domingo, 6 de septiembre de 2020

El Periespíritu en los dos mundos

  INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- Pensamientos y enfermedades

2.-  El Espiritismo para nosotros

3.- La felicidad no es de este mundo

4.- El Periespíritu, en los dos mundos




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  Pensamientos y enfermedades

La conciencia del ser humano se expande por todo su organismo por medio de las variadas expresiones de capacidad vibratoria de los elementos que lo constituyen. De ese modo, operando en la armonía conjunta, cada célula es portadora de la condensación de la conciencia individual, en cuyas tramas delicadas se imprimen las necesidades evolutivas del ser humano. Trabajadas por los comandos del periespíritu ellas resultan de la condensación de ondas específicas que conducen los contenidos morales encargados de producir los órganos y los diversos mecanismos constitutivos del individuo. Por tanto, la célula es, en sí misma, la materialización del molde energético por el modelo organizador biológico.

Cuando ocurre la separación molecular de cada una, por medio del fenómeno de la muerte física, no se produce la aniquilación o la desintegración de aquel que la constituía, permaneciendo como parte integrante del conjunto ordenador. Como consecuencia, cada una posee registros especiales que se encargan de sincronizarse en un conjunto armónico total. Ese tipo de registro puede ser considerado como una forma de conciencia embrionaria que conduce y preserva informaciones sobre los acontecimientos de los cuales participa. De esa forma, el periespíritu también está constituido por el conjunto de esas conciencias celulares que forman la conciencia global encargada de transmitir al espíritu las memorias, las conquistas y realizaciones de cada experiencia reencarnatoria y de todas ellas reunidas, siempre alteradas conforme a las transformaciones naturales de la etapa vivenciada.

Los pensamientos que se originan en el ser espiritual, a medida que se transfieren hacia las áreas de la sensación, de la emoción de la acción, imprimen sus contenidos en las referidas células de energía que los ejecutan en la forma física, estableciendo los resultados conforme a la calidad de la onda mental. Debido al tenor vibratorio de cada emisión pensante, la carga estimula a la conciencia celular que se siente más fortalecida, generando salud o se desarmoniza, produciendo la enfermedad. Aunque se desestructure la célula física, en el proceso de desorganización se libera la de naturaleza energética, que influenciará a los futuros mecanismos de equilibrio o desajustes del ser humano.

Las enfermedades más graves son aquellas que se originan en el alma, expandiéndose por el organismo físico y transformándose en procesos degenerativos, infecciosos, produciendo dolores o se exteriorizan como conflictos que se convierten en trastornos psíquicos, cuya gravedad se encuentra en la razón de la causa productora. El semillero del odio, de los celos, de la envidia, de la ira y de otros anestésicos del espíritu, produce virus y vibriones psíquicos que atacan al organismo propio así como al de aquel que, desprevenido, inspiró la producción de esas ondas desbastadoras que la mente produce y dirige conforme a su estructura moral. Al mismo tiempo, ideoplastia sustentadas por el pensamiento fijo en ideas perturbadoras y agresivas, contribuyen para que surjan toxinas que invaden el organismo desarticulándose la contextura vibratoria, enfermándolo y trabajando para matar sus defensas y los factores inmunológicos.

La conducta mental expresa el nivel de evolución en que se encuentra cada ser, encargándose de producir bienestar o malestar, salud o enfermedad, alegría o tristeza, resultando siempre de la franja vibratoria en la que permanece. Esas conductas esdrújulas, en las que muchos se complacen, se transfieren de una existencia hacia otra, debido a la memoria y conciencia de la célula psíquica, que modelará la equivalente orgánica con la carga de energía que conduce. De esta forma, esa onda influenciará a la criatura desde su formación genética, alterándole su estructura de acuerdo con la calidad del mensaje de que sea portadora.

