INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Reencarnación
2.- Percepciones físicas de los Espíritus
3.- El problema de las drogas
4.- Reuniones espíritas
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REENCARNACIÓN
¿Cómo puedo yo, un hombre viejo, regresar al vientre de mi madre? Preguntó el doctor de la ley judaica, Nicodemo, cuando Jesús de Nazaret le indicó que era necesario nacer de nuevo, del “agua y del Espíritu”. Esa pregunta continúa siendo realizada hoy día, ante la ley de las vidas sucesivas, reencarnación o palingenesia.
El hombre apenas aprecia su aspecto orgánico. Por eso, no entiende cómo ese complejo celular, ese telar de nervios, huesos y tejidos pueda, como en el mito del Fénix, resurgir de las cenizas para constituir un nuevo ser. De ahí el mito de la resurrección, que sería el vivir otra vez, después de muerto, con el mismo cuerpo; milagrosamente reconstituido, después de descompuesto, reestructurado, vivificado y vitalizado, después de la diseminación de los elementos. Tal vez esto esté relacionado con una reminiscencia profunda que garantiza al Espíritu, en su inconsciente profundo, la certeza de que vivió y vivirá muchas veces en la Tierra.
Reafirmamos que esa visión estática, identificando al Ser con el cuerpo, ha sido divulgada como condición natural para la mayoría. Por eso el sentir espiritual, la extrapolación del Espíritu, ha sido lenta y arduamente conquistada por la inteligencia y por la observación de los hechos.
La ley de reencarnación es generosamente presentada, por algunos, como la panacea para las inquietantes cuestiones humanas. Es vista por otros como el instrumento punitivo por excelencia, sea porque la simple encarnación es un ultraje para el Espíritu, sea porque en el sufrimiento de la carne, el mal sería expurgado, la expiación se completaría. Para otros, en fin, no pasa de un argumento teórico engendrado para ajustar las realidades y desigualdades a un modelo de Justicia Divina.
Si la comunicación de los Espíritus, a través de la mediumnidad en las pesquisas psíquicas, lleva inexorablemente a la comprobación de la Inmortalidad, resolviendo el problema del “después”, ¿cómo encontrar pruebas aceptables para la preexistencia, el “antes”?
Las dificultades para una investigación convencional son muy grandes. Una de las formas es, sin dudas, el propio testimonio de los Espíritus. Pero lo que se ha hecho en ese campo es investigar las informaciones de niños que, en condiciones específicas, afirman recordar otras vidas, dando detalles precisos sobre el modo de vivir, familiares, lugares y demás datos.
Algunos investigadores, y es bueno que esto se diga, han mezclado las cosas y presentado hipótesis que no encajan con las percepciones espíritas. Algunos parecen establecer una dicotomía completa entre el cuerpo y el Espíritu afirmando, por ejemplo, que un Espíritu recién desencarnado podría apropiarse de un cadáver reciente, “reencarnando” en este. Esa operación es, para el Espiritismo, imposible y no puede ser confundida con la reencarnación. En verdad es una fantasía, una completa ficción. La ligación sinérgica cuerpo-Espíritu es única y la desencarnación ocurre siempre por la desagregación del cuerpo, lo que haría ficticia la posibilidad de la utilización de un organismo muerto por otro Espíritu. Sin embargo las pruebas de la evidencia reencarnatoria son muchas, sea por la antigüedad del concepto, sea por las ideas innatas, por el carácter personal, único, que cada uno posee, como marca individual, por encima de los acondicionamientos del ambiente, de la herencia biológica y de las presiones educativas.
Aquello que los materialistas llaman constitución y los religiosos dicen ser designios de Dios, modelando el carácter de las personas en cada vida terrena, no es otra cosa que, en la concepción Espírita de la reencarnación, mas que la expresión de la individualidad del Espíritu vivido, al expresarse en su regreso a las agitaciones de la vida corporal.
