lunes, 23 de noviembre de 2020

La Indulgencia


 INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.-Preparación gradual (Comunicado espiritual)

2.-La Pandemia- Un acercamiento espírita

3- La adolescencia, su  relación con la sexualidad

4.- La Indulgencia




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PREPARACIÓN GRADUAL

(COMUNICADO ESPIRTITUAL)

Emmanuel

 

 Melancolía, pesar, carencia afectiva, soledad, angustia: palabras  claves que designan el dolor de aquellos que perdieron la compañía de seres queridos  arrebatados  por la desencarnación.

Si esa prueba te enseñorea el espíritu en la Tierra, no configures  a los seres amados, transferidos para otras dimensiones de la vida,  como si fuese vestimenta inútil confiada al cofre de las cenizas.

Aquellos que se despojaron del envoltorio físico no murieron. Siguen al frente, rumbo a la estación a la que te destinas.

Y, en la mayoría de los casos, sorprendieron tantas exigencias de renovación,  a la par de tantas maravillas que, habitualmente, todo hacen para que se dilate  la demora  en el plano  de materia más densa, a fin de que no le sigas los pasos, en la base de la  experiencia

Comprendemos  el pesar de tantas criaturas sensibles y afectuosas que calientan la idea de la deserción, cuando se sienten heridas por la falta de aquellos que las precedieron en la muerte. Entretanto, de  otro margen de la vida vuelven los que partieron, en la decisión de detenerlas en su ansia indebida, auxiliándolas en la preparación necesaria ante el futuro.

Si te despediste de corazones queridos, ahora domiciliados en el más allá, no te creas víctima del olvido por parte de cuantos te fueron en el mundo ancora y bendición.

Prosigue ofreciéndoles paz y amor, atendiendo  cuanto te sea posible, a la extensión del bien que  estimarían continuar edificando en tu  campo de acción. Y conserva la certeza de que,  mientras les honorificas la memoria, junto a los hombres, ellos, igualmente,  continúan realizando el máximo, en tu favor,  no solamente sustentándote las fuerzas, en el deber a cumplir, como también organizando,  poco a poco, en ti y fuera de ti, el clima adecuado para la nueva vida,  que te aguarda en el más allá,  a fin de que te ajustes con seguridad  a las bendiciones del porvenir.

 (Pagina recibida en reunión pública del Grupo Espirita de la Oración, en la noche del 20/02/1976, en Uberaba. MG)

 

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La Pandemia – Un acercamiento Espírita

. Jon Aizpurua-                                    

Nos hallamos en presencia de una de las mayores calamidades que hayan afectado a la humanidad en mucho tiempo. 

En efecto, la pandemia desencadenada a partir de la expansión del COVID-19 no hace distinción de fronteras ni de clases sociales, y sus consecuencias, en términos de víctimas y de perturbaciones económicas y sociales a escala planetaria, anuncian que estamos ante un punto de inflexión que señala un antes y un después de su devastadora presencia.

 Nada será igual. Se avecinan grandes cambios en nuestras maneras de vivir y de relacionarnos con los demás. 

   Frente a ese panorama se imponen algunas preguntas fundamentales: ¿Estamos mental y emocionalmente preparados para asumir semejantes cambios? ¿Habremos aprendido cabalmente las lecciones que se desprenden de un episodio de tal envergadura? ¿Estamos dispuestos a operar en nosotros mismos una profunda transformación moral y un salto evolutivo de conciencia que nos prevenga de otros episodios con similar o mayor fuerza destructiva? Son interrogaciones a las que el conocimiento espírita puede responder con suficiencia, habida cuenta de su racional entendimiento de Dios, del universo, de la vida y de la presencia humana, siempre que sea debidamente asimilado y aplicado, vale decir, que sirva para liberarnos de atavismos religiosos, creencias mesiánicas, actitudes fanáticas, terrores infundados o prácticas supersticiosas dotadas de supuestas virtudes curativas o de poderes para la salvación de las almas. Justo es reclamar que la doctrina fundada y codificada por Kardec no sea tergiversada o que en su nombre se reproduzcan de cualquier modo aquellas expresiones propias del pensamiento mágico. 

