INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Recordando el pasado
2.- El Egoísmo (Por Allan Kardec)
3.- Ayúdate y el Cielo te ayudará.
Frase de Leonardo Da Vinci
4.- En el proceso reencarnatorio
5.- ¿ El acto de desencarnar dura igual en todos los casos?
Hermanos míos, nunca os habéis reunido con fines más elevados y más dignos, ni habéis trabajado en obra superior a la que estáis realizando. Mientras exista en la humanidad terrestre el desequilibrio causado por la ignorancia, el orgullo, las pasiones y los males todos que nos rodean, y a más la expiación de nuestro propio atraso, la caridad, símbolo de la unión entre el amor y la tolerancia, será la matrona que nos dará su mano y nos levantara en las aflicciones más terribles de la vida.
Ella, llevándonos el pan y el abrigo, nos recordara que hay Dios, que hay providencia y que transformando en esperanza nuestra angustia, nos dará fuerzas para llevar cruz tan pesada como es la que llevamos todos en la tierra; y hablo así, porque solo la caridad que existe en el Universo, en donde rige la ley creada por el Padre común, puede habernos salvado de tantos conflictos como hemos pasado. Así, los que procuráis llevar el pan menesteroso, respondéis y trabajáis según la ley de caridad que practican los espíritus de elevados sentimientos, y edificáis los cimientos de la fraternidad humana.
Continuad en vuestra tarea empezada, hombres y mujeres de buena voluntad, sed los espiritistas los más ardientes obreros, de esa obra, que este es el deber de todo buen espiritista; unamos a esta caridad material, la caridad moral, que consiste en dar todo el valor que tienen las buenas cualidades de cada uno de nuestros hermanos, siendo ciegos y mudos para los defectos ajenos, solo ocupándonos de ellos cuando una necesidad sumamente justa lo reclame, no olvidando nunca en tales circunstancias el “ corrige deleitando “ sublime máxima que es necesario sea nuestra constante práctica.
Trabajemos en estas practicas que sintetizan la moral de Cristo, el Señor y Maestro, amor, perfección y sabiduría infinita, tras el cual iremos en pos eternamente, para entenderle, compenetrarle más y más, para amarle y adorarle con toda la potencia de nuestro espíritu.
Adelante con vuestra obra empezada, espiritistas, y seres de buena voluntad, y que Dios os guíe, os desea vuestro hermano.
Miguel Vives
Nota: Artículo extraído del número 38 de la “Luz del porvenir” de Barcelona publicado el 23 de Enero de 1896. Extraído de la revista «Amor paz y caridad»
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Del egoísmo
«Muchas veces se ha dicho, el egoísmo; de él arrancan todos los males. Estudiad todos los vicios, y encontraréis que en el fondo de todos ellos reside el egoísmo. En vano los combatiréis, y no conseguiréis extirparlos hasta que no hayáis atacado el mal en su raíz, hasta que no hayáis destruido la causa. Dirigid, pues, todos vuestros esfuerzos hacia este objeto, porque él es el verdadero cáncer de la sociedad. Cualquiera que desee aproximarse desde esta vida a la perfección moral, debe arrancar de su corazón todo sentimiento de egoísmo; porque éste es incompatible con la justicia con el amor y con la caridad; neutraliza todas las otras cualidades.»
914 Fundándose el egoísmo en el sentimiento de interés personal, parece muy difícil extirparlo completamente en el corazón humano, ¿llegará a conseguirse?
«A medida que los hombres se ilustran sobre las cosas espirituales, dan menos importancia a las materiales. Además, es preciso reformar las instituciones que excitan y mantienen el egoísmo. Esto depende de la educación.»
915 Siendo el egoísmo inherente a la especie humana, ¿no será siempre un obstáculo para el reino del bien absoluto de la tierra?
«Cierto que el egoísmo es vuestro mal mayor, pero depende de la inferioridad de los espíritus encarnados en la tierra, y no de la misma humanidad. Luego, purificándose los espíritus en encarnaciones sucesivas, se desprenden del egoísmo como de sus otras impurezas. ¿No tenéis en la tierra ningún hombre que, libre de egoísmo, practique la caridad? Hay más de los que vosotros creéis, pero vosotros no los conocéis; por que la virtud no busca el ruido de la publicidad. Y si hay uno, ¿por qué no ha de haber diez? Si diez, ¿por qué no mil? Y así sucesivamente.»
916 Lejos de disminuir el egoísmo, crece con la civilización que parece excitarlo y mantenerlo. ¿Cómo, pues, la causa destruirá el efecto?
«Mientras más grande es el mal, más horrible se presenta, y preciso era que el egoísmo originase mucho mal, para que se conociese la necesidad de extirparlo. Cuando los hombres hayan sacudido el egoísmo que los domina, vivirán como hermanos sin hacerse mal, ayudándose mutuamente por el mutuo sentimiento de la solidaridad. Entonces el fuerte será apoyo del débil y no opresor, y no se verán hombres faltos de lo necesario; porque todos practicarán la ley de justicia. Este es el reino del bien de cuya preparación están encargados los espíritus.» (784)
917 ¿Qué medio hay para destruir el egoísmo?