Es cierto que las corrientes religiosas y espiritualistas creen que el hombre posee un alma y aceptan la inmortalidad. Sin embargo, la mayoría se rehúsa a aceptar la reencarnación. Probablemente juzgan que sería añadir complicaciones excesivas a su frágil estructura. Además, están aferradas al modelo punitivo y fatalista. Retrotraer la existencia del Espíritu hacia antes de la cuna, sería promover profundos cambios en todo el edificio conceptual que han levantado. Se les hace más fácil decir que todo comienza en la cuna. En este punto se unen religiosos y materialistas. Los primeros creen en algo espiritual. Los segundos sólo creen en el organismo. Pero ambas hipótesis hacen silencio ante las evidencias que determinan las diferencias entre los individuos.
Las iglesias son reticentes al examen de esas diferencias en las cualidades personales. Se las atribuyen a los misteriosos designios de Dios, aunque los sacerdotes más sensibles bajen la cabeza, apenados por la impotencia de obtener respuestas satisfactorias y muchos se enfocan en las cuestiones de asistencia social como compensación. Por lo menos ayudan a resolver algunos aspectos de la injusticia humana. Los materialistas se contentan con inventar condiciones de “constitución”, esto es, las personas son así, nacen así, reaccionan así, porque son constituidas por mecanismos que las hacen de esa forma. En otras palabras, se tiene suerte si están bien constituidas. Si no la tuviesen, si tuviesen mala suerte…
Conforme avanzan las investigaciones genéticas, la ciencia penetra en un área extraordinaria. Si es cierto que esa incursión en el centro vital lleva a controles y alteraciones, por obra de técnicas quirúrgicas o medicamentos, también es real que crece la certeza de que los prodigiosos mecanismos de transmisión de la herencia biológica no descansan exclusivamente en elementos del acaso, en la mecánica celular. Se revela claramente la existencia de un elemento conductor, de una voluntad que controla los flujos y reflujos genéticos, dando dirección, estableciendo caminos específicos.
El modelo psíquico, extracorpóreo, es, en última instancia, el Espíritu que a través de los conductos mentales interfiere, espontáneamente, en el proceso para marcar su individualidad. El rol modelador del Espíritu en el proceso reencarnatorio no significa que él lo desencadene. La reencarnación es una actividad biopsíquica. Por un lado tenemos toda la estructura de la herencia física, siguiendo sus propias leyes. Del otro lado, la interferencia de un elemento inteligente, autónomo, que se inserta en el proceso, ya sea para sufrirlo como para modificarlo. Por otra parte, la simple presencia del Ser Inteligente es, por sí misma, un elemento de modificación del medio. Se descubrirá que las células no son inmunes a la influencia mental. Todo lo contrario, ciertas combinaciones cromosómicas se derivan, en cuanto a su especificidad, de esa dirección consciente o inconsciente. La pregunta de cómo puede un cuerpo viejo regresar al vientre materno centraliza al Ser en el organismo y hace de éste el centro de la vida. No obstante la concepción Espírita nos muestra que el cuerpo físico es un accidente, un segmento transitorio en la vida del Espíritu.
El cuerpo muere, se disipa, se disgrega. El Espíritu permanece, vive, continúa. Esta simple proposición resuelve la cuestión. En cada nacimiento se desencadena un proceso totalmente nuevo, el Espíritu se inserta, como el comandante que asume su puesto en la dirección del navío. Él no es el navío, pero lo ordena, lo dirige. Dirá: “es mi navío” y como en las viejas tradiciones marítimas, se hundirá con él. El Espíritu es externo al cuerpo, pero se integra, se relaciona, vive en simbiosis con él y completa un juego sinérgico total, a través del Periespíritu.
