martes, 30 de mayo de 2023

Mediumnidad : Principio básico del Espiritismo

 INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- Espacio universal

2.- El orgullo y la humildad (Comunicado)

3.-Resumen histórico de la inmortalidad

4.- Mediumnidad: Principio básico del Espiritismo

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            ESPACIO UNIVERSAL 



El espacio universal ¿es infinito o limitado? 

- Infinito.- Si le supones límites, ¿ qué habrá más allá? Bien comprendo que esto confunde tu razón, y con todo ella te está diciendo que no puede ser de otra manera. Lo propio acontece con lo infinito en todas las cosas. En vuestro pequeño ámbito no podéis comprenderlo. 
Si se supone un límite al espacio, por muy distante que la mente pueda concebirlo, la razón dice que allende esa frontera habrá algo más, y así sucesivamente hasta el infinito: porque ese algo, aunque fuera el vacío absoluto, seguiría siendo todavía espacio. 
.El vacío absoluto ¿existe en alguna parte del espacio universal? 
- No, nada está vacío.. Lo que a ti te parece vacío se halla ocupado por una materia que se sustrae a tus sentidos y a tus instrumentos de observación. 

EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. 
ALLAN KARDEC. 



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           El orgullo y la humildad

                                            


¡La paz del Señor sea con vosotros, queridos amigos! Vengo a infundiros valor para que sigáis en el camino del bien.

A los pobres Espíritus que en otras épocas han habitado en la Tierra, Dios les confía la misión de esclareceros. Bendito sea Él, por la gracia que nos concede de poder contribuir a vuestro perfeccionamiento. ¡Que el Espíritu Santo me ilumine y me ayude, a fin de que mi palabra sea comprensible, y que me conceda la gracia de colocarla al alcance de todos! En cuanto a vosotros, encarnados, que estáis afligidos y buscáis la luz, ¡que la voluntad de Dios venga en mi ayuda para hacer que resplandezca ante vuestros ojos!

La humildad es una virtud muy postergada entre vosotros. Los grandes ejemplos que se os han dado no son tomados en cuenta como correspondería. Sin embargo, sin humildad, ¿podéis ser caritativos para con el prójimo? ¡Oh! no, porque ese sentimiento nivela a los hombres; les dice que son hermanos, que deben ayudarse mutuamente, y los conduce al bien. Sin la humildad, os adornáis con virtudes que no tenéis, como si os pusierais un vestido para ocultar las deformidades de vuestro cuerpo. Acordaos de Aquel que nos salvó; recordad su humildad, que lo hizo tan grande y lo elevó por encima de los profetas.

El orgullo es el terrible adversario de la humildad. Si Cristo prometía el reino de los Cielos a los más pobres, se debe a que los grandes de la Tierra se imaginan que los títulos y las riquezas son recompensas acordes con sus méritos, y que su esencia es más pura que la del pobre. Consideran que tienen derecho a esas cosas, razón por la cual, cuando Dios se las quita, lo acusan de cometer una injusticia. ¡Oh! ¡Escarnio y ceguera! ¿Acaso Dios os reconoce por el cuerpo? La envoltura del pobre, ¿no es de la misma esencia que la del rico? El Creador, ¿ha hecho dos especies de hombres? Todo lo que Dios hace es grande y sabio. Nunca le atribuyáis las ideas que vuestros cerebros orgullosos conciben.

¡Oh, rico! Mientras tú duermes en tus aposentos dorados, al resguardo del frío, ¿no sabes que miles de hermanos tuyos, que valen tanto como tú, yacen sobre la paja? El desdichado que padece hambre, ¿no es tu igual? Cuando escuchas eso tu orgullo se subleva, bien lo sé. Consentirás en darle una limosna, ¡pero jamás le estrecharías fraternalmente la mano! “¡Cómo! -pensarás- ¡Yo, de noble estirpe, uno de los grandes de la Tierra, seré igual a ese miserable cubierto de harapos! ¡Vana utopía de los que pretenden ser filósofos! Si fuésemos iguales, ¿por qué Dios lo habría colocado tan abajo y a mí tan arriba?” Es verdad que vuestras vestimentas no son semejantes. Con todo, si ambos se desnudaran, ¿qué diferencia habría entre vosotros? “La nobleza de la sangre”, dirás. Pero la química no ha encontrado diferencia alguna entre la sangre de un gran señor y la de un plebeyo, ni entre la del amo y la del esclavo. ¿Quién te garantiza que tú no has sido miserable y desdichado como él? ¿Que no has pedido limosna? ¿Que no se la pedirás un día a ese mismo al que hoy desprecias? ¿Acaso son eternas las riquezas? ¿No se acaban cuando se extingue el cuerpo, envoltura perecedera de tu Espíritu? ¡Oh! ¡Imprégnate de humildad! Pon finalmente la mirada en la realidad de las cosas de este mundo, en lo que da lugar al enaltecimiento o a la humillación en el otro. Piensa que la muerte no te respetará, como tampoco respetará a los demás hombres; que los títulos no te preservarán de su ataque; que ella puede herirte mañana, hoy, en cualquier momento. Y si te encierras en tu orgullo, ¡oh, cómo te compadezco, porque serás digno de piedad!

