INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Blog de Amalia: Mis ideales
2.- Los motivos de la obsesión
3.- Soberbia
4.- ¿Cómo funcionan las terapias regresivas?
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BLOG DE AMALIA: MIS IDEALES
Ni los antiguos sabios de la Grecia, ni los grandes pensadores de nuestros días, han podido escribir, ni definir una obra tan perfecta, tan llena de episodios interesantes y de sucesos conmovedores, como encierra ese volumen divino llamado hombre. Ni Voltaire con su profundo estudio del corazón humano, ni el célebre Rousseau con su Contrato Social, ni el inolvidable Lord Byron con sus nostalgias sublimes y sus pesimismos desconcertantes; ni el autor del Quijote, Miguel de Cervantes Saavedra; ni el primer poeta y filósofo del siglo XIX, Víctor Hugo, ninguno ha llegado a idear una tragedia con escenas tan emocionantes como se encuentra en la historia de algunos seres: que nunca la inventiva humana tiene tan vivos colores como la amarga realidad de la vida.
Yo he leído mucho, muchísimo en este mundo. A los diez años conocí el valor de lo que leía, y durante cuatro lustros he hojeado toda clase de libros, llegando a familiarizarme tanto con las novelas, crónicas, memorias, impresiones, historias y relatos de viajes, que al comenzar a leer un volumen, por el prólogo deducía cuál sería el epílogo, hasta hacérseme monótona la lectura, y decir, como aquel indiferente del cuento, que cuando iba al teatro, se dormía tranquilo y al despertarse preguntaba a sus amigos: «¿Se casó, o se murió?» Así discurría yo al comenzar la lectura de un libro, hasta que decidí buscar la fuente de la historia humana en la frente del hombre y en la sonrisa de la mujer.
Cada ser humano que conozco, me sirve de modelo para mis estudios; y así como los médicos de nuestros días hacen sus experimentos de inoculación en distintas especies, y hasta prueban el efecto de sus medicinas en sí mismos, como lo hizo Samuel Hahnemann, el fundador de la homeopatía, y otro sabio cuyo nombre no recuerdo en este momento, que probó en sí mismo el efecto que producía el cloroformo, yo estudio, leo y tomo apuntes en esas criaturas que, si se las mira atentamente, se ve que llevan en su rostro un jeroglífico trazado por el lápiz del dolor. El haberme dedicado a la propaganda del Espiritismo, me ha hecho conocer a muchísimos desgraciados. Algunos de ellos me han contado espontáneamente su historia; en otros me ha costado el trabajo de ir leyendo línea en las arrugas de su frente, en la expresión de sus ojos, en la inflexión de su voz y en la amarga sonrisa de sus labios; y he creído en la verdad del Espiritismo, más que por sus fenómenos, por las influencias moralizadoras que ejerce sobre el carácter, las costumbres y las pasiones humanas. Este fenómeno, producido por la comunicación de los espíritus, es superior en grado máximo a todos los aportes, apariciones, escritura directa y demás manifestaciones de los seres de ultratumba.
Nada es más difícil en la Tierra que cambiar el modo de ser del hombre; hay vicios tan arraigados y malas costumbres tan inveteradas que dominan en absoluto, y todo lo más que en una existencia se consigue, es avergonzarse de ellas y tratar de ocultarlas. Esto ya es algo, comienza por evitar el dar mal ejemplo; pero dista mucho de ser lo suficiente para regenerarnos; mientras que la comunicación de los espíritus logra en algunos hombres lo más difícil, extirpar de raíz pequeños defectos que suelen pasar inadvertidos para el mundo pero que no por esto dejan de producir un daño inmenso al que los tiene. Se nos dirá tal vez que la mayoría de los espiritistas tienen las mismas debilidades y flaquezas que los demás hombres, ¿quién lo duda? El Espiritismo no ha venido a hacer santos; ha venido a operar una reforma grande, profunda, trascendental, y por esta razón su trabajo es lento; que mientras más gigantesca es la obra, más tiempo se necesita para llevarla a cabo; debiéndose también considerar que el Espiritismo encuentra a la Humanidad sumergida en la más humillante degradación. Porque ¿qué mayor envilecimiento para el espíritu que comprar su salvación por un puñado de oro, o creer que el acaso acumuló las moléculas que componen su cuerpo de igual manera que el simún amontona los granos de arena en el desierto? Las religiones han empequeñecido al hombre; la falsa ciencia le ha enorgullecido, y el Espiritismo tiene que luchar con los ignorantes y con los fatuos, o sea con los tontos de buena fe y los mentecatos envanecidos con su afán de saber. Entre tanta cizaña tiene que implantar el ideal de la justicia, grande y justa, y despertar en el hombre el sentimiento de su dignidad, haciéndole comprender que no hay más cielo ni más infierno que nuestras obras, buenas o malas. Tiene que demostrar el Espiritismo al obcecado materialista, que su yo pensante no es un poco de fósforo que en mayor o menor cantidad llena las cavidades de su cerebro, puesto que éste, en un momento de crisis, queda inerte, la masa cerebral pierde su vibración y la rápida descomposición de la materia orgánica disgrega el cuerpo, mientras que el entendimiento y la voluntad que le hicieron funcionar siguen vibrando, el yo sobrevive revestido de otra envoltura menos grosera, pensando, sintiendo y queriendo.