Muchos podrían decir que esa explicación complica el asunto y parece fantástica. ¿Pero qué tiene de fantástico? Dicen eso porque desconocen las múltiples relaciones que acontecen a cada instante en nuestro complejo orgánico. Si todo lo que compone el cosmos cerebral, por ejemplo, le fuese explicado a una persona, para justificar desde simplemente levantar un dedo hasta las actividades superiores del pensar, del sentir, quedaría anonadada con la complejidad y la velocidad de las respuestas y el funcionamiento del sistema nervioso en general; naturalmente, si todo pudiese ser explicado, ya que muchas de las acciones inteligentes permanecen aún vedadas al conocimiento científico. Ante esa maraña de estímulos, respuestas, acción y reacción, la explicación Espírita no es solo clara, sino la más simple. Ella contempla la unión de un Ser integral, con inteligencia y sentimiento, capaz de crear, construir, hacer, hablar, de pensar y, simultáneamente, con un cuerpo físico estructurado según leyes biológicas más o menos conocidas. Entre estos, un cuerpo sutil, el Periespíritu. Todo esto compone al hombre.
El cuerpo somático pasa a través de una inevitable transformación: nace, crece, madura, entra en decadencia y muere. Es un ciclo vital conocido, vivido, sentido. Es el binomio nacimiento-muerte. Empero, aunque claramente vivenciado en el día a día, permanece un sentimiento de continuidad, una importante distinción entre el Espíritu y el cuerpo, aun durante toda la encarnación. El cuerpo envejece; el Espíritu percibe esto a través de la presión social, por un lado y por el debilitamiento físico por el otro. No obstante, la mente se desvincula de ese proceso; ella lo contempla y sufre, pero permanece íntegra en sí misma. Se percata que la carne del cuerpo se marchita y, curiosamente, se percibe ella misma manteniendo el mismo hilo de individualidad y las mismas aspiraciones de personalidad creada en la vivencia actual. Eso prueba que la vida corpórea es un medio, un instrumento temporero, necesario el desarrollo del Espíritu. Sería trillado preguntar por qué es así y no de otra manera, ya que se trata de un hecho concreto. No obstante, si analizáramos la vivencia de ese Ser, en el tiempo y en el espacio, convendríamos en que ese mecanismo de nacimiento-muerte, desde el punto de vista de la Inmortalidad, se hace indispensable. Esto quedó evidenciado cuando analizamos el progreso del Espíritu en los reinos inferiores de la naturaleza. Vimos que la unión del Principio Espiritual al elemento material, para la formación de organismos unicelulares, inicialmente, y después para la formación de organismos cada vez más complejos, fue la vía natural para el aprendizaje, la formación de reflejos y automatización de funciones. Acompañamos al Principio Espiritual, paso a paso, naciendo, muriendo y renaciendo automáticamente, sin vida moral, sin una conciencia de sí, sino viviendo bajo el imperio de los impulsos de la vida. En eso se configura el principio de la reencarnación en sí mismo, esto es, un proceso biológico, de ascendientes psíquicos o espirituales. Es un instrumento perteneciente a los mecanismos de la vida. Compone el cuadro vivencial como parte importante, fundamental, porque es el propulsor de la evolución. Es a través de ese choque traumático que el Principio Espiritual pierde, digámosle así, su ignorancia y simplicidad inicial, comenzando el aprendizaje, el adiestramiento, para posteriormente asumir la razón, establecer la primacía de la voluntad y, como consecuencia, la responsabilidad moral.
Con esto queremos decir que la reencarnación no guarda en sí misma un sentido de punición moral, no está ligada invariablemente a necesidades de rescate, lo cual es una concepción común en algunos lugares. Esa concepción se deriva, como se deduce, de la visión teológica inculcada en el pensamiento en general según la cual todos estamos pagando el pecado de vivir. En otras palabras, según el Espiritismo, el Espíritu reencarna porque vive y no porque pecó. Esa premisa es de gran alcance por abrir una perspectiva sana para el entendimiento del proceso de la vida y de la presencia de Dios en el Universo.