¡Orgullosos! ¿Qué erais antes de ser nobles y poderosos? Es posible que estuvieseis por debajo del último de vuestros criados. Inclinad, pues, vuestras altivas frentes, pues Dios puede bajarlas en el momento en que más las levantáis. Todos los hombres son iguales en la balanza divina. Sólo las virtudes los distinguen ante Dios. Todos los Espíritus son de la misma esencia, y todos los cuerpos son modelados con la misma arcilla. Vuestros títulos y vuestros nombres en nada os modifican; quedan en la tumba, y no son ellos los que os darán la felicidad prometida a los elegidos. La caridad y la humildad son sus títulos de nobleza.

¡Pobre criatura! Eres madre y tus hijos sufren: sienten frío, tienen hambre. Y tú acudes, doblada bajo el peso de tu cruz, a humillarte para conseguirles un pedazo de pan. ¡Oh, yo me inclino ante ti! ¡Cuán noble, santa y grande eres a mis ojos! Aguarda y ruega. La felicidad aún no es de este mundo. A los pobres y oprimidos que confían en Él, Dios les concede el reino de los Cielos.

Y tú, jovencita, pobre niña entregada al trabajo y a las privaciones, ¿por qué esos tristes pensamientos? ¿Por qué lloras? Que tu mirada, piadosa y serena, se eleve hacia Dios: Él da alimento a las avecillas. Ten confianza en Él, que no te abandonará. La algarabía de las fiestas y los placeres del mundo agitan tu corazón. Quisieras también adornar tu cabello con flores y mezclarte con los felices de la Tierra. Piensas que podrías, como esas mujeres a las que ves pasar alegres y risueñas, ser rica también. ¡Oh! ¡Cállate, niña! Si supieses cuántas lágrimas y dolores indescriptibles se ocultan bajo esos vestidos bordados, cuántos sollozos son ahogados por el ruido de esa alegre orquesta, preferirías tu humilde refugio y tu pobreza. Mantente pura ante Dios, si no quieres que tu ángel de la guarda se eleve hacia Él, con el rostro oculto bajo sus blancas alas, y te deje con tus remordimientos, sin guía, sin amparo, en este mundo donde estarías perdida, mientras esperas tu castigo en el otro.

Y vosotros, los que sufrís las injusticias de los hombres, sed indulgentes para con las faltas de vuestros hermanos, reconociendo que tampoco estáis exentos de culpas: en eso consiste la caridad, y también la humildad. Si sufrís por las calumnias, inclinad la frente ante esa prueba. ¿Qué os importan las calumnias del mundo? Si vuestra conducta es pura, ¿acaso Dios no puede recompensaros por ello? Soportar con valor las humillaciones de los hombres implica ser humilde y reconocer que sólo Dios es grande y poderoso.

¡Oh, Dios mío! ¿Será preciso que Cristo venga por segunda vez a la Tierra para enseñar a los hombres tus leyes, porque las olvidan? ¿Deberá Él expulsar otra vez del templo a los mercaderes que corrompen tu casa, destinada exclusivamente a la oración? ¡Oh, hombres! ¡Quién sabe si, en caso de que Dios os concediera la gracia de enviaros nuevamente a Jesús, no renegaríais de Él como lo hicisteis antes! ¡O si no lo llamaríais blasfemo, porque abatiría el orgullo de los fariseos modernos! Es posible que lo hicierais recorrer de nuevo el camino del Gólgota.

Cuando Moisés subió al monte Sinaí para recibir los mandamientos de Dios, el pueblo de Israel, entregado a sí mismo, abandonó al verdadero Dios. Hombres y mujeres se desprendieron de su oro y sus alhajas para que se hiciera un ídolo, al que adoraron. Hombres civilizados, vosotros os comportáis del mismo modo que ellos. Cristo os confió su doctrina; os dio el ejemplo de todas las virtudes, pero lo habéis abandonado todo, tanto el ejemplo como los preceptos. Cada uno de vosotros contribuyó con sus pasiones, y os habéis hecho un Dios a la medida de vuestra voluntad: según algunos, terrible y sanguinario; según otros, indiferente a los intereses del mundo. El Dios que fabricasteis sigue siendo el becerro de oro que cada uno adapta a sus gustos y a sus ideas.

