miércoles, 26 de abril de 2023

Anticonceptivos y Reencarnación

 INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- Parábola del festín de bodas

2.-Orgullo, Riqueza y Pobreza

3.- Anticonceptivos y Reencarnación

4.- Los flagelos que tememos

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                Parábola del festín de  bodas.


Y respondiendo Jesús, les volvió a hablar otra vez en parábolas, diciendo: semejante es el reino de los cielos a cierto rey, que hizo bodas a su hijo. 
-Y envió sus siervos a llamar a los convidados a las bodas, mas no quisieron ir. 
Envió de nuevo otros siervos, diciendo: Decid a los convidados: He aquí preparado mi banquete; mis toros y los animales cebados están ya muertos, todo está pronto: venid a las bodas. 
- Mas ellos le despreciaron, y se fueron unos a su granja, y otros a su tráfíco. 
- Y los otros echaron mano de los siervos, y después de haberlos ultrajado, los mataron. - Y el rey cuando los oyó, se irritó; y enviando a sus ejércitos acabó con aquellos homicidas y puso fuego a su ciudad.
Entonces dijo a sus siervos: Las bodas ciertamente están aparejadas, mas los que habían sido convidados no fueron dignos. 
- Pues id a la salida de los caminos y a cuantos hallareis, llamadlos a las bodas; y habiendo salido sus siervos a los caminos, congregaron a cuantos hallaron, malos y buenos; y se llenaron las bodas de convidados.
Y entró el rey para ver a los que estaban a la mesa, y vio allí a un hombre que no estaba vestido con vestidura de boda. 
- Y le dijo: Amigo, ¿ cómo has entrado aquí no teniendo vestidura de boda. Mas él enmudeció. 
- Entonces el rey dijo a sus ministros: Atadlo de pies y manos arrojarle en las tinieblas exteriores: allí será el llanto y el crugir de dientes. 
- Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos. (San Mateo, cap. XXII.)

El incrédulo se burla de esta parábola que le parece de una sencillez pueril, porque no comprende que se pusiesen tantas dificultades para asistir a un festín, y aun menos que los convidados llevasen la resistencia hasta el extremo de matar atrozmente a los enviados del Señor de la casa. "Las parábolas, dice, son sin duda figuras, pero es   preciso que no traspasen los límites de lo verosímil".
Lo mismo puede decirse de todas las alegorías y de las fábulas más ingeniosas, si
no se las despoja de su envoltura para buscar en ellas el sentido oculto. Jesús sacaba las suyas de los usos más vulgares de la vida, y las adaptaba a las costumbres y al carácter del pueblo al cual hablaba; la mayor parte tienen por objeto hacer penetrar en las masas la idea de la vida espiritual; muchas veces el sentido sólo parece ininteligible porque no se aparta de este punto de vista.
En esta parábola, Jesús compara el reino de los cielos en donde todo es alegría y felicidad, a un 
festín. Por los primeros convidados hace alusión a los Hebreos que Dios había llamado los primeros al conocimiento de su ley. Los enviados del maestro, son los profetas que venían a exhortarles para que siguieran el camino de una verdadera   felicidad; pero sus palabras eran poco escuchadas, sus, advertencias eran despreciadas y aun muchos fueron muertos alevosamente como los servidores de la parábola. Los convidados que se excusan diciendo que tienen que cuidar sus campos y sus negocios, son el emblema de las gentes de mundo, que absortos por las cosas terrestres, son indiferentes para las celestes.
Era una creencia entre los judíos de entonces, que su nación debía adquirir la   supremacía sobre todas las otras. En efecto, Dios, ¿no había prometido a Abraham que su posteridad cubriría toda la tierra? Pero siempre tomando la forma por el fondo, creían en una dominación efectiva y material. Antes de la venida de Cristo, a excepción de los hebreos, todos los pueblos eran idólatras y politeístas. si; algunos hombres superiores al vulgo concibieron la idea de la unidad divina, esta idea quedó en el estado de sistema personal pero en ninguna parte fue aceptada como verdad fundamental, sino por los pueblos iniciados que ocultaban sus conocimientos bajo un velo misterioso e   impenetrable para las masas. Los hebreos fueron los primeros que practicaron
públicamente el monoteísmo, y a ellos transmitió Dios su ley, primero por Moisés, y después por Jesús; de este pequeño foco salió la luz que debía esparcirse por todo el mundo, triunfar del paganismo y dar a Abraham una posteridad espiritual "tan numerosa como las estrellas del firmamento". Pero los judíos, rechazando la idolatría, habían rechazado la ley moral, para dedicarse a la práctica más fácil de las formas exteriores. El mal llegó a su colmo; la nación esclavizada estaba destrozada por las fracciones y dividida por las sectas; la misma incredulidad había penetrado hasta el santuario. Entonces apareció Jesús, enviado para llamarlos a la observancia de la ley y abrirles los nuevos horizontes de la vida futura; convidados los primeros al gran banquete de la fe universal, rechazaron la palabra del celeste Mesías, y le hicieron perecer; así perdieron el fruto que hubieran podido recoger de su primera iniciativa.