Como sabemos, las teologías son, de modo general, ordenaciones punitivas, autoritarias y arbitrarias reflejando una visión cruel de la vida. Además de establecer una corte celestial de privilegiados, masacran al hombre con el peso de pecados originales, condenaciones irremediables, rótulos de pecador innato, como persona esencialmente corrupta. Toda la prédica de la salvación parte, pues, de la idea de que la mayoría es pecadora y está perdida. Las ideas del pecado y las condenaciones moralistas son un fuerte discurso autoritario, una manipulación de poder y una confesión de impotencia frente a las realidades de la existencia. No ha sido posible para las teologías entender por qué el hombre yerra. Ellas siempre se mostraron irritables y descontroladas frente a los errores humanos. Sin tener las condiciones o aislándose de un análisis de la realidad, sobre fundamentos no orgánicos e inmediatistas, se mostraron impotentes para penetrar la naturaleza espiritual del hombre, fuera del panorama limitado de una visión temporal.
Si, según piensan los teólogos, el hombre nace como un alma creada por Dios en el momento de la concepción, si ese Dios es perfecto, si la sociedad siempre fue, por lo menos nominalmente, dirigida por sacerdotes e iglesias, todo error, desvío y actitudes pecadoras serían el fruto de seducciones externas, de entidades demoníacas, debido a la caída en el orgullo y otros factores. Luego, sería lícito condenar a los infieles al fuego terreno de las hogueras inquisitoriales y al fuego eterno del infierno. Tarea cumplida, las iglesias y sacerdotes pensaron tener el dominio de las mentes y de los corazones…
Desde el punto de vista de la Inmortalidad dinámica, se comprende la razón de los errores humanos. Casi siempre se trata de una condición resultante del grado de crecimiento de cada uno. No es, como podría aparentar a primera vista, una sanción general del mal. El mal es siempre el mal y es definido por el Espiritismo como una condición pasajera, superable. El errar es una variable común, de acuerdo con el nivel alcanzado, pero no elimina la responsabilidad de cada uno en su práctica. Según el Espiritismo, la Ley de Dios, de equilibrio y amor, está inscrita en el Espíritu y esto es así por la vivencia de la ley de causa y efecto, desde el período pre-humano. De un modo general el individuo sabe, aunque inconscientemente, los límites de lo cierto y lo errado y de su derecho en relación a los derechos del otro. De ahí resulta la responsabilidad.
El individuo tiene la posibilidad de errar, pero es responsable. Hablamos de error y responsabilidad porque, como hemos dicho previamente, a partir del nivel hominal, con el uso de la razón, el Espíritu percibe que ya no puede simplemente actuar por impulsos. Frente a él y con los mismos derechos naturales se encuentra otra persona. Esa relación establece límites, impone dignidad. Al romper esos límites y despreciar esa dignidad se accionan mecanismos de causa y efecto, acción y reacción, inaugurando la vida moral.
Tomado del libro “Una Nueva Visión del Hombre y del Mundo” del autor brasileño Jaci Regis. Traducido al español por José E. Arroyo, con la aprobación del Instituto Cultural Kardecista de Santos, Brasil. Traducción publicada en la revista A la Luz del Espiritismo. Publicación Oficial de la Escuela Espírita Allan Kardec. Puerto Rico. Año 2. Nº8. Octubre 2016
. Por Jaci Regis | Zona EspíritaEl desprecio por la vida, la búsqueda del aniquilamiento resultante de filosofías apresuradas, sin estructura lógica ni ética, son responsables por el progresivo consumo de tóxicos de cualquier naturaleza.
Existen muchas causas y muchos factores. Lo primero que hay que tener en cuenta es que el fenómeno de la drogadicción no es exclusivo de un grupo o estrato social, económico o cultural determinado. El consumo de drogas afecta a toda la sociedad en su conjunto.
En general, el uso de drogas corresponde a un afán de huir de la realidad. Las drogas proporcionan una vía de escape, un alivio temporal a los problemas personales, familiares o sociales. También son una puerta de salida frente al vacío existencial presente en el interior de la persona, el cual la lleva a volcarse en búsqueda de salidas ilusorias que llenen dicho vacío.
Muchos hogares están desarmonizados porque la base de sus problemas reside en el uso de las drogas por parte de sus jóvenes.
