viernes, 18 de diciembre de 2020

Estigmatizados: ¿Fenómeno o Milagro?

   INQUIETUDES ESPÍRITAS

 1.- La Transición

2.- De Espíritus y de Periespíritus

3.- El Dolor

4.-Práctica y peligros de la Mediumnidad

5.- Estigmatizados: ¿ Fenómeno o Milagro?



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                        La Transición 

       [Sobre el Proceso de Muerte o Desencarnación]

                                         Textos de la Codificación

 La confianza en la vida futura no excluye los temores acerca de la transición de esta vida a la otra. 

Muchas personas no temen a la muerte en sí misma, sino al momento de la transición. ¿Se sufre o no en ese viaje? Esto los inquieta, y con razón, dado que nadie puede escaparse de él. Podemos evitar algún viaje en este mundo, menos ese. Tanto los ricos como los pobres deben realizarlo y, si es doloroso, ni la jerarquía ni la fortuna podrán atenuar su amargura. Si se observa la serenidad de algunos moribundos, y las terribles convulsiones de la agonía de otros, se puede deducir por anticipado que las sensaciones experimentadas no siempre son las mismas. 

Sin embargo, ¿quién podrá informarnos al respecto? ¿Quién nos describirá el fenómeno fisiológico de la separación entre el alma y el cuerpo? ¿Quién nos relatará las impresiones de ese instante supremo? En ese punto la ciencia y la religión guardan silencio. ¿Por qué? Porque les falta el conocimiento de las leyes que rigen las relaciones del Espíritu con la materia. La una se detiene en el borde de la vida espiritual, y la otra en los límites de la vida material. El espiritismo es la línea de unión entre ambas, y sólo él puede decirnos cómo se produce la transición, ya sea a través de las nociones más positivas que nos brinda de la naturaleza del alma, o a través de la descripción proporcionada por aquellos que han dejado este mundo.

 El conocimiento del lazo fluídico que une el alma con el cuerpo es la clave de este fenómeno, así como de muchos otros. La insensibilidad de la materia inerte es un hecho positivo, y sólo el alma experimenta las sensaciones de dolor y placer. Durante la vida, la desagregación de la materia repercute en el alma, que recibe una impresión más o menos dolorosa. Es el alma la que sufre, y no el cuerpo. Este no es más que un instrumento del dolor. En cambio, el alma es el paciente. Por el contrario, después de la muerte, el alma y el cuerpo están separados, de modo que, así como el cuerpo puede ser impunemente mutilado, pues no siente nada, del mismo modo el alma, que se encuentra aislada, no se ve afectada por la desorganización del cuerpo. 

El alma tiene sus propias sensaciones, cuya fuente no reside en la materia tangible. El periespíritu es la envoltura fluídica del alma, de la que no se separa ni antes ni después de la muerte. Ambos forman, por decirlo así, una sola entidad, de modo que no se puede concebir a la una sin el otro. Durante la vida, el fluido periespiritual impregna el cuerpo en todas sus partes y sirve de vehículo a las sensaciones físicas del alma. Es también por su intermedio que el alma actúa sobre el cuerpo y dirige sus movimientos. La extinción de la vida orgánica hace que el alma se separe del cuerpo, debido a la ruptura del lazo fluídico que los unía. Con todo, esa separación nunca es brusca. El fluido periespiritual se desprende poco a poco de los órganos, de manera que la separación llega a ser completa y absoluta cuando no queda ni un átomo del periespíritu unido a una molécula del cuerpo. 

La sensación dolorosa que experimenta el alma en el momento de la muerte depende de la suma de los puntos de contacto que existen entre el cuerpo y el periespíritu, así como del grado de dificultad y lentitud que presenta la separación. Así pues, debemos aceptar que, conforme a las circunstancias, la muerte puede ser más o menos penosa. Esas diferentes circunstancias son las que nos corresponde analizar. Establecemos, en primer lugar, y como principio, los cuatro casos siguientes, que podemos considerar como situaciones extremas, entre los cuales existe una infinidad de variantes: 

1º.) Si en el momento de la extinción de la vida orgánica el desprendimiento del periespíritu es completo, el alma no siente absolutamente nada. 

