domingo, 21 de mayo de 2023

Amarse con los ojos abiertos

 INQUIETUDES  ESPIRITAS

1.- Anotaciones de un Espíritu suicida

2.- Los desertores del Espiritismo

3.- Un enfoque sobre el trabajo

4.- Amarse con los ojos abiertos

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                                                                         Ivonne do Amaral Pereira

      Anotaciones de un espíritu suicida

1 – ¡El hombre es un compuesto de triple naturaleza: - humana, astral y espiritual, o sea - materia, fluido y esencia. Ese compuesto podrá también ser traducido en una expresión más concreta y popular, asimilable al primer grado de observación: - cuerpo carnal, cuerpo fluídico o perispíritu, y alma o Espíritu, siendo de este último el que irradia Vida, Inteligencia, Sentimiento, etc., etc. - centella donde se verifica la esencia divina y que en el hombre señala la herencia celeste!. De esos tres cuerpos, el primero es temporal, obedeciendo apenas a la necesidad de las circunstancias inalienables que rodean a su poseedor, destinado a la desorganización total por su propia naturaleza putrescible, oriundo del limo primitivo: - este es de carne. El segundo es inmortal y tiende a progresar, a desarrollarse y perfeccionarse a través de los trabajos incesantes en las luchas durante los milenios: - este es fluídico; mientras que el Espíritu, eterno como el Origen del cual proviene, es luz imperecedera que tiende a brillar cada vez mas hermoseada hasta alcanzar en grado relativo el Fulgor Supremo que le dio la Vida, para gloria de su mismo Creador - es la esencia divina, a imagen y semejanza - (que lo será algún día) - del Todo-Poderoso Dios!.  


2 - Viviendo en la Tierra, ese ser inteligente, que deberá evolucionar hacia la Eternidad, se denomina Hombre! siendo, por tanto, el hombre un Espíritu encarcelado en un cuerpo de carne o encarnado.  

3 - El Espíritu vuelve varias veces a tomar un nuevo cuerpo carnal sobre la Tierra, nace varias veces a fin de volver a convivir en las sociedades terrenas, como Hombre, exactamente igual a como este es llevado a cambiarse de ropa muchas veces...  

4 - El suicida es un Espíritu criminal, fracasado en los compromisos que tenía para con las Leyes sabias, justas e inmutables establecidas por el Creador, y que se ve obligado a repetir la experiencia en la Tierra, tomando un cuerpo nuevo, ya que destruyó aquel que la Ley le confiara para instrumento de auxilio en la conquista de su propio perfeccionamiento - depósito sagrado que el antes debería haber estimado y respetado en vez de destruirlo, visto que no le asistían derechos para faltar a los grandes compromisos de la vida planetaria, tomados estos antes del nacimiento en presencia de su propia conciencia y ante la Paternidad Divina, que le diera la Vida y medios para ello.  


5 - El Espíritu de un suicida volverá a un nuevo cuerpo terrenal en condiciones muy penosas de sufrimiento, agravadas por las resultantes del gran desequilibrio que el desesperado gesto provocó en su cuerpo astral, o sea, en su perispíritu.  


6 – La vuelta de un suicida a un nuevo cuerpo carnal es la ley. Es la Ley inevitable, irrevocable: Una expiación irremediable, a la cual tendrá que someterse voluntariamente o no, porque por su propio beneficio no tendrá otro recurso sino la repetición del programa terreno que dejó de ejecutar.  


7 - Sucumbiendo al suicidio el hombre rechaza y destruye una ocasión sagrada, facultado por ley, para la conquista de situaciones honrosas y dignificantes para la propia conciencia, pues los sufrimientos, cuando son heroicamente soportados, dominados por la voluntad soberana de vencer, son como una esponja mágica para eliminar de la conciencia culpable las tinieblas infamantes, muchas veces, de un pasado criminal, en anteriores etapas terrenas. !Mas, si, en vez del heroísmo salvador, prefiere el hombre escapar a las labores promisorias, valiéndose de un auto-atentado que bien revelará la degradación moral y la inferioridad que le descompone el carácter, retardará el momento ansiado para la satisfacción de sus más caros deseos, ya que jamás se podrá destruir porque la fuente de su Vida reside en su Espíritu y este es indestructible y eterno como el Foco Sagrado del que descendió!.  


