sábado, 11 de junio de 2022

Tras el último viaje: - Un despertar feliz

    INQUIETUDES

1.- ¿ Quien fue Chico Xavier ?

2.- Tras el último viaje: -Un despertar feliz

3.-Preguntas a los Espíritus sobre los tesoros ocultos

4,. El Egoísmo



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              ¿ QUIEN FUE CHICO XAVIER ?



Francisco Cândido Xavier, conocido como Chico Xavier, nació en Pedro Leopoldo, Estado de Minas Gerais (Brasil), el 2 de abril de 1910.

Miembro de familia numerosa, huérfano de madre desde los cinco años, conoció toda la amargura de ser niño pobre. La madrina que le aplicaba castigos corporales a diario; volvió al hogar paterno, gracias a los esfuerzos de Cidália, la joven bondadosa con quien se unió el padre. A los ocho años y medio, empezó a trabajar para aportar al sustento de los hermanos, que eran quince en total.

Veía a la madre desencarnada en el patio de la casa de la madrina, que le recomendaba tener paciencia para afrontar el sufrimiento. En la escuela pública, en donde efectuó los estudios primarios, escuchaba a los espíritus que le dictaban versos y composiciones sobre los temas más variados. Sus conflictos aumentaron en la adolescencia, cuando la fe católica en que se educó, reprimía todo ese contenido fenomenológico que sin embargo crecía con el tiempo, sin que tuviera alguna explicación plausible.

A los 17 años se hizo espiritista por motivo de la enfermedad en la familia. Una de sus hermanas, Maria Pena Xavier, se enfermó y solamente el Espiritismo la curó porque se trataba de obsesión espiritual. El joven Chico encontró, en ese entonces, la explicación para todas las ocurrencias extrañas de su infancia y adolescencia.

El día 8 de julio de 1927 recibió el primer mensaje escrito, firmado por un espíritu amigo, y a partir de ese momento no cesaron sus actividades en el campo mediúmnico de la psicografía.

En Pedro Leopoldo. Trabajó durante 30 años seguidos, sin vacaciones, sin domingos ni días de descanso. En 1959 se trasladó a Uberaba, en el conocido «Triángulo Minero», en donde siguió con las mismas tareas en el campo de la psicografía. Y recibió 320 libros de unos seiscientos autores espirituales.

Las obras recibidas se han traducido a 33 idiomas y sólo en Brasil se editaron 18 millones de ejemplares. Es importante señalar que el médium no se benefició jamás de las ganancias financieras recaudadas con la venta de las obras. Desencarnó el 30 de Junio del 2002. Según publicaciones de la época el médium se tumbó a las 19,20 y, diez minutos después, abandonaba este plano de vida serenamente.

( Divulgado por Orfeo Gma )

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TRAS EL ÚLTIMO VIAJE: EL DESPERTAR FELIZ



     Una vez hemos asumido que el desprendimiento del cuerpo físico es diferente en cada persona, en función de sus propios actos, realizaciones, creencias e ideas, (Obras y méritos alcanzados en la vida en la Tierra) pasamos a profundizar sobre cómo será el despertar en ese Más Allá que nos aguarda. Entonces puede ser un despertar feliz y afortunado o desdichado y doloroso.
     En este  artículo veremos la opción despertar feliz.
     ¿A dónde vamos en un primer momento? ¿Con quién nos encontraremos? ¿Habrá alguien esperándonos al otro lado? ¿Recibimos ayuda inmediatamente? ¿Qué es la turbación del espíritu? ¿Tenemos la posibilidad de entrar en contacto con nuestros seres queridos ya fallecidos? ¿De ser así, podremos hacerlo directamente o a través del alguien?
     Existen muchos y variados interrogantes a los que intentaremos responder.