2º.) Si en ese momento la cohesión entre los dos elementos está en el auge de su intensidad, se produce una especie de desgarramiento que reacciona dolorosamente sobre el alma. 

3º.) Si la cohesión es débil, la separación resulta fácil y se produce sin conmoción. 

4º.) Si después del cese completo de la vida orgánica existen todavía numerosos puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, el alma puede llegar a sentir los efectos de la descomposición del cuerpo, hasta que ese lazo se deshaga completamente. De ahí resulta que el sufrimiento que acompaña a la muerte está subordinado a la fuerza de cohesión que une el cuerpo con el periespíritu; que todo lo que pueda contribuir a la disminución de esa fuerza y a la rapidez del desprendimiento hace que la transición sea menos dolorosa; por último, que si el desprendimiento se produce sin ninguna dificultad, el alma no experimenta ninguna sensación desagradable. 

Durante la transición de la vida corporal a la vida espiritual se produce otro fenómeno muy importante: el de la turbación. En ese momento, el alma experimenta un embotamiento que paraliza momentáneamente sus facultades, y neutraliza al menos en parte sus sensaciones. Es como si estuviera en un estado de catalepsia, de modo que el alma casi nunca es testigo consciente del último suspiro. Decimos casi nunca porque en algunos casos el alma puede estar consciente, como en breve veremos*. Así pues, la turbación puede ser considerada el estado normal en el momento de la muerte. Su duración es indeterminada y varía entre algunas horas y varios años. A medida que se libera, el alma se encuentra en una situación comparable a la de un hombre que despierta de un sueño profundo. Sus ideas son confusas, vagas e inciertas; ve como a través de una niebla. Poco a poco se le aclara la vista y recupera la memoria. Ese despertar, con todo, varía según los individuos. En unos es sereno y abunda en sensaciones deliciosas; en otros está repleto de terror y ansiedad, como si se tratara de una horrible pesadilla. El momento del último suspiro no es, pues, el más penoso, porque lo más común es que el alma no tenga conciencia de sí misma. Antes de eso, el alma padece la desagregación de la materia durante las convulsiones de la agonía y, con posterioridad, la angustia de la turbación. Desde ya afirmamos que ese estado no es general. La intensidad y duración del sufrimiento dependen, como hemos dicho, del grado de afinidad que existe entre el cuerpo y el periespíritu. Así, cuanto mayor es esa afinidad, tanto más penosos y prolongados son los esfuerzos del Espíritu para desprenderse de esos lazos. Con todo, hay personas en las que la cohesión es tan débil que el desprendimiento se produce por sí mismo, con naturalidad. El Espíritu se separa del cuerpo como el fruto maduro se suelta de su tallo. Es el caso de las muertes serenas y de los despertares apacibles. El estado moral del alma es la causa principal de la mayor o menor facilidad de desprendimiento. La afinidad entre el cuerpo y el periespíritu es proporcional al apego del Espíritu a la materia, y alcanza su culminación en el hombre cuyas preocupaciones se concentran en la vida terrenal y en los goces materiales. Esa afinidad es casi nula en aquellas personas cuyas almas, ya purificadas, se identifican por anticipado con la vida espiritual. Y puesto que la lentitud y la dificultad de la separación guardan relación con el grado de purificación y desmaterialización del alma, depende de cada uno hacer que ese viaje sea fácil o penoso, agradable o doloroso. 

