lunes, 21 de septiembre de 2020

Paraíso, Infierno y Purgatorio

    INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- Amor, Perdón, Cura y Auto.cura

2.- Alguien te lastimó

3.- Paraíso, Infierno y Purgatorio

4.- Felicidad de la oración




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Amor, perdón, cura y auto-cura


andrei     Dr. Andrei, ¿qué es la salud, la enfermedad, la cura y la auto-cura en la concepción médico-espírita?

     La salud es entendida como el reflejo del equilibrio del ser en relación a las leyes divinas. En la visión espírita el hombre es un ser inmortal, alguien que preexiste a la vida física, que sobrevive al fenómeno biológico de la muerte y, a lo largo del proceso evolutivo, a través de la reencarnación, va creciendo, desarrollándose en dirección a Dios. La salud del cuerpo físico es un reflejo del nivel de equilibrio de ese espíritu en el proceso evolutivo ante el amor, lo bello y el bien. Entonces, la enfermedad es una señal interior de reequilíbrio, invitando al ser a reconectarse con el amor y con la fuente. Es un mensaje generado en lo más profundo de la realidad espiritual del ser y que se refleja en el cuerpo físico  como una invitación a la reconexión con el amor, al desarrollo del auto-amor y del amor al prójimo. En esa visión, la salud y la enfermedad son construcciones del propio hombre y nadie es víctima de nada, sino de sí mismo, de sus propias decisiones, de sus propias elecciones, de aquello que decide y determina en su vida. Por lo tanto, toda cura es también un fenómeno de auto-cura, porque para que ella se instale definitivamente, es necesario que haya no solamente un alivio de los síntomas y una resolución del proceso biológico en el cuerpo físico, sino también una reformulación moral del pensamiento, del sentimiento y de la acción, haciendo que el ser sea transformado en profundidad, en consonancia con la ley divina, es decir, más en sintonía con la ley del amor.

     ¿El amor es, entonces, el camino para la cura?

     El amor es el gran medicamento, es la gran finalidad de la existencia. En verdad, caminamos en dirección a Dios como el «hijo pródigo» de la parábola de Jesús, reconectando nuestra relación con el Padre y retornando hacia la casa de Dios, que, en verdad, está dentro de nuestro propio corazón, donde Dios está. Poco a poco, vamos haciéndolo, descubriendo nuestras virtudes, la grandeza íntima que hay dentro de nosotros, todo aquello que Dios nos dio como posibilidad evolutiva y que puede realizarnos plenamente. En ese contexto, el amor representa el movimiento medicinal por excelencia, como movimiento de respeto, de valorización, de inclusión y de consideración. Él nos trata las enfermedades del alma, que son orgullo, egoísmo, vanidad, prepoténcia, arrogancia y nos coloca en sintonía con la fuente, que es Dios, auxiliándonos a reconectarnos con el Padre. Desarrollar el amor es el camino más rápido, fácil y eficaz para la cura del alma y del cuerpo.

     En los seminarios, usted presenta también el perdón como el camino para la salud integral.

     Sí, el perdón es condición esencial para la salud. Sin el perdón, no hay paz interior, no hay salud ni física, ni emocional. Shakespeare decía que no perdonar o guardar rencor es cómo beber veneno deseando que el otro muera. El veneno actúa en aquel que lo guarda, que lo cultiva dentro de sí. Y el rencor actúa dentro de nosotros en semejanza a una planta que, una vez cuidada, cultivada, va creciendo, creando raíces, da flores, frutos y se multiplica. Y nosotros terminamos enredados en una serie de dolores emocionales, sin que ni sepamos, a veces, donde comenzó todo, porque vamos guardando las cosas dentro de nosotros, sin trabajar, sin dialogar, sin metabolizar emocionalmente aquello que estamos sintiendo, vivenciando. Cuando nos damos cuenta, la situación está en una cuestión muy profunda y muy grave.

     Para que tengamos paz, es necesario que abracemos el perdón como un proyecto. El perdón es una decisión por la paz, que se traduce en actitudes para el establecimiento de dicha paz, en la comprensión de las cuestiones emocionales, de nuestras características personales, de las circunstancias que envuelven el acto agresor y de la responsabilidad y corresponsabilidad nuestra en el proceso. Él se produce como un proceso, porque no se da de la noche a la mañana. Él se construye a lo largo del tiempo y a través de actitudes sucesivas de búsqueda de esa metabolización emocional que, muchas veces, necesita de un acompañamiento terapéutico profesional, a través de un psicólogo que haga ese tratamiento íntimo y nos ayude a encontrar nuestras respuestas, sentidos y significados más profundos.

