos? ¿Pueden, por ejemplo, abarcar lo que ocurre en los dos hemisferios del globo?
– Como el Espíritu se traslada con la rapidez del pensamiento,puede decirse que ve a la vez lo que sucede en todas partes. Su pensamiento puede irradiar y fijarse al mismo tiempo en muchos puntos diferentes; pero esta facultad depende de su pureza: de modo que, mientras menos puro es, más limitada tiene la vista y sólo los Espíritus superiores pueden abarcar el conjunto.
La facultad de ver es en los Espíritus una propiedad inherente a su naturaleza y reside en todo su ser, como reside la luz en todas las partes de un cuerpo luminoso. Es una especie de lucidez universal que a todo se extiende,que abarca a una sola vez, el espacio, el tiempo y las cosas, ante la cual desaparecen las tinieblas y los obstáculos materiales. Se comprende que debe ser así; pues en el hombre la visión se realiza a través del funcionamiento de un órgano impresionado por la luz y sin luz permanece en la oscuridad. Pero siendo la
facultad de ver en el Espíritu un atributo propio, abstracción hecha de todo agente
exterior, la visión en ellos es independiente de la luz.

EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC.

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Mundos Inferiores Y Mundos Superiores 

    La clasificación de los mundos en inferiores y superiores es más relativa que absoluta. Un mundo es inferior o superior en relación con los que están encima o debajo de él en la escala progresiva. 
   Si tomamos la Tierra como punto de comparación, podemos formarnos una idea del estado de un mundo inferior mediante la suposición de que sus habitantes se encuentran allí a nivel de las razas salvajes o de las naciones bárbaras que aún permanecen en la superficie terrestre, y que son restos del estado primitivo de nuestro planeta. 
   En los mundos más atrasados, los seres que habitan en ellos son de algún modo rudimentarios. Tienen la forma humana, pero sin ninguna belleza. Sus instintos no están templados por ningún sentimiento de delicadeza o de benevolencia, ni por las nociones de lo justo y lo injusto. Allí la única ley es la fuerza bruta. Sin industria ni invenciones, los habitantes emplean su vida en la conquista de su alimento. 
   Con todo, Dios no abandona a ninguna de sus criaturas. En lo profundo de las tinieblas de la inteligencia yace, latente y más o menos desarrollada, la vaga intuición de un Ser supremo. Ese instinto basta para hacer que unos sean superiores a otros y para preparar su eclosión en una vida más completa, porque no son seres degradados, sino niños que crecen. 
   Entre esos grados inferiores y los más elevados hay innumerables escalones, y entre los Espíritus puros, desmaterializados y resplandecientes de gloria, cuesta reconocer a los que animaron a esos seres primitivos, de la misma manera que en el hombre adulto es difícil reconocer al embrión. 
   En los mundos que han llegado a un grado superior, las condiciones de la vida moral y material son muy distintas a las de los mundos inferiores. Incluso difieren de las condiciones propias de la Tierra. Si bien la forma del cuerpo es, invariablemente y como en todas partes, la forma humana, esta se encuentra embellecida, perfeccionada y, sobre todo, purificada. 
   El cuerpo carece por completo de la materialidad terrestre y, por consiguiente, no está sujeto a las necesidades, ni a las enfermedades o al deterioro que derivan del predominio de la materia. Los sentidos, más refinados, tienen percepciones a las que la naturaleza de nuestros órganos embotan. La levedad específica de los cuerpos hace que la locomoción sea rápida y no ofrezca dificultades: en vez de arrastrarse penosamente por el suelo, se deslizan, digámoslo así, sobre la superficie, o permanecen suspendidos en la atmósfera sin otro esfuerzo que el de la voluntad, de la misma manera que se representa a los ángeles, o como los antiguos concebían a los manes de los Campos Elíseos. Los hombres conservan de buen grado las facciones de sus migraciones pasadas, y se aparecen a sus amigos tal como estos los conocieron, pero iluminados por una luz divina, transfigurados por las impresiones interiores, que son siempre elevadas. En vez de rostros deslucidos, demacrados por los padecimientos y las pasiones, la inteligencia y la vida irradian ese resplandor que los pintores han traducido en diadema o aureola de los santos. La escasa resistencia que la materia ofrece a los Espíritus ya muy adelantados, hace que los cuerpos se desarrollen rápido y que la infancia sea corta o casi nula. 
