miércoles, 15 de diciembre de 2021

Los mundos regeneradores

      INQUIETUDES ESPÍRITAS

1.- Si todo en la vida estuviese prefijado, ¿ qué finalidad tendría esta?

2.- Cuadro de la vida Espírita (2 de 4)

3.- La música celeste

4.- Los mundos regeneradores




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¿Si todo en la vida estuviese prefijado, qué finalidad tendría esta?

       El fin de la existencia, como ya hemos dicho, es la evolución espiritual, referida a la adquisición y desarrollo de los atributos Divinos que llevamos todavía en germen pero en proceso de desarrollo mediante las pruebas de las vidas humanas que vivimos, o sea, que en cada vida la finalidad es crecer siempre en Amor y Sabiduría.

      Como ya se ha explicado, lo concertado de antemano son las metas y objetivos a alcanzar para nuestra evolución, así como algunos acontecimientos puntuales y trascendentes para el Espíritu, pero ante los cuales siempre se nos respeta nuestro libre albedrío para decidir en nuestras actuaciones según nuestra conciencia e intuición, por tanto el Ser humano decide continua y libremente su actuación buena o mala, acertada o errónea a cada paso, de modo que siempre es heredero de las consecuencias buenas o malas de sus aciertos y errores cometidos libremente.

 La Ley de Causa y Efecto nunca deja de funcionar, y los efectos muchas veces nos repercuten en la propia existencia en donde generamos las causas que los provocaron.

     Si absolutamente todo estuviese fijado de antemano, nuestro libre albedrío sería cosa inútil, no tendría sentido, porque no serviría para nada; el ser humano sería una mera marioneta sin alma en manos de un destino muchas veces injusto y caprichoso, que no dependería de nuestra voluntad, por lo que su vida en este mundo carecería de objetivos y de sentido. Sin embargo esto no sucede así, pues vemos como todos tenemos un pensamiento que nos hace libres y una voluntad para elegir ante las pruebas de la vida.

     Allan Kardec en el Libro de los Espíritus, cap.X- Ley de Libertad, item nº 872, dice al respecto: “ La fatalidad, tal como vulgarmente se comprende, supone la decisión anticipada e irrevocable de todos los sucesos de la vida, cualquiera que sea su importancia. Si este fuese el orden de las cosas, el hombre sería una máquina sin voluntad. ¿De qué le serviría la inteligencia, puesto que estaría invariablemente dominado en sus actos por la fuerza del destino?. Si semejante doctrina fuese verdadera, sería la destrucción de toda libertad moral; no existiría responsabilidad para el hombre y por consiguiente, ni bien ni mal, ni crímenes ni virtudes. Dios soberanamente justo, no podría castigar a su criatura por faltas que no dependía de ella dejar de cometer, ni recompensarla por sus virtudes, cuyo mérito no le correspondería. Semejante ley sería además, la negación de la del progreso; porque el hombre que todo lo esperase de la suerte, nada intentaría para mejorar su posición, puesto que no sería ni de mejor ni de peor condición.

- Jose Luis Martín-

                                        

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       CUADRO DE LA VIDA ESPÍRITA

( 2 de 4 )

     

Por la conformación de nuestros órganos , tenemos necesidad de ciertos vehículos para nuestras sensaciones; así es que necesitamos de la luz para reflejar los objetos, del aire para transmitirnos los sonidos; esos vehículos se tornan inútiles desde que no tengamos más los intermediarios que los hacían necesarios; el Espíritu ve, pues, sin el concurso de nuestra luz, oye sin tener necesidad de las vibraciones del aire; por eso, no existe para él la oscuridad. Pero las sensaciones perpetuas e indefinidas por agradables que sean, se le volverían fatigantes en el tiempo si no se pudiese sustraer a ellas: el Espíritu tiene también la facultad de suspenderlas: a voluntad puede también cesar de ver, de oír, de sentir tales o cuales cosas, por consiguiente, no ver, no oír, no sentir lo que no quiere; esta facultad está en razón de su superioridad, porque hay  cosas que los Espíritus inferiores no pueden evitar y he aquí lo que hace su situación penosa.

