martes, 30 de mayo de 2023

Mediumnidad : Principio básico del Espiritismo

 INQUIETUDES  ESPÍRITAS

1.- Espacio universal

2.- El orgullo y la humildad (Comunicado)

3.-Resumen histórico de la inmortalidad

4.- Mediumnidad: Principio básico del Espiritismo

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            ESPACIO UNIVERSAL 



El espacio universal ¿es infinito o limitado? 

- Infinito.- Si le supones límites, ¿ qué habrá más allá? Bien comprendo que esto confunde tu razón, y con todo ella te está diciendo que no puede ser de otra manera. Lo propio acontece con lo infinito en todas las cosas. En vuestro pequeño ámbito no podéis comprenderlo. 
Si se supone un límite al espacio, por muy distante que la mente pueda concebirlo, la razón dice que allende esa frontera habrá algo más, y así sucesivamente hasta el infinito: porque ese algo, aunque fuera el vacío absoluto, seguiría siendo todavía espacio. 
.El vacío absoluto ¿existe en alguna parte del espacio universal? 
- No, nada está vacío.. Lo que a ti te parece vacío se halla ocupado por una materia que se sustrae a tus sentidos y a tus instrumentos de observación. 

EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. 
ALLAN KARDEC. 



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           El orgullo y la humildad

                                            


¡La paz del Señor sea con vosotros, queridos amigos! Vengo a infundiros valor para que sigáis en el camino del bien.

A los pobres Espíritus que en otras épocas han habitado en la Tierra, Dios les confía la misión de esclareceros. Bendito sea Él, por la gracia que nos concede de poder contribuir a vuestro perfeccionamiento. ¡Que el Espíritu Santo me ilumine y me ayude, a fin de que mi palabra sea comprensible, y que me conceda la gracia de colocarla al alcance de todos! En cuanto a vosotros, encarnados, que estáis afligidos y buscáis la luz, ¡que la voluntad de Dios venga en mi ayuda para hacer que resplandezca ante vuestros ojos!

La humildad es una virtud muy postergada entre vosotros. Los grandes ejemplos que se os han dado no son tomados en cuenta como correspondería. Sin embargo, sin humildad, ¿podéis ser caritativos para con el prójimo? ¡Oh! no, porque ese sentimiento nivela a los hombres; les dice que son hermanos, que deben ayudarse mutuamente, y los conduce al bien. Sin la humildad, os adornáis con virtudes que no tenéis, como si os pusierais un vestido para ocultar las deformidades de vuestro cuerpo. Acordaos de Aquel que nos salvó; recordad su humildad, que lo hizo tan grande y lo elevó por encima de los profetas.

El orgullo es el terrible adversario de la humildad. Si Cristo prometía el reino de los Cielos a los más pobres, se debe a que los grandes de la Tierra se imaginan que los títulos y las riquezas son recompensas acordes con sus méritos, y que su esencia es más pura que la del pobre. Consideran que tienen derecho a esas cosas, razón por la cual, cuando Dios se las quita, lo acusan de cometer una injusticia. ¡Oh! ¡Escarnio y ceguera! ¿Acaso Dios os reconoce por el cuerpo? La envoltura del pobre, ¿no es de la misma esencia que la del rico? El Creador, ¿ha hecho dos especies de hombres? Todo lo que Dios hace es grande y sabio. Nunca le atribuyáis las ideas que vuestros cerebros orgullosos conciben.

¡Oh, rico! Mientras tú duermes en tus aposentos dorados, al resguardo del frío, ¿no sabes que miles de hermanos tuyos, que valen tanto como tú, yacen sobre la paja? El desdichado que padece hambre, ¿no es tu igual? Cuando escuchas eso tu orgullo se subleva, bien lo sé. Consentirás en darle una limosna, ¡pero jamás le estrecharías fraternalmente la mano! “¡Cómo! -pensarás- ¡Yo, de noble estirpe, uno de los grandes de la Tierra, seré igual a ese miserable cubierto de harapos! ¡Vana utopía de los que pretenden ser filósofos! Si fuésemos iguales, ¿por qué Dios lo habría colocado tan abajo y a mí tan arriba?” Es verdad que vuestras vestimentas no son semejantes. Con todo, si ambos se desnudaran, ¿qué diferencia habría entre vosotros? “La nobleza de la sangre”, dirás. Pero la química no ha encontrado diferencia alguna entre la sangre de un gran señor y la de un plebeyo, ni entre la del amo y la del esclavo. ¿Quién te garantiza que tú no has sido miserable y desdichado como él? ¿Que no has pedido limosna? ¿Que no se la pedirás un día a ese mismo al que hoy desprecias? ¿Acaso son eternas las riquezas? ¿No se acaban cuando se extingue el cuerpo, envoltura perecedera de tu Espíritu? ¡Oh! ¡Imprégnate de humildad! Pon finalmente la mirada en la realidad de las cosas de este mundo, en lo que da lugar al enaltecimiento o a la humillación en el otro. Piensa que la muerte no te respetará, como tampoco respetará a los demás hombres; que los títulos no te preservarán de su ataque; que ella puede herirte mañana, hoy, en cualquier momento. Y si te encierras en tu orgullo, ¡oh, cómo te compadezco, porque serás digno de piedad!