     El perdón pasa también por la acogida y aceptación de nuestra humanidad y de la humanidad del otro, sobre todo, en la superación de los traumas, porque sólo aceptando la condición fundamental del ser humano, de estar en un proceso continuo de error y acierto, es que la gente se da cuenta de convivir con los equivocaciones del otro que nos hiere e incluso con nosotros mismos. Naturalmente, nosotros sólo hacemos por el otro aquello que hacemos por nosotros. Entonces, tan sólo conseguimos aceptar la humanidad del otro cuando aceptamos nuestra propia humanidad, cuando acogemos en nosotros nuestra capacidad de errar y recomenzar, abrazando el auto-amor como una propuesta de vida. El auto-amor es hijo de la humildad, una de las representaciones magníficas del amor divino, aquella decisión interna de acogernos, de tratarnos con ternura, compasión y con la benevolencia que nosotros necesitamos, aunque con la firmeza necesaria para domar nuestras pasiones y renovarnos de nuestros defectos que juzguemos necesarios. Entonces, el perdón es una actitud de conquista de ese estado de paz interior, a través de la comprensión de las circunstancias que nos envuelven y de la decisión por el amor.

     En la actualidad, es muy importante el número de personas adictas a antidepresivos, ansiolíticos, bebidas, etc. ¿Qué podría decir a esas personas?

     Toda dependencia es una búsqueda de aplacar el vacío interior a través de cosas externas. Pero ese vacío interior, que todos nosotros tenemos, sólo es aplacado por la presencia del auto-amor. El vacío es un vacío de amor, pero ese amor que nos falta no es el amor que viene del otro, es el amor que viene de dentro, es el amor que la gente puede darse. Entonces, para el tratamiento y la profilaxis de cualquiera proceso de dependencia, es importante enseñar a las personas a valorarse, a gustarse y respetarse. Estableciendo relaciones familiares honestas donde las personas dialoguen, conversen, estén atentas unas a las otras y compartan sus emociones, mostrándose, no de forma idealizada, sino de forma honesta, real, enseñando cada uno a ver, en todos nosotros, luz y sombra, belleza y fealdad, cosas positivas y negativas. 

     Nosotros necesitamos aprender a acoger esos dos lados, aprendiendo a transformar aquello que no amamos en nosotros y a valorar y desarrollar aquello que hay de bueno, de positivo. La depresión pasa por la no aceptación de la vida. Hay un mensaje subliminal en el depresivo que es: «como no tengo la vida que deseo, no acepto la vida que tengo». Hay también un mensaje de la arrogancia, de prepotencia de creer que, hiriendo a sí mismo, hiere a la propia sociedad, hiere al mundo. Muchas veces, por detrás de la depresión, hay culpas y procesos auto-punitivos profundos, en virtud de la ausencia de la humildad, sin permitirse aceptar la vida como es y recomenzar cuántas veces sean necesarias para alcanzar la felicidad.

Entrevista con Andrei Moreira
Revista «Ángel del bien»

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                                 Alguien te lastimó


Estás herido. Alguien hizo algo que te dejó así, decepcionado, molesto, quizás hasta incluso indignado. Puede haber sido una cosa pequeña, un gesto, una frase extraña, inesperada o una actitud grosera. O incluso la falta de acción en una situación determinada.

Te sientes herido. Claro, has sido dañado. Y duele aún más cuando eso sucede en los momentos que estamos intentando ayudar o haciendo algo de buena voluntad. Es dolor por la ingratitud del otro. Has estado pensando en eso hace algún tiempo, hace unas horas, hace unos días. A veces te olvidas, pero pronto algo te hace recordar lo que sucedió. Es una molestia constante, ¿no lo ves? Como si el pensamiento quisiera estar en muchas otras cosas más importantes, pero no lo logra.

Es bueno pensar en una solución. Primero, es importante entender que estamos en un mundo donde todavía todos tenemos espinas y, por supuesto, estas espinas terminan hiriendo a los más cercanos. Hoy recibiste una pequeña punzada dolorosa. Mañana será una de tus propias espinas que podrá dañar a alguien.

Otra cuestión que debe ser analizada es nuestra sensibilidad. Muchos de nosotros, debido a conflictos íntimos, somos hipersensibles, extremadamente susceptibles. Las cosas pequeñas nos afectan y hacemos un escándalo por detalles que no tienen mayor importancia. Podemos pensar que sí, pero si consultamos a algunas personas, si pedimos consejos, si le preguntamos a nuestra razón, nos daremos cuenta que el monstruo no es tan grande. Por algún motivo que desconocemos, lo hacemos más grande de lo que realmente es. Son los melindres, los egos heridos. A veces nos lastimamos y la persona que nos lastimó no tiene la mínima idea de lo que hizo o no hizo, porque simplemente actuó de forma natural, sin querer lastimar. Somos nosotros los que nos autolastimamos, que nos dejamos rascar al ofrecer una superficie muy frágil, que sí, necesita terapia. Sin embargo, si todavía tenemos el dolor, si es auténtico, y realmente queremos deshacernos de ese sentimiento malo, necesitamos del proceso de liberación. No significa esconderlo debajo de la alfombra, o hacer de cuenta que no sucedió, porque eso no resuelve nada, sino ir tras las respuestas en nosotros y en el otro. ¿Por qué pasó eso? ¿No vale la pena tener una conversación? ¿El otro sabe que nos ha lastimado?