Una vez establecido esto, a la vez como teoría y como resultado de la observación, nos queda examinar la influencia del género de muerte sobre las sensaciones del alma en el último momento de vida. En la muerte natural, la que resulta de la extinción de las fuerzas vitales debido a la vejez o la enfermedad, el desprendimiento se opera gradualmente. En el hombre cuya alma está desmaterializada y cuyos pensamientos se apartan de las cosas terrenales, el desprendimiento está casi completo antes de la muerte real: el cuerpo aún tiene vida orgánica, pero el alma ya penetró en la vida espiritual y apenas está vinculado a aquel por un lazo tan frágil que se corta con el último latido del corazón. En estas condiciones, es posible que el Espíritu haya recobrado ya su lucidez, y que sea testigo consciente de la extinción de la vida del cuerpo, por lo que se siente feliz de haberse liberado. Para él, la turbación es casi nula; se asemeja a un instante de sueño apacible del cual despierta con una indefinible sensación de esperanza y felicidad. En el hombre materialista y sensual, que vivió más para el cuerpo que para el espíritu, y para quien la vida espiritual no significa nada, ni siquiera a nivel del pensamiento, todo contribuye a estrechar los lazos que lo atan a la materia, pues no ha hecho nada en la vida para aflojarlos. Y cuando la muerte se aproxima, si bien el desprendimiento se realiza gradualmente, demanda continuos esfuerzos. Las convulsiones de la agonía son indicios de la lucha del Espíritu, que algunas veces trata de romper los lazos resistentes, y otras se aferra al cuerpo, del cual una fuerza irresistible lo arranca con violencia, parte por parte. El Espíritu se apega tanto más a la vida corporal cuanto menos ve más allá de la misma. Siente que la vida se le escapa y desea retenerla a toda costa. En lugar de abandonarse al movimiento que lo arrastra, resiste con todas sus fuerzas. De ese modo, puede prolongar la lucha durante días, semanas y meses enteros. No cabe duda de que en ese momento el Espíritu no goza de toda su lucidez, pues la turbación ha comenzado bastante antes de la muerte, pero no por eso sufre menos; y el vacío en que se encuentra, así como la incertidumbre de lo que habrá de sucederle, aumentan su angustia. 

La muerte llega, pero no todo ha concluido. La turbación continúa; el Espíritu siente que está vivo, pero no distingue si esa vida es material o espiritual. Sigue luchando hasta que los últimos lazos del periespíritu se hayan cortado por completo. La muerte ha puesto fin a la enfermedad física que padecía, pero no anuló sus consecuencias. Mientras haya puntos de contacto entre el cuerpo y el periespíritu, el Espíritu sentirá sus efectos y sufrirá por ello. 

Muy diferente es la situación del Espíritu desmaterializado, incluso en las enfermedades más crueles. Los lazos fluídicos que lo unen al cuerpo son muy frágiles, de modo que se cortan sin la menor conmoción. Además, su confianza en el porvenir, que ya ha vislumbrado con el pensamiento, o a veces también en la realidad, le permite considerar a la muerte como una liberación, y a sus males como una prueba. De ahí resultan la calma moral y la resignación que alivian su padecimiento. Después de la muerte, dado que esos lazos se cortaron de inmediato, no lo afecta ninguna reacción dolorosa. Al despertar se siente libre, bien dispuesto, aligerado de un gran peso y muy feliz porque ya no sufre. 

En la muerte violenta las condiciones no son exactamente las mismas. Ninguna desagregación parcial ha hecho posible una separación anticipada entre el cuerpo y el periespíritu. La vida orgánica, pese a toda su fuerza, es aniquilada de súbito. En ese caso, el desprendimiento del periespíritu recién comienza después de la muerte, y no puede completarse rápidamente. El Espíritu, sorprendido de improviso, queda como aturdido. Como siente y piensa, cree que aún está vivo, y esa ilusión se prolonga hasta que comprende su situación. Ese estado intermedio entre la vida corporal y la vida espiritual es uno de los más interesantes objetos de estudio, porque presenta el espectáculo singular de un Espíritu que confunde su cuerpo fluídico con su cuerpo material, y que al mismo tiempo experimenta todas las sensaciones de la vida orgánica. Aquí se presenta una serie infinita de matices que difieren según el carácter, los conocimientos y el grado de adelanto moral del Espíritu.