     Al producirse la separación entre el cuerpo y el espíritu dejamos de pertenecer a la esfera social humana. A partir de ese momento, el espíritu se sumerge en un estado de turbación en el que pierde el conocimiento y las facultades. Ese estado de turbación guarda muchas similitudes con las sensaciones que el espíritu sintió al encarnar. Su duración puede variar, siendo muy corta para los espíritus más adelantados y, muy larga y dolorosa, para los espíritus más materializados, que no llegan a comprender lo que están experimentando. No asimilan el hecho de haber abandonado la vida física y rehuyen los cambios a realizar. Desean “La vida que habían llevado anteriormente” y por descontado, no quieren reconocer los errores que cometieron en esa vida recién concluida. Esta actitud es un grave error que será comprendido y asimilado más pronto o más tarde.
     Para unas personas es como un sueño ligero del que despiertan con un sentimiento de plena felicidad y con predisposición a continuar progresando, comprobando que se adaptan fácilmente a esa nueva situación. Y es simplemente… que ya no tienen nada que temer.
     Para las personas materializadas y recalcitrantes, aceptar la nueva situación se convierte en una auténtica pesadilla de la que difícilmente pueden librarse pues, con sus pensamientos y actitudes retrasan su propio adelanto espiritual. Entienden la muerte como la destrucción total de la vida que mantenían pero, como perciben que continúan completamente vivos, este sentimiento les mantiene sumergidos en una total confusión y se rebelan contra la nueva situación.

     Indicaba Jesús de Nazareth: “La casa de mi padre tiene muchas moradas”. Moradas que existen tanto en el plano material como en el espiritual y cada persona accede a aquella que le corresponde en función de sus virtudes y defectos, es decir, en función de su quantum vibratorio. En el plano espiritual existen numerosos niveles de conciencia distribuidos en diferentes “Planos astrales” a los que denominaremos: Astral superior, astral inferior y umbral. Este último es la faja vibratoria más cercana a la Tierra. Básicamente, ésta es una descripción muy genérica pues realmente existen tantos planos de vida como niveles de conciencia. Los espíritus se reúnen en función de su sintonía o quantum vibratorio en: Ciudades, regiones, etc., que les albergan en función de su grado de evolución o lo que es lo mismo, de su similar faja vibratoria.
     Por Ley Cósmica de Afinidad, cada espíritu accede exclusivamente allí donde le corresponda en función de la mencionada frecuencia vibratoria. En el Mundo Espiritual existen incontables niveles espirituales (Es lo que conocemos como Ley de Jerarquía Espiritual).

     Desde el ser más primitivo hasta los seres de mayor elevación existe una escala casi infinita. Hay igualmente un grupo de espíritus cuya misión específica es la ayuda a los recién desencarnados.
     Aquellas personas fallecidas con espíritus elevados y nobles sentimientos son acogidos por estas entidades espirituales, que los reciben amorosamente y les trasladan al hogar que les corresponde según su nivel de adelanto. Del mismo, aquellos que necesitan reposo por sus circunstancias particulares, atenciones médicas, o cuidados consecuencia de largas enfermedades, incapacidades, etc., son conducidos a hospitales y clínicas para su rehabilitación. Una vez recuperados, podrán emprender trabajos que les permitan continuar con su progreso.

     En los planos de luz y armonía no existe la obligación del trabajo, se trabaja única y exclusivamente por propio deseo, dedicándose cada cual a aquellas tareas que vocacionalmente puede ejercer y que le aporten los valores y cualidades necesarios para su desarrollo espiritual.
     Es el despertar feliz y venturoso del espíritu que comienza a recoger los frutos, los resultados de sus buenas obras en la Tierra. El recién desencarnado recibe, sin haber esperado nada a cambio, la conveniente y necesaria ayuda espiritual para su rescate y auxilio. Esas entidades se vuelcan en su ayuda para esclarecer sus pensamientos lo antes posible y que llegue a comprender su nueva situación y lo mucho que le espera en esa nueva vida del espacio. Una vez liberadas las ataduras de la vida corporal, el ser puede así reincorporase de la forma más natural a una existencia plena en el plano espiritual (Existencia que es la única y auténtica y a la que todos pertenecemos).