   Sería injusto, sin embargo, acusar al pueblo entero de este estado de cosas; la responsabilidad incumbe principalmente a los fariseos y a los saduceos, que perdieron la nación por el orgullo y fanatismo de unos y por la incredulidad de los otros. A éstos sobre todo, compara Jesús con los convidados que rehusaron la comida de las bodas.
   Después añade: "El Señor, viendo esto, hizo convidar a todos aquellos que se encontraron en las encrucijadas y en las calles, buenos y malos".
   Quería  decir con esto que la palabra iba a ser predicada a todos los otros pueblos, paganos e idólatras, y que aceptándola éstos, serían admitidos al festín en el puesto de los primeros convidados.
   Pero no basta ser convidado; no hasta llevar el nombre de cristiano ni sentarse a la mesa para tomar parte en el celeste banquete: es menester, ante todo y con expresa condición, estar revestido con la ropa nupcial, es decir, tener la pureza de corazón y practicar la ley según el espíritu; y esta ley está completa en estas palabras: "Sin caridad no hay salvación". Pero entre todos aquellos que oyen la palabra divina, ¡cuán pocos hay que la guarden y se aprovechen de ella! ¡Cuán pocos se hacen dignos de entrar en el reino de los cielos! Por esto dijo Jesús: "Serán muchos los llamados, y pocos los escogidos".

EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO. ALLAN KARDEC.

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                  Orgullo, Riqueza y Pobreza
Leon Denis

De todos los vicios, el más temible es el orgullo, pues siembra tras de sí los gérmenes de casi todos los demás vicios. En cuanto ha penetrado en un alma como en una plaza conquistada, se adueña de ella, se acomoda a su gusto y se fortifica en ella hasta el punto de hacerse inexpugnable. Es la hidra monstruosa siempre preñada y cuyos vástagos son monstruos como ella.

¡Desgraciado el hombre que se dejó sorprender! No podrá liberarse sino a costa de terribles luchas, a consecuencia de sufrimientos dolorosos, de existencias oscuras, de todo un porvenir de envilecimiento y de humillación, pues este es el único remedio eficaz para los males que engendra el orgullo.

Este vicio constituye el azote más grande de la humanidad. De él proceden todos los desgarramientos de la vida social, las rivalidades de clases y de pueblos, las intrigas, el odio y la guerra. Inspirador de locas ambiciones, ha cubierto la Tierra de sangre y de ruinas, y es también el quien causa nuestros sufrimientos de ultratumba, pues sus efectos se extienden hasta más allá de la muerte, hasta nuestros destinos lejanos. No solamente nos desvía el orgullo del amor de nuestros semejantes, sino que hace imposible todo mejoramiento, abusando de nuestro valor y cegándonos con nuestros defectos. Sólo un examen riguroso de nuestros actos y de nuestros pensamientos nos permitirá reformarnos. Pero ¿ cómo el orgullo se sometería a este examen? De todos los hombres, el orgulloso es el que menos puede conocerse. Infatuado de su persona, nada puede desengañarle, pues aparta con cuidado todo lo que puede esclarecerle; odia la contradicción, y sólo se complace en la sociedad de los halagadores.