 Para las personas cuya alma se encuentra purificada, ese estado tiene una duración breve, porque en ellas había un desprendimiento anticipado, y la muerte súbita no hace más que apresurar su término. Otras veces se prolonga durante años. También es muy frecuente en los casos de muerte común, y si bien no resulta penoso para los Espíritus adelantados, se vuelve terrible para los atrasados. Esta circunstancia resulta aún más aflictiva en los casos de suicidio. Como el periespíritu se halla sujeto al cuerpo a través de todas sus fibras, todas las convulsiones del cuerpo repercuten en el alma, que de ese modo experimenta atroces padecimientos. 

El estado del Espíritu en el momento de la muerte puede resumirse así: El sufrimiento del Espíritu es tanto mayor cuanto más lento resulta el desprendimiento del periespíritu. La rapidez del desprendimiento es proporcional al grado de adelanto moral del Espíritu. Para el Espíritu desmaterializado, cuya conciencia es pura, la muerte equivale a un sueño de algunos instantes, exento de sufrimiento, y cuyo despertar es muy sereno. Para que alguien pueda trabajar por su purificación, mediante la contención de sus malas tendencias y el dominio de sus pasiones, hace falta que conozca los beneficios que obtendrá en el porvenir, puesto que para identificarse con la vida futura, encaminar hacia ella todas las aspiraciones y optar por ella antes que por la vida terrenal, no basta con creer en esa vida: es necesario comprenderla. 

Hay que considerar la vida futura desde un punto de vista que satisfaga a la razón, que esté completamente de acuerdo con la lógica y el buen sentido, al igual que con la idea que nos formamos de la grandeza, la bondad y la justicia de Dios. En ese aspecto, entre todas las doctrinas filosóficas, el espiritismo es la que ejerce la influencia más poderosa, gracias a la fe inquebrantable que proporciona. 

El espírita serio no se limita a creer, sino que cree porque comprende; y comprende porque emplea la razón. La vida futura es una realidad que se despliega constantemente ante sus ojos: la ve y la toca, por así decirlo, en todo momento, de modo que la duda no tiene guarida en su alma. La vida corporal, tan limitada, se desvanece para él frente a la vida espiritual, que es la verdadera vida. A eso se debe la escasa importancia que atribuye a los inconvenientes del camino, y su resignación ante las vicisitudes, cuyas causas y utilidad comprende perfectamente. Su alma se eleva mediante las relaciones directas que establece con el mundo invisible. Los lazos fluídicos que lo sujetan a la materia se debilitan, con lo cual se produce por anticipado un desprendimiento parcial que facilita su transición a la otra vida. La turbación, inseparable de la transición, dura poco, porque una vez que ha dado ese paso se reconoce de inmediato. Nada le causa extrañeza, y comprende su nueva situación. 

Por cierto, el espiritismo no es indispensable para la obtención de este resultado; razón por la cual no tiene la pretensión de ser la única garantía para la salvación del alma. No obstante, facilita esa salvación, tanto por los conocimientos que proporciona, como por los sentimientos que inspira y las condiciones en que coloca al Espíritu, pues hace que comprenda la necesidad de mejorar. Además, confiere a cada uno los medios para colaborar con el desprendimiento de otros Espíritus en el momento en que dejan la envoltura terrestre, y les abrevia el lapso de su turbación mediante la plegaria y la evocación. Por medio de la plegaria sincera, que es una magnetización espiritual, se provoca una desagregación más rápida del fluido periespiritual; y por medio de una evocación conducida con conocimiento y prudencia, mediante palabras benevolentes y reconfortantes, se libera al Espíritu del embotamiento en que se encuentra, y se lo ayuda a que se reconozca más rápidamente. Si fuese un Espíritu sufridor, se lo impulsa al arrepentimiento, que es el único recurso para abreviar sus padecimientos.