Las enfermedades del alma tienen un carácter psíquico y se encuentran en los pliegues de lamente desvariada, que se vincula a los estados aberrantes del comportamiento, cuando podría ser dirigida hacia las aspiraciones del equilibrio, de la razón, de la felicidad. Los sentimiento viles abren campo a su instalación, tornándose de difícil diagnóstico y deficiente tratamiento, improbable de otorgar resultados favorables a la salud. Es por eso que, los desvaríos del sexo, los vicios de cualquier naturaleza, la irascibilidad, los estados pesimistas, se transforman en agentes vivos que se encargan de actuar conforme la dirección que reciben de la dinamo mental generadora de la cual proceden. De la misma forma sucedería si fuesen cultivados otros sentimientos y preservados los valores éticos promotores del ser, que se encargarían de corresponder a la fuente productora con ondas de bienestar, de esperanza, de armonía, de felicidad…

Los cromosomas que se implantan en la estructura física mediante el núcleo de la célula en que se establecen, se mantienen en el Espíritu debido al citoplasma en el cual e fijan. Son indestructibles, enviando sus mensajes a través del núcleo genético, al tiempo en que plasman las futuras formas en todos los seres, en el plano físico o espiritual. Cuanto más penetra la investigación científica en la estructura de la forma, mejor verifica que la misma es una aglutinación de partículas cada vez menores hasta perderse en la energía que es el punto de partida hacia la materia. Como el espíritu es energía pensante, principio inteligente del Universo, asimila las vibraciones más sutiles y las exterioriza mediante ondas mentales que toman cuerpo, tornándose parte integrante del conjunto en el que la vida física se manifiesta. Al ser así, los vicios generadores de enfermedades del alma – que permanecen como depresión, tormentos íntimos, angustia, inseguridad y otros – cuando se produce la desencarnación del paciente, prosiguen imanados a los campos psíquicos en los cuales fueron generados, exigiendo un periodo correspondiente de cambio mental para ser diluidos y desaparecer.

El acontecimiento de la muerte biológica no facilita la liberación de los hábitos perversos y enfermizos que fueron cobijados durante largo periodo de la existencia física. De la misma forma que se fueron implantando lentamente y generando acondicionamientos que se transformaron en procesos perturbadores, la readaptación al equilibrio y la reconstrucción de las estructuras energéticas afectadas exigen el tiempo correspondiente, durante el cual son recompuestos los campos vibratorios que fueron dañados. Eso es comprensible, porque las descargas producidas por los sentimientos viles producen toxinas de alto tenor hormonal que modifican los códigos del ADN, fijando en ellos el tipo de onda y su procedencia perturbadora. A medida que se repiten esas fijaciones a lo largo del tiempo, es mayor el daño causado a la estructura intima del mismo, imponiendo como proceso de reparación, desde el más allá, un cambio total de comportamiento, que se encarga de sustituir su doble hélice, que son los dos cordones entrelazados y formados por una sustancia química especifica. Por ello las enfermedades del alma solo se podrán recuperar cuando hubiere una transformación estructural del pensamiento, que se encargará de reconstruir nuevas bases súper sutiles, que se consubstanciaran en los futuros códigos del ADN, restableciendo la conciencia individual de las células y finalmente, integrando la conciencia del ser en el conjunto de la armonía de la Conciencia Cósmica.

Extraído del libro “Días Gloriosos” de Divaldo Pereira Franco dictado por el Espíritu Juana de Angelis.


( Tomado de "Luz Espiritual)

                                                         

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                      EL ESPIRITISMO PARA NOSOTROS


     Para nosotros el espiritismo es diálogo, como bien indica el ítem 14 de capítulo I de «La Génesis», el espiritismo “no establece ninguna teoría preconcebida”, sino que utiliza el método experimental como el que siguen las ciencias materiales, pero aplicado al plano espiritual. Por tanto ante unas premisas claras, toda opinión respetuosa es bienvenida, ya que nadie está en posesión de la verdad absoluta, tan solo poseemos nuestro prisma de percepción. 

     Para nosotros el espiritismo es ante todo una doctrina que esclarece y consuela, con pruebas de la existencia espiritual claras. 