  Es esa nueva manera de sentir que el Espíritu no se explica del todo primero y de la cual no se da cuenta sino poco a poco. Aquellos cuya inteligencia está aún atrasada no la comprenden bien del todo y tendrían muchas dificultades para descubrirla; absolutamente como, entre nosotros, los ignorantes ven y se mueven sin saber por qué ni cómo.

 Esa imposibilidad de comprender lo que está por encima de su capacidad, unida a la fanfarronería, compañera de la ignorancia, es la fuente de las teorías absurdas que dan ciertos Espíritus y que nos inducirían al error, nosotros mismos, si las aceptásemos sin control y sin asegurarnos, por los medios dados por la experiencia y por el hábito de conversar con ellos, del grado de confianza que merecen.

 Hay sensaciones que tienen su fuente en el mismo estado de nuestros órganos; ahora bien, las necesidades inherentes a nuestro cuerpo no pueden ocurrir desde el momento en que nuestro cuerpo ya no existe. El Espíritu no siente, pues, ni fatiga, ni necesidad de reposo, ni de alimentarse, porque no tiene ninguna pérdida que reparar; no es afligido por ninguna de nuestras enfermedades. Las necesidades de nuestro cuerpo ocasionan las necesidades  sociales, que ya no existen para los Espíritus: Así para ellos, el cuidado de los negocios, los tormentos, las mil tribulaciones del mundo, las aflicciones que se dan para proporcionarse las necesidades o las cosas superfluas de la vida, ya no existen más; tienen piedad por el trabajo que nos damos por varias futilidades; y sin embargo, tanto los Espíritus elevados son felices, como los inferiores sufren, pero esos sufrimientos son generalmente angustias que aun no teniendo nada de físicas, no son por eso menos dolorosas; ellos tienen todas las pasiones, todos los deseos que tenían en su vida ( hablamos de Espíritus inferiores), y su castigo es no poder satisfacerlos; para ellos es una verdadera tortura, que creen perpetua, porque su misma inferioridad no les permite ver el fin y les es además un castigo.

  La palabra articulada es también una necesidad de nuestra organización, no teniendo los Espíritus necesidad de sonidos vibrantes para herir sus oídos, se comprenden tan solo por la transmisión del pensamiento, como ocurre frecuentemente a nosotros mismos, que nos comprendemos con una mirada. Entretanto los Espíritus hacen ruidos; sabemos que pueden actuar sobre la materia, y esa materia nos transmite el sonido; así se hacen oír, sean golpes, sean gritos en el vacío del aire, pero entonces, es por nosotros que lo hacen y no por ellos.

  Al paso que arrastramos penosamente nuestro cuerpo pesado y materialsobre la tierra, como el condenado sus cadenas, el de los Espíritus, vaporoso, etéreo, se transporta sin fatiga , de un lugar a otro transpone el espacio con la rapidez del pensamiento; penetra por todas partes y ninguna materia lo obstaculiza.

  El Espíritu ve todo lo que vemos y de forma más clara de lo que podemos hacerlo; además ve lo que nuestros sentidos limitados nonos permiten ver; él mismo, penetrando la materia, descubre lo que la materia oculta a nuestros ojos.

  Los Espíritus no son, pues, seres vagos, indefinidos, según las definiciones abstractas del alma que reportamos anteriormente; son seres reales, determinados, circunscritos, gozando de nuestras facultades y de muchas otras que nos son desconocidas, porque son inherentes a su naturaleza: tienen las cualidades de la materia apropiadas y componen el mundo invisible que puebla el espacio; nos rodean y contemplan sin cesar. Supongamos por un instante que el velo material que los oculta a nuestra vista se hubiese rasgado, nos veríamos rodeados de una multitud de seres que van y vienen, se agitan a nuestro alrededor, nos observan, como nosotros mismos lo hacemos cuando nos encontramos en una asamblea de ciegos. Para los Espíritus somos ciegos y ellos son los videntes.