 Texto extraído del libro El Cielo y el Infierno o la Justicia Divina según el Espiritismo* Escrito por Allan Kardec                                                                                 Del : Blog Allan Kardec Kardec,  (Tomado de Zona Espírita)

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       DE ESPÍRITUS Y DE PERIESPÍRITUS

10. Los Espíritus conservan los afectos sinceros que tenían en la Tierra; les gusta regresar hacia aquellos a quienes han amado, sobre todo cuando son atraídos por el pensamiento y los sentimientos afectuosos que se les dirige, mientras que son indiferentes con aquellos que sólo tienen indiferencia hacia ellos. 

11. Los Espíritus pueden manifestarse de muchas maneras diferentes: por la visión, por la audición, por el tacto, por ruidos, por el movimiento de los cuerpos, la escritura, el dibujo, la música, etc. Se manifiestan por intermedio de personas dotadas de una aptitud especial para cada tipo de manifestación y que se distinguen bajo el nombre de médiums. Es así que se distingue a los médiums videntes, parlantes, auditivos, sensitivos, de efectos físicos, dibujantes, tiptores, escribientes, etc. Entre los médiums escribientes, hay variedades numerosas, según la naturaleza de las comunicaciones que están aptos para recibir.

 12. El periespíritu, aunque invisible para nosotros en el estado normal, no deja de ser una materia etérea. El Espíritu puede, en ciertos casos, hacerle sufrir una especie de modificación molecular que le vuelve visible e incluso tangible; es así que se producen las apariciones. Ese fenómeno no es más extraordinario que aquél del  vapor, que es invisible cuando está muy rarificado y que se vuelve visible cuando está condensado. Los Espíritus que se vuelven visibles se presentan casi siempre con la apariencia que tenían en vida y que puede hacer que sean reconocidos. 

13. Es con la ayuda de su periespíritu que el Espíritu actuaba sobre su cuerpo vivo; es todavía con ese mismo fluido que se manifiesta al actuar sobre la materia inerte, que produce los ruidos, los movimientos de las mesas y otros objetos que levanta, derriba o transporta. Ese fenómeno nada tiene de sorprendente si se considera que, entre nosotros, las más poderosas fuerzas de propulsión se encuentran en los fluidos más rarificados e incluso imponderables, como el aire, el vapor y la electricidad. Es igualmente por medio de su periespíritu que el Espíritu hace que los médiums escriban, hablen o dibujen; al no tener un cuerpo tangible para actuar ostensiblemente cuando quiere manifestarse, se sirve del cuerpo del médium, de quien toma prestado los órganos que hace actuar como si fuera su propio cuerpo y eso por el efluvio fluídico que vierte sobre él. 

14. Es por el mismo medio que el Espíritu actúa sobre la mesa, sea para hacer que se mueva sin un significado específico, sea para hacer que dé golpes inteligentes señalando las letras del alfabeto, para formar palabras y frases, fenómeno designado bajo el nombre de typtología. La mesa solamente es acá un instrumento del cual él se sirve, como lo hace con el lápiz para escribir; le da una vitalidad momentánea por el fluido con el cual la impregna, pero no se identifica con ella. Las personas que, en su emoción, al ver manifestarse a un ser que les es querido, abrazan la mesa, hacen un acto ridículo, pues eso es exactamente como si ellas abrazaran el bastón del cual un amigo se sirve para dar golpes. Sucede lo mismo con aquellas que dirigen la palabra a la mesa, como si el Espíritu estuviera encerrado en  la madera o como si la madera se hubiera vuelto Espíritu. Cuando las comunicaciones tienen lugar por ese medio, hay que imaginarse al Espíritu no en la mesa, sino al lado, tal como si estuviera en vida y tal como se lo vería si, en ese momento, él pudiera volverse visible. Lo mismo sucede en las comunicaciones por medio de la escritura; se vería al Espíritu al lado del médium, dirigiendo su mano o transmitiéndole su pensamiento por una corriente fluídica. 