     Es un despertar feliz cuando recobramos todas nuestras facultades, cuando volvemos a ser conscientes del paso realizado, cuando recordamos nuestra vida en la materia como una lección que necesitábamos aprender y estamos dispuestos a seguir trabajando en las obras que el futuro nos tiene reservadas. Resulta imposible describir con nuestras limitadas palabras la dicha inenarrable que siente el espíritu cuando ve ante sí el premio que Dios le reserva por haber superado las pruebas y experiencias vividas en el planeta. Es inmensa la dicha que reina en esas ciudades de armonía, luz y amor, en las que todos los seres colaboran en pos del bien común. Por decirlo de algún modo, recibimos el ciento por uno.

Llega entonces el reencuentro con los seres queridos que nos antecedieron en la vuelta a la vida espiritual. Allí tenemos reservados un hogar, una estancia y una vida plena rodeada de espíritus afines que vibran en una sintonía semejante a la nuestra y, dónde sobre todo, reina el respeto a Dios, a su Obra y el íntimo deseo de continuar progresando.

     Hasta llegar hasta aquí, habremos pasado por una pequeña turbación, sí… pero, gracias a la preparación espiritual adquirida con nuestro comportamiento en la Tierra, gracias a nuestra buena predisposición, y a la fe en la continuidad de la vida, nos hemos ganado la ayuda de los colaboradores en el proceso desencarnatorio descrito en los párrafos anteriores. Así, despertaremos rápidamente a la vida espiritual y viviremos la felicidad del reencuentro con nuestros seres queridos y recuperaremos nuestra verdadera identidad, preparados para continuar con nuestra evolución.

     Comprender las Leyes Universales, tener la claridad de ideas necesaria y estar en las condiciones íntimas adecuadas no significa que tengamos carta blanca para poder visitar a los seres queridos que hemos dejado atrás en la Tierra. Esta decisión es atributo exclusivo de seres de mayor elevación, quienes dirigen esas visitas y son conocedores de las características y necesidades particulares de cada persona.

     Y es que cada espíritu ocupa el lugar que le corresponde, tanto en la tierra como en el espacio. Cada persona debe ocuparse de su propio trabajo y progreso y ajustarse a la planificación y cumplimiento de los objetivos que se ha marcado para su proceso evolutivo.

     Al contrario de lo que muchos pudieran creer, no pensemos que nuestros seres queridos, ya desencarnados, tienen la posibilidad de estar a nuestro lado cuando lo desean para ayudarnos en nuestra existencia. Pueden visitarnos en momentos muy puntuales, por breve espacio de tiempo y, siempre con la debida autorización. Esto es debido, por un lado, al hecho de que no estarían cumpliendo su misión en el plano espiritual como deben, y por otro, al hecho de que resulta difícil mantenerse dentro de la esfera terrestre, al no ser este su hábitat natural. Los encarnados a su vez, tenemos también una misión que cumplir (Nuestro propio camino) y debemos dejar que ellos sigan el suyo propio.

     Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia labor a realizar y únicamente nos reencontraremos con nuestros seres queridos cuando la Providencia lo estime oportuno. Siempre podemos evocarles o pedirles ayuda. Desde el espacio, ellos siempre nos escucharán pero, deben seguir necesariamente con su trabajo y línea evolutiva. Por Ley de Jerarquía Espiritual, vendrán a ayudarnos únicamente aquellos espíritus destinados al auxilio, socorro, protección y amparo a los recién desencarnados.

     Nuestros familiares y amigos solo podrán hacerlo muy puntualmente, siempre que su fortaleza, medios y grado de adelanto se lo permita y, contando siempre con el beneplácito de los espíritus responsables.
     Sucede exactamente lo mismo cuando pretendemos que acudan inmediatamente a comunicarse con nosotros a través de un médium.

     Una cosa son nuestros deseos y otra muy diferente, que ese acto se pueda realizar. Podría darse esta posibilidad para un espíritu que se encontrase muy esclarecido y con bastante elevación pero… francamente, resulta muy difícil que esta circunstancia pueda llegar a producirse. Sin mencionar otro problema, tendría que contar con el médium adecuado.

