martes, 14 de junio de 2022

La Libertad

   INQUIETUDES

1.-Sufrimiento y resignación

2.- Mando y Subordinación

3.- La Libertad

4.-El mensaje de Jesús


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       SUFRIMIENTO Y RESIGNACIÒN

                                


   Aquí, en el mísero destierro en que vivimos, en esta especie de cárcel donde el espíritu gime cautivo a causa de sus desaciertos, a cada instante nos hallamos frente a frente con el dolor, más o menos intenso; y aun en algunos casos este aparece con tal exuberancia, que difícilmente bastan las humanas fuerzas para sobrellevarlo con la resignación necesaria.

 Cuando esto sucede, el espíritu se abate y estaciona en su marcha progresiva, a menos que la fuerza de su razón, haciéndole superior al infortunio, haga que mire a este como a una ligera nubecilla, o como uno de esos escollos tan frecuentes en la vida.

  La moralidad es la que más nos predispone al raciocinio, en cuya virtud se modifican mucho las pasiones. Por esto es que a veces vemos a una persona abrumada por el dolor, y sin embargo nos admira su serenidad y abnegaciòn sin límites, al paso que otras se desesperan por la contrariedad más insignificante: desequilibrio humano que proviene de la madurez de juicio en unos y de la irreflexión en los más.

  Tenemos una amiga íntima que, además de gozar de una posición bastante desahogada, es amada de su esposo y querida de toda la familia; mas como quiera que la felicidad nunca es completa, puesto que siempre hay una nube que la empañe, nuestra joven amiga tiene su penosa prueba en los hijos.

  El primero que tuvo, revelaba una gran inteligencia; apenas tenía un mes y ya sonreían cuando lo acariciaban, y su expresiva mirada se fijaba algunas veces tan particularmente en todos, que parecía decirnos que no era un niño sino en apariencia. Su madre estaba loca con él, toda la familia lo quería a cada cual más, y cuando todos formulaban las más bellas ilusiones para el porvenir, sobrevinieron al niño unos ataques epilépticos que duraron por espacio de quince días, din que durante este tiempo pudiera descansar más de dos horas diarias; el médico se admiraba de que una criatura de un mes pudiera resistir tanto sufrimiento.

  A causa de esta enfermedad, que no le fue curada por completo, le quedó una cabeza tan deforme, que daba lástima verlo, y de este modo y siempre enfermo, vivió hasta los diez meses; el niño abrió los ojos, los fijó en ella y dando un grito agudo, terminó su vida material. Al mismo tiempo, su madre fue presa de un fuerte desmayo, que le duró algunas horas; cuando volvió en sí, estaba medio loca, diciendo que quería ir con su hijo, porque aquí no se hallaba bien, y a pesar de ser muy devota, pues era de misa y confesión frecuente, decía que no había Dios y que si existía no era justo, porque se complacía en arrebatarle a su hijo. que ella tanto amaba. Su esposo, que es muy bueno y reflexivo, sintió muchísimo la separación de su hijo, pero no exaló ni una queja, Nuestra amiga decía que si otros hijos más tuviera, a ninguno querría tanto como al que se había ido. ¡ Vano propósito!; Un segundo espíritu vino a reclamar sus cuidados, pero de un modo tan marcado, que no quería ir con nadie, sino con ella. Si alguien se lo llevaba, aunque fuese de la familia, se ponía a llorar amargamente, hasta que su madre lo volvía a coger, entonces callaba de repente, acercaba su carita a la de ella, y le echaba los bracitos al cuello. como para demostrarle su cariño; por esto, lo amó el doble que al primero, y como se criaba muy hermoso,  solía exclamar: " Este sí vivirá y será mi consuelo".