Como el gusano roedor en un buen fruto, el orgullo corrompe las obras más meritorias. A veces, incluso las torna perjudiciales para quienes la realizan. El bien, realizado con ostentación, con un secreto deseo de ser aplaudido y glorificado, se vuelve contra su autor. En la vida espiritual, las intenciones, los móviles ocultos que nos inspiran reaparecen como testigos, abruman al orgulloso y reducen a la nada sus méritos ilusorios. El orgullo nos oculta toda la verdad. Para estudiar con fruto el Universo y sus leyes, se necesita, ante todo, la sencillez, la sinceridad, la rectitud del corazón y de la inteligencia, virtudes desconocidas para el orgulloso. La idea de que tantos seres y tantas cosas nos dominan le es insoportable y la rechaza. Sus juicios tienen para él los límites de lo posible; se resuelve difícilmente a admitir que su saber y su comprensión sean limitados.

El hombre sencillo, humilde de corazón, rico en cualidades morales, llegará más pronto a la verdad, a pesar de la inferioridad posible de sus facultades, que el presuntuoso, vano de ciencia terrestre, sublevado contra la ley que le rebaja y destruye su prestigio. La enseñanza de los espíritus nos pone de manifiesto, bajo su verdadera luz, la situación de los orgullosos en la vida de ultratumba. Los humildes y los débiles de este mundo se encuentran allí más elevados; los vanidosos y los poderosos, empequeñecidos y humillados. Los unos llevan consigo lo que constituye la verdadera superioridad: las virtudes, las cualidades adquiridas con el sufrimiento; en tanto que los otros han de abandonar a la hora de la muerte títulos, fortuna y vano saber. Todo lo que constituye su gloria y su felicidad se desvanece como humo. Llegan al espacio pobres, despojados, y esa súbita desnudez, contrastando con su pasado esplendor aviva sus preocupaciones y sus grandes pesares. Con una profunda amargura, ven por encima de ellos, en la luz, a aquellos a quienes desdeñaron y despreciaron en la Tierra. Lo mismo les ocurre en las encarnaciones siguientes. El orgullo, la ávida ambición no puede atenuarse y extinguirse sino mediante vidas atormentadas, vidas de trabajo y de renunciación, en el transcurso de las cuales el alma orgullosa bucea en sí misma, reconoce su debilidad y se abre a mejores sentimientos.

Un poco de sensatez y de reflexión nos preservará de estos males. ¿Cómo podremos dejarnos invadir y dominar por el orgullo, cuando nos basta contemplarnos para ver lo poco que somos? ¿Son, acaso, nuestro cuerpo y nuestros placeres físicos los que nos inspiran la vanidad? La belleza es pasajera: una sola enfermedad puede destruirla. Todos los días, el tiempo realiza su obra; algunos pasos más en la vida, y todas las ventajas quedarán mustias, marchitas; nuestro cuerpo no será más que una cosa repugnante. ¿Acaso se tratará de nuestra superioridad sobre la Naturaleza? Que el más poderoso, el mejor dotado de nosotros sea transportado a un desierto, y ello deberá bastarle; que haga frente a los elementos desencadenados; que, aislado, se exponga a las cóleras del océano. En medio de los furores del viento, de las olas o del fuego subterráneo, ¡cómo se revelará su debilidad!