Cuando la mesa se suelta del suelo y flota en el espacio sin punto de apoyo, el Espíritu no la eleva a fuerza de brazo, sino la envuelve y la impregna con una especie de atmósfera fluídica que neutraliza el efecto de la gravedad terrestre, como lo hace el aire para los aeróstatos y las cometas. El fluido del cual es impregnada le da momentáneamente una ligereza específica más grande. Cuando está inmovilizada en el suelo, se encuentra en un caso análogo a aquél de la campana neumática , bajo la cual se hace el vacío. Solamente son comparaciones para mostrar la analogía de los efectos y no la semejanza absoluta de las causas. Según eso, se comprende que no le es más difícil a un Espíritu levantar a una persona que levantar una mesa, transportar un objeto de un sitio a otro o lanzarlo hacia alguna parte; esos fenómenos se producen por la misma ley. Cuando la mesa persigue a alguien, no es el Espíritu el que corre, pues él puede quedarse tranquilamente en el mismo lugar, pero él le da a la mesa el impulso por medio de una corriente fluídica gracias a la cual la hace mover a su antojo. 

Cuando los golpes se hacen oír en la mesa o en otro lugar, el Espíritu no golpea ni con su mano, ni con un objeto cualquiera; dirige sobre el punto 2 N. de la T.: también llamada campana de buzo, es utilizada para trabajos subacuáticos. de donde parte el ruido un chorro de fluido que produce el efecto de un choque eléctrico. Modifica el ruido, como se pueden modificar los sonidos producidos por el aire.

- Allan Kardec- De la Colección de Textos de Allan Kardec 


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                   EL DOLOR


        Hoy nos corresponde el estudio de ese algo imponderable, que el solo nombre atemoriza a mucha gente, y que tan a disgusto es soportado por la mayoría de los afectados, por desconocimiento de su origen y función.
      Necesario es borrar de la mente ese concepto, carente de verdad, de que el dolor humano es un castigo de Dios, como algunas gentes en su ignorancia así lo suponen; sino que es consecuencial, es la reacción de las energías psíquicas y aún biológicas desequilibradas por nosotros mismos, con nuestras actuaciones contrarias a las leyes que rigen la Vida en sus aspectos: físico, psíquico y espiritual.
     El dolor y sufrimiento humano pueden ser: físico, psíquico y espiritual.
     Son físicos, cuando se reflejan en el cuerpo físico, como dolencias y enfermedades, cuyas causas pueden corresponder a hábitos de vida antinatural, en la alimentación, excesos, vicios y por estados afectivos desarmónicos. Según está ya comprobado por la ciencia médica, los hábitos degradantes ocasionan dolencias y enfermedades por el debilitamiento de las energías del propio organismo.
     Son psíquicos esos estados anormales considerados como neurosis, psicosis en manifestación diversa, así como psicopatías en diversos grados; resultando, en su gran parte, de las tensiones emocionales, sentimientos de índole inferior, o de actitud mental desacertada frente a la vida, así como deseos de baja naturaleza.
     Y son sufrimientos espirituales, las sensaciones de reproche y acusación que el Espíritu manifiesta en la persona, conocidos con esa frase: “La conciencia acusa”. Resultante de la debilidad del Espíritu ante los requerimientos negativos que hacen el egoísmo, la ambición, el rencor, la concupiscencia, etc. Sensaciones y reproches que no pueden ser acallados con las diversiones ni placeres pasajeros; llegando en ciertos casos a la desesperación.
    El dolor, en sus comienzos con diversos síntomas o aspectos, es una llamada de atención a la ley violada, llamada que el ser humano recibe a fin de que pueda atender su amenazada salud física, psíquica o espiritual, y buscar las causas. Y cuando se desatiende esa llamada, el dolor se intensifica.
     Las leyes que rigen la Vida, en sus tres aspectos: físico, psíquico y espiritual, están concebidas por la Sabiduría Cósmica dentro de un plan perfecto para un funcionamiento perfecto. Pero, los humanos en su acendrado egoísmo y ambiciones, o dominados por las pasiones, o en la búsqueda de los placeres; han ido adquiriendo hábitos contrarios a esas leyes. Y como consecuencia, reciben la reacción de las mismas, en forma de dolencias y enfermedades, así como trastornos psíquicos en diverso modo.
    Desde tiempo inmemorial, el hombre, en su egoísmo, no se preocupó por el dolor que ocasionaba a los demás, buscando satisfacer sus ambiciones; ni pensó en el mal que se hacía a sí mismo, transformando en aparentes placeres sus necesidades de vida; placeres que pronto se transformaron en vicios que le dominaron, debilitando su cuerpo y su alma. Y así, ha venido creando hábitos de placeres morbosos en la alimentación y excesos sexuales que van agotando las energías, restando posibilidades de acción al Espíritu que, a través de la materia -su cuerpo físico- debe trabajar y experimentar en la Tierra para su progreso.
     Sabemos ya que toda acción buena o mala que el ser humano realiza, crea una vibración que a él queda unida. Y como el hombre ha venido transitando por los caminos del egoísmo, engaños y falsedades, haciendo sufrir a sus semejantes; la Ley le devuelve, tarde o temprano, el sufrimiento y dolor que haya ocasionado o deseado ocasionar; para que aprenda a vivir dentro de la Ley del Amor, único modo de liberarse del dolor.
     Si por negligencia o egoísmo, causamos sufrimiento o pérdidas a otras personas, la Ley de Consecuencias nos traerá fatalmente condiciones semejantes en fechas posteriores. Y no es que en ello haya castigo alguno de la Divinidad, no; sino que, con nuestra acción de mal hemos violado la Ley, y consecuencialmente la Ley nos lo devolverá.
     La idea del castigo de Dios es incongruente con el concepto de un Dios infinitamente bueno. Inadmisible a la razón es el concepto de un Dios castigador, mientras que por otro lado, nos manda perdonar las ofensas, por la voz de Sus enviados, los mesías. Por ello, necesario es desechar tal concepto, y grabar bien en la mente que, las desventuras humanas son la consecuencia de sus propias actuaciones en el pasado, son la cosecha de la siembra. Dios es Amor, aun cuando en nuestra limitada capacidad intelectiva no seamos capaces de comprenderlo. Grabad bien en vuestra mente que, los dolores humanos son consecuencia de los errores humanos, cometidos en una u otra de las vidas sucesivas que el Espíritu inmortal vive, hasta conquistar la purificación que le da derecho a alcanzar los reinos de felicidad sublime que el Dios-Amor ofrece a sus criaturas.