Reflexionad, hermanos y amigos míos. Que la voz de los Espíritus conmueva vuestros corazones. Sed generosos y caritativos sin ostentación, es decir, haced el bien con humildad.

Que cada uno derribe poco a poco los altares que habéis erigido al orgullo. En una palabra, sed verdaderos cristianos, y alcanzaréis el reino de la verdad. No dudéis más de la bondad de Dios, cuando Él os da tantas pruebas de ello.

Los Espíritus venimos a preparar el camino para que las profecías se cumplan.

Cuando el Señor os dé una manifestación más resonante de su clemencia, que el enviado celestial os encuentre formando una gran familia; que vuestros corazones afables y humildes sean dignos de oír la palabra divina que Él habrá de traeros; que el elegido no encuentre en su camino otra cosa que las palmas que vosotros hayáis dispuesto por vuestro retorno al bien, a la caridad, a la fraternidad, y entonces vuestro mundo se convertirá en el paraíso terrenal.

Por el contrario, si permanecierais insensibles a la voz de los Espíritus enviados para purificar y renovar vuestra sociedad civilizada, rica en ciencias, pero tan pobre en buenos sentimientos, entonces, ¡ay!, sólo nos quedará llorar y gemir por vuestro destino. Pero no, no sucederá de ese modo. Volved a Dios, vuestro Padre, y en ese caso nosotros, que habremos contribuido al cumplimiento de su voluntad, entonaremos el cántico de acción de gracias, para agradecer al Señor su inagotable bondad, y para glorificarlo por los siglos de los siglos. Así sea.

Lacordaire. Constantina, 1863

El evangelio según el espiritismo
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RESUMEN HISTÓRICO DE LA INMORTALIDAD


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Civilizaciones, Religiones y Sabios

La inmortalidad ha sido, desde siempre, la mayor preocupación del ser humano desde que su raciocinio alcanzó la capacidad de pensar sobre sí mismo y con ello iniciar el camino del desarrollo de la conciencia y de la mente.                                                                                                            Existen en todas las civilizaciones y pueblos antiguos la preocupación directa e indirecta sobre la inmortalidad del principio espiritual en el hombre. Conocemos la historiografía suficiente de los pueblos antiguos para saber que el sentido religioso formaba parte de los códigos principales de la vida en todas las civilizaciones. 

En el mundo oriental los primeros vestigios de escritura hacen referencia a la famosa leyenda de Gilgamesh, en Asiria, donde la principal preocupación de este rey sumerio es descubrir la fuente de la inmortalidad a raíz de la muerte de su amigo Endiku.

Referenciando únicamente otros tantos libros sagrados de otras religiones, podemos encontrar: en la India un excelente tratado en “El Libro Tibetano de los Muertos”, o en los Vedas y el Bagavadh-Guita de la religión Hindú, con los diálogos del Dios Krishna y su discípulo Arjuna. En la antigua Persia, la religión fundada por Zoroastro explica igualmente en sus textos de referencia la inmortalidad. En China y Japón los ritos ancestrales y la mitología que sirven de base a religiones posteriores, como el confucionismo o sintoísmo, hacen referencia constante al “poder celeste”, donde todo viene del cielo y hasta allí llega, incluso nuestra parte inmortal. En el antiguo Egipto los hierofantes y sacerdotes dejan vestigios de la religión faraónica y sus creencias en la vida futura en los papiros y jeroglíficos que adornan sus imponentes templos.

En una mención apresurada de los antecedentes de la inmortalidad del alma en la historia de occidente, hemos de recurrir sin exclusión a una obra cumbre de Platón (el más grande filósofo de la Grecia antigua del que actualmente se dice que toda la filosofía posterior a él no es más que notas a pie de página de su pensamiento). Anterior a este gran filósofo, la escuela pitagórica, órfica, los filósofos presocráticos como Anaxágoras, Parménides, etc.,  como ya explican la inmortalidad del alma, su preexistencia al nacimiento independiente del cuerpo y la transmigración de la misma de unos cuerpos a otros (reencarnación).

La obra en la que Platón relata con precisión los diálogos que su maestro Sócrates tiene con sus discípulos acerca de la inmortalidad del alma es el Fedón. En este relato extraordinario, Sócrates nos avanza no solo los argumentos filosóficos y las justificaciones de los mismos a favor de la inmortalidad, se nos explican también ejemplos clarificadores sobre qué acontece con el Alma cuando llega al más allá, cómo se relaciona con otras Almas que allí encuentra, de qué manera vuelve a la Tierra para poder reencarnar de nuevo, por qué pierde el conocimiento de sus vidas anteriores, quiénes son aquellos con los que nos encontramos en ese otro lado, cómo son clasificados y de qué forma y por qué la ley de la retribución o ley de causa y efecto actúa sobre todos, dando preponderancia a lo bueno que supone actuar en el bien y a lo malo que representa para el alma ejercer el mal.