¡Orgullosos! ¿Qué erais antes de ser nobles y poderosos? Es posible que estuvieseis por debajo del último de vuestros criados. Inclinad, pues, vuestras altivas frentes, pues Dios puede bajarlas en el momento en que más las levantáis. Todos los hombres son iguales en la balanza divina. Sólo las virtudes los distinguen ante Dios. Todos los Espíritus son de la misma esencia, y todos los cuerpos son modelados con la misma arcilla. Vuestros títulos y vuestros nombres en nada os modifican; quedan en la tumba, y no son ellos los que os darán la felicidad prometida a los elegidos. La caridad y la humildad son sus títulos de nobleza.

¡Pobre criatura! Eres madre y tus hijos sufren: sienten frío, tienen hambre. Y tú acudes, doblada bajo el peso de tu cruz, a humillarte para conseguirles un pedazo de pan. ¡Oh, yo me inclino ante ti! ¡Cuán noble, santa y grande eres a mis ojos! Aguarda y ruega. La felicidad aún no es de este mundo. A los pobres y oprimidos que confían en Él, Dios les concede el reino de los Cielos.

Y tú, jovencita, pobre niña entregada al trabajo y a las privaciones, ¿por qué esos tristes pensamientos? ¿Por qué lloras? Que tu mirada, piadosa y serena, se eleve hacia Dios: Él da alimento a las avecillas. Ten confianza en Él, que no te abandonará. La algarabía de las fiestas y los placeres del mundo agitan tu corazón. Quisieras también adornar tu cabello con flores y mezclarte con los felices de la Tierra. Piensas que podrías, como esas mujeres a las que ves pasar alegres y risueñas, ser rica también. ¡Oh! ¡Cállate, niña! Si supieses cuántas lágrimas y dolores indescriptibles se ocultan bajo esos vestidos bordados, cuántos sollozos son ahogados por el ruido de esa alegre orquesta, preferirías tu humilde refugio y tu pobreza. Mantente pura ante Dios, si no quieres que tu ángel de la guarda se eleve hacia Él, con el rostro oculto bajo sus blancas alas, y te deje con tus remordimientos, sin guía, sin amparo, en este mundo donde estarías perdida, mientras esperas tu castigo en el otro.

Y vosotros, los que sufrís las injusticias de los hombres, sed indulgentes para con las faltas de vuestros hermanos, reconociendo que tampoco estáis exentos de culpas: en eso consiste la caridad, y también la humildad. Si sufrís por las calumnias, inclinad la frente ante esa prueba. ¿Qué os importan las calumnias del mundo? Si vuestra conducta es pura, ¿acaso Dios no puede recompensaros por ello? Soportar con valor las humillaciones de los hombres implica ser humilde y reconocer que sólo Dios es grande y poderoso.

¡Oh, Dios mío! ¿Será preciso que Cristo venga por segunda vez a la Tierra para enseñar a los hombres tus leyes, porque las olvidan? ¿Deberá Él expulsar otra vez del templo a los mercaderes que corrompen tu casa, destinada exclusivamente a la oración? ¡Oh, hombres! ¡Quién sabe si, en caso de que Dios os concediera la gracia de enviaros nuevamente a Jesús, no renegaríais de Él como lo hicisteis antes! ¡O si no lo llamaríais blasfemo, porque abatiría el orgullo de los fariseos modernos! Es posible que lo hicierais recorrer de nuevo el camino del Gólgota.