8 – En la Espiritualidad raramente el suicida permanecerá durante mucho tiempo. Bajará a la reencarnación prontamente, según sea el acervo de las dañosas consecuencias acarreadas; o postergará el cumplimiento de aquella inalienable necesidad en caso de que circunstancias atenuantes provean condiciones para el ingreso a cursos de aprendizaje educativos, que facilitaran los combates futuros en pro de su misma rehabilitación.  

9 - El suicida es como un clandestino de la Espiritualidad. Las leyes que regulan la armonía del mundo invisible son contrariadas con su presencia en sus páramos antes de la época determinada y legal; y son tolerados, amparados y convenientemente encaminados porque la excelencia de dichas leyes, derramadas del seno amoroso del Padre Altísimo, estableció que a todos los pecadores les sean incesantemente renovadas las oportunidades de corrección y rehabilitación!.  


10 - ¡Renaciendo en un nuevo cuerpo carnal, regresará el suicida a la programación de trabajos y combates diferentes de los que imaginó erradamente poder escapar por los atajos del suicidio; experimentará nuevamente tareas, pruebas semejantes o absolutamente idénticas de las que pretendiera esquivarse; pasará inevitablemente por la tentación del mismo suicidio, porque él mismo se colocó en esa difícil situación cargando para la reencarnación expiatoria las amargas consecuencias de un pasado delictivo!. A esa tentación, no obstante, podrá resistir, ya que en la Espiritualidad fue debidamente ilustrado y preparado para esa resistencia. !Si, sin embargo, fuese a fallar por una segunda vez - lo que será improbable -, se multiplicará su responsabilidad, multiplicándose, por eso mismo, desastrosamente, las series de sufrimientos y combates rehabilitadores, porque es inmortal!.  


11 – !El estado indefinible, de angustia inconsolable, de inquietud aflictiva, tristeza e insatisfacción permanente; las situaciones anormales que aparecen y siguen en el alma, en la mente y en la vida de un suicida reencarnado, indescriptibles a la comprensión humana y sólo asimilables por él mismo, solamente le permitirán el retorno a la normalidad al terminar las causas que las provocaran, después de existencias expiatorias, testimonios severos donde sus valores morales serán duramente comprobados, acompañándose de lágrimas ininterrumpidas, realizaciones ennoblecedoras, renuncias dolorosas de las que no se podrá librar... pudiendo tan dificultosa labor suya exigir la perseverancia de un siglo o dos de luchas... tal vez más... según sea el grad
o de sus propios deméritos y las disposiciones para las refriegas justas e inalienables!.  

Esas conclusiones no nos dejaban, absolutamente, ilusiones acerca del futuro que nos aguardaba. Enseguida, por tanto, comprendimos que, en la espinosa actualidad que vivíamos, un solo camino se presentaba como recurso a posibles suavizaciones en el porvenir cuya distancia no podíamos prever: - Someternos a los imperativos de las leyes que habíamos infringido, observar consejos y orientaciones ofrecidas por nuestros amorosos mentores, dejándonos educar y guiar al sabor de sus altos criterios, como ovejas sumisas y deseosas de encontrar el supremo consuelo de un aprisco...  

Ivonne do Amaral Pereira ( "Memorias de un suicida") 

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LOS DESERTORES DEL ESPIRITISMO

                                           ( 1 )

 

Si todas las grandes ideas, han tenido sus apóstoles fervientes y denodados, también las mejores han tenido sus desertores.

El Espiritismo no podía librarse de las consecuencias de la humana flaqueza; ha tenido lo suyos, y no serían inútiles algunas consideraciones sobre el particular.

Muchos se equivocaron, al principio, acerca de la naturaleza y objeto del Espiritismo y no entrevieron su trascendencia. Desde luego excitó la curiosidad y muchos no distinguieron en las manifestaciones más que un asunto de distracción.

Se divirtieron con los Espíritus, tanto como estos quisieron divertirlos. Las manifestaciones eran un pasatiempo y con frecuencia un accesorio de tertulia.

Este modo de pensar, al principio, la cosa, era una táctica diestra de los Espíritus. Bajo la forma de diversión, la idea penetró en todas partes y plantó gérmenes sin sublevar las conciencias timoratas. Se jugó con el niño, pero el niño debía hacerse hombre.