Además de todos estos interrogantes a los que Sócrates ofrece sus argumentos, encontramos los ejemplos de los mitos que Platón incorpora. Por un lado, el famoso “mito de la caverna” sobre el origen de las ideas y del mundo real, que no es otra cosa que el auténtico mundo del alma (el plano del espíritu inmortal) donde se tiene plena conciencia y no se vive en las sombras de la caverna (encarnados en el cuerpo físico en la Tierra) viendo permanentemente el reflejo material y no vislumbrando la verdad de la naturaleza espiritual del alma inmortal.

Pero el más clarificador de estos ejemplos es el mito de “Er”, donde un soldado que muere en una guerra padece lo que hoy denominaríamos como una ECM (experiencia cercana a la muerte), experimentando un viaje al mundo espiritual donde le son presentadas las situaciones de las almas que allí se encuentran, su clasificación y vuelta a la vida en una nueva reencarnación después de perder la memoria al beber en las aguas del Leteo. El soldado, aparentemente muerto, vuelve a la vida y narra las experiencias vividas por su “Alma o Conciencia” durante el tiempo que estuvo en la pira funeraria esperando ser cremado al considerarlo muerto.

Y continuando con el recorrido histórico, qué podemos decir de la Biblia o el Corán, ambos textos presentan la base de las religiones monoteístas. Este último, cuya tradición se remonta a Abraham como tronco de su creencia centrada en Ismael que luego será desarrollado por Mahoma, y la primera, en lo que atañe al viejo testamento, hace constantes referencias a la inmortalidad el Alma que comparten las religiones judía, cristiana y musulmana. Y en lo que respecta al Nuevo Testamento, el cristianismo no solo mantiene ese principio, sino que un hecho relevante lo eleva por encima de cualquier otro: “la resurrección de Jesús después de la muerte” es el aspecto diferencial con el que el cristianismo sustenta su fe y su doctrina.

Es este principio y no otro el que cohesionó y permitió triunfar al cristianismo por encima de otras religiones, ofreciendo la esperanza de la inmortalidad del alma después de la muerte refrendada por el ejemplo personal de la vuelta a la vida del Maestro de Galilea cuando, durante cuarenta días después de su muerte, fue presentándose ante multitud de testigos en “cuerpo glorioso (espiritual)”, como afirma Pablo de Tarso, convirtiendo así a Jesús en “el vencedor de la muerte”. Es tan importante y relevante este hecho que el mismo Pablo afirma: “sin la resurrección de Cristo vana es nuestra fe”.

Siguiendo circunscritos a la historia del pensamiento occidental sobre la inmortalidad del alma, es también preciso mencionar el tratado de San Agustín con ese mismo título, donde este padre de la Iglesia nos ofrece su particular visión judeo-cristiana acerca de la inmortalidad del Alma, desarrollando sus tesis a favor de la misma y las particularidades que su propio contexto histórico-temporal en cuanto al desarrollo del cristianismo primitivo tenía en ese momento del siglo V. San Agustín deja entrever no solo la realidad de la trascendencia del alma después de la muerte, sino también la posibilidad de una vuelta a la vida, preguntándose si cuando estaba en el vientre de su madre él ya sabía de su propia existencia.

Un tercer documento escrito o testimonio primordial acerca de la inmortalidad del alma lo constituye la filosofía espírita de Allán Kardec, pues su obra cumbre presentada en París el 18 de abril de 1857 tiene como finalidad la demostración y constatación de la inmortalidad del alma y su trascendencia y vigencia después de la muerte. Nos referimos a la famosa obra “El Libro de los Espíritus”, dónde se estructuran los argumentos filosóficos más novedosos hasta ese tiempo acerca del tema que nos ocupa y los cuales siguen siendo, siglo y medio después, de plena vigencia y actualidad en lo que se refiere a la explicación racional, lógica y coherente de la trascendencia del ser humano en su trayectoria antes de la vida y después de la muerte.  La inmortalidad del alma queda así confirmada no sólo por la justificación de los argumentos filosóficos del espiritismo, sino por la constatación de la ciencia espírita al probar, mediante las leyes que rigen la evolución del alma, la pre-existencia del espíritu antes de su encarnación y la supervivencia del mismo después de la muerte.

Precisaríamos de una biblioteca entera para presentar los testimonios, evidencias, explicaciones, argumentos a favor y en contra de la inmortalidad del alma y sus referencias. No es nuestra intención profundizar en esto, baste pues comprender que el sentido de la trascendencia e inmortalidad del alma se halla esculpido en la conciencia humana desde sus inicios, y que, lejos de ser un argumento elaborado por las religiones, es una percepción e intuición de la propia naturaleza humana muy anterior en el tiempo a la aparición de estas.