Cuando Moisés subió al monte Sinaí para recibir los mandamientos de Dios, el pueblo de Israel, entregado a sí mismo, abandonó al verdadero Dios. Hombres y mujeres se desprendieron de su oro y sus alhajas para que se hiciera un ídolo, al que adoraron. Hombres civilizados, vosotros os comportáis del mismo modo que ellos. Cristo os confió su doctrina; os dio el ejemplo de todas las virtudes, pero lo habéis abandonado todo, tanto el ejemplo como los preceptos. Cada uno de vosotros contribuyó con sus pasiones, y os habéis hecho un Dios a la medida de vuestra voluntad: según algunos, terrible y sanguinario; según otros, indiferente a los intereses del mundo. El Dios que fabricasteis sigue siendo el becerro de oro que cada uno adapta a sus gustos y a sus ideas.

Reflexionad, hermanos y amigos míos. Que la voz de los Espíritus conmueva vuestros corazones. Sed generosos y caritativos sin ostentación, es decir, haced el bien con humildad.

Que cada uno derribe poco a poco los altares que habéis erigido al orgullo. En una palabra, sed verdaderos cristianos, y alcanzaréis el reino de la verdad. No dudéis más de la bondad de Dios, cuando Él os da tantas pruebas de ello.

Los Espíritus venimos a preparar el camino para que las profecías se cumplan.

Cuando el Señor os dé una manifestación más resonante de su clemencia, que el enviado celestial os encuentre formando una gran familia; que vuestros corazones afables y humildes sean dignos de oír la palabra divina que Él habrá de traeros; que el elegido no encuentre en su camino otra cosa que las palmas que vosotros hayáis dispuesto por vuestro retorno al bien, a la caridad, a la fraternidad, y entonces vuestro mundo se convertirá en el paraíso terrenal.

Por el contrario, si permanecierais insensibles a la voz de los Espíritus enviados para purificar y renovar vuestra sociedad civilizada, rica en ciencias, pero tan pobre en buenos sentimientos, entonces, ¡ay!, sólo nos quedará llorar y gemir por vuestro destino. Pero no, no sucederá de ese modo. Volved a Dios, vuestro Padre, y en ese caso nosotros, que habremos contribuido al cumplimiento de su voluntad, entonaremos el cántico de acción de gracias, para agradecer al Señor su inagotable bondad, y para glorificarlo por los siglos de los siglos. Así sea.

Lacordaire. Constantina, 1863

El evangelio según el espiritismo
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RESUMEN HISTÓRICO DE LA INMORTALIDAD


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Civilizaciones, Religiones y Sabios

La inmortalidad ha sido, desde siempre, la mayor preocupación del ser humano desde que su raciocinio alcanzó la capacidad de pensar sobre sí mismo y con ello iniciar el camino del desarrollo de la conciencia y de la mente.                                                                                                            Existen en todas las civilizaciones y pueblos antiguos la preocupación directa e indirecta sobre la inmortalidad del principio espiritual en el hombre. Conocemos la historiografía suficiente de los pueblos antiguos para saber que el sentido religioso formaba parte de los códigos principales de la vida en todas las civilizaciones. 

En el mundo oriental los primeros vestigios de escritura hacen referencia a la famosa leyenda de Gilgamesh, en Asiria, donde la principal preocupación de este rey sumerio es descubrir la fuente de la inmortalidad a raíz de la muerte de su amigo Endiku.

Referenciando únicamente otros tantos libros sagrados de otras religiones, podemos encontrar: en la India un excelente tratado en “El Libro Tibetano de los Muertos”, o en los Vedas y el Bagavadh-Guita de la religión Hindú, con los diálogos del Dios Krishna y su discípulo Arjuna. En la antigua Persia, la religión fundada por Zoroastro explica igualmente en sus textos de referencia la inmortalidad. En China y Japón los ritos ancestrales y la mitología que sirven de base a religiones posteriores, como el confucionismo o sintoísmo, hacen referencia constante al “poder celeste”, donde todo viene del cielo y hasta allí llega, incluso nuestra parte inmortal. En el antiguo Egipto los hierofantes y sacerdotes dejan vestigios de la religión faraónica y sus creencias en la vida futura en los papiros y jeroglíficos que adornan sus imponentes templos.