  Decimos que, entrando en su nueva vida, al Espíritu le lleva algún tiempo para reconocerse, que todo le es extraño y desconocido. Se preguntará, sin duda, cómo puede ser así si ya tuvo otras existencias ; esas existencias fueron separadas por intervalos durante los que habitaron el mundo de los Espíritus, ese mundo, por tanto, no les debe ser desconocido, puesto que no lo ven por primera vez.

  Diferentes causas contribuyen para tornar esas percepciones nuevas para él, aunque ya las haya experimentado. La muerte, como hemos dicho, es siempre seguida por un periodo de perturbación, que puede ser de corta duración. En ese estado, sus ideas son siempre vagas y confusas: la vida corporal se confunde de alguna suerte, con la vida espiritual y no puede aún separarlas en su pensamiento. Disipada esa primera perturbación, las ideas se elucidan poco a poco y con ellas el recuerdo del pasado que no llega sino gradualmente a la memoria, porque jamás irrumpe bruscamente en esa memoria. No es sino cuando está completamente desmaterializado, que el pasado se vuelve ante él, como una perspectiva saliendo de las nebulosas. Solo entonces se recuerda de todos sus actos de su última existencia, y después de las existencias anteriores y de sus diferentes estancias en el mundo de los Espíritus. Se concibe que después de todo eso y durante un cierto tiempo ese mundo deba parecerles nuevo hasta que lo reconozca completamente y que los recuerdos de  las sensaciones que experimentó le retornen de manera precisa.

  Pero a esa causa es necesario añadir otra no menos preponderante 

- Allan Kardec-:

( Continúa en la siguiente publicación)

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  LA MÚSICA CELESTE


Cierto día en una de las reuniones de la familia, el padre había leído un pasaje de El Libro de los Espíritus concerniente a la música celeste. Una de sus hijas, excelente música, se decía a si misma: ¡Pero si no hay música en el mundo invisible! Esto le parecía imposible, y sin embargo no dio a conocer su pensamiento. Durante la velada escribió ella misma espontáneamente la siguiente comunicación: "Esta mañana, hija mía, tu padre te leía un pasaje de El Libro de los Espíritus; se trataba de música. Has sabido que la del cielo es mucho más bella

que la de la tierra, y los Espíritus la encuentran muy superior a la vuestra. Todo eso es la verdad; sin embargo, tu te decías aparte y a ti misma: ¿Cómo podría Bellini venir, darme consejos y oír mi música Probablemente es algún Espíritu ligero y bromista? (Alusión a los consejos que el Espíritu de Bellini le daba a veces sobre música). Te engañas, hija mía; cuando los Espíritus toman a un encarnado bajo su protección, su objeto es hacerle adelantar.
"Así pues, Bellini no encuentra ya su música bella, porque puede compararla con la del espacio, pero ve tu aplicación y amor por el arte; si te da consejos, es por satisfacción sincera; desea que tu profesor sea recompensado de todo su trabajo; aunque encuentra su ejecución bastante infantil ante las sublimes
armonías del mundo invisible, sabe apreciar su talento, que puede llamarse grande en ese mundo. Créelo, hija mía, los sonidos de vuestros instrumentos, vuestras mas bellas voces, no podrían daros la más débil idea de la música celeste y de su suave armonía".
Algunos instantes después, dijo la joven: "Papa, papa, me duermo, me siento desfallecer". Inmediatamente se dejó caer sobre una butaca, exclamando: "¡Oh! papá, papá, ¡que música tan deliciosa!... Despiértame, porque me marcho".
Los asistentes, amedrentados, no sabían como despertarla, pero ella dijo:
"Agua, agua". En efecto, algunas gotas arrojadas sobre la cara, produjeron un pronto resultado; aunque perturbada al principio, volvió en si lentamente, sin tener el menor recuerdo de lo que había sucedido.
La misma noche, estando el padre solo, obtuvo la siguiente explicación del espíritu de San Luis:
"Cuando leías a tu hija el pasaje de El Libro de los Espíritus que trata de la música celeste, ella dudaba; no comprendía que pudiese existir la música en el mundo espiritual, y he aquí por qué esta noche le he dicho que era cierto; no habiéndola podido persuadir, Dios permitió, para convencerla, que le fuese enviado un sueño sonambúlico. Entonces, emancipándose su Espíritu del cuerpo dormido, se lanzó al espacio, y admitido que fue en las regiones etéreas, su éxtasis fue producido por la impresión que le causó la armonía celeste; así ha exclamado:
"¡qué música!, ¡que música!", pero sintiéndose por momentos arrastrada hacia las regiones elevadas del mundo espiritual, por lo cual ha pedido que se la despertara, indicándote cómo, esto es, con agua.
"Todo se hace por la voluntad de Dios. El Espíritu de tu hija no dudará más; aun cuando al despertar no haya conservado claramente en la memoria cuanto le ha sucedido, su Espíritu sabe a que atenerse.
"Dad gracias a Dios por los favores de que colma a esa niña; dadle gracias también por dignarse más y más haceros conocer su omnipotencia y su bondad.
¡Que se derramen sus bendiciones sobre vos y sobre ese médium feliz entre mil!"