La propia evolución antropo-psico-sociológica del ser humano lleva aparejada desde sus inicios esta realidad que nos acompaña en lo biológico (Gen Vmat2), en lo psicológico (inconsciente individual que forma parte del periespíritu y el inconsciente colectivo) y en lo espiritual (el alma). Y el progreso y desarrollo del ser humano implica al mismo tiempo la evolución de este principio espiritual inteligente e inmortal, creado por Dios para ser el heredero de su obra con el destino final hacia la plenitud y perfección relativa.

Antonio Lledó Flor-  Amor, Paz y Caridad

“La inmortalidad es el destino de la Vida en todas sus expresiones, pese a las transformaciones y los cambios inevitables de la evolución”

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MEDIUMNIDAD: PRINCIPIO BÁSICO DEL ESPIRITISMO

" La mediumnidad es una planta delicada que para florecer necesita atentas precauciones y cuidados asiduos"- LEÓN DENIS

   La mediumnidad es la capacidad que poseemos los seres humanos, más agudizada en aquellos que llamamos específicamente médiums, para relacionar ambas humanidades, la visible y la invisible, es decir, el mundo físico y el mundo espiritual. El mundo espiritual es continuación del nuestro, aunque se encuentra en otra faja vibratoria.
   Por la mediumnidad se prueba experimentalmente la inmortalidad del alma, se rectifican las falsas ideas del cielo, del infierno, de las penas y castigos eternos, entramos en contacto con seres queridos y recibimos valiosas informaciones, instrucciones e intuiciones, de variadas fuentes espirituales. La mediumnidad bien empleada y aprovechada, ofrece valiosa contribución al esclarecimiento de diversos problemas de índole médico, psicológico y social.
   Las manifestaciones, sean físicas o intelectuales, además de probar la supervivencia del espíritu, permiten aquilatar el grado evolutivo alcanzado por la entidad que se comunica. Los espíritus, al comunicarse con los seres físicos, han establecido relaciones entre ambos planos de existencia, mediante las cuales podemos conocer las diversas condiciones de vida que imperan en ese denominado más allá- Las enseñanzas de los espíritus referentes a las nuevas condiciones de  vida en que se desenvuelven después de la muerte, constituyen el eje central de la doctrina filosófica y moral del Espiritismo.
   Pasando por encima de argumentaciones de índole teológica o materialista, figuran las demostraciones probatorias del Espiritismo, cuyo fenomenismo mediúmnico tan variado como copioso y convincente, presenta la prueba real, positiva, de que la personalidad humana no se extingue con la muerte del cuerpo, sino que continúa después de su desaparición.
- Jon Aizpúrua- ( Tratado de Espiritismo)

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lunes, 29 de mayo de 2023

El doble carácter de la Revelación Espírita

 INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.-Principal Virtud: La Caridad (2ª Parte)

2.- Semejanzas de los hijos con sus padres

3.- Espíritus Puros

4.-El doble carácter de la Revelación Espírita

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    PRINCIPAL VIRTUD: LA CARIDAD          (2ª Parte)

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La caridad ama al hombre por Dios, y le procura, ante todo, sus bienes divinos. Es distinta de la filantropía, que ama al hombre por el hombre y quiere y procura sólo sus bienes humanos y temporales. En consecuencia, para que los amores naturales legítimos sean meritorios, deben ser elevados por la caridad. Una madre debe amar a sus hijos, no sólo como hijos de ella, sino primeramente como hijos de Dios, si quiere que su amor sea meritorio.

Incluso en el hombre menos valorizado hay un valor divino que le hace acreedor al amor de los demás hombres. Dice Santo Tomás: "La razón del amor al prójimo es Dios; pues lo que hemos de amar en él es que esté en Dios. Y por eso el acto con que amamos a Dios es el mismo que el acto con el que amamos al prójimo"

El amor a los enemigos obliga a romper el odio y el deseo de venganza. Por eso pecan gravemente las personas que dejan de saludarse o hablarse durante mucho tiempo, y hay obligación de reconciliarse cuanto antes. La caridad produce frutos: la misericordia, que es la primera y más importante de las virtudes con el prójimo, cuyas obras corporales y espirituales, son conocidas: Enseñar, dar buen consejo, corregir, perdonar, consolar, sufrir, rogar, visitar, dar de comer y de beber, vestir, dar posada, redimir, enterrar.