  Cuanto el niño tenía catorce meses, por un descuido de la criada, se le verti`´o encima una botella de ácido clorhídrico, causándole ma muerte después de ocho días, durante los que no cesaron ni un instante sus gemidos. Nuestra amiga, que no vio expirar aa su hijo por haber ocurrido en el preciso momento en que se había ido a descansar, cuando lo supo, no yuvo valor para ver el cadáver y se fue desesperada a casa de unos parientes- Quince días después fuimos a verla. hallándola con la mirada algo extraviada y sin poderse dar cuenta de lo que le pasaba; procuramos consolarla cuanto pudimos, pero ella, en vez de resignarse, exclamó: ¡ Soy muy desgraciada !

- No eres tu sola- le dijimos- Ten paciencia porque otros hay que lo son más que tu.

- " No más que yo, no ! ; no tanto.... tal vez. ¿Te parece poca pena, dos hijos que he tenido, y verlos sufrir de un modo tan intenso, para después marcharse?.¡ Tanto como yo los quiero y los cuido!. Al ver a mi hijo quemado, loca, fuera de mi, hice llamar a seis médicos, y les dije que costase lo que costase, me curasen al niño, y sin embargo, ¡ todo ha sido inútil!. En fin, si he de ser franca, les diré que estoy harta de la vida. Para no sufrir, no hay como ser hombre. Sin ir más lejos, ahí tienes a mi esposo, que ni ha llorado ni ha dejado de comer ni un solo día, y cuando le hablo de los niños, me dice que me resigne, que cuando así sucede es porque así más conviene. ¡ Cómo si hubiese alguna madre que le conviniese que se murieran sus hijos !. Y el caso es que él los quería mucho, de modo que no me explico como lo ha sentido tan poco. Yo, en cambio, apenas pruebo alimento y no hago más que llorar y pensar en él, ¡ Hijo de mi alma!, ¡ y qué muerte tan dolorosa!. ¡ Ah... no hay como una madre para sentir !.

-  Es cierto que las madres sienten con más vehemencia, pero a pesar de esto, no creas que tu esposo no lo haya sentido tanto como tu. Lo que sucede es que él tiene más fuerza de voluntad para dominarse, y por consiguiente más resignación. Así pues, comprende, que si se abate y no come, no adelanta nada y necesita estar lo más tranquilo posible para cumplir con sus asuntos particulares y atender las obligaciones que sobre él pesan. Él sabe que la vida está llena de abrojos y cuando estos nos hieren, en vez de desesperarnos, hay que curar la herida lo mejor que se pueda. Haz tu lo propio y ganarás mucho; pero no atribuyas indiferencia a tu esposo porque solo es una condición bellísima. Creo que el hombre no es menos accesible al sufrimiento que la mujer, sino que sabe resistirlo más y guardarlo en su pecho, salvo algunas excepciones. Resignate como él y encontrarás la calma que no tienes; fija la mirada en otras infelices que también son madres, como tu, y verás cuantas hay que por falta de recursos ven morir a sus hijos en la mayor miseria y sin poderles dar los cuidados propios de la ternura maternal. Tu sin embargo, ahs podido rodear al tuyo de los cuidados necesarios y eso siempre es un consuelo para los padres.

  Como nuestra amiga estaba muy lejos de resignarse, nuestras palabras no le causaron el efecto que nos proponíamos y hoy aún permanece en el mismo estado, Su poca confianza en Dios hace que su prueba sea más dura, y cuanto menos se resigne, estamos seguros de que más grandes serán sus sinsabores.

  Cuando los dolores supremos nos abruman, en esos instantes en que se lucha titánicamente para contrarestar la desgracia, la reflexión y la paciencia son el único baluarte desde el cual el espíritu puede defenderse para salir airoso de su empresa. La desesperación a nada bueno conduce; solo sirve para turbar el espíritu, haciéndole obrar desacertadamente.

  La fuerza del dolor, con el tiempo, nos hace buenos y resignados: la felicidad constante nos haría olvidar nuestro deber, ingratos y orgullosos.