Observación: Se preguntará, tal vez, que convicción puede resultar para esa joven de lo que ha oído, puesto que no se acuerda. Si despierta, se han borrado de su memoria los detalles, el Espíritu se acuerda; le queda una intuición que modifica sus pensamientos; en vez de hacer la oposición, aceptará sin dificultad las explicaciones que le darán, porque las comprenderá y encontrará intuitivamente conformes con su sentimiento íntimo.
      Lo que ha pasado aquí, en un hecho aislado, en el espacio de algunos minutos, durante la corta excursión que ha hecho el Espíritu de la joven por el mundo espiritual, es análogo a lo que ha lugar de una existencia a otra; cuando el Espíritu que se encarna posee conocimientos sobre un asunto cualquiera, hace suyas, sin trabajo, todas las ideas que se relacionan con el particular, aun cuando no se acuerde, como hombre, del modo como las ha adquirido. Por el contrario, las ideas, para el que aun no esta dispuesto, entran con dificultad en su cerebro.
     Así es como se explica la facilidad con que ciertas personas se asimilan las ideas espiritistas. Estas ideas no hacen mas que despertar en ellas las mismas que ya poseen; son espiritistas al nacer, del mismo modo que otros son poetas, músicos o matemáticos. A la primera palabra comprenden y no necesitan, para convencerse, pruebas materiales. Incontestablemente es un signo de adelanto moral y desarrollo espiritual.
     En la comunicación anteriormente citada, se dice: "Dad gracias a Dios por los favores de que colma a esa niña; que se derramen sus bendiciones sobre ese médium feliz entre mil". Estas palabras parecen indicar un favor, una preferencia, un privilegio, siendo así que el Espiritismo nos enseña que Dios, siendo soberanamente justo, ninguna de sus criaturas es privilegiada, y que no hace más fácil el camino a unos que a otros. Sin duda alguna, el mismo camino queda abierto para todos, empero no lo recorren todos con la misma rapidez, ni alcanzan el mismo fruto; todos no se aprovecharán igualmente de las instrucciones que reciben. El Espíritu de esa niña, aunque joven como encarnada, ha vivido mucho y ha progresado ciertamente.
     Los buenos Espíritus, encontrándola dócil a sus enseñanzas, se complacen en instruirla como lo hace el profesor con el discípulo en el que encuentra buenas disposiciones; en este concepto es médium dichoso entre otros muchos, que, por su adelanto moral, no sacan ningún fruto de su mediumnidad. No hay, pues, en el caso presente, ni favor ni privilegio, hay recompensa; si el Espíritu cesara de ser digno, muy pronto sería abandonado por sus buenos guías, por haber corrido a su alrededor un tropel de malos Espíritus.