En las horas de peligro, todas las distinciones sociales, los títulos y las ventajas de la fortuna se miden en su justo valor. Todos somos iguales ante el peligro, el sufrimiento y la muerte. Todos los hombres, desde el más alto al más miserable, están hechos con la misma arcilla. Revestidos de harapos o de suntuosos trajes, sus cuerpos son animados por espíritus del mismo origen, y todos volverán a encontrarse confundidos en la vida futura. Sólo su valor moral les distinguirá. El más grande en la Tierra puede convertirse en uno de los últimos en el espacio, y el mendigo puede vestir un traje resplandeciente. No tengamos la vanidad de los favores y de las ventajas pasajeras. Nadie sabe lo que le reserva el mañana.

Si Jesús prometió a los humildes y a los pequeños la entrada en el reino celestial, es porque la riqueza y el poder engendran con demasiada frecuencia el orgullo, en tanto que una vida laboriosa y oscura es el elemento más seguro del progreso moral. En la realización de su tarea diaria, las tentaciones, los deseos y los apetitos malsanos asedian menos al trabajador; puede entregarse a la meditación y desarrollar su conciencia; el hombre de mundo, por el contrario, es absorbido por las ocupaciones frívolas, por la especulación o por el placer.

La riqueza nos liga a la Tierra con lazos tan numerosos y tan íntimos, que rara vez consigue la muerte romperlos y librarnos de ellos. De aquí las angustias del rico en la vida futura. Sin embargo, fácil es de comprender que nada es nuestro en este globo. Los bienes a los cuales nos consagramos a toda costa no nos pertenecen más que en apariencia. Otros cien, otros mil, antes que nosotros creyeron poseerlos; otros mil, después de nosotros, se arrullarán con las mismas ilusiones, y todos los abandonan, tarde o temprano. Nuestro cuerpo mismo es un préstamo de la Naturaleza, y ella sabe muy bien recobrarlo cuando le conviene. Nuestras únicas adquisiciones duraderas son de orden intelectual y moral. Del amor a los bienes materiales nace la envidia. El que lleva en si este vicio puede despedirse de todo reposo y de toda paz. Su vida se convierte en un perpetuo tormento. Los éxitos, la opulencia del prójimo despiertan en él ardientes codicias y una fiebre de posesión que le consumen. El envidioso no piensa más que en eclipsar a los demás, en adquirir riquezas de las cuales no sabe siquiera gozar. ¿Existe una vida más lamentable? Perseguir sin cesar una felicidad quimérica, poner toda el alma en las vanidades cuya pérdida nos desespera, ¿no es hacer un suplicio de todos los instantes?

La riqueza no es, sin embargo, un mal por sí misma. Es buena o mala, según el empleo que se hace de ella. Lo importante es que no inspire orgullo ni dureza de corazón. Es preciso que seamos dueños de nuestra fortuna y no sus esclavos; es preciso que nos mostremos superiores a ella, desinteresados y generosos. En estas condiciones, la prueba peligrosa de la riqueza se hace más fácil de soportar. No ablanda los caracteres, no despierta esa sensualidad casi inseparable del bienestar.

La prosperidad es peligrosa por las tentaciones que da, por la fascinación que ejerce sobre los espíritus. Puede, sin embargo, ser la fuente de un gran bien cuando se dispone de ella con sensatez y mesura. Con la riqueza se puede contribuir al progreso intelectual de los hombres, al mejoramiento de las sociedades, creando instituciones benéficas o escuelas, haciendo participar a los desheredados de los descubrimientos de la ciencia y de las revelaciones de la belleza. Pero, sobre todo, la riqueza debe verterse sobre aquellos que luchan contra la necesidad, en forma de trabajo y de socorro.