Un hogar desestructurado, es un joven desorientado. Los jóvenes que no tienen rumbo fijo, que están desorientados y que no encuentran la paz que necesitan, normalmente se refugia en los tóxicos, estos al principio les alivia, pero al fin terminan encarcelados, sin poder pasar de la dosis que para ellos pasa a ser lo más necesario, aquello sin lo cual no pueden vivir.
Los padres son los que suelen sufrir las consecuencias, ellos han de soportar todas las excentricidades que los hijos muestran, para eso necesitan orientación, porque si no se les van de las manos, se convierten en hijos perdidos, sin salvación.
Han de tratarlos con cariño, pero deben hacerlo también con energía.
Ni disciplina férrea ni excesos de libertad.
El dialogo es el alimento del amor.
El apoyo de la familia para el joven toxicómano, a través del Evangelio en el Hogar, es factor decisivo en su tratamiento. No adelanta nada mandarlo sólo al centro espírita, para recibir pases, o llamar a los médiums a la casa, para transmitirlos. La familia necesita ir junto con él al Centro y estar al lado de él en las oraciones en casa.
Los Benefactores Espirituales poco pueden hacer, cuando la familia no participa, incluso porque la prueba no es sólo del joven, ¡sino todos los que conviven con él!
La realización del Evangelio en el Hogar, por lo menos una vez a la semana, sea cual fuera la condición religiosa de la familia del joven dependiente de la droga, es indispensable.
El uso de las drogas es muy antiguo, variando los motivos de acuerdo con el estado evolutivo de cada pueblo, no obstante, siempre de resultados negativos. Religiosos y anacoretas, guerreros y filósofos, pobres y ricos en diferentes periodos de la Historia se valieron de las sustancias vegetales y emanaciones químicas, de resinas y de raíces para alcanzar los deseos emocionales que no conseguían por los métodos normales, o para abrir las puertas del entendimiento para los viajes místicos, el aumento del valor, el olvido…
El egoísmo es responsable por la inconformidad y por la prepotencia, por la voluptuosidad de los sentidos y por la indiferencia hacia el prójimo. El hombre sufre de perplejidades que lo atemorizan, desconfiando de todo y de todos, se entrega a los excesos, huyendo de la responsabilidad a través de las drogas.
Los padres que no dialogan con los hijos, orientándolos para la vida, prácticamente los empujan al vicio.
Es necesario que los padres sean amigos de sus hijos, muchas veces ocultarles los problemas, es darle ocasión y libertad para buscar otras ocupaciones. En cambio si hablamos con ellos, exponiendo nuestras inquietudes, el se sentirá inclinado a poner de su parte para ayudarnos.
También debemos sentarnos, con ellos, para decirles nuestras alegrías, para pedirles consejos, para dar un paseo y decirle las cosas que nos gustan, los sueños que aún están por realizar, y que sigues soñando con ellos, quizás sin pasar nunca de eso, de sueños, pero que no pierdes la esperanza, cuando ellos vean que los suyos tampoco se realizan, sabrán tomar tu misma actitud, el ejemplo en casa lo es todo.
Los padres que son amigos de los hijos no tienen nada que temer.
“Ciertos padres, es verdad, menosprecian sus deberes y no son para los hijos lo que deberían ser; pero cabe a Dios castigarlos y no sus hijos; no cabe a estos censurarlos, porque tal vez ellos mismos merecen que fuese así.”
La falta de comunicación real entre padres e hijos hace que éstos se distancien poco a poco del entorno familiar, al no encontrar allí respuesta a sus problemas. La falta de dedicación de los padres a la educación de los hijos o el deficiente control por un excesivo liberalismo en la educación, son, sin duda, factores generales relacionados con la educación que devienen en una inadecuada formación de los jóvenes. Otras pautas incorrectas de educación son: actitudes de sobreprotección o actitudes rígidas. Estos factores desencadenantes suponen que se produzca falta de diálogo en la familia, manteniéndose en muchos casos actitudes ambiguas frente a las drogas, que se produzcan diversos tipos de carencias afectivas y un clima que no favorece el crecimiento personal, con falta de independencia y de capacidad para afrontar situaciones problemáticas.