   La vida, exenta de preocupaciones y angustias, es proporcionalmente mucho más prolongada que en la Tierra. En principio, la longevidad es relativa al grado de adelanto de los mundos. La muerte no tiene ninguno de los horrores de la descomposición, y lejos de ser un motivo de espanto, es considerada una transformación feliz, porque en esos mundos la duda acerca del porvenir no existe. 
   Durante la vida, como el alma no se encuentra encerrada en una materia compacta, irradia y goza de una lucidez que la coloca en un estado casi permanente de emancipación, lo que permite la libre transmisión del pensamiento.
    En esos mundos felices, las relaciones entre los pueblos, siempre amistosas, nunca son perturbadas por la ambición de esclavizar al vecino, ni por la guerra, que es la consecuencia de aquella. Allí no hay amos ni esclavos, ni privilegiados por el nacimiento. Sólo la superioridad moral e intelectual establece la diferencia de condiciones y confiere la supremacía. La autoridad es siempre respetada, porque únicamente se concede al mérito y porque siempre se ejerce con justicia. El hombre no procura elevarse sobre el hombre, sino sobre sí mismo, perfeccionándose. Su objetivo es alcanzar la categoría de los Espíritus puros, y ese deseo incesante no es un tormento, sino una noble ambición que lo hace estudiar con ardor para llegar a igualarse con ellos. Todos los sentimientos tiernos y elevados de la naturaleza humana se encuentran allí aumentados y purificados. 
   Los odios, los celos mezquinos y las bajas codicias de la envidia son desconocidos. Un lazo de amor y fraternidad une a todos los hombres, y los más fuertes ayudan a los más débiles. Poseen bienes en mayor o menor cantidad, según lo que han adquirido mediante su inteligencia, pero nadie sufre por la falta de lo necesario, porque nadie está allí en proceso de expiación. En una palabra, en esos mundos el mal no existe.
    En vuestro mundo tenéis necesidad del mal para sentir el bien; de la noche, para admirar la luz; de la enfermedad, para apreciar la salud. En cambio, en los mundos felices esos contrastes no son necesarios. La eterna luz, la eterna belleza, la eterna serenidad del alma proporcionan una dicha eterna, que no es perturbada por las angustias de la vida material ni por el contacto con los malos, que allí no tienen acceso. Es esto lo que el espíritu humano tiene mayor dificultad en comprender. Ha sido ingenioso para pintar los tormentos del Infierno, pero nunca pudo imaginarse los goces del Cielo. ¿Por qué? Porque al ser inferior, sólo ha sufrido penas y miserias, y jamás ha entrevisto las claridades celestiales. Sólo puede hablar de lo que conoce.
    No obstante, a medida que se eleva y se purifica, su horizonte se amplía y comprende el bien que está delante de sí, como ha comprendido el mal que dejó atrás. Con todo, esos mundos afortunados no son mundos privilegiados, porque Dios no es parcial con ninguno de sus hijos. A todos confiere los mismos derechos y las mismas facilidades para llegar a ellos. A todos hace partir de un mismo punto, y no dota a unos más que a otros. Los primeros puestos son accesibles a todos: a ellos corresponde conquistarlos por medio del trabajo; a ellos corresponde alcanzarlos lo antes posible, o languidecer durante siglos y siglos en la hondonada de la humanidad. 

   ( Resumen de la enseñanza de todos los Espíritus superiores. ) 
Texto extraído del libro  El Evangelio según el Espiritismo  de  Allan Kardec

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