  Es preciso tener la convicción de que a la Tierra no se viene solamente a gozar, sino también a sufrir las consecuencias de nuestro mal proceder, y si alguna felicidad hallamos a nuestro paso, es tan solo para neutralizar las amarguras de la vida, ya que sin esos efímeros goces que vienen a darnos aliento y fuerzas, a manera de pequeños oasis en el desierto, no podríamos resistir en cansancio de nuestro viaje por la Tierra.

  No cabe duda de que hay diversidad de grandes sufrimientos en la vida, pero todos ellos, en una u otra forma, guardan momentos felices, breves paréntesis en las vicisitudes amargas. con el fin de que comprendamos la infinita bondad de Dios. El que sabe resignarse en los grandes dolores, los vence: tras ellos viene la calma a fortalecer el espíritu, siendo esta la causa principal de nuestra infelicidad.

- Cándida Sanz-

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Mando y subordinación

No olvidar que el jefe es aquella persona que se responsabiliza por el trabajo del equipo. 

La mejor manera de reverenciar a quien dirige será siempre la ejecución fiel de sus obligaciones. 

Quien administra efectivamente necesita de la colaboración de quien obedece, pero si quien obedece necesita poner atención y respeto a quien administra, quien administra necesita tener bondad y comprensión para quien obedece, a fin de que la maquinaria de trabajo funcione con seguridad.

Orientar es dedicarse. Aquel que realmente enseña es aquel que más estudia. 

Un jefe no tiene la obligación de revelar al subordinado los problemas que le preocupan el cerebro, tanto como el subordinado no tiene el deber de revelar al jefe los problemas que acaso lleve en su corazón.


Espíritu André Luiz 
Del Libro “Señal Verde”

Médium Francisco Cândido Xavier

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                                             La  Libertad 

                                                               


“La libertad es el derecho de hacer lo que no perjudique a los demás”.

                                  -Lacordaire -


  Mucho se podría hablar de este asunto que a veces parece un tópico inalcanzable para el Ser humano. 

        Se ha dicho, con razón, que la Libertad es un atributo del Alma, y conforma una ley natural que se halla presente en las aspiraciones naturales e íntimas de todo ser humano. La libertad  tiene  un valor irrenunciable e incalculable, y  es una  necesidad constante e ineludible en todas las personas, por tanto  es un derecho inalienable.    

     El sentido de la libertad o la aspiración de ser libre y de sentirse como tal, es  común en todas las personas con independencia del rango, cultura o clase social a la que pertenezcan, lo cual demuestra que es, en efecto, una Ley Natural.

         Sin    libertad   de    pensamiento,     no    sería    posible    la   búsqueda    de    la    verdad,  ni  el  avance  científico, ni tampoco se  podría desenvolver  en la mente  humana  la  filosofía y la racionalidad.   Sin libertad  no podría  haber  progreso  de ninguna clase. Los Seres humanos sentimos el derecho y la necesidad de gozar de  Libertad, pero esta siempre resulta limitada; en todo caso esta siempre es relativa, porque queramos o no siempre comienza y termina en donde lo hacen las libertades y derechos de los demás.

          La auténtica libertad no reside en la sociedad humana, al menos en su plenitud, ni en el ser humano integral, pues los seres humanos tenemos limitaciones naturales  dentro del desenvolvimiento social, que nos impiden sentirla en su total expresión. La libertad total  solamente está en el alma, porque el Ser humano, solo  por el Espíritu  puede gozar mediante el pensamiento, de una libertad  total e ilimitada que nada ni nadie puede acotar ni destruir.

Los Seres humanos, hasta cierto punto, somos libres respecto a nuestro modo de actuar y respecto a nuestras decisiones, ( lo que llamamos libre albedrío), por lo que también en esa misma proporción, siempre somos directamente responsables de sus resultados y consecuencias.