     No nos metemos en como lo vive cada adepto; el ser humano es muy rico para estar ceñido a un único patrón de vivencia: los hay más religiosos, los hay más laicos, los hay más sentimentales o sobrios, etc.; pues esto forma parte de cada ser humano. 

     Sabemos diferenciar entre lo que es espiritismo y lo que es espiritualismo, y no nos duele que no todo el mundo sea espírita; el espiritismo no se impone, se siente. Y desde este portal abogamos por una actitud abierta, donde la tolerancia hacia las diferencias es nuestra bandera, y en donde nuestro espiritismo es más social que de gabinete. Todo el mundo es bienvenido a participar si lo hace con respeto. No somos excluyentes, ni exclusivistas. Ofrecemos un lugar abierto a toda opinión espírita, donde prime lo sincero y humano, frente a la lección aprendida que no aporta. Porque lo relevante es crecer como seres espirituales, no ser meros depositarios de conocimientos, que son vanos si no se ponen en práctica, ni se comprende su fin. 


Equipo de Administración de ZonaEspirita




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  LA FELICIDAD NO ES DE ESTE MUNDO



                                                                      


La felicidad no es de este mundo

Así a priori “quién lo diría”, pero ya aparece en las escrituras del Eclesiastés como reflexión de la vida del rey Salomón. Y sin embargo es una realidad que podemos apreciar en la práctica y en la vida nuestra de hoy día, en la cual ni siquiera los más ricos, los más afortunados por su salud, por su belleza, por todo lo que la vida les ha regalado se atreven a decir que son del todo felices, felices plenamente. Si no nos falta una cosa nos falta otra; si tenemos una cosa queremos algo más, deseamos lo que no hemos conseguido, el amor quizás de la pareja deseada, su fidelidad, la prosperidad en el trabajo, la rectitud de nuestros hijos, el reconocimiento social y tantísimas otras cosas que podríamos ir enumerando.

Es cierto, no existe la felicidad completa; me atrevo a decir que ni siquiera podemos tener un atisbo de lo que significa eso. Algún destello hemos podido sentir, pero ¿cuánto nos ha durado? ¿Conocemos a alguien que se atreva a decir: soy completamente dichoso, tengo todo lo que quiero, no necesito nada más para ser feliz y estoy complacido, y realmente siento la felicidad dentro de todo mi ser? Francamente, no conocemos a nadie capaz de afirmar semejante sentencia. 

Otra cosa es conformarse con lo que uno tiene, sentirse dichoso de la vida que ha alcanzado, porque es “feliz con el fruto de su trabajo”. Tiene un porvenir por delante, voluntad para seguir con entusiasmo e ilusión; está acompañado en la vida, no está solo, ha hecho una familia; se ha planificado una vida de pequeños logros y objetivos y los va consiguiendo; tiene todo lo que necesita para vivir y en eso está su dicha, y da gracias a Dios. Esta persona está en el camino del bien y está sembrando su felicidad futura. Cada día que pasa da un pasito más en el logro de cotas más altas de dicha y felicidad, porque ha hallado en el trabajo y la realización una meta que alcanzar, un propósito que cumplir, y en ello pone sus fuerzas y aspiraciones sin desear nada que no le pertenezca.

Pero este no es el ideal de la felicidad, porque si mira a su alrededor, ¿qué es lo que contempla? Desdicha y sufrimiento por doquier. Y si ve las noticias de prensa y televisión, ¿qué es lo que escucha? Sobre todo malas noticias, tragedias, crímenes, que en parte le quitan la felicidad y los momentos de paz que con justicia se merece.

Por tanto, podemos concluir que efectivamente la felicidad no es de este mundo. A este mundo venimos, más que a otra cosa, a aprender a vivir, a aprender a relacionarnos, a conocernos en lo más profundo de nuestro ser, cómo somos y, muy importante, lo que tenemos que llegar a ser. Venimos a enfrentar las vicisitudes, grandes o pequeñas, que la propia vida nos va a ir deparando; venimos a descubrir el sentido de la vida en este mundo y cuáles son nuestros deberes y obligaciones para con la vida.