Cuando a los Espíritus bromistas los sucedieron los graves y moralizadores; cuando el Espiritismo se elevó a ciencia, a filosofía, las gentes superficiales no lo encontraron recreativo, y para los que, ante todo, aprecian la vida material, era un censor inoportuno y molesto, que a más de uno arrinconó.

No hay que echar a menos semejantes desertores, pues las personas frívolas son pobres auxiliares.

Esta primera fase está, sin embargo, muy lejos de ser tiempo perdido. A favor de semejante disfraz, la idea se ha popularizado cien veces más que si hubiese revestido, desde su origen, una forma severa. Pero de esos centros ligeros e indolentes, salieron pensadores graves.

Estos fenómenos, puestos en moda por el atractivo de la curiosidad, convertidos en una especie de manía, excitaron la codicia de ciertas gentes atraídas por la novedad y por la esperanza de hallar en ellos una nueva puerta abierta.

Las manifestaciones parecían un asunto maravilloso,  susceptible de explotación, y más de uno pensó hacer de ellas un auxiliar de su industria, y otros las consideraron como una variante del arte de la adivinación, un medio quizás más seguro que la cartomancia, la quiromancia, etc., etc., para conocer el porvenir y descubrir las cosas ocultas, pues, según la opinión de aquella poca, los Espíritus debían saberlo todo.

Desde el momento en que tales gentes vieron que la especulación resbalaba entre sus manos y se convertía en engaño. Que los Espíritus no venían a ayudarles a hacer fortuna, a darles buenos números para la lotería y decirles la verdadera buenaventura, a descubrirles tesoros o proporcionarles herencias, a sugerirles algún buen invento fructífero y de privilegio exclusivo, a suplir su ignorancia y a dispensarles del trabajo intelectual y material, los Espíritus no fueron buenos para nada, y sus manifestaciones no eran mas que ilusiones.

 Tanto como ensalzaron el Espiritismo mientras acariciaron la esperanza de sacar de él algún provecho, así denigraron cuando tuvieron el desengaño. Más de un crítico, lo hubiese levantado hasta las nubes de haberle hecho descubrir un tío americano o ganar en la Bolsa.

Esta es la categoría más numerosa de los desertores, pero se deja ver que seriamente, no pueden calificárseles de espiritistas.

También ha tenido su utilidad esta fase, pues ha demostrando que no debía esperarse del concurso de los Espíritus: se ha hecho conocer el objeto serio del Espiritismo, se ha depurado la doctrina.

Los Espíritus saben que las lecciones de la experiencia, son las más provechosas.

Si desde un principio hubiesen dicho: No pidáis tal o cual cosa, porque no la obtendréis, acaso no se les hubiera creído, y por esta razón no limitaron la libertad de nadie, a fin de que la verdad resultase de la observación.

Los desengaños desanimaron a los explotadores y contribuyeron a disminuir su número, privando al Espiritismo, no de adeptos sinceros, sino de parásitos.

Ciertas gentes, más perspicaces que otras, entrevieron al hombre, en el niño que acababa de nacer y le tuvieron miedo, como Herodes le tuvo miedo al niño Jesús.

No atreviéndose a atacar de frente al Espiritismo, han tenido agentes que lo abrazaron para ahogarlo, que se visten con el disfraz de espiritistas para introducirse en todas partes, atizar diestramente la desavenencia en los grupos, derramar en ellos y por bajo mano el veneno de la calumnia, dejar caer chispas de discordia, impeler a actos que comprometan, intentar el desvío de la doctrina, para ponerla en ridículo o hacerla odiosa, y simular en seguida desengaños.

Otros son mas hábiles aun: predicando la unión, siembran la división; ponen sobre el tapete diestramente cuestiones irritantes y mortificadoras, excitan los celos de preponderancia entre los diferentes grupos, y su delicia sería verlos apedrearse y levantar bandera contra bandera, con motivo de ciertas divergencias de opiniones sobre determinadas cuestiones de forma y de fondo, provocadas las mayoría de las veces.

Todas las doctrinas han tenido sus Judas; el Espiritismo no podía dejar de tenerlos y no le han faltado.

Estos tales, son espiritistas de contrabando, pero han tenido también su utilidad. Han enseñado a que como buenos espiritistas, seamos prudentes, circunspectos, y a que no nos fiemos de las apariencias.