 Sebastian de Arauco;                                                                                                (Tomado de la Rev. Amor, Paz y Caridad)

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  Práctica y Peligros de la Mediumnidad:

No hay en este mundo una sola cosa que no sea buena o mala según el uso que se haga de ella.
Es injusto hacer notar el lado malo de las practicas espíritas sin señalar al propio tiempo los beneficios que de las mismas se siguen y son mucho más importantes que sus abusos y decepciones.
El mundo invisible es también un océano profundo, sembrado de escollos, pero también lleno de riquezas y de vida.
La acción del mundo invisible sobre la humanidad es constante, estamos sometidos a sus influencias y sugestiones. Quererlo ignorar, es quedarnos voluntariamente desarmados ante él. Con el estudio metódico, aprendemos a atraer sobre nosotros las fuerzas bienhechoras, los auxilios y las influencias buenas que contiene; aprendemos a alejar las influencias nefastas, reaccionando contra ellas por medio de la voluntad y de la plegaria. Todo depende de la manera como se empleen y de la dirección que se impriman a nuestras fuerzas mentales. Muchos males se podrían evitar por el estudio profundo y consciente del mundo invisible.
Dios a puesto al hombre en medio de un océano de vida, de un mar inagotable de fuerzas y de potencias, dándole además la inteligencia, la razón, la conciencia para que aprenda a conocer y conquistar estas fuerzas, utilizándolas en su favor.
Las dificultades de experimentación provienen del desconocimiento de las leyes psíquicas y además se haya en la incapacidad de estudiarlas con fruto a causa de las disposiciones de espíritu que resultan de una mala educación. Con sus prejuicios, con su presunción, y escepticismo, alejan de si todas las influencias benéficas.
En tales condiciones, la experimentación espírita puede estar llena de peligros, pero en todo caso, lo estará siempre más para los médiums que para los experimentadores. El médium es un ser nervioso, sensible, impresionable; tiene necesidad de sentirse como envuelto por una atmósfera de paz, de calma, de benevolencia que tan solo puede crear la presencia de espíritus elevados. La acción fluidica muy prolongada de espíritus inferiores le puede ser funesta, quebrando su salud y provocando los fenómenos de obsesión de posesión de que hemos hablado ya.
El destino del hombre está precisamente en desarrollar sus propias fuerzas, en construir por si mismo su inteligencia y su conciencia. Es preciso, que sepamos alcanzar un estado moral que nos evite ser presa de espíritus inferiores. Sin esto, hasta la presencia de nuestros guías será impotente para salvaguardarnos.