     El desconocimiento de las Leyes Espirituales en relación al proceso que sigue todo espíritu una vez desencarnado y, nuestro deseo de querer saber de él, del lugar en que se encuentra, situación, etc., nos lleva en muchas ocasiones a pedir imposibles. Debemos tener paciencia, dejar que los espíritus sigan su propia trayectoria en el plano espiritual y dedicarnos a nuestro propio camino. De este modo no les perturbaremos y podremos centrarnos mejor en nuestra propia evolución.

     Igual que nosotros deseamos conocer su estado y condiciones, ellos a su vez, también desean tener noticias nuestras: Si estamos bien, si superamos las dificultades, si logramos nuestros propósitos, etc., por ello, debemos dejar que resuelvan sus propias tareas y que se dediquen al desarrollo de sus labores en el espacio, para qué, llegado el momento, cuenten con los suficientes méritos, fortaleza y preparación para venir a vernos o comunicar con nosotros. No dudemos de que ese momento llegará, eso sí, una vez cuenten con la necesaria autorización. Es entonces cuando nos levantaremos una mañana con el sentimiento de haber soñado con nuestros seres queridos. Posiblemente han “bajado” a vernos y están a nuestro lado por unos días.

     Mientras tanto, pidamos siempre por ellos, para que tengan la luz y fuerza espiritual necesarias para dedicarse íntegramente a sus funciones en el plano espiritual. Ellos, a su vez, también pedirán por nosotros, por nuestro bienestar y para que tengamos la claridad espiritual adecuada en todas las decisiones que debamos tomar. Cumpliendo estos requisitos y con buena voluntad y predisposición, también podemos aprovechar las horas del sueño para re-encontrarnos con nuestros familiares y amigos.

     Debemos tener presente que lo que más influye al espíritu, tanto encarnado como desencarnado, es su grado de adelanto espiritual. Esto le puede permitir que pueda realizar, o no, una determinada serie de trabajos. Los espíritus, una vez inmersos en la vida espiritual y en los esfuerzos necesarios para seguir evolucionando, dejan de interesarles las motivaciones de la vida terrestre. Tienen todo el Universo por delante, y saben que todo llega a su debido momento.

- Fermín Hernández Hernández- Amor, Paz y Caridad

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Preguntas a los Espíritus sobre los tesoros ocultos.

30. ¿Pueden los Espíritus hacer que se descubran los tesoros ocultos?

Los Espíritus superiores no se ocupan de estas cosas; pero los Espíritus burlones, a menudo indican tesoros que no existen,o pueden también hacer ver que hay uno en un paraje, mientras que está a la parte opuesta; y esto tiene su utilidad para demostrar que la verdadera fortuna está en el trabajo. Si la Providencia destina riquezas ocultas a alguno, las encontrará naturalmente; pero no de otro modo.

31. ¿Qué hemos de pensar de la creencia de los Espíritus guardianes, de los tesoros ocultos?

Los Espíritus que aún no están desmaterializados se apegan a las cosas. Los avaros que han ocultado sus tesoros pueden aun vigilarlos y guardarlos después de la muerte, y la perplejidad en que están de verlos arrebatar es uno de sus castigos, hasta que comprenden la inutilidad para ellos. Hay también Espíritus de la Tierra encargados de dirigir las transformaciones interiores y de los que por alegoría se han hecho los guardianes de las riquezas naturales.

Observación. — La cuestión de los tesoros ocultos están en la misma categoría que las de las herencias desconocidas; bien loco sería el que contase con las pretendidas revelaciones que pueden hacérsele por los bromistas del mundo invisible. Hemos dicho que cuando los Espíritus tienen o pueden hacer semejantes revelaciones, las hacen espontáneamente, y no tiene necesidad de médium para esto. Aquí tenéis un ejemplo:

“Una señora acababa de perder a su marido después de treinta años de matrimonio, y se encontraba en vísperas de ser expulsada de su domicilio, sin ningún recurso, para sus hijastros, a los que había hecho de madre. Su desespero llegaba a su colmo, cuando una tarde se le apareció su marido y le dijo que le siquiera a su gabinete; allí le enseñó su secreter que estaba aún con los sellos del embargo, y por un efecto de doble vista, le hizo ver el interior; le indicó un cajón secreto que ella no conocía y cuyo mecanismo le explicó, añadiendo: “he previsto lo que sucedería, y he querido asegurar vuestra suerte; en este cajón están mis últimas disposiciones; os cedo el usufructo de esta casa y una renta de ...”;

 después desapareció. El día que se quitaron lo sellos nadie pudo abrir el cajón; entonces la señora contó lo que la había sucedido. Lo abrió siguiendo las instrucciones que le había dado su marido, y se encontró el testamento conforme a lo que le había sido anunciado”.

EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS. ALLAN KARDEC.

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                               El Egoísmo

El egoísmo es hermano de la soberbia, y procede de las mismas causas. Es una de las más terribles manifestaciones del alma y el mayor obstáculo para los mejoramientos sociales. Sólo él neutraliza y hace estériles casi todos los esfuerzos del hombre orientados hacia el bien. Así pues, combatirlo debe constituir la preocupación constante de todos los amigos del progreso y de todos los servidores de la justicia.

El egoísmo es la persistencia de ése individualismo feroz que caracteriza al animal, como un vestigio del estado de inferioridad que hemos tenido que sufrir. El hombre es, ante todo, un ser sociable; está destinado a vivir con sus semejantes, y no puede hacer nada sin ellos. Abandonado a sí mismo, sería impotente para satisfacer sus necesidades y desarrollar sus cualidades.

Después de Dios, es a la sociedad a quien debe el hombre todos los beneficios de la existencia, todas las ventajas de la civilización. Goza de ello, pero precisamente este goce, esta participación de los frutos de la obra común le imponen el deber de cooperar en la obra misma. Una estrecha solidaridad le une a la sociedad; se debe a ella, como ella se debe a él.

Permanecer inactivo improductivo, unútil, en medio del trabajo de todos, sería un ultraje a la moral, casi un robo; sería aprovechar las labores de los demás, aceptar un préstamo que nos negásemos a restituir.

Formamos parte integrante de la sociedad, y todo lo que le atañe a ella nos atañe. Con esta comprensión del vínculo social y de la ley de solidaridad es con lo que se mide la dosis de egoísmo que existe en nosotros. El que sabe vivir con sus semejantes y para sus semejantes, nada tiene que temer de este grande mal. Posee un criterio infalible para guzgar su conducta. No hace nada sin indagar si lo que proyecta es bueno o malo para aquellos que le rodean, sin preguntarse si sus actos son nocivos o beneficiosos para la sociedad de la que es miembro. Si sólo parecen ventajosos para él y perjudiciales para los demás, sabe que, en realidad, son malos para todos, y se abstiene en absoluto de ponerlos en práctica.

La avaricia es una de las formas más repugnantes del egoísmo. Pone de manifiesto la bajeza del alma que, acaparando riquezas utilizables para bien común, no sabe siquiera aprovecharse de ellas. El avaro, en su amor al oro, en su ansia de adquirirlo, empobrece a sus semejantes y permanece él mismo indigente, pues sigue siendo pobreza esa prosperidad aparente que acumula sin provecho para nadie; una pobreza relativa, pero tan lamentable como la de los desdichados, y justo objeto de la reprobación de todos.

Ningún sentimiento elevado, nada de lo que constituye la nobleza del Ser puede germinar en el alma de un avaro. La envidia, la insaciabilidad que le atormentan lo condenan a una penosa existencia, a un porvenir mas miserable aún. Nada iguala a su desesperación cuando, más allá de la tumba, ve sus tesoros repartidos o dilapidados.*

Los que busquéis la paz del corazón, huid de ese vicio bajo y miserable. Pero no caigáis en el exceso contrario. No derrochéis nada. Sabed usar de vuestros recursos con sensatez y moderación.

El egoísmo lleva en sí su propio castigo. El egoísta no ve más que su persona en el mundo; todo lo que le es extraño, le es indiferente. Así pues, las horas de su vida están sembradas de tedio. Encuentra en todas partes el vacío, tanto en la existencia terrenal como después de la muerte, dado que, hombres o Espíritus, todos le rehúyen.