El objeto principal de la vida no es la felicidad, la felicidad será el resultado de nuestras realizaciones. Si cumplo mi propósito estaré en el camino de sentir la felicidad; es el premio a las conquistas hechas con el trabajo y el esfuerzo, esa y no otra es la realidad de la vida. No estamos aquí porque sí; ni somos el resultado del azar o la casualidad; no somos fruto de la nada; no estamos hechos para vivir y morir simplemente. Desde el momento en que somos creados tenemos un propósito, cual es la evolución. Conseguido ese propósito a lo largo de miles de años y de pasar por multitud de estaciones y cambios, viene como consecuencia una de las finalidades de nuestra creación: la felicidad.

Una pequeña semilla evoluciona hasta llegar a su pleno desarrollo, el que lleva dentro en potencia, y hasta que comienza a dar frutos pasa por diferentes etapas y requiere de un gran trabajo y dedicación. Nosotros, como espíritus creados por Dios, también poseemos muchas potencialidades que desarrollar, y también tenemos que dar frutos y también pasamos por diferentes etapas. ¿Dónde? En cada vida venimos en diferentes condiciones que nos facilitan ese pleno desarrollo; según el grado de evolución adquirido y las pruebas y expiaciones que tengamos que cumplir, así serán las condiciones en las que vengamos. Dichas potencialidades son los valores morales o las virtudes; podemos ponerles el nombre que queramos, pero no estaremos completos hasta el pleno desarrollo de las mismas. A esto le llamamos perfección.

Por lo tanto, el camino es largo; cuanto antes seamos conscientes de esta realidad, antes iremos alcanzando pequeñas fracciones de virtud y de perfección, y en la misma proporción nos sentiremos satisfechos y gozando de parte de la felicidad que nos espera. Pero hay que ganárselo, porque no hemos sido creados ángeles y perfectos, sino que se nos ha puesto al principio del camino, habiendo sido creados simples e ignorantes, pero inocentes, con la misma posibilidad para emprender el viaje merced al libre albedrío, escogiendo el camino de las realizaciones positivas, el bien, o por las realizaciones negativas, el mal, y de ahí en adelante se va marcando y dibujando el destino de los unos y los otros.

Unos avanzan mas rápido y con menos sufrimiento, empezando a sentir los primeros destellos de la felicidad, mientras que los otros caminan por senderos tortuosos, apenas avanzan y no hacen más que sembrar y cosechar sufrimiento y vidas penosas.

La pregunta es por qué nos cuesta tanto llegar a esta conclusión, por qué no lo tenemos grabado a fuego y podríamos dedicarnos en cuerpo y alma a trabajar en pro de nuestro crecimiento y desarrollo. Es muy sencillo: cuando estamos encarnados enfocamos la vida desde el punto de vista material; pensamos que solo tenemos una vida, y lo más fácil es coger el camino que consideramos más corto para hallar la felicidad, el de los placeres sensoriales, el de la comodidad, el egoísmo y todos sus valores afines, valores en sentido negativo.

Siendo (*) la felicidad algo que realmente nos está reservado, sentimos que la debemos buscar; nos creemos perfectamente merecedores de vivir dichosos y plenamente felices, pero olvidamos que la felicidad no es un fin en si misma sino una consecuencia, y olvidamos asimismo cómo hallarla para que no se nos vaya escapando de las manos. La felicidad a través de las cosas materiales es efímera y pasajera, es una sombra pobre de la verdadera felicidad.

No nos hemos enfocado al trabajo real que debemos realizar en nosotros mismos. Vemos la realidad vestida de materia, y nos engañamos una y otra vez, hasta que empezamos a comprender y reflexionar por qué no somos felices y tenemos una y otra vida de desdichas. En este sentido, el dolor, como agente rectificador y purificador del alma, actúa como un buen amigo que nos hace despertar del letargo en el que nos sume la visión material de la vida, que nos lleva a desconocer nuestra naturaleza espiritual y el compromiso que tenemos con las leyes de evolución. Es nuestro mejor maestro, él nos muestra el camino, y a base de tener que rectificar y admitir los copiosos errores que cometemos vamos cambiado y aprendiendo a enfocar la vida como realmente es: un camino de superación y de descubrimiento de valores.