Como se ve, el Espiritismo está llamado a verificar una revolución completa en todas las clases sociales, en todas las esferas de la vida, en todas las inteligencias, y obra tan colosal, no se puede consumar en un corto número de años: que le cuesta mucho al hombre separarse de vicios que le complacen y de religiones que le tranquilizan con sofismas que parecen verdades mientras no se analizan a la luz de la razón. ¿Hay nada más cómodo que pecar, confesarse, recibir la absolución de nuestros pecados, y volver a pecar en la seguridad de que la bendición de un sacerdote ha de abrirnos las puertas del cielo? ¿Y qué diremos de los materialistas, que nada encuentran en la creación superior a ellos, creyéndose modestamente el cerebro del Universo? ¿Y dónde hay seres más felices que los indiferentes, que no se preocupan por nada? Decirles que estudien y averigüen por qué nacieron, es exigirles un inmenso sacrificio.
El estudio del Espiritismo viene indudablemente a destruir la paz de algunas existencias que se deslizan en la molicie; flores inodoras, árboles improductivos. El Espiritismo viene a despertar grandes remordimientos, a destruir muchas ilusiones engañosas; es el microscopio con el cual vemos nuestras ocultas miserias; como son nuestra envidia, nuestro solapado amor propio, nuestra falsa modestia, nuestra sorda murmuración, nuestra escondida avaricia y otros innumerables defectos, consecuencia natural de las anteriores causas, que en gran número pasan inadvertidos en la sociedad, como pasan a nuestra vista los millones de infusorios que se agitan en una gota de agua.
Para estudiar el Espiritismo, se necesita que el espíritu esté preparado para ello, bien por el progreso adquirido, bien porque sus muchos desaciertos le hayan colocado al borde del abismo, y tomando en serio el adagio a grandes males, grandes determinaciones, se decida a cauterizar las profundas llagas que le hacen vivir muriendo.
Es indudable que se necesita mucho valor para leer uno en sí mismo; por eso abundan los espiritistas convencidos, y escasean los que hacen firme propósito de corregirse de sus vicios cuanto les es humanamente posible; mas es innegable que el verdadero espiritista, el que se propone ir por la senda del progreso, llega a poseer virtudes que forman en torno suyo una esplendente aureola, para lo cual cuenta con convicciones profundas, de que la generalidad carece.
Mucho ha de influir eficazmente en el hombre dotado de buena voluntad y de regular criterio, obtener por sí mismo o por otro comunicaciones razonadas, en las cuales le aconsejen los espíritus el cumplimiento estricto de su deber, y sin falsa adulación le den el parabién por sus buenos deseos, y sin acritud le reconvengan cuando caiga, diciéndole que son muchos los seres que toman parte en sus penas y en sus alegrías.
La certidumbre de ser amado y constantemente protegido es un valioso estímulo para la virtud y el progresó espiritual, estímulo que casi sólo los verdaderos espiritistas pueden tener; porque son los que tocan la realidad de la vida, libro inédito que enseña más que todos los volúmenes que se guardan en las bibliotecas de la Tierra. Ahora bien: ¿es beneficiosa la influencia del Espiritismo? ¿Estamos locos los que creemos que cuando se vulgarice su estudio muchas almas enfermas recobrarán la salud, y muchos crímenes dejarán de cometerse? No somos locos, no; los días de la luz se acercan; la aurora del progreso ilumina el horizonte del porvenir. Los espiritistas son los centinelas avanzados, cuyo ejemplo estimula y dice: «Luchad, luchad con denuedo, y venceréis vuestras imperfecciones como las hemos vencido o tratamos de vencerlas nosotros. ¡Querer es poder! Seguid nuestras huellas y os llevaremos por un sendero de flores que nunca se marchitan, al conocimiento de las verdades supremas.» ¡El infinito nos espera! ¡En nuestra patria no habrá aurora ni ocaso: en ella brillará siempre el sol esplendoroso del amor universal!
Escrito por Amalia Domingo Soler.
Publicado en su libro “Cuentos Espiritistas”
Blog Amalia: Mis Ideales
Publicado por Zona Espírita
otra existencia; a menudo no tienen otra razón que el deseo de hacer mal; como sufre, quiere hacer sufrir a los demás; halla una especie de gozo en atormentarles, en vejarles; de este modo la impaciencia que se demuestra le excita, porque tal es su objeto,mientras que se le cansa por la paciencia; irritándose, demostrando despecho, se hace precisamente lo que él quiere. Estos Espíritus obran algunas veces por ira y por celos del bien; por esto dirigen sobre las gentes honradas sus intenciones maléficas. Uno de ellos se ha unido como una polilla a una honrada familia conocida nuestra, que por lo demás no tiene la satisfacción de tomarla por juguete; preguntando por el motivo que tenía para atacar a las buenas gentes, más bien que a los hombres malos como él, contestó: estos no me causan envidia. Otros están guiados por un sentimiento de maldad que les conduce a aprovecharse de la debilidad moral de ciertos individuos que saben que son incapaces de resistirles. Uno de estos últimos que subyugaba a un joven de inteligencia muy limitada, preguntando por los motivos de la
elección, nos contestó: "Tengo una necesidad muy grande de atormentar a alguno; una persona razonable me rechazaría; me arrimo a un idiota que no me opone ninguna virtud"
246. Hay Espíritus obsesores sin malicia, que son algo buenos, pero que tienen el orgullo del falso saber; tienen sus ideas y sus sistemas sobre la ciencia, la economía social, la moral, la
religión, la filosofía; quieren hacer prevalecer su opinión y al efecto buscan médiums bastante crédulos para que les acepten con los ojos cerrados, a quienes fascinan para impedirles que puedan distinguir lo verdadero de lo falso..
EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS
ALLAN KARDEC
SOBERBIA
Todos los vicios son malos, pero es la soberbia la más temible, pues siembra tras de sí todos los demás vicios. Cuando penetra en el alma, se adueña de ella, se acomoda a su gusto y se fortifica en ella hasta el punto de hacerse inexpugnable. Ella es la hiedra monstruosa siempre preñada y cuyos vástagos son monstruosos como ella.
Todo el que se deja inundar por ella, es un desgraciado porque no podrá liberarse de ella sino es a costa de terribles luchas, a consecuencia de sufrimientos dolorosos, de existencias oscuras, de todo un porvenir de envilecimiento y de humillación, pues es el único remedio para los males que engendra la soberbia.
Este vicio constituye el azote más grande de la humanidad. De el proceden todos los desgarramientos de la vida social, las rivalidades de clases y de pueblos, las intrigas, el odio y la guerra. Inspirador de locas ambiciones, ha cubierto la tierra de sangre y de ruinas, y es también es el quien causa nuestros sufrimientos de ultratumba, pues sus efectos se extienden hasta más allá de la tumba.
No solo nos desvía la soberbia del amor a nuestros semejantes, sino que hace imposible todo mejoramiento, abusando de nuestro valor y cegándonos con nuestros defectos. Solo un examen riguroso de nuestros actos y de nuestros pensamientos nos permite reformarnos. Y el soberbio es el que menos puede conocerse. Engreído de su persona, nada puede desengañarle, pues aparta con cuidado todo aquello que puede esclarecerle; odia la contradicción, y solo se complace en la sociedad de los halagadores.
Corrompe las obras más meritorias. A veces, incluso las torna perjudiciales para quienes las realizan. El bien, realizado con ostentación, con un secreto deseo de ser aplaudido y glorificado, se vuelve contra su autor. En la vida espiritual, las intenciones, los móviles ocultos que nos inspiran a hacer las cosas reaparecen como testigos, abruman al soberbio y reducen a la nada sus meritos ilusorios.
La soberbia nos oculta toda la verdad. Para estudiar con fruto el Universo y sus leyes, se necesita, ante todo, la sencillez, la sinceridad, la rectitud del corazón y de la inteligencia, virtudes desconocidas por el soberbio.
El hombre sencillo, humilde de corazón, rico en cualidades morales, llegará más pronto a la verdad, a pesar de su inferioridad posible de sus facultades, que el presuntuoso, vano de ciencia terrestre y sublevado contra la ley, que le rebaja y destruye su prestigio.
La enseñanza de los Espíritu nos pone de manifiesto, bajo su verdadera luz, la situación de los soberbios en la vida de ultratumba. Los humildes y los débiles de este mundo se encuentran allí más levados; los vanidosos y los poderosos, empequeñecidos y humillados. Los unos llevan consigo lo que constituye la verdadera superioridad: las virtudes, las cualidades adquiridas con el sufrimiento; en tanto que los otros han de abandonar a la hora de la muerte títulos, fortuna y vano saber. Todo lo que constituye su gloria y su felicidad se desvanece como el humo. Llegan a los espacios pobres, despojados, y esa súbita desnudez, contrastando con su pasado esplendor, aviva sus preocupaciones y sus grandes pesares. Con una profunda amargura, ven por encima de ellos, en la luz, a aquellos a quienes desdeñaron y despreciaron en la Tierra. La soberbia, la ávida ambición no puede atenuarse y extinguirse sino mediante vidas atormentadas, vida de trabajo y de renunciación, en el transcurso de las cuales el alma soberbia en si misma, reconoce su debilidad y se abre a mejores sentimientos.
En las horas de peligro, todas las distinciones sociales, los títulos y las ventajas de la fortuna se miden en su justo valor. Todos somos iguales ante el peligro, el sufrimiento y la muerte. Solo su valor moral los distinguirá. El más grande en la Tierra puede convertirse uno de los últimos en el espacio, y el mendigo puede vestir un traje resplandeciente. No tengamos la vanidad de los favores y de las ventajas pasajeras. Nadie sabemos lo que nos reserva el mañana.
Extraído del libro “Después de la Muerte” de León Denis
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¿Cómo funcionan las terapias regresivas ?
- Jose Luis Martín-
- Dra. Edith Fiore -
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