Tomado de "Obras Póstumas" de Allan Kardec


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              MUNDOS REGENERADORES

                                          


      Entre esas estrellas que resplandecen en la bóveda azulada del firmamento, ¡cuántos mundos habrá, como el vuestro, destinados por el Señor a la expiación y la prueba! Con todo, también los hay más miserables, y mejores, así como los hay transitorios, que podemos denominar regeneradores. Cada torbellino planetario, al desplazarse en el espacio alrededor de un centro común, lleva consigo sus mundos primitivos, de destierro, de prueba, de regeneración y de felicidad. Se os ha hablado de esos mundos en los que es situada el alma recién nacida, cuando aún ignora el bien y el mal, pero con la posibilidad de marchar hacia Dios, dueña de sí misma, en posesión de su libre albedrío. Se os ha dicho también cuán amplias son las facultades de que ha sido dotada el alma para practicar el bien. Sin embargo, por desgracia, hay almas que sucumben, y dado que Dios no quiere aniquilarlas, les permite ir a esos mundos en los que, de encarnación en encarnación, se purifican y se regeneran, para regresar dignas de la gloria a la que están destinadas.

      Los mundos regeneradores sirven de transición entre los mundos de expiación y los mundos felices. El alma que se arrepiente encuentra en ellos la calma y el reposo, mientras concluye su purificación. No cabe duda de que en esos mundos el hombre aún se encuentra sujeto a las leyes que rigen la materia. La humanidad experimenta sensaciones y deseos como los vuestros, pero está liberada de las pasiones desordenadas de las que sois esclavos. En ella ya no existe el orgullo que hace callar al corazón, la envidia que lo tortura y el odio que lo ahoga. La palabra amor está escrita en todas las frentes. Una equidad plena rige las relaciones sociales. Todos reconocen a Dios y procuran dirigirse a Él mediante el cumplimiento de sus leyes.

      Con todo, en esos mundos aún no existe la perfecta felicidad, sino la aurora de la felicidad. El hombre todavía es de carne y, por eso mismo, está sujeto a vicisitudes de las cuales sólo están eximidos los seres completamente desmaterializados. Aún tiene que sufrir pruebas, pero sin las punzantes angustias de la expiación. Esos mundos, comparados con la Tierra, son muy felices, y muchos de vosotros estaríais satisfechos de quedaros allí, porque representan la calma después de la tempestad, la convalecencia después de una cruel enfermedad. En ellos, el hombre, menos absorbido por las cosas materiales, entrevé mejor que vosotros el porvenir; comprende que hay otros goces que el Señor promete a los que se hacen merecedores de ellos, cuando la muerte haya segado de nuevo sus cuerpos para darles la verdadera vida. Entonces, el alma libre sobrevolará todos los horizontes. Ya no tendrá sentidos materiales y groseros, sino los sentidos de un periespíritu puro y celestial, que aspira las emanaciones de Dios en los aromas del amor y la caridad que brotan de su seno.

      No obstante, por desgracia, en esos mundos el hombre todavía es falible, y el espíritu del mal no ha perdido completamente su dominio. No avanzar equivale a retroceder, y si el hombre no se mantiene firme en el camino del bien, puede volver a caer en los mundos de expiación, donde lo esperan nuevas y más terribles pruebas.

      Contemplad, pues, esa bóveda azulada, por la noche, a la hora del descanso y la oración. Entonces, ante esas innumerables esferas que brillan sobre vuestras cabezas, preguntaos cuáles son las que conducen a Dios, y rogadle que un mundo regenerado os abra su seno después de la expiación en la Tierra.

(San Agustín. París, 1862.)

Del libro «El Evangelio según el Espiritismo«


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