  De entrada, hay que apuntar sin rodeos que a la luz del espiritismo, conforme a su proverbial racionalismo, conviene dejar a un lado todo ese tipo de letanías, típicas del dogmatismo religioso, que atribuyen lo que está sucediendo a un castigo divino, a uno de esos mensajes del Dios iracundo del Viejo Testamento a los hombres por haber pecado tanto y olvidado sus mandamientos, como si nos adelantase las penas del infierno. Concepto repetido por doquier durante milenios, en el ámbito de la tradición judeocristiana, aunque también adaptado en otras sociedades muy antiguas como la griega y la romana. Baste recordar el castigo de Apolo a los griegos en la Ilíada, de acuerdo con su lógica del castigo divino.

   La concepción antropomórfica de un Dios que se inmiscuye en los actos de las personas, revestido de atributos humanos, no se corresponde con la noción espírita de Dios, espléndidamente expresada en el propio inicio de El Libro de los Espíritus: Inteligencia suprema, causa primera de todas las cosas. Dios, por lo tanto, ni premia ni castiga. 

De paso,si esta epidemia fuese una manifestación de la cólera divina, mal estarían haciendo los médicos y los sanitarios de todo el mundo combatiendo y mitigando sus efectos, puesto que estarían enfrentando sus implacables designios. Esto no es así según el espiritismo. Más bien, hay que mirar y comprender al ser humano en el contexto de una perspectiva espiritual e histórica, relativa al complejo e inconmensurable proceso evolutivo que le impulsa a recorrer el camino hacia su continuo perfeccionamiento. A este tenor, vale la pena proceder a la relectura de un magnífico ensayo de Kardec, publicado en 1868 en su obra La Génesis, los milagros y las predicciones, titulado “Los tiempos han llegado”, cuya idea central expresa la convicción del maestro lionés, de que la renovación moral de la humanidad no advendrá como resultado de cataclismos planetarios o señales de los cielos, sino del “desarrollo de la inteligencia, del sentido moral y la moderación de las costumbres”. 

   Por supuesto, el espiritismo enseña la comunicabilidad entre los espíritus desencarnados y encarnados, y admite que en determinadas circunstancias podrían los espíritus intervenir en acciones terapéuticas, además de reconocer la participación de entidades desencarnadas de gran sabiduría e impecable moralidad en diversos procesos humanos y sociales, por vía de inspiración y asesoramiento para la consecución de nuevos avances en todas las áreas del conocimiento. 

   Una breve ojeada a la historia revela que han sido muchas las epidemias que ha padecido la humanidad, y que algunas incluso acabaron con pueblos enteros. Entre las pandemias más devastadoras cabe destacar la peste negra, causada por una bacteria que salió de Asia y se propagó por Europa en el siglo XIV, provocando la muerte de un tercio de la población de este continente. Otro brote de la peste se volvió a extender por el mundo a mediados del siglo XVII, manifestándose con especial virulencia. La pandemia más mortífera de todos los tiempos fue la gripe española, injustamente llamada así, ya que comenzó en Estados Unidos en 1918. En solo dos años que duró, el número de víctimas superó la cifra de cuarenta millones en todo el mundo. En tiempos más recientes, en los años 80 de la pasada centuria, el sida causó conmoción en todo el planeta y llegó a ser etiquetado como la peste de nuestra época. Al ser menos contagioso que las virosis antes mencionadas, no fue tan letal como inicialmente se temía, pero aun así ha segado la vida a unos cincuenta millones de personas. 

   Entre los principales factores que intervienen para que las actuales epidemias sean tan graves, destaca la rapidez con que se propagan. Los medios de transporte son su aliado principal. La razón por la que un virus localizado en una provincia china hace tan solo cinco meses haya acabado poniendo en cuarentena a casi todos los habitantes del planeta, se debe principalmente a los grandes flujos de población que son trasladados todos los días por diversos medios aéreos, terrestres y acuáticos. 

   En lo que lleva de siglo XXI hemos visto cómo el terrorismo se convierte en un fenómeno global, luego la crisis económica y ahora las epidemias. Un mundo tan interconectado como el nuestro revela hasta qué punto los estados, incluso los muy grandes y poderosos, no son suficientes por sí solos para combatir amenazas generales. Si bien es cierto que el mundo globalizado es el que transforma una epidemia en una pandemia en muy poco tiempo, también es la globalización la que permitirá derrotarla, aprovechando los enormes recursos que se derivan de la informática y en general de todos los avances científicos y tecnológicos. 