No podemos cambiar porque sí, porque nos lo digan una y otra vez; hasta que no lo comprendamos y nos consideremos seres inmortales, no empezaremos a emprender ese camino que es individual y que nadie puede realizar por nosotros. Hasta que no entramos en esa era del espíritu y nos observemos como tales, muy difícilmente podremos cambiar de actitud y comenzar a dar paso a paso, considerando la vida como un eslabón que nos va a conducir a otro superior y a otro y a otro, aprendiendo en cada una de ellas la lección que toca.

La vida es, sí, una escuela donde se viene a aprender; el que no lo hace, pierde el tiempo y siembra  sufrimiento y se demora, con la complejidad añadida de que cada lección, suspendida por no aprendida, le sumerge quizás en la rebeldía y en la falta de actitud para no volver a cometer los mismos errores; la obstinación y la falta de fe en que es necesario adquirir los valores, sobre todo el amor, son un gran obstáculo para avanzar en el proceso de nuestra evolución.

Aprendamos a enfocar bien nuestra mente para que detectemos cuál es la autentica realidad de la vida que tenemos delante de nosotros. Sepamos discernir cuál es el trabajo que tenemos que realizar, trabajo que ha de redundar en nuestro mejoramiento espiritual y desarrollo de las potencialidades: amor, sabiduría, justicia, etc. No perdamos más el tiempo queriendo encontrar la felicidad y la dicha, las ganas de vivir, donde no están.

La felicidad no es de este mundo, pero se encuentra poco a poco si aprovechamos la vida tal y como  nos la hemos planificado antes de encarnar, como seres espirituales que somos.

 Fermín Hernández Hernández Amor, Paz y Caridad.

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EL PERIESPÍRITU EN LOS DOS

 MUNDOS.

         El Periespiritu tiene origen en el principio intermediario entre el espíritu y la materia. Es un cuerpo fluídico, vaporoso del espíritu y semimaterial, una materia eminentemente sutil, quintaesenciada. El periespiritu es tomado del fluido universal de cada mundo.                                                                                         En su naturaleza, es una condensación del fluido cósmico alrededor de un foco de inteligencia, el espíritu. En el ítem 17 del capítulo 14 del libro Génesis, Allan Kardec dice: “El fluido periespiritual es, pues, el lazo de unión entre el periespíritu y la materia.” Como instrumento, el cuerpo físico posee sus órganos y sistemas que permiten la vida, la locomoción, el habla, la visión, la respiración, asimilación de energías etc.                                                                                       En la esfera extrafísica de materia sutilizada, el cuerpo de relación lógicamente como instrumento de acción, también posee sus órganos y sistemas. El periespíritu es un cuerpo altamente complejo, como cuerpo de relación del alma en los diferentes niveles a que puede llegar en su escala evolutiva. El principio inteligente es siempre el agente de acción y los cuerpos físico y espiritual, son meros instrumentos de su actividad.                                                                            En el libro El Consolador, Emmanuel responde a la pregunta número 30, “¿Hay órganos en el cuerpo espiritual? El cuerpo físico, exceptuadas ciertas alteraciones impuestas por las pruebas o tareas a realizar, es una exteriorización aproximada del cuerpo espiritual”. En el libro Evolución en dos Mundos, capítulo 2, André Luiz enseña que los centros vitales son fulcros energéticos bajo la dirección automática del alma, imprimiendo a las células la especialización adecuada. En la esfera de la espiritualidad, el periespiritu no es igual al cuerpo físico, presenta algunas transformaciones fundamentales, después de la muerte del cuerpo físico principalmente en el centro gástrico, por la diferencia de los alimentos de los que se provee, y en el centro genésico, cuando hay sublimación del amor, en la comunión de las almas.