La beneficencia, es hacer a los demás algún bien, como signo de la benevolencia interior. A veces se relaciona con la justicia, cuando lo que se da, se debe; o con la liberalidad, cuando se da gratuitamente.Faltamos a la caridad con el odio, que desea el mal al prójimo, o se entristece por sus bienes; 

za del bien ajeno, que se considera como mal propio, porque parece que rebaja la propia gloria y excelencia. La envidia, es uno de los pecados más viles, señal de un alma ruin, totalmente contraria al evangelio. Nace de la soberbia, y engendra el odio, la murmuración, la difamación, la alegría del mal y la tristeza en la prosperidad; y faltamos también a la caridad con, la discordia, la riña, el escándalo, la cooperación al mal.

León Denis nos dice  que   es muy difícil practicar la caridad con los hombres que no son amables, ya que nos complacemos  en  considerar únicamente, los malos aspectos de sus caracteres, sus defectos, sus pasiones y sus debilidades, olvidando con demasiada frecuencia que nosotros mismos  no estamos exentos de ellos, y que si ellos necesitan de caridad nosotros no tenemos menos necesidad de indulgencia.

No solo el mal reina en este mundo, hay también mucho bien en el hombre, hidalguía y virtudes. Sobre todo hay sufrimiento. Si queremos ser caritativos, y debemos serlo,  tanto por nuestro propio interés como por el orden social, no nos obstinemos  en nuestros juicios acerca de nuestros semejantes, en lo que pude llevarnos a la maledicencia  y a la denigración, debemos ver en el hombre, sobretodo, a un compañero de sufrimientos, a un hermano de armas en las luchas de la vida. Considerando los males que padecen  en todas las categorías de la sociedad. ¿Quién no soporta el peso de las tristezas y de las amarguras? ¿Quién es el que  no oculta una llaga  en el fondo de su alma? Si nos colocamos en este punto de vista  para considerar al prójimo, nuestra benevolencia se cambiará al punto de simpatía.

Procuremos aliviar los males, enjugar las lágrimas, trabajando con todas nuestras fuerzas para que se produzca en la Tierra un reparto más equitativo de los bienes materiales y de los tesoros del pensamiento.  Una buena palabra, un consejo desinteresado, un cordial apretón de manos, tienen mucho poder sobre las almas ulceradas por el dolor. Los vicios del pobre nos indignan y, sin embargo, ¡cuánta disculpa hay en el fondo de su miseria! No pretendamos ignorar sus virtudes, que son mucho más asombrosas, puesto que florecen en el lodazal.

¡Cuantas abnegaciones oscuras hay entre los humildes! ¡Cuántas luchas heroicas y tenaces contra la adversidad! Sin duda, mucho fango y muchas cosas repugnantes se encuentran en las escenas de las vidas de los débiles.  Quejas y blasfemias, embriaguez y proxenetismo, hijos sin corazón y padres sin entrañas: todas las fealdades se confunden en ellas; pero bajo este exterior repulsivo existe siempre el alma humana que sufre, el alma hermana nuestra, digna siempre de interés y de afecto.

Sustraerla al lodo de la cloaca, esclarecerla, hacerla subir, grada a grada por la escala de la rehabilitación  ¡Qué gran tarea! Todo se purifica con el Sol de la Caridad. Es el fuego que abrazaba al Cristo a los Vicente de Paul, y a todos aquellos, que en su inmenso amor hacia los débiles y los abatidos, encontraron el principio de su abnegación sublime.

La caridad tiene otras formas diferentes de solicitud para con los desdichados. La caridad material o bienhechora puede aplicarse a un cierto número de semejantes  bajo la forma de socorro, de sostén o de estimulo. La caridad moral  debe extenderse a todos  los que participan de nuestra vida en este mundo. No consiste en limosnas, sino en una benevolencia que debe envolver a todos los hombres, desde el más virtuoso al más criminal y regir nuestras relaciones con ellos. Esta caridad podemos practicarla todos, por muy modesta que sea nuestra condición.

La verdadera caridad es paciente e indulgente. No humilla ni desdeña a nadie; es tolerante, y si trata de disuadir, es con dulzura y sin violentar las ideas que se profesan.

Sin embargo, esta virtud es escasa, por el cierto fondo de egoísmo que nos lleva más bien a observar, a criticar los defectos del prójimo, mientras permanecemos ciegos a los nuestros. Cuando en nosotros existen tantos errores, ejercitamos de buen grado nuestra sagacidad en hacer resaltar los de nuestros semejantes. La verdadera superioridad moral no existe sin  la caridad y si en la modestia. No tenemos derecho a condenar en otros las faltas que estamos expuestos a cometer, y aunque estemos seguros de tener dominada esa falta, no debemos olvidar que hubo un tiempo en que nos debatíamos entre la pasión y el vicio.