Por el contrario, el que coopera en la medida de sus fuerzas en la obra social, el que vive en comunión con sus semejantes haciéndoles aprovecharse de sus facultades y de sus bienes, como él se aprovecha de los de ellos, todo lo que hay de bueno en él, ése se siente más feliz. Tiene la
conciencia de obedecer a la ley, de ser miembro útil de la sociedad. Todo lo que se realiza en el mundo le interesa; todo lo que es grande y hermoso le conmueve y le emociona; su alma vibra al unísono con todas las almas esclarecidas y generosas, y el tedio y el desencanto no hacen presa de él.*

Nuestro papel no es, pues, el de abstenernos, sino el de combatir sin descanso por el bien y por la verdad. No es sentado o acostado como hay que contemplar el espectáculo de la vida humana, sino de pie, como un zapador, como un soldado dispuesto a participar de todas las grandes tareas, a facilitar los caminos nuevos, a fecundar el patrimonio común de la humanidad.

Aunque el egoísmo se encuentra en todas las categorías de la sociedad, este vicio es más bien propio del rico que del pobre. Con demasiada frecuencia, la prosperidad seca el corazón, en tanto que el infortunio, haciéndonos conocer el peso del dolor, nos enseña a compartir el de los demás. El rico, ¿sabe siquiera a costa de cuántos trabajos y de qué duras labores se crean las mil cosas de que se compone su lujo?

No nos sentemos jamás ante una mesa bien servida sin pensar en los que padecen hambre. Esta idea nos hará sobrios y mesurados en nuestros apetitos y en nuestros gustos. Pensemos en los millones de hombres encorvados bajo los ardores del estío o ante las duras intemperies, y que, mediante un escaso salario, extraen del suelo los productos que abastecen nuestros festines o adornan nuestras moradas. Acrodémonos de que, para alumbrar nuestros aposentos con una luz resplandeciente y para hacer brotar en los hogares la llama bienhechora, unos hombres, semejantes nuestros, capaces como nosotros, de amar y sentir, trabajan debajo de la tierra, lejos del cielo azul y del alegre sol y, con el pico en la mano, perforan durante toda su vida las entrañas del planeta. Sepamos que para adornar nuestros salones de espejos y cristales resplandecientes, para producir la multitud de objetos de que se compone nuestro bienestar, otros hombres, por millares, semejantes a condenados junto al fuego, pasan la existencia entre el calor devorador de los altos hornos y de las fundiciones privados del aire, gastados, destrozados antes de tiempo, no tendiendo como perspectiva más que una vejez sufriente y de privaciones. Sepámoslo: toda esa comodidad de que gozamos con indiferencia es mantenida a costa del suplicio de los humildes y del padecimiento de los débiles. Que este pensamiento nos penetre y nos obsesione; como una espada de fuego, desterrará el egoísmo de nuestros corazones y nos obligará a consagrar al mejoramiento de la suerte de los débiles nuestros bienes, nuestro tiempo y nuestras facultades.

Pero, gracias al conocimiento de nuestro porvenir, la idea de solidaridad acabará por prevalecer. La Ley del retorno a la carne, la necesidad de nacer en condiciones modestas constituirán un estímulo que reprimirá al egoísmo. Ante estas perspectivas, el sentimiento desmedido de la personalidad se atenuará para darnos una noción más exacta de nuestro puesto y de nuestro papel en el universo. Sabiendo que estamos unidos a todas las almas, que somos solidarios de su adelanto y de su felicidad, nos interesaremos más por su situación, por su progreso y por sus trabajos. A medida que ese sentimiento se extienda por el mundo, las instituciones y las relaciones sociales mejorarán; la fraternidad, esa palabra trivial repetida por tantas bocas, descenderá a los corazones y se convertirá en una realidad. Nos sentiremos vivir en los demás, gozaremos con sus goces y sufriremos con sus males. No habrá entonces una sola queja que quede sin eco, ni un solo dolor que quede sin consuelo. La gran familia humana, fuerte, apacible y unida, avanzará con paso más rápido hacia sus magníficos
destinos.

Léon Denis
Después de la Muerte. Capítulo 46.

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