«De todas las humanas imperfecciones, la más difícil de desarraigar es el egoísmo, porque deriva de la influencia de la materia de la cual el hombre, que está muy próximo aún a su origen, no ha podido emanciparse, y todo contribuye a sostener esa influencia; las leyes, la organización social y la educación. El egoísmo amenguará con el predominio de la vida moral sobre la material, y sobre todo con la inteligencia que os da el espiritismo de vuestro estado futuro real, Y no desnaturalizado por ficciones alegóricas. Bien comprendido el espíritu, y una vez identificado con las costumbres y creencias, trastornará los hábitos, los usos y las relaciones sociales. El egoísmo se funda en Ia importancia de la personalidad, y el espiritismo bien comprendido, lo repito, hace ver las cosas desde tan alto que el sentimiento de la personalidad desaparece hasta cierto punto ante la inmensidad. Destruyendo semejante importancia, o por lo menos haciendo que se la considere tal cual es, el espiritismo combate necesariamente el egoísmo.»
«Lo que a menudo hace egoísta al hombre es el roce del egoísmo de los otros, porque siente la necesidad de estar a la defensiva. Viendo que los otros piensan en sí mismos y no en él, se ve arrastrado a pensar en él y no en los otros. Pero sea el principio de caridad y de fraternidad base de las instituciones sociales, de las relaciones legales de pueblo a pueblo y de hombre a hombre, y éste cuidará menos de su persona, viendo que otros piensan en ella. Sentirá la influencia moralizadora del ejemplo y del contacto. En presencia de ese desbordamiento de egoísmo, necesitase una verdadera virtud para hacer abnegación de su personalidad en provecho de los otros, que a menudo nada lo agradecen. A los que poseen semejante virtud es a quienes está abierto el reino de los cielos, y a ellos sobre todo está reservada la dicha de los elegidos; porque en verdad os digo que el día de la justicia, todo el que solo en sí mismo haya pensado será separado y sufrirá por su abandono (785).»
FENELÓN ( De El Libro de los Espíritus)
Indudablemente se hacen laudables esfuerzos para hacer que la humanidad progrese; se alientan, se estimulan, se honran los buenos sentimientos más que en época alguna, y sin embargo el gusano roedor del egoísmo es siempre el cáncer social. Es el mal real que brota por todo el mundo, y del que todos somos más o menos víctimas. Preciso es, pues, combatirlo como se combate una enfermedad epidémica, y para ello es necesario proceder como los médicos, remontarnos al origen. Búsquense en todas las partes de la organización social desde la familia a los pueblos, desde la cabaña al palacio, todas las causas, todas las influencias patentes u ocultas, que excitan, mantienen y desarrollan el egoísmo, y una vez conocidas las causas, el remedio se presentará por sí mismo. No se tratará más que de combatirlas, si no a todas a la vez, parcialmente, a lo menos, y poco a poco se extirpará el veneno. La curación podrá ser larga, porque las causas son numerosas, pero no es imposible. Por lo demás no se conseguirá, si no se corta la raíz del mal por medio de la educación, no de esa que propende a hacer hombres instruidos, pero sí de la que tiende a hacer hombres honrados. La educación, cuando se la entiende bien, es la clave del progreso moral, y cuando se conozca el arte de manejar los caracteres como se conoce el de manejar las inteligencias, se podrán enderezar como se enderezan los arbustos. Pero ese arte requiere mucho tacto, mucha experiencia y una observación profunda; es erróneo creer que basta tener ciencia para ejercerlo con provecho. Cualquiera que, desde el nacimiento, sigue así al hijo del rico, como al del pobre, y observa todas las perniciosas influencias que operan en él a causa de la debilidad, de la incuria y de la ignorancia de los que le dirigen, y cuán a menudo son improductivos los medios que para moralizarle se emplean, no puede admirarse de hallar tantos defectos en el mundo. Hágase para lo moral otro tanto que para la inteligencia, y se verá que, sí hay naturalezas refractarias, hay más de las que se creen, que no esperan más que una buena cultura para dar frutos buenos. (872)
El hombre quiere ser feliz, y este sentimiento es natural. Por esta razón trabaja sin cesar por mejorar su posición en la tierra; busca las causas de sus males para remediarlas. Cuando comprenda que el egoísmo es una de ellas – la que engendra el orgullo, la ambición, la codicia, la envidia, el odio y los celos, que le perjudican a cada instante-, que perturba todas las relaciones sociales, provoca las disensiones y destruye la confianza, obliga a estar siempre a la defensiva contra su vecino, que hace, en fin, del amigo un enemigo, comprenderá también entonces que ese vicio es incompatible con su propia felicidad, y hasta añadimos con su propia seguridad. Mientras más sufra a consecuencia de él, más sentirá la necesidad de combatirlo, como combate la peste, los animales nocivos y demás calamidades. Será solicitado a ello por su propio interés. (784)
El egoísmo es el origen de todos los vicios, como la caridad es el de todas las virtudes. Destruir el uno y fomentar la otra, tal debe ser el objeto de todos los esfuerzos del hombre, si quiere asegurar su dicha así en la tierra, como en el porvenir.
-Allan Kardec-
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