La perfección en la tierra no existe. Y no debemos olvidar que seremos juzgados con la misma medida  con la que juzguemos a nuestros semejantes. Las opiniones que sacamos de ellos son casi siempre un reflejo de nuestra propia naturaleza.  Procuremos por eso siempre disculpar antes que condenar.

El porvenir se nos presentar siempre funesto si conservamos las malas conversaciones, y la maledicencia en nuestras reuniones. El eco de nuestras palabras resonará al otro lado de la vida. El humo de nuestros pensamientos malévolos  será una espesa nube en la que quedaremos envueltos y oscurecidos en el más allá. Por eso guardémonos de las críticas, de las palabras burlonas y sarcásticas que  envenenan el porvenir. Huyamos de la maledicencia  como de una peste; retengamos en nuestros labios toda frase amarga dispuesta a escaparse de ellos. En esto estriba nuestra felicidad.

El hombre caritativo hace el bien en la sombra; disimula sus buenas acciones, mientras que la vanidosa proclama lo poco que hace. “Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda” dijo Jesús – “El que  hace el bien con ostentación ya ha recibido su recompensa”.

Dar a escondidas, ser indiferente a las alabanzas de los hombres es mostrar una verdadera elevación de carácter, es colocarse por encima  de los juicios de un mundo y buscar la justificación  de los actos en la vida que nunca acaba.

En estas condiciones, la ingratitud y la injusticia no pueden alcanzar al hombre caritativo. Hace el bien  porque es su deber y sin esperar obtener ventaja alguna. No busca recompensas; deja a la ley  eterna el cuidado  de hacer  que se deduzcan las consecuencias de sus actos, o, más bien, ni siquiera piensa en ello. Es generoso sin cálculo. Para favorecer a los demás, sabe  privarse de sí mismo, penetrado de la idea de que no existe merito alguno en dar lo superfluo. Por eso, el óbolo del pobre, el dinero de la viuda, el pedazo de pan compartido con el compañero  de infortunio tienen más valor que la prodigalidad del rico. El pobre, en su carencia de lo necesario, puede aun socorrer al que es más pobre que el.

El oro no agota todas las lágrimas ni cura todas las llagas. Hay males para los que una amistad sincera, una ardiente simpatía, una efusión del alma harán más que todas las riquezas.

Por eso seamos generosos con los que han sucumbido en su lucha contra el mal, contra sus pasiones,; seamos generosos para con los pecadores; los criminales y duros de corazón. Pensemos siempre que su responsabilidad depende de sus conocimientos, que más se pide a aquel que más sabe.

Seamos piadosos con los humildes, con los débiles, con los afligidos y con todos aquellos que sangran por las heridas del alma  o del cuerpo. Busquemos los ambientes  donde el dolor abunda, donde los corazones se resienten,  donde las existencias se consumen en la desesperación y el olvido. Descendamos por esos mismos abismos de miseria, con el fin de llevar hasta ellos los consuelos que reaniman, las buenas palabras que reconfortan y las exhortaciones  que vivifican, con la finalidad  de hacer que brille en ellos la esperanza, ese sol de los desdichados. Solamente con abnegación y el afecto nos aproximaremos a ellos en la distancia, prevendremos los cataclismos sociales, extinguiendo el odio que se alberga en los corazones de los desheredados.

Todo lo que hagamos por nuestro hermano se graba en el gran libro fluídico cuyas páginas se desarrollan a través del espacio, paginas luminosas donde se inscriben nuestros actos, nuestros sentimientos y nuestras ideas. Y esas deudas nos serán pagadas largamente en las existencias futuras.

Nada queda perdido  ni olvidado. Los lazos que unen a las almas a través de los tiempos son tejidos con las buenas acciones del pasado. La sabiduría eterna lo ha dispuesto así para el bien de los seres. Las buenas obras realizadas en la Tierra constituyen para su autor un venero de infinitos goces en el porvenir.

La perfección del hombre se resume en dos palabras: caridad y verdad. La caridad  es la virtud por excelencia; es de esencia divina, ya lo dijimos antes. Resplandece en todos los mundos  y reconforta a las almas  como una mirada, como una sonrisa del Eterno. Aventaja en los resultados al saber y al genio. Estos no se manifiestan sin algo de soberbia. Son reconocidos y a veces desconocidos; pero la caridad, siempre dulce y bienhechora, enternece los corazones más duros y desarma a los espíritus más perversos inundándolos de amor.

La caridad, cualquiera que sea la forma por la que se exprese, debe tener siempre por efecto estrechar los lazos del afecto humano, de la fraternidad entre las almas. Cuando todos los hombres se unan en las obras de beneficencia y practiquen la filantropía, sin llevar en cuenta creencias ni opiniones y se hallen unidos todos, no por el credo que profesan, más si por la obra que realicen, la Humanidad habrá dado un paso gigantesco en el camino de su evolución.