En una mención apresurada de los antecedentes de la inmortalidad del alma en la historia de occidente, hemos de recurrir sin exclusión a una obra cumbre de Platón (el más grande filósofo de la Grecia antigua del que actualmente se dice que toda la filosofía posterior a él no es más que notas a pie de página de su pensamiento). Anterior a este gran filósofo, la escuela pitagórica, órfica, los filósofos presocráticos como Anaxágoras, Parménides, etc.,  como ya explican la inmortalidad del alma, su preexistencia al nacimiento independiente del cuerpo y la transmigración de la misma de unos cuerpos a otros (reencarnación).

La obra en la que Platón relata con precisión los diálogos que su maestro Sócrates tiene con sus discípulos acerca de la inmortalidad del alma es el Fedón. En este relato extraordinario, Sócrates nos avanza no solo los argumentos filosóficos y las justificaciones de los mismos a favor de la inmortalidad, se nos explican también ejemplos clarificadores sobre qué acontece con el Alma cuando llega al más allá, cómo se relaciona con otras Almas que allí encuentra, de qué manera vuelve a la Tierra para poder reencarnar de nuevo, por qué pierde el conocimiento de sus vidas anteriores, quiénes son aquellos con los que nos encontramos en ese otro lado, cómo son clasificados y de qué forma y por qué la ley de la retribución o ley de causa y efecto actúa sobre todos, dando preponderancia a lo bueno que supone actuar en el bien y a lo malo que representa para el alma ejercer el mal.

Además de todos estos interrogantes a los que Sócrates ofrece sus argumentos, encontramos los ejemplos de los mitos que Platón incorpora. Por un lado, el famoso “mito de la caverna” sobre el origen de las ideas y del mundo real, que no es otra cosa que el auténtico mundo del alma (el plano del espíritu inmortal) donde se tiene plena conciencia y no se vive en las sombras de la caverna (encarnados en el cuerpo físico en la Tierra) viendo permanentemente el reflejo material y no vislumbrando la verdad de la naturaleza espiritual del alma inmortal.

Pero el más clarificador de estos ejemplos es el mito de “Er”, donde un soldado que muere en una guerra padece lo que hoy denominaríamos como una ECM (experiencia cercana a la muerte), experimentando un viaje al mundo espiritual donde le son presentadas las situaciones de las almas que allí se encuentran, su clasificación y vuelta a la vida en una nueva reencarnación después de perder la memoria al beber en las aguas del Leteo. El soldado, aparentemente muerto, vuelve a la vida y narra las experiencias vividas por su “Alma o Conciencia” durante el tiempo que estuvo en la pira funeraria esperando ser cremado al considerarlo muerto.

Y continuando con el recorrido histórico, qué podemos decir de la Biblia o el Corán, ambos textos presentan la base de las religiones monoteístas. Este último, cuya tradición se remonta a Abraham como tronco de su creencia centrada en Ismael que luego será desarrollado por Mahoma, y la primera, en lo que atañe al viejo testamento, hace constantes referencias a la inmortalidad el Alma que comparten las religiones judía, cristiana y musulmana. Y en lo que respecta al Nuevo Testamento, el cristianismo no solo mantiene ese principio, sino que un hecho relevante lo eleva por encima de cualquier otro: “la resurrección de Jesús después de la muerte” es el aspecto diferencial con el que el cristianismo sustenta su fe y su doctrina.

Es este principio y no otro el que cohesionó y permitió triunfar al cristianismo por encima de otras religiones, ofreciendo la esperanza de la inmortalidad del alma después de la muerte refrendada por el ejemplo personal de la vuelta a la vida del Maestro de Galilea cuando, durante cuarenta días después de su muerte, fue presentándose ante multitud de testigos en “cuerpo glorioso (espiritual)”, como afirma Pablo de Tarso, convirtiendo así a Jesús en “el vencedor de la muerte”. Es tan importante y relevante este hecho que el mismo Pablo afirma: “sin la resurrección de Cristo vana es nuestra fe”.

Siguiendo circunscritos a la historia del pensamiento occidental sobre la inmortalidad del alma, es también preciso mencionar el tratado de San Agustín con ese mismo título, donde este padre de la Iglesia nos ofrece su particular visión judeo-cristiana acerca de la inmortalidad del Alma, desarrollando sus tesis a favor de la misma y las particularidades que su propio contexto histórico-temporal en cuanto al desarrollo del cristianismo primitivo tenía en ese momento del siglo V. San Agustín deja entrever no solo la realidad de la trascendencia del alma después de la muerte, sino también la posibilidad de una vuelta a la vida, preguntándose si cuando estaba en el vientre de su madre él ya sabía de su propia existencia.