   En crisis sanitarias como la actual, se confirma la utilidad de organismos especializados en el área de la salud, y de lo importante que es la cooperación internacional para frenar la propagación del virus. Las pandemias no solo dejan una estela de muerte y de enfermedades, sino que también suelen traer aparejadas severas crisis en el ámbito económico. Todavía no sabemos con certeza la gravedad de este trance, aunque las cifras que se asoman en cuanto a un previsible estado general de recesión son francamente alarmantes y anuncian un cuadro muy complicado de recesión, desempleo y empobrecimiento de las condiciones básicas que son inherentes a una vida saludable y digna. 

   A las dolencias físicas hay que añadir las de índole psicológica, traducidas en cuadros de ansiedad, miedo o depresión, como respuesta involuntaria e inadecuada ante la incertidumbre o la sensación de vacío existencial. Frente a este panorama dantesco, se impone la reflexión acerca de lo que deberíamos y podríamos hacer. Y al respecto, el espiritismo nos ofrece luces que pueden brindarnos positivas orientaciones para conducirnos del modo más apropiado y también para auxiliar a nuestros seres cercanos, a nuestros amigos y conocidos, y a las comunidades con las que estemos en relación. 

   La enseñanza espírita se traduce en una permanente invitación al cambio moral y al avance social, a superar hábitos y prejuicios y a revisar nuestra escala de valores a fin de que establezcamos prioridades más razonables, solidarias y fraternas, que la codicia o la vanidad. 

En varias de sus formidables obras filosóficas, León Denis, calificado continuador del trabajo de Kardec, afirma que los seres humanos estamos en el mundo para aprender, y que para conseguir este objetivo nos hallamos ante dos opciones: el amor o el dolor. Sin duda, aprender por amor es lo deseable, y cuando así pasa, el espíritu se nutre y se fortalece con alegría; sin embargo, en otras circunstancias, muchas en verdad, el sufrimiento ejerce su magisterio, y la pandemia producida por la veloz expansión del coronavirus es una de ellas.

    Se trata, pues, de avanzar rápidamente hacia el conocimiento de su origen, su medio y modo de contagio, su letalidad según las características de las poblaciones, para poder entender, asumir y vencer sus secuelas, a partir de la prevención, cuidados y procedimientos curativos, y a la espera de que la ciencia produzca los fármacos o la vacuna que logre frenarlo, controlarlo y erradicarlo. 

   Entre tanto, mucho dolor enluta a la humanidad, y de él habrá que aprender las crueles lecciones que deja. ¿Qué hacer, entonces? Lo primero, naturalmente, es atender y acatar las instrucciones que dictan los gobiernos y las organizaciones vinculadas con la preservación de la salud y la seguridad individual y colectiva: permanecer en casa, cumplir con las normas higiénicas y de protección, y guardar la distancia social en aquellas circunstancias en que debamos salir para adquirir los productos esenciales para nuestra vida cotidiana. El espírita debe dar ejemplo de un correcto comportamiento ciudadano, y en lo posible, actuar de manera fraterna y solidaria con sus vecinos. 

   Es muy conmovedor apreciar que de todas partes llegan noticias del abnegado esfuerzo que realizan los profesionales de la salud y de resguardo de la ciudadanía; de amorosas actitudes y solidarias conductas manifestadas de mil maneras por personas de gran corazón, todas reveladoras de que, en medio de estas complicaciones, también aflora lo mejor del ser humano. 

   Hay que situarse en el aquí y en el ahora. No hay que anclarse en un pasado que ya no está, ni colocarse en un futuro que aún no ha llegado. Ni amargos remordimientos o reproches, ni temores anticipados. Se debe asumir la realidad presente, con sensatez y ánimo positivo, siempre teniendo en cuenta la temporalidad de la epidemia, puesto que ella pasará y será superada. No nos amenaza el apocalipsis ni el fin de los tiempos. Es una situación muy dura, complicada, pero superable. La humanidad seguirá adelante.