Sed filántropos, sed caritativos, practicad la beneficencia, fundar instituciones benéficas, que todo esto corresponda al genuino sentimiento de la caridad, no les imprimáis cuño confesional, sea cual sea. La caridad es caridad, y nada más que caridad y abraza a todas las creencias y religiones, sin distinción alguna, porque todos somos hijos de Dios objetos de su amor inagotable. Dar cuño a una obra de beneficencia distinguirla con un adjetivo ajeno a su función, para diferenciarla de otras, es ensuciarla despojarla del mayor valor que la debe distinguir, adornándole la frente con inmaculada aureola de la verdadera caridad.

Desempeñemos desde ahora todas nuestras tareas con caridad. Si no encontramos retribución espiritual, en el dominio del entendimiento, en sentido inmediato, sabemos que el Padre nos acompaña a todos  devotamente.

Si encontramos piedras y espinos en el camino, fijémonos en Jesús y pasemos.

-Merchita -                                                                                                                                                         Bibliografía.- "Jesús y el Evangelio a la Luz de la Psicología Profunda" de Divaldo P. Franco                                          " Después de la Muerte"   de León Denis                                                                                                           INTERNET.

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SEMEJANZAS DE LOS HIJOS CON SUS PADRES

.. Los progenitores suelen transmitir con frecuencia a sus hijos una semejanza física. ¿Les transmiten también un parecido moral?

- No, puesto que se trata de almas o Espíritus diferentes. El cuerpo procede del cuerpo, pero el Espíritu no procede del Espíritu. Entre los descendientes de las razas sólo existe consanguinidad.

¿A qué se deben las semejanzas morales que existen a veces entre padres e hijos?

- Son Espíritus que simpatizan, atraídos por la similitud de inclinaciones.

. Los Espíritus de los progenitores ¿no ejercen influencia sobre el del niño después del nacimiento de éste?

- Tienen una influencia muy grande. Como ya dijimos, los Espíritus deben coadyuvar a su mutuo progreso. Pues bien, los de los padres tienen por misión desarrollar el de sus hijos mediante la educación. Para el Espíritu del padre es esta una tarea: si falla, será culpable.

. ¿Por qué padres buenos y virtuosos engendran niños de naturaleza perversa? Dicho de otro modo: ¿por qué las buenas cualidades de los progenitores no atraen siempre, por simpatía, a un Espíritu bueno para animar a su hijo?

-Un Espíritu malo puede solicitar padres buenos, con la esperanza de que sus consejos lo encaminarán por una senda mejor, y a menudo Dios se los concede.

. ¿Pueden los padres, mediante sus pensamientos y plegarias, atraer hacia el cuerpo de su hijo a un Espíritu bueno más que a uno inferior?

- No, pero podrán mejorar al Espíritu del hijo que han engendrado y que les es confiado. Tal es su deber. Malos hijos constituyen una prueba para sus progenitores.

- EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS- Allan Kardec

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                            ESPÍRITUS PUROS 

                   ( O del primer orden)
– Caracteres generales :

No sufren influencia de la materia. Superioridad intelectual y moral absoluta con relación a los Espíritus de los otros órdenes

113 – Primera clase. Clase única.- Recorrieron todos los grados de la escala y se despojaron de todas las impurezas de la materia. Habiendo alcanzado la suma de la perfección de que es susceptible la criatura, no han de sufrir pruebas ni expiaciones. No estando sujetos a la reencarnación en cuerpos perecederos, viven la vida eterna, que disfrutan en el seno de Dios. Gozan de inalterable felicidad, puesto que no están sujetos, ni a las necesidades, ni a las vicisitudes de la vida material; pero esa felicidad no consiste en la ociosidad monótona en el transcurso de una contemplación perpetua. Son los ministros de Dios, cuyas órdenes acerca de la conservación de la armonía universal, ejecutan. Comandan a todos los Espíritus que le son inferiores, les ayudan a perfeccionarse y les designan sus misiones. Asisten a los hombres en sus aflicciones, tratan de excitarlos al bien o a la expiación de las faltas que los mantienen alejados de la felicidad suprema y eso  es para ellos una dulce ocupación. Se les designa a veces con los nombres de Ángeles, Arcángeles y Serafines. Los hombres pueden comunicarse con ellos, pero sería muy presuntuoso el que pretendiese tenerlos constantemente a sus órdenes

-Allan Kardec-


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      EL DOBLE CARÁCTER DE LA                         REVELACIÓN ESPÍRITA

La-codificacion-Kardeciana- Sociedad Española de Divulgadores Espíritas
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