          León Denis- La Grandeza y miserias de la Mediumnidad


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Estigmatizados;¿ Fenómeno o milagro ?

 

 Hay sujetos que protagonizan una extraña clase de fenómeno, ciertamente  inquietante. Se trata de la  aparición de estigmas o llagas sangrantes sin una explicación física. Este es un antiguo fenómeno que se ha relacionado siempre con los “milagros” a imitación de las llagas de la crucifixión de Jesucristo, y con lo “sobrenatural” debido a desconocerse  otra explicación para los mismos.

                                                                                                                   


P. Pío de Pietralclina.

 

La manifestación de los estigmas consiste en  la aparición  en el cuerpo físico de una persona, de llagas, quemaduras o señales rojizas, así como exudaciones de sangre de las heridas abiertas. Generalmente se supone que   esas llagas  reproducen las heridas  que sufrió  Jesucristo en su pasión y muerte.                       

La moderna Psiquiatría y la Parapsicología sin embargo, han llegado a la conclusión de  que se  trata de un fenómeno natural,  aunque raro, provocado  a partir  la propia mente del sujeto, que fuertemente sugestionado o impresionado por una imagen, tiene suficiente energía psíquica y poder mental, generalmente inconsciente, como para plasmar sobre su propio organismo físico los rasgos de   dicha imagen.  Estas imágenes pueden permanecer en su mente impresionada  profundamente, por la que mentaliza conscientemente  que van a aparecer los estigmas, o  debido a la  enorme sugestión  inconsciente de su intenso fervor   religioso, o  bien  porque una sugestión externa se ha implantado en su mente, como ya ha sido comprobado en algún caso de hipnotismo. 

  Se han visto experimentadores que mediante un acto directo de su voluntad, hacen aparecer llagas y estigmas en el cuerpo de ciertas personas, haciendo salir por ellos sangre y otros humores, para después  curarlos  enseguida por un nuevo acto de voluntad  contrario al anterior. Este extraordinario e infrecuente suceso viene a  demostrar  como la sola voluntad humana es en sí misma una energía capaz de  actuar sobre la materia, hasta el punto de poder alterarla, destruyendo o reparando tejidos vivos.

 Una prueba de que esta variante de los Aportes, no son “milagros” propiamente dichos, tal como los milagros se consideran como una derogación de las Leyes y normas de la naturaleza, es  por ejemplo, el que los estigmas de carácter religioso que reproducen en los estigmatizados las llagas de la crucifixión de Cristo; estas suelen aparecer en las palmas de las manos , tal como  aparecen plasmadas en las imágenes, en los crucifijos de las Iglesias y en las estampas, pero sin embargo se sabe por los estudios de la Sábana Santa y por  la Medicina Forense, que  los clavos de Cristo realmente  no se clavaron en donde se señala, sino que penetraron las muñecas a nivel del metacarpo. En las palmas de las manos, el propio peso del cuerpo, lógicamente las hubiese desgarrado y no hubiesen sujetado su   peso colgado del madero.

Entre los más famosos estigmatizados en la Historia, y han sido bastantes, tenemos por ejemplo a Teresa Neuman y al  P.Pío de Pietralclina.


´Jose Luis Martín-


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