En principio, es preciso desconfiar de los arrebatos calenturientos, que son casi siempre fuegos fatuos o simulacros, entusiasmo de circunstancias, que suplen los actos con la abundancia de palabras.

La verdadera convicción es apacible, reflexiva, motivada; como el verdadero valor, se revela por hechos, es decir, por la firmeza, la perseverancia, y sobre todo, por la abnegación.

El desinterés moral y material es la verdadera piedra de toque de la sinceridad.

La sinceridad tiene un sello sui generis; se refleja por matices más fáciles a veces de comprender, que de definir, se la siente por ese efecto de la transmisión del pensamiento, cuya ley nos revela el Espiritismo, y que la falsedad no consigne nunca simular completamente, dado que no puede cambiar la naturaleza de las corrientes fluídicas que proyecta.

Cree equivocadamente que puede suplirla con una baja y servil adulación, que solo seduce a las almas orgullosas, pero esta misma adulación, se deja conocer de las almas elevadas.

Nunca el hielo podrá simular el calor.

Si pasamos a la categoría de los espiritistas propiamente dichos, también veremos ciertas flaquezas humanas, en las que no triunfa inmediatamente la doctrina. Las más difíciles de vencer son el egoísmo y el orgullo, pasiones originales del hombre.

Entre los adeptos convencidos, no hay deserción en la acepción de la palabra, porque el que desertase por motivo de interés u otro  cualquiera, no habría sido nunca sinceramente espiritista; pero hay desalientos.

El valor y la perseverancia pueden flaquear ante un desengaño, una ambición fracasada, una preeminencia no alcanzada, un amor propio lastimado o una prueba difícil.

Se retrocede ante el sacrificio del bienestar, el temor de comprometer sus intereses materiales y el reparo del que dirán, se siente desazón por un fraude; no se renuncia, pero se desanima; se vive para si y no para los otros; se quiere sacar beneficio de la creencia, pero siempre que no cueste nada.

Ciertamente que los que así proceden, pueden ser creyentes; pero, a no dudarlo, son creyentes egoístas, en quienes la fe no ha encendido el fuego sagrado del desinterés y de la abnegación; su alma se desprende con trabajo de la materia. Forman número nominal, pero no puede contarse con ellos.

Muy distintos son los espiritistas que verdaderamente merecen tal nombre.

Aceptan para sí todas las consecuencias de la doctrina y se les reconoce por los esfuerzos que hacen para mejorarse. Sin descuidar los intereses materiales, son éstos para ellos lo accesorio y no lo principal; la vida terrestre es solo una travesía más o menos penosa; de su empleo útil o inútil depende el porvenir; sus alegrías son mezquinas comparadas con el objeto esplendido que entrevén más allá; no se desazonan por los obstáculos que encuentran por el camino; las vicisitudes, los desengaños, son pruebas ante las cuales no se desalientan, puesto que el descanso es el premio del trabajo, y por estas razones, no se ven entre ellos deserciones y desfallecimientos.

Los Espíritus buenos protegen visiblemente a los que luchan con valor y perseverancia y cuyo desinterés es sincero y sin miras ulteriores; le ayudan a triunfar de los obstáculos y aligeran las pruebas que no pueden evitarles, mientras que se apartan de los que abandonan y sacrifican la causa de la verdad, a su ambición personal.

...//... ( Continuará en el siguiente )

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            UN ENFOQUE SOBRE EL TRABAJO 

    El trabajo en el ser humano va unido indisolublemente a la  necesidad que se siente de estar permanentemente activo, dedicado a  cualquier labor para beneficio propio o  de los demás.   Esta necesidad obedece a una Ley Divina que así lo dispone con el fin de que nuestra evolución espiritual no se estacione a causa de un estado de inactividad.

  El trabajo supone  una actividad necesaria, pero como el ser humano es limitado, su actividad también lo es, y necesita regularmente del descanso, porque la actividad del trabajo conlleva un desgaste, y es preciso reponer las energías físicas y mentales. Por tanto el descanso forma parte esencial de la Ley del Trabajo, pero el necesario descanso no supone necesariamente inactividad, porque este  descanso  también se puede lograr al cambiar de actividad a otra diferente. Pero cuando en la persona,  la fatiga física y/o psíquica aparece, esto es una señal de que debemos parar a descansar o cambiar a otra actividad diferente durante un limitado periodo de tiempo, pues nadie puede forzar su desgaste por encima del límite de sus energías.