No se trata simplemente de prohibir la droga, ni de controlar su distribución. Aunque estas cosas son necesarias, el problema de la drogadicción tiene sus raíces en la sociedad misma. Es por ello que es necesario un compromiso de la sociedad en su conjunto. Padres, maestros, medios de comunicación, instituciones, etc., deben comprometerse a construir una sociedad nueva, donde sean promovidos los valores auténticos, especialmente los espirituales. De no hacerlo así, todas las estrategias de prevención serán inútiles, pues el problema de fondo seguirá existiendo.
Para las personas que ya han caído en el abuso de drogas, no bastan los simples tratamientos médicos, dado que existen otros problemas del individuo que están detrás del hecho de su drogadicción. Es necesario, junto con el tratamiento médico de desintoxicación propiamente dicho, un tratamiento de rehabilitación que haga que la persona redescubra su valor y su identidad más profunda. Este tratamiento no será posible sin la participación del individuo, sin su voluntad de cambiar. El apoyo de la familia y una adecuada asistencia espiritual son también fundamentales para la rehabilitación.
El drogadicto ha de recuperar la confianza en sí mismo, y desear efectivamente curarse, adquirir confianza en Dios y en sí mismo.
Reconquistar su autoestima. Sentirse a gusto consigo mismo y confiar en aquellos que quieren su bien.
El que se encuentra, internado en alguna casa de recuperación, sometido a un tratamiento para desintoxicarse del uso de drogas, su paciencia en la aceptación del tratamiento es factor fundamental, muy importante para su buen éxito, recordando aquellas palabras de Jesús “Ayúdate, que el cielo te ayudará”. Respetando las normas disciplinarias del lugar donde se encuentra, pues la rebeldía solo complicará más su situación. Evite las discusiones, y si siente la necesidad de desahogarse con alguien, que llame al médico que lo atiende, o al psicólogo o al enfermero de su confianza y que abra su corazón.
El espiritismo, es un bálsamo reparador para las heridas, para los estados depresivos y obsesivos, alucinatorios del alma enferma, y recomienda la aplicación de los pases, recibidos con respeto y fe. Todo pasara, y más pronto para aquellos que desean resarcir de esas situaciones tan enfermizas.
Según Allan Kardec, el Codificador del Espiritismo, el verdadero espírita es aquel que lucha por su transformación moral y se esfuerza para domar sus inclinaciones.
No es por tanto, porque se sienta imperfecto, lleno de errores, que tú no puedas ser espírita. Pablo de Tarso, que ya citamos en los capítulos precedentes, decía traer “un espino en la carne” y ni por eso dejó de ser uno de los mayores discípulos de Cristo. María de Magdala, que fue una meretriz, al conocer el Evangelio, se transformó en la mensajera de la Resurrección. Fue a ella que Jesús, renacido, apareció en primer lugar, antes incluso que a sus apóstoles.
Todos los que estamos en la Tierra estamos luchando, los que partieron al otro lado de la vida, también continúan luchando. Jesús lucha hoy por la espiritualización de las criaturas.
Incluso que considere que se ha equivocado mucho, usted puede ser espírita, desenvolver su mediúmnidad, esclarecerse y hacerse un buen médium pesista, por ejemplo. ¡¿Cuantos usaban droga en su juventud y hoy, recuperados, son respetables padres de familia y dirigen obras asistenciales de reconocido valor?!
No se olvide de que cuanto mayor fuera su lucha, mayor será su mérito.
Y una de las cosas que recomienda el Espiritismo para que el drogadicto y los que lo rodean puedan ser asistidos, es la realización del Evangelio en el Hogar que es una de las mejores terapias para el joven drogado.
Conseguir que él participe del Evangelio es más que importante: es esencial.