Un tercer documento escrito o testimonio primordial acerca de la inmortalidad del alma lo constituye la filosofía espírita de Allán Kardec, pues su obra cumbre presentada en París el 18 de abril de 1857 tiene como finalidad la demostración y constatación de la inmortalidad del alma y su trascendencia y vigencia después de la muerte. Nos referimos a la famosa obra “El Libro de los Espíritus”, dónde se estructuran los argumentos filosóficos más novedosos hasta ese tiempo acerca del tema que nos ocupa y los cuales siguen siendo, siglo y medio después, de plena vigencia y actualidad en lo que se refiere a la explicación racional, lógica y coherente de la trascendencia del ser humano en su trayectoria antes de la vida y después de la muerte.  La inmortalidad del alma queda así confirmada no sólo por la justificación de los argumentos filosóficos del espiritismo, sino por la constatación de la ciencia espírita al probar, mediante las leyes que rigen la evolución del alma, la pre-existencia del espíritu antes de su encarnación y la supervivencia del mismo después de la muerte.

Precisaríamos de una biblioteca entera para presentar los testimonios, evidencias, explicaciones, argumentos a favor y en contra de la inmortalidad del alma y sus referencias. No es nuestra intención profundizar en esto, baste pues comprender que el sentido de la trascendencia e inmortalidad del alma se halla esculpido en la conciencia humana desde sus inicios, y que, lejos de ser un argumento elaborado por las religiones, es una percepción e intuición de la propia naturaleza humana muy anterior en el tiempo a la aparición de estas.

La propia evolución antropo-psico-sociológica del ser humano lleva aparejada desde sus inicios esta realidad que nos acompaña en lo biológico (Gen Vmat2), en lo psicológico (inconsciente individual que forma parte del periespíritu y el inconsciente colectivo) y en lo espiritual (el alma). Y el progreso y desarrollo del ser humano implica al mismo tiempo la evolución de este principio espiritual inteligente e inmortal, creado por Dios para ser el heredero de su obra con el destino final hacia la plenitud y perfección relativa.

Antonio Lledó Flor-  Amor, Paz y Caridad

“La inmortalidad es el destino de la Vida en todas sus expresiones, pese a las transformaciones y los cambios inevitables de la evolución”

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MEDIUMNIDAD: PRINCIPIO BÁSICO DEL ESPIRITISMO

" La mediumnidad es una planta delicada que para florecer necesita atentas precauciones y cuidados asiduos"- LEÓN DENIS

   La mediumnidad es la capacidad que poseemos los seres humanos, más agudizada en aquellos que llamamos específicamente médiums, para relacionar ambas humanidades, la visible y la invisible, es decir, el mundo físico y el mundo espiritual. El mundo espiritual es continuación del nuestro, aunque se encuentra en otra faja vibratoria.
   Por la mediumnidad se prueba experimentalmente la inmortalidad del alma, se rectifican las falsas ideas del cielo, del infierno, de las penas y castigos eternos, entramos en contacto con seres queridos y recibimos valiosas informaciones, instrucciones e intuiciones, de variadas fuentes espirituales. La mediumnidad bien empleada y aprovechada, ofrece valiosa contribución al esclarecimiento de diversos problemas de índole médico, psicológico y social.
   Las manifestaciones, sean físicas o intelectuales, además de probar la supervivencia del espíritu, permiten aquilatar el grado evolutivo alcanzado por la entidad que se comunica. Los espíritus, al comunicarse con los seres físicos, han establecido relaciones entre ambos planos de existencia, mediante las cuales podemos conocer las diversas condiciones de vida que imperan en ese denominado más allá- Las enseñanzas de los espíritus referentes a las nuevas condiciones de  vida en que se desenvuelven después de la muerte, constituyen el eje central de la doctrina filosófica y moral del Espiritismo.
   Pasando por encima de argumentaciones de índole teológica o materialista, figuran las demostraciones probatorias del Espiritismo, cuyo fenomenismo mediúmnico tan variado como copioso y convincente, presenta la prueba real, positiva, de que la personalidad humana no se extingue con la muerte del cuerpo, sino que continúa después de su desaparición.
- Jon Aizpúrua- ( Tratado de Espiritismo)

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