  El hombre, desde  siempre ha tenido que trabajar para su subsistencia y  pronto descubrió que necesitaba de actividad para sentirse bien, pues en realidad no estamos hechos para permanecer vegetando  como las plantas.  Así, desde épocas remotas, ya encontramos  referencias sobre el trabajo, porque el hombre siempre  sintió su necesidad para su propia supervivencia, su bienestar y el  de su familia. 

Por ejemplo, en la Biblia podemos encontrar esta cita:

“Ganarás el pan con el sudor de tu frente” 

    Esta alegoría bíblica que tradicionalmente se ha interpretado como un castigo permanente como consecuencia de un pecado de desobediencia a lo dispuesto por Dios, en realidad nos señala algo tan natural como es el impulso y la necesidad del trabajo, de la realización  y del esfuerzo personal y colectivo para lograr cotas cada vez mas altas de bienestar, pero debemos tener en cuenta que la base fundamental que justifica esta necesidad, es la simple supervivencia, lo cual supone el esfuerzo añadido de la coexistencia y convivencia grupal, para formar el equipo que a veces solamente puede alcanzar sus metas de progreso gracias al esfuerzo común compartido y repartido. 

     La citada frase bíblica suele ser interpretada comúnmente como un “castigo divino”. Nada más lejos de la realidad si consideramos al ser humano como una entidad espiritual en pleno proceso de perfección y evolución, y al trabajo que realiza, como la palanca impulsora para llevar a cabo el esfuerzo necesario para este proceso. 

    Mirando el refranero español,- tan rico en sentencias -, encontramos:  “A Dios rogando pero con el mazo dando”. y es que no  basta solamente la fé y la plegaria,- por otra parte tan importantes y necesarios-; sino que debemos de aplicar además y  necesariamente el trabajo y el esfuerzo, pues ellos nos llevan a crecer como personas y a evolucionar como espíritus que somos todos. 

   Otro refrán afirma: “ A quien algo quiere, algo le cuesta”. O sea, que todo en la vida ( tanto material como espiritual), se logra en base a un trabajo y al sacrificio que conlleva muchas veces el mismo. 

      La mayoría de las personas trabajamos en principio, en base a un salario por la necesidad que todos tenemos del mismo para sobrevivir en medio de una sociedad de consumo de la cual formamos parte. Sin embargo cuando se comprende que este esfuerzo, además de proporcionarnos el nivel de bienestar material y social que necesitamos, es al mismo tiempo útil y necesario para mantenernos en forma, física y mental, las perspectivas cambian y junto a ellas, las motivaciones que nos llevan a ejecutar el esfuerzo y la energía psíquica y física que ponemos en ello. Por eso el trabajo no solamente es una obligación y una necesidad, sino que también es un derecho humano que las legislaciones y Constituciones reconocen. 

     Además, cuando nos esforzamos en trabajar y hacer lo mejor que seamos capaces, imponiéndonoslo como una sagrada obligación, tenemos la conciencia de que eso es lo que Dios espera de nosotros, y esto nos causa una satisfacción interior indescriptible con nosotros mismos, que no puede ser pagada con dinero.

      A nivel popular se tiene la idea de que hay que disfrutar de la vida, pero se identifica este disfrute con la ociosidad. Sin embargo el trabajo se siente como una necesidad física y mental porque, como ya se ha indicado,  obedece a una ley natural, creada por Dios para nuestra evolución, por lo que como ya se puede apreciar, esto transciende sobre la simple motivación del salario o la ganancia económica. ¿ Quién no ha experimentado alguna vez, como la ociosidad tras el trabajo, que en principio y en su justa medida puede suponer un necesario descanso, pero cuando este se prolonga demasiado, comienza a resultar insoportable?. 