    La reclusión en casa, con sus inevitables inconvenientes y disgustos, debe ser asumida con serenidad y aprovechada como una oportunidad para nuestro crecimiento personal. Es momento apropiado para la introspección, la reflexión y el propósito de enmienda. Un área muy sensible que está generando graves desequilibrios como consecuencia de un estilo de vida inadecuado que deviene de un indiscriminado consumismo y de un deshumanizado modelo de desarrollo industrial y comercial, es la que se refiere al entorno natural. 

   Aunque se muestre como una cruel paradoja, un primer beneficiado por ahora de la limitación de movimientos, es el medio ambiente, ya que la contaminación ha descendido drásticamente en las ciudades que están en cuarentena. Hay en esto una lección profunda que requiere un perdurable aprendizaje y una verdadera disposición para introducir cambios en nuestro estilo de vida. 

   Es un buen momento para la valoración y cultivo del amor familiar; Para la buena lectura y el sano entretenimiento; Para cumplir, dentro de las posibilidades de que se disponga, un ritmo de ejercicios que mantengan el funcionamiento eficiente de nuestro organismo; Para aprender o reaprender a alimentarnos de la manera más sana con la finalidad de atender a las demandas corporales; Para poner en práctica herramientas terapéuticas de gran simplicidad y enormes beneficios como la relajación, la visualización positiva y la meditación; Para ir al encuentro de una íntima conexión con Dios y el mundo espiritual por medio de nuestras más delicadas y elevadas vibraciones, ofreciendo el concurso de nuestro amor a quienes están enfermos a favor de su pleno restablecimiento, y a quienes han desencarnado, pidiendo por el esclarecimiento y la serenidad de sus espíritus.

    En síntesis, la propuesta espírita, inequívocamente kardecista, progresiva y actualizada, plenamente laica y librepensadora, revela en ésta, como en tantas otras difíciles circunstancias de la vida y la evolución humanas registradas por la historia, su inmenso potencial intelectual y moral, capaz de ofrecer una sustantiva contribución al desenvolvimiento material y espiritual del mundo. De un mundo que indefectiblemente seguirá adelante, venciendo pandemias y toda suerte de calamidades, porque lleva en sí mismo el principio indestructible de su eterno progreso. 

Por Jon Aizpúrua

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La adolescencia, su relación con la sexualidad

El binomio adolescencia y sexo es una de las cuestiones que más dificultades ofrece a padres y educadores a la hora de abordarlos con naturalidad, aún en los tiempos actuales en los que parece que algunos tabúes relacionados con el sexo y las relaciones interpersonales han caído definitivamente. 

A decir de León Denis en su obra, “El Gran Enigma”, la juventud se presenta como un periodo de intenso transbordo de energía, reflejándose esto en la llamada pubertad; momento de en el que se inicia la transición temporal del cuerpo infantil para el del joven o adolescente. (1)

Es este el momento señalado en el Libro de los Espíritus, concretamente en la pregunta 385, en el que después del nacimiento, periodo en el que se afianzan sus lazos fluidicos con el nuevo cuerpo, el Espíritu emerge con fuerza recuperando, más o menos inconscientemente, sus tendencias de vidas y experiencias que se pierden en el pasado.(2)

Por lo mismo, es esta una etapa extremadamente delicada y que el adolescente vive con profunda inseguridad, no sólo desde el punto de vista de los cambios corporales que habrá de afrontar, sino sobre todo en lo relativo a los valores educacionales, que la mayor de las veces entran en fricción, por no decir en absoluta confrontación con las tendencias que emergen del pasado. Todo ello redunda en la natural rebeldía que observamos contra todo lo establecido: los padres, la familia, la sociedad, etc.

En lo relativo al sexo, tema que nos ocupa, las cosas no son diferentes.

Es, como hemos señalado, el gran momento de transformación física. Ven cambiar su cuerpo al mismo tiempo que sienten despertar en ellos multitud de sensaciones que, hasta entonces, no habían sentido; todo ello decurrente de un tsunami de hormonas que se activan en esta etapa acompañando al natural desarrollo biológico.

Es la etapa en la que se despierta el interés por el propio cuerpo y por el del otro, es el momento de los primeros acercamientos, de los primeros enamoramientos.