“Cuanto más nos avecinamos a la esfera animal, mayor es la condensación oscurecedora de nuestra organización, y cuanto más nos elevamos, al precio del esfuerzo propio, rumbo a las gloriosas construcciones del espíritu, mayor es la sutileza de nuestra envoltura, que pasa a combinarse fácilmente con la belleza, con la armonía, y con la Luz reinante en la Creación Divina”. (André Luiz, Entre la Tierra y el Cielo, cap. XX).

Desde la creación del principio inteligente, Dios le dotó al espíritu con un cuerpo de relación simple donde estuviese grabada la Ley del Señor. Este cuerpo primitivo forma con el alma un ser único, simple e ignorante, que podemos designar “Mónada Celeste”, como afirman André Luiz y Emmanuel. En la escala de la evolución, esta mónada se va adaptando, en su trayectoria, a los diferentes mundos donde vive. En el libro Liberación, Emmanuel habla de una segunda muerte. En el capítulo 6, en un diálogo con su orientador, dice: “¿sabes que el vaso periesperítual es transformable y percibible, aunque estructurado en el tipo de materia más rarefacta, compañeros que se desligan de él, rumbo a esferas sublimes, se sometieron a operaciones reductivas y desintegradoras?”

La misma idea de un cuerpo mental, antes del cuerpo espiritual, se plasma en el libro de Áureo, Universo y Vida, en el capítulo V: “cuando la rebeldía se cristaliza en el monoideismo, donde las ideas fijas funcionan como sumideros de energías, en excesivo gasto de fuerzas vitales, llegando el espíritu fácilmente a la pérdida del psicosama (cuerpo espiritual), ovoidizandose, caso en que se reviste solo de la túnica energética mental, a la manera de semilla en régimen de hibernación”.
    Sobre estos ovoides habla André Luiz en el capítulo 7 de Liberación “los impiadosos adversarios prosiguen en la obra reprobable después de perder la organización periesperítual, se adhiere a la víctima con los principios de la materia mental de que se revisten”.
   El alma se encuentra unida a un cuerpo espiritual que le caracteriza la individualidad y su forma de actuar en busca de su perfeccionamiento. Fue André Luiz quien afirmó en el capítulo 4 del libro El mundo Mayor que el Espírita más sabio no se animaría a localizar con afirmaciones dogmáticas el punto donde termina la materia y comienza el espíritu. Al desencarnar, el periespíritu continúa canalizando hacia el ser espiritual los contenidos que proporcionan alegría o dolor, según el tenor vibratorio del que están formados.

Los vicios mentales, los hábitos orgánicos y sociales, las acciones desplegadas, son elementos que en ese período se suman a las impresiones vigorosas en los tejidos delicados del Espíritu, transformándose en sensaciones y emociones acordes a ellos. Algunas impresiones se corresponden a las de naturaleza física anteriormente vivenciadas, convirtiéndose en bendiciones, cuando son elevadas, o en un incomparable suplicio, si están formadas de energías deletéreas, transformándose en un martirio, cuya intensidad no disminuye, causando sufrimientos morales difíciles de describir.                                                                       A esas sensaciones se adicionan las ansiedades, los resentimientos, las angustias y el despertar de la conciencia que evalúa las experiencias fracasadas, se agita el sufrimiento que enloquece a los recién desencarnados. Todos los sufrimientos abren heridas en las carnes del alma, pero los de naturaleza moral son los más severos porque dado que se hallan en la médula del ser, no dan tregua a quien los padece. Los dolores en el más allá son una realidad muy significativa, como sucede con la felicidad, la alegría, el bienestar y la paz para aquellos espíritus que se condujeron en la Tierra con rectitud, equilibrio, lucidez, abnegación.

Bibliografía                                                                                                                          André Luiz, Evolución en dos mundos, Nuestro hogar, Liberación, En el mundo mayor Allan Kardec, Libro de los Espíritus, Génesis, Libro de los Médiums Manoel Philomeno de Miranda, Mediumnidad…Desafíos y Bendiciones

Escrito por Carmen Cardona

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La felicidad no es de este mundo


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