A veces, todo puede ser resuelto con una conversación breve y fraterna. Tal vez entendimos de manera equivocada lo que el otro nos hizo o nos dijo. Finalmente, comprendamos y perdonemos. Dejemos de pensar mal del otro. Elijamos nuevos pensamientos. Reemplacemos los sucesos negativos por los recuerdos positivos de esa persona. E incluso, si es posible, si podemos poner la otra mejilla, la faz del amor, aún mejor. Devolvamos la ofensa con favores, con una palabra amigable. Aunque sea difícil al principio, entendamos que es un proceso terapéutico en el que sustituimos la molestia, el rencor, la rebeldía, por la indulgencia y por la generosidad. No guardemos veneno en nosotros. No permitamos que el grano de polvo se convierta en un mar de lodo. La vida es más grande que esos pequeños problemas.

Redacción del Momento Espírita.


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             PARAÍSO, INFIERNO Y PURGATORIO


1011... ¿Se destina en el Universo un lugar circunscrito a las penas y goces de los Espíritus, según sus méritos?

- Ya hemos contestado a esa pregunta. Las penas y goces son inherentes al grado de perfeccionamiento de los Espíritus. Cada cual encuentra en sí mismo el principio de su propia ventura o infelicidad. Y como se hallan los Espíritus en todas partes, ningún sitio determinado ni cerrado se asigna a uno más que a otro. En cuanto a los Espíritus encarnados, son felices o infortunados en grado mayor o menor, según el mundo en que residan sea más o menos adelantado.


1011a. De acuerdo con esto, ¿el infierno y el Paraíso no existen, tal como el hombre se los representa?
- Se trata meramente de imágenes. Por dondequiera hay Espíritus dichosos y desventurados. Sin embargo, y como también dijimos, los Espíritus de un mismo orden se reúnen por simpatía. Pero cuando son perfectos pueden reunirse donde lo deseen..
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La localización precisa de los lugares de penas y recompensas sólo existe en la imaginación del hombre. Proviene de la tendencia de éste a materializar y circunscribir aquellas cosas cuya infinita esencia no puede comprender.


EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
ALLAN KARDEC


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                   FELICIDAD DE LA ORACIÓN

    El mensaje dado en Paris en el año 1.861 a Allan Kardec  por el Espíritu de San Luis      ( Evangelio según el Espiritismo), es ante todo un canto sublime a la felicidad que se puede llegar a experimentar por medio de la oración.

     Esta debe ser ante todo, además de sencilla y breve, nacida del alma y sentida sin necesidad de palabras rebuscadas. No se trata de frases hechas, sino de un intenso y sincero sentimiento en el que las palabras apenas tienen espacio.

     En la medida que este sentimiento nuestro llega a unirse con el Creador, innumerables Espíritus elevados  nos inspiran sobre Su grandeza y nos llevan a comprender y a sentir cosas tan sublimes y bellas, que no hay palabras en el lenguaje humano como para describirlas.

     En la Codificación, San Agustín proclama cuan bellas y  tiernas son las palabras que  pueden salir  por la boca en el momento de orar. Mas bien, creo yo, que quiso decir , palabras que salen del corazón tratando de dar  forma a un sentimiento intenso y sublime, sin palabras predeterminadas que estén a la altura de lo que nace espontáneo.

     Realmente la oración es hija primogénita de la fe y nos conduce a Dios, pues sin fe la oración carecería de sentido, pues no habría espacio interior  para  poder vivir la oración, siendo esta el único sendero que tenemos los seres humanos para vivir el gozo de la cercanía con el Padre.

     La oración es el medio por el cual el ser humano  puede, aunque sea por breve tiempo, olvidar su realidad humana transcendiéndola, y experimentando así una anticipación de la vida del espíritu, adentrándonos en una dimensión desconocida e inalcanzada todavía por tantos seres humanos.

   San Agustín nos anima a marchar por el sendero de la oración y nos dice que en este sendero oiremos las voces de los ángeles. Y es cierto, pues en forma de pensamientos e ideas, percibimos enseñanzas  profundas que nos llegan como regalos de Espíritus Superiores, que si no fuese así, nuestras mentes humanas tan limitadas de por sí, jamás percibirían.

  Ciertamente no existen palabras capaces de definir en toda su dimensión la felicidad experimentada desde la Tierra por el alma que aspira a penetrar hasta la Esencia misma de Dios a través de la oración.

  Finalmente, el espíritu autodenominado como San Luis, nos invita a que de modo semejante a Cristo, cada uno llevemos nuestra propia cruz de cada día con la fe puesta en el Padre, lo que supone vivir la vida ordinaria, en un estado de oración permanente al tener siempre  en nuestro punto de mira, el hacer o aceptar la Voluntad Divina.

-Jose Luis Martín-

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