Por el contrario, consagrar los recursos a la satisfacción exclusiva de la vanidad y de los sentidos es perder la existencia y crearse penosas dificultades. El rico deberá dar cuenta del depósito que se ha hecho en sus manos para bien de todos. Cuando la ley inexorable, cuando el grito de su conciencia se eleven contra él en ese mundo futuro en el que el oro no tiene ya influencia, ¿qué responderá ante la acusación de haber empleado en su único provecho lo que debía apaciguar el hambre y los sufrimientos de los demás? Cuando el espíritu no se considera suficientemente armado contra las seducciones de la riqueza, debe apartarse de esa prueba peligrosa y buscar con preferencia una vida sencilla, lejos de los vértigos de la fortuna y de la grandeza. Si la suerte le destina, a pesar de todo, a ocupar un puesto elevado en este mundo, que no se regocije por ello, pues su responsabilidad y sus deberes serán mucho más extensos. Colocado en las categorías inferiores de la sociedad, que no se avergüence nunca de ello. El papel de los humildes es el más meritorio; son los que soportan todo el peso de la civilización; de su trabajo es de lo que se alimenta y vive la humanidad. El pobre debe ser sagrado para todos, pues pobre fue como Jesús quiso nacer y morir; la pobreza fue lo que escogieron Epicteto, Francisco de Asís, Miguel Ángel, Vicente de Paúl y tantos otros nobles espíritus que vivieron en este mundo. Sabían que el trabajo, las privaciones y el sufrimiento desarrollan las fuerzas viriles del alma, en tanto que la prosperidad las aminora. En el desprendimiento de las cosas humanas, unos encontraron la santificación y otros el poder que proporciona el genio.

La pobreza nos enseña a compadecemos de los males de los demás, haciéndonos conocerlos mejor, nos une a todos los que sufren; da valor a mil cosas para las cuales son indiferentes los dichosos. Los que no han conocido sus lecciones ignoran siempre uno de los aspectos más conmovedores de la vida. No envidiemos a los ricos, cuyo esplendor aparente oculta tantas miserias morales. No olvidemos que bajo el cilicio de la pobreza se esconden las virtudes más sublimes, la abnegación y el espíritu de sacrificio. No olvidemos tampoco que con las labores y la sangre, con la inmolación continua de los humildes, viven las sociedades, se defienden y se renuevan.

Extraído del libro "El Camino Recto"
Léon Denis

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ANTICONCEPTIVOS Y REENCARNACIÓN

El control de la natalidad viene siendo ejecutado desde el principio de los tiempos. La civilización humana siempre encontró raíces o hierbas con las que feticheros o médicos buscaban interferir en el proceso de la concepción o de la gestación en curso.

Igualmente, aquellas parejas contrarias a los procesos artificiales, frecuentemente optan por métodos naturales, evitando relaciones sexuales en los días fértiles, buscando el mismo resultado: la limitación de la natalidad. Teóricamente en todos los matrimonios habría la posibilidad de un número mayor de hijos, en caso de no haber una forma de control de planificación familiar. Esta constatación nos lleva a creer que hay  en la casi totalidad de las parejas alguna interferencia por libre iniciativa, sobre la natalidad de los hijos.

    En base de lo expuesto, el buen sentido nos lleva a posicionarnos realmente, sin, no obstante, perder la visión idealista. Nosotros seres humanos, ya conquistamos el derecho a la libertad de decidir, evidentemente con la responsabilidad asumida por el libre albedrío. El Homo sapiens ya puso la posibilidad de elegir la ruta de su progreso, acelerando o reduciendo la velocidad de su desarrollo espiritual. Somos artífices de nuestro propio destino.

      En las informaciones recogidas psicográfica o psicofónicamente, los espíritus nos proponen la planificación básica de nuestra vida aquí en la Tierra. Proyecto desarrollado antes de reencarnar. Si es verdad que los detalles serán construidos aquí por nosotros, el plano general fue anteriormente elaborado en el mundo espiritual, frecuentemente con nuestro acuerdo. En esta planificación básica, consta el número de hijos.

   Si un determinado matrimonio debería recibir cuatro hijos en su ruta reencarnatoria y no lo hizo, por el uso de anticonceptivos o de otro método bloqueador de la concepción, quedará con la carga de responsabilidad a ser cumplida. No se permitió la tarea completa que se propuso antes de renacer. La gran cuestión que surge es en relación con las consecuencias venidas de su decisión de limitar la natalidad de sus hijos. Sabemos que hay una transferencia del compromiso establecido, para otra encarnación.