Naturalmente es la etapa en que incuestionablemente se agolpan en su mente todo tipo de preguntas y curiosidades relativas al sexo y su función, a las relaciones sexuales y sus pormenores, y un largo etc. Es también la fase en que comenzarán a experimentar con sus propios cuerpos y en la que se descubre (no olvidemos que todos hemos pasado por esta etapa sin excepción) lo que conocemos como la identidad de género, que no es otra cosa que la percepción que tienen sobre su propio cuerpo, y que podrá coincidir o no con sus características sexuales, es decir el sexo psicológico o psíquico, que por fin determinará su orientación sexual.

Sin duda, es este un momento que los padres viven con mucha ansiedad porque desaparece el niño de ayer y toma protagonismo, muchas de las veces, una personalidad hasta entonces desconocida, diferente e incluso muy alejada del dulce pequeñín que hasta hacía bien poco acogíamos en nuestro regazo.

Muchos padres nos refieren, cuando sus hijos inician esta etapa, encontrarse ante verdaderos desconocidos que poco o nada tienen que ver con el hijo que hasta ese momento habían conocido.

Lo cierto es que padres y educadores debemos permanecer muy atentos en esta etapa del desarrollo de nuestros hijos.

En lo tocante a la sexualidad es imperioso que reciban de nosotros, y repito, de nosotros en primera persona, toda la información que demanden. Si bien es cierto que intentarán informarse por otros medios (casi siempre poco o nada recomendables) es nuestra responsabilidad enfrentar con determinación esta cuestión, tan transcendental para su bienestar físico, psíquico y espiritual, incluso acudiendo a profesionales que puedan darnos herramientas.

Si bien la educación sexual comienza desde el nacimiento, y por favor que nadie se asuste con esta apreciación, es prioritaria en la pubertad; el niño muestra curiosidad por su cuerpo en fases muy tempranas de su desarrollo.

Ocurre para la mayoría de nosotros que no es fácil, porque estamos llenos de prejuicios, de preconceptos, de miedos y de vergüenza que se agolpan cuando tenemos que sentarnos a hablar de sexo con nuestros hijos, tengan estos la edad que tengan. Para nuestra tranquilidad, esta es una cuestión de siempre y que se repite generación tras generación.

Nos dice Miguel Vives en su obra “El Tesoro de los Espíritas” que: “La mayor dificultad para la cuestión sexual está en el hogar, en la vida familiar. Los padres espíritas no saben, generalmente, como preparar a los hijos para la llamada «Revelación del sexo». El régimen del silencio continúa a imperar en nuestros hogares, creando mayores dificultades para la solución del problema.

La simple prohibición del asunto crea un clima de misterio en torno de la cuestión sexual, aumentando los motivos de desequilibrio para los adolescentes.” (3)

En estas palabras, escritas hace más de un siglo veos reflejados los mismos problemas que hasta hoy arrastramos en materia de sexualidad. Pues bien, es hora de que, como educadores a quienes se nos ha dado la misión de acoger, formar, educar a estos espíritus, que son nuestros hijos, nos pongamos manos a la obra con ello.

Tenemos una tarea de gran responsabilidad por delante, ya que el mundo, la sociedad cambian rápida y constantemente gracias a la globalización, el imperio de las nuevas tecnologías, los cambios en la manera de relacionarse de los jóvenes de hoy, la aparición de nuevas modas, costumbres y hábitos, etc., que se nos escapan por completo. No sucede lo mismo con las consecuencias que pueden derivarse de una mala educación en materia de sexo, que son siempre lamentablemente las mismas. Los desequilibrios decurrentes del sexo, así como las E.T.S , están más presentes que nunca en nuestra sociedad y se han incrementado alarmantemente en los últimos años, incluso reapareciendo algunas que prácticamente estaban erradicadas en Europa. Esto es debido, entre otras cosas, a la banalización del sexo y su función hasta límites que podrían considerarse perversos.

No importa más el respeto al cuerpo (templo sagrado del Espíritu inmortal y vehículo necesario para la evolución del mismo) al que se ven sometidos nuestros niños desde bien pequeños debido a este fenómeno de hipersexualización que vemos reflejado en las músicas que escuchan, en los video juegos, en las series de televisión, incluso infantiles, en los comportamientos de quienes habrían de servirles como modelos poseedores de valores trascendentales, etc.

Sino lo que es aún más grave: el ataque constante y sistemático a sus derechos fundamentales y a su dignidad, bombardeando su psique, aún en formación y desarrollo, con conceptos muy alejados de lo que han de ser las conductas equilibradas para una vivencia sana de la sexualidad.