A falta de líderes nobles, con significativas excepciones, caen en las redes bien urdidas por los falsos líderes carismáticos de naturaleza meramente personal. Son escasas las inteligencias inclinadas hacia el bien común y dedicadas a los valores más nobles de la vida, que atraigan la atención haciéndose ejemplos dignos de ser imitados, frente a las justas alegrías y venturas que propicien y disfruten.
Esos individuos podrían trabajar con ahínco para la cura de los canceres sociales, ennobleciendo a la entidades educacionales y domésticas responsables por la preparación y cultivo de mentes en formación.
El progreso tecnológico se convierte, a menudo, en una amenaza, en un monstruo devorador, si no es moderado en sus límites y en el tiempo apropiado. La automatización sustituye al hombre en muchos menesteres y la ociosidad y el desempleo enferma el sistema nervoso de los que se detienen y atormentan a quienes se esfuerzan en el trabajo.
“Los hombres se separan, distanciados por la lucha que emprenden; se unen por la necesidad del juego de los placeres y en esa dualidad de la conducta, la carencia afectiva y la soledad, instalan sus arsenales de miedo, de rebeldía y dolor, que propician la fuga hacia las drogas. Huyen de un estado o situación, buscando inconscientemente alguna cosa; algo; seguridad, auxilio, amistad, cosa que los tóxicos no le pueden dar.
Es imprescindible que el hombre se valorice, extrayendo de él los valores que yacen en su interior, manifestación de Dios que el no ha sabido extraer ni buscar, por estar guardados muy íntimamente, como desafió final para su salvación del caos.
Es necesaria una vida sana, conforme la moral de Cristo. , la educación en libertad con responsabilidad; la valoración del trabajo como método digno de afirmación de la criatura humana; la orientación moral más segura en el hogar en la escuela, mediante los ejemplos de los educadores y de los padres; la necesidad de vivir con moderación, enseñar que nadie se encuentra en plenitud y demostrar esa verdad a través de los hechos diarios con los que se evitaran sueños y curiosidades, lujo y ansia de disipaciones por parte de los niños y jóvenes; la orientación adecuada a las personalidades psicópatas desde temprano; los ambientes sanos y las lecturas edificantes, considerándose que no toda la humanidad puede ser encuadrada en la literatura sórdida de la “contra cultura”, de los libros groseros, violentos y escritos con fines mercenarios, en razón de las altas dosis de extravagancia y vulgaridad de los que son portadores. Junto a estas terapias básicas, añadir el ejercicio de la disciplina de los hábitos, mejor entendimiento entre los padres y maestros, una mayor convivencia de estos con los hijos y alumnos, el despertar y cultivo de ideales entre los jóvenes…
“Y el despertar espiritual de la vida, que demuestra la preexistencia del alma al cuerpo y su supervivencia después de la muerte. Cuanto más materialista sea la comunidad, mas se manifiesta extenuada, desequilibrada y sus miembros consumidores de drogas y sexo negligente, sufren más altas cargas de violencia, de agresividad, que conducen a elevados índices de homicidio, de suicidio y de corrupción.
El Espiritismo posee recursos psicoterapéuticos valiosos como medio preventivo y tratamiento en el uso de las drogas y otros vicios. Con su filosofía estructurada en la realidad del espíritu, la educación tiene primacía en todos los intentos y las técnicas del conocimiento de las causas de la vida ofrecen resistencia y dan fuerza para una conducta sana.
La oración, el pase, la magnetización del agua, la adoctrinación del individuo son medicina muy saludable para obtener la desobsesión y el socorro espiritual a estos enfermos, que no debemos olvidar , merecen todo nuestro respeto, atendiéndoles con cariño y tratando de dignificarlos, instalándolos para su recuperación, al mismo tiempo que le apliquemos los recursos espiritas y evangélicos de resultados saludables.
Trabajo extraído del libro: En las fronteras de la Locura, de Divaldo Pereira Franco
Realizado por Merchita
Allan Kardec sobre las reuniones espíritas. [Revue Spirite] | Zona Espírita
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