   Sucede muchas veces que esta decisión de postergar compromisos, determina la necesidad de un replanteamiento espiritual, con relación a aquellos designados para la reencarnación en un determinado hogar. Pueden los mismos, obtener nuevos pasaportes, surgiendo como nietos, hijos adoptivos y otras vías de acceso elaboradas por la espiritualidad mayor. En estos casos surgirá la necesidad de un cumplimiento de la laguna de trabajo que se creó al impedir la llegada de más hijos.

   El trabajo constructivo, consciente o inconscientemente desarrollado para la sustitución del compromiso previamente asumido, podrá compensar, al menos parcialmente la deuda aplazada. Cualquier deuda kármica podrá ser sanada o apagada por potenciales positivos, a veces bien diversos, de los sectores de aquellos que originan las reacciones. No obstante, la labor amorosa en el área más específica de la maternidad e infancia necesitadas son naturalmente más indicados para la armonización de las energías vueltas deficientes en ese área.
     Si lo ideal es que cumplamos el plan de vida preestablecido, es también casi general el hecho de que en este planeta la mayoría no logra el éxito en la ejecución total de sus tareas. Nos queda la necesidad de consultar honestamente la conciencia, pues por la intuición o sintonía con nuestro yo interno encontraremos respuestas a las dudas (o deudas) particulares en este menester.

   Es constatación evidente el hecho de que normalmente no nos acordemos de los planes previamente trazados, pero es verdad también que frecuentemente hacemos oídos sordos a los avisos que nuestro inconsciente nos transmite. No esperamos respuestas rápidas o transferencia de decisión para quien quiera que sea, al final estamos luchando para huir o no de los mensajes dogmáticos, de esto es permitido y esto no lo es. Cada matrimonio deberá valorar el sumergimiento en su inconsciente, sentir, meditar y de las aguas profundas de su espíritu, traer a la superficie su respuesta.....

- Prof. Ricardo di Bernardi-

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                               LOS FLAGELOS QUE TEMEMOS

 - La Tempestad asusta; no obstante fortalecerá nuestra resistencia si sabemos recibirla.
- El dolor dilacera; Sin embargo será portador de incalculables beneficios si aceptamos su concurso con nobleza.
- La incomprensión duele; Con todo, nos ofrece la excelente oportunidad de comprender.
-La desesperación destruye; Mas frente a ella encontramos los momentos de cultivar la serenidad.
-El odio entenebrece; Entre tanto descubre un bendito horizonte para la revelación del Amor.
-La aflicción deprime; Pero nos abre, además, las puertas de la acción consoladora.
-El sinsabor nos conmueve: Pero en él encontramos las vías de la renovación.
-La prueba tortura; Pero sin ella es imposible el aprendizaje.
- El obstáculo nos disgusta; Sin embargo tenemos en él un legítimo generador de elevación y capacidad.

   Si usted desea ser un cristiano sincero, perdiendo vencerá la batalla de cada día; cediendo, obtendrá los recursos que necesita; trabajando, conseguirá la propia felicidad; perdonando, construirá alrededor suyo; libertando, conquistará a los demás; soportando, resistirá en la tempestad; renunciando, ganará tesoros inmortales; Bendiciendo, salvará a muchos; Sufriendo, conquistará más luz; Sacrificándose, hallará la Paz; Sudando, se purificará, y Amando, iluminará siempre.

Recuerde que usted mismo es el mejor secretario de sus tareas. el más eficiente propagandista de sus ideales, la más clara demostración de sus principios, el más elevado modelo de la enseñanza superior que su Espíritu propugna, y el mensaje vivo de las elevadas nociones que usted transmite a los demás.
De igual forma no se olvide de que el mayor enemigo de sus realizaciones más nobles, es la completa o incompleta negación del idealismo sublime que usted pregona, la nota disonante de la sinfonía del bien que pretende ejecutar, el arquitecto de sus aflicciones y el destructor de sus oportunidades para elevarse, es usted mismo.

- André Luiz (Espíritu)-
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