      Comúnmente se dice: “ trabajar para vivir; no vivir para trabajar”. Esta frase está referida a que hay que trabajar lo justo para subsistir y “ gozar de la vida” con el ocio. Los que piensan así, no pueden concebir la vida como una actividad y trabajo constantes, que no siempre tiene por qué ser remunerado. La vida activa; los logros y metas conquistadas por el trabajo y con la satisfacción del esfuerzo realizado y del deber cumplido, por sí mismos ya son en cierta medida una remuneración porque pueden llegar a ser un gozo que cuando se experimenta llega a convertirse en una necesidad. La propia actividad en sí misma del trabajo, puede ocasionar satisfacciones de tal modo que vienen a ser como un salario inmaterial. Esto es el vivir para trabajar que todos debemos experimentar y gozar con la experiencia de modo consciente. 

    Muchos dirán que el trabajo cuando no gusta es como un castigo, o una esclavitud. Lo ideal es un trabajo cuya actividad sea un disfrute, pero muchas veces esto no es así y no es un castigo, es una prueba, cuando no es un karma. Pensemos que si Dios en la vida de determinada persona le pone la circunstancia de una obligación o trabajo de una clase que no gusta, pero que se ve abocado a ejecutar necesariamente; esto es porque ello le supone una experiencia necesaria; un sacrificio al hacer una actividad que le desagrada y eso le obliga a esforzarse más, pero por la cual va a adquirir o va poder adquirir algún conocimiento o virtud necesarios de alcanzar en esta vida, pues la vida física es como un crisol en donde aprendemos y crecemos, y a la que llegamos con el compromiso adquirido de realizar, desde antes de venir a este mundo de nuevo. Esta circunstancia del trabajo como simple obligación que se cumple pero que no agrada, viene a ser como una medicina amarga de tomar, pero saludable.

       Todo trabajo es digno, porque digno es todo esfuerzo por superarnos en nuestras capacidades, para bien de los demás y de nosotros mismos. No hay trabajos mejores ni peores. Los hay mejor o peor remunerados. Los hay mas o menos sacrificados o duros. Cada actividad y esfuerzo está en la medida de quien lo afronta. Pero por eso precisamente, la dignidad de todo trabajo sea de la clase que sea, está en el hecho de afrontarlo con dedicación y esfuerzo, y llevarlo a cabo con valor e ilusión, de la mejor forma que seamos capaces, por encima del mero interés económico. 


     Por lo dicho, desde estas líneas invito a todos a que siempre, cada día que amanezca, tras agradecer al Padre por la nueva oportunidad que nos brinda, dediquemos nuestro mejor esfuerzo para realizar aquellos deberes profesionales que nos competan de la mejor forma que seamos capaces de  hacerlo, no como una carga fatigosa, sino como un servicio al entorno social que nos acoge, sabiendo que en ello no está simplemente la remuneración del salario, sino nuestro personal crecimiento humano y espiritual, para nuestro propio bien y por extensión, para el bien de la sociedad. 

José Luis Martín 

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 AMARSE CON LOS OJOS ABIERTOS                    
                                   
       Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de entusiasmo, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento. Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados. Los sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados a la percepción de la realidad externa.

   La construcción del amor empieza cuando puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro. Es allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento. Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él. Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarse verdaderamente con el otro. Este proceso no es fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que ayudamos a que ocurran.
  Hablamos del amor en el sentido de "que nos importa el bienestar del otro". Nada más y nada menos. El amor como el bienestar que invade cuerpo y alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo. Más importante que la manera de ser del otro, importa el bienestar que siento a su lado y su bienestar al lado mío. El placer de estar con alguien que se ocupa de que uno esté bien, que percibe lo que necesitamos y disfruta al dárnoslo, eso hace al amor.

  Una pareja es más que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente. Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir gran parte de nuestra vida con esa persona y descubrimos el gusto de estar juntos. Aunque es necesario saber que encontrar un compañero de ruta no es suficiente; también hace falta que esa persona sea capaz de nutrirnos, como ya dijimos, que de hecho sea una eficaz ayuda en nuestro crecimiento personal.

   El verdadero amor existe cuando amamos por lo que sabemos que esa persona puede llegar a ser, no solo por lo que es. "El enamoramiento es más bien una relación en la cual la otra persona no es en realidad reconocida como verdaderamente otra, sino más bien sentida e interpretada como si fuera un doble de uno mismo, quizás en la versión masculina y eventualmente dotada de rasgos que corresponden a la imagen idealizada de lo que uno quisiera ser. En el enamoramiento hay un yo me amo al verme reflejado en ti."

L.P.E.
( Artº tomado de Organización Espírita- Reencuentros por Amor)

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