La realidad es que la libertad la siente y goza en su plenitud el espíritu humano cuando este está libre en su conciencia de ninguna atadura por actos negativos que están pendientes de pagar o compensar, porque a sí mismo no los puede ocultar y una conciencia manchada por actos erróneos, es un lastre que le coarta su total libertad.

- Jose Luis Martín-


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                                EL MENSAJE DE JESUS

                                


El mensaje de Jesús revela al mundo un Dios amoroso y lleno de compasión.
El Maestro afirma que toda la ley divina se resume en el acto de amar a Dios, al prójimo ya sí mismo.
Se concluye que la vivencia del amor libera y pacifica a las criaturas.
Ciertamente por eso es instintivo en el ser humano el deseo de amar y ser amado.
Nada es más placentero que pasar unas horas junto a las personas que nos hablan de cerca al corazón.
Nuestras afecciones más caras, las que cultivamos con más cariño, constituyen consuelo en las pruebas de la vida.
Proporcionar alegría a alguien querido causa gran deleite.
Cada cual desarrolla y demuestra afecto en la conformidad de su entendimiento y posibilidades.
El científico que gasta su vida buscando descubrir la curación de enfermedades evidencia amor a la humanidad.
Tal vez no tenga palabras dulces y afables para sus auxiliares.
Puede ser que la preocupación en bien cumplir su tarea lo haga desatento a las expectativas de los que lo rodean.
Pero no por eso su extrema dedicación deja de ser una valiosa demostración de amor.
El profesor sinceramente dedicado a la enseñanza también ejemplifica el amor.Quizá sus pupilos lo consideren rígido y prefieran a alguien menos exigente.
Es que identificamos más fácilmente el amor con manifestaciones de ternura.
La madre que abraza a un hijo nos parece amorosa.
Un padre con postura de educador no transmite esa impresión de candor.
Pero urge reconocer que la ley del amor no se resume en los ánimos, las sonrisas y los abrazos.
Nuestros compañeros de viaje, amigos y parientes, son, ante todo, hijos de Dios.
Sería vana pretensión nuestra imaginar que poseemos mayor capacidad de amar que la divinidad.
Y el Padre celestial, aunque su infinito amor, no deja de permitir que las criaturas crezcan mediante su propio esfuerzo y trabajo.
Un análisis cuidadoso de la vida revela que está en permanente transformación y perfeccionamiento.
Las especies animales, las plantas, la conformación del propio planeta tierra, todo refleja movimiento y metamorfosis.
Las sociedades terrenas gradualmente van perfeccionando sus códigos y valores.
Así, la ley del amor incluye la necesidad de perfeccionamiento de los seres.
El amor a Dios debe colocarse  por encima de todos los demás sentimientos, pues Él es el origen y el sostenimiento del universo.
Si amamos a Dios, y al mundo que él creó, que  está en perfeccionamiento continuo, debemos esforzarnos para entender las leyes que lo rigen y nos perfeccionamos también.
De la misma manera, al manifestar amor por nuestro semejante, no podemos pretender robarlo de las experiencias necesarias para su adelantamiento.
Esta comprensión de la vida nos lleva a admitir la necesidad de mezclar nuestro afecto con parcelas de racionalidad y discernimiento.
El amor a un hijo, alumno o amigo, no siempre implica concordancia con sus fantasías y aspiraciones.
Con frecuencia es necesario renunciar a la alegría inmediata de agradar a nuestros amores, en pro de su progreso y de su felicidad venidera.
La madre que se abstiene de educar al hijo desobediente demuestra más tibieza que amor.
Por otro lado, el maestro que exige dedicación es más precioso para los alumnos que un profesor relapso.
El ejercicio del amor a veces exige sacrificios, por contrariar los impulsos más inmediatos del corazón.
Este sentimiento es hecho de cariño y ternura, pero también de firmeza y rectitud de carácter.
Al final, siendo una energía sublime, el amor no puede provocar la caída moral del ser amado. 

Redacción del Momento Espírita.

( Trabajo divulgado por Fabiano Máximo de Cristo


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