No estamos intentando aquí presentar una visión puritana del sexo, nada más lejos de la realidad, pues es una función sagrada para ejercerla con absoluta libertad, pero con equilibrio, con armonía, con máximo respeto por uno mismo y por el otro, y, sobre todo dignificándola.

Hay en los jóvenes una gran necesidad de buena orientación sexual.

El sexo, para terminar, ha de ser encarado como una manifestación del poder creador. Tratándolo con el debido respeto y naturalidad, por ser un aspecto, no sólo de nuestra biología, sino sobre todo de nuestra psiquis. Será, de esta manera, una magnífica herramienta al servicio de la evolución del espíritu inmortal como fuente de vida, fuerza y equilibrio.

Los Centros Espíritas, como escuelas del alma, han de acompañar a padres y educadores proporcionando los medios para una educación integral del niño y del joven en este y otros aspectos, tratando estas cuestiones tan transcendentales de manera abierta, sana, sin preconceptos ni juicios de valor, a la luz de la Doctrina Espírita y el Evangelio de Jesús.

-Revista espírita de la F.E.E.-

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                        LA INDULGENCIA

Juanma (Córdoba)

A todos, en cualquier campo de expresión de la vida (sobre todo en aquellos sectores que, por su carácter filosófico, espiritual o social, persiguen fines nobles y constructivos de dignificación del individuo en general o grupo determinado) les llega, por mandato de los Planos Mayores, un momento en su trayectoria en que los valores morales y-o espirituales que tanto estudia  o pregona de cara al exterior, son puestos en examen; quizás por medio de entidades enemigas de la luz y el progreso, pero siempre a través de nuestros egoísmos y caprichosas debilidades aún inherentes en nosotros, o aquellos, que integran la sociedad,agrupación.

Nos estamos refiriendo a aquel periodo especialmente crítico o "turbador" en que, de repente, como el estallido de un tormenta; la vanidad, la ira y las pequeñas o grandes susceptibilidades ( esos "fuegos" característicos del "hombre viejo" que, quizá, hace tiempo empezamos a controlar y reducir con la disciplina de la caridad bien entendida, tolerancia, tacto, solidaridad, etc...), cobran insólito protagonismo, amenazando la obra laboriosa de la hermandad, la cooperación desinteresada y la confianza.

En estos periodos (momentos de prueba, sin duda): unos dejan prender con facilidad las cenizas de sus inferiores, otros, por el contrario, ofrecen tenaz y paciente resistencia... La prueba transcurre hasta determinado momento, mientras la lucha de la verdad y la ignorancia (que, en gran parte, es la lucha con nosotros mismos) es observada amorosa y pacientemente por los guías e instructores, que desde el mundo espiritual, nos auxilian en la ruta evolutiva con la cual nos afinamos y comprometimos para auxilio a los demás y redención de nuestros pasados o ancestrales ingratitudes.

La luz siempre está encendida al frente. Sólo nosotros con frecuencia perdemos la estrella guía, al interponer en nuestro caminar las tristes sombras de la mala voluntad, la torpe inconstancia.

Echemos cada vez con más frecuencia, mano del bendito manto de la indulgencia, allá, como su hermana gemela, la caridad, es el plateado cordón por donde se engarzan, una a una, todas las demás virtudes. Los espíritus de luz y sabiduría, ante las vibraciones tumultuosas de esta humanidad (que da sus vacilantes primeros pasos, en los albores ya del Tercer milenio de su azarosa singladura) no cesan de susurrar al oído y las conciencias, más o menos aletargadas, de todos los hombres, sobre los oscuros efectos de la susceptibilidad que, lanzado al exterior de nuestro círculo, debilita y, a veces, envenena las más bellas relaciones o-y las más firmes y nobles aspiraciones en interés del bien.

La indulgencia es siempre la bendecida peregrina que, descendiendo a los baldíos campos de nuestro Yo, nos abraza con piadoso y liberador poder, apartando lejos nuestras iras con la lluvia renovadora del perdón... y haciendo germinar las adormecidas semillas de la fe renovadora y la esperanza.

Indulgencia, siempre.

(Tomado de Sublime Espírita)

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