INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- La muerte y la turbación
2.- El Infierno
3.- ¿ En donde está la Verdad ?
4.- Kardec y su firmeza de propósitos
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LA MUERTE Y LA TURBACIÓN
El espiritismo, como ciencia y filosofía, aporta una respuesta clara y precisa a este acontecimiento ineluctable y, al afirmar la supervivencia del alma, revela una realidad muy diferente a las suposiciones científicas, filosóficas o religiosas sobre este asunto. ¿Qué pasa en el momento de la muerte? ¿Qué vive el espíritu en ese momento preciso? ¿Cómo vive su muerte? ¿Qué siente? ¿Qué percibe? ¿Está consciente de su nuevo estado? ¿Pueden sufrir los Espíritus en el más allá? De ser así, ¿por qué razones y cómo podemos ayudarlos? Tantas preguntas, a las cuales responderemos en este artículo, por supuesto a la luz del espiritismo definido por Allan Kardec y los precursores, así como por nuestra experiencia** de cuarenta años de comunicación.
Recordemos en primer lugar los tres componentes del ser, ya definidas en su tiempo por Allan Kardec y que son: el cuerpo físico que conocemos bien, el espíritu y el periespíritu. El espíritu es una entidad espiritual individualizada que tiene un principio, el de la creación divina. Para crecer en conciencia y en amor, y un día llegar al absoluto divino en total comprensión, el espíritu necesita vivir múltiples experiencias en la materia; y para que pueda integrarla, necesita un intermediario, una envoltura semi-material compuesta de materia muy tenue, de baja densidad, el periespíritu. Este periespíritu acompaña al espíritu a lo largo de su camino reencarnacionista, tanto en la materia como en el más allá, y le permite igualmente manifestarse a los vivos, aunque esté despojado de su cuerpo físico.
Habiendo hecho este recuerdo, examinaremos lo que sucede cuando sobreviene la muerte. Ésta implica en forma irremediable la separación entre el espíritu y el cuerpo físico, por ruptura del vínculo fluídico que los une.
La separación
Ésta nunca es violenta. El periespíritu se desprende poco a poco de todos los órganos, la separación no es completa y absoluta sino cuando ya no queda ningún átomo del periespíritu unido a un átomo del cuerpo físico. Esta separación puede hacerse más o menos fácilmente o más o menos dolorosamente. ¿Por qué hablar de dolor? La separación dolorosa que podría sentir un Espíritu dependerá entonces de la fusión más o menos importante que exista entre el cuerpo y el periespíritu, y esa sensación dolorosa dependerá igualmente del grado de dificultad y lentitud que presente esa separación. En la muerte natural, la que resulta de la extinción de las fuerzas vitales por edad o enfermedad, el desprendimiento se operará gradualmente. Para algunos, en quienes los pensamientos ya se han desprendido parcialmente de la vida terrenal, la separación se hará mucho más fácilmente. Por el contrario, otros se aferrarán a la materia pues no ven nada más allá. En lugar de entregarse a la muerte que llega, van a luchar y así prolongan su agonía. En este caso, podemos decir que en el pensamiento del espíritu se instala antes de la muerte una forma de turbación, debida a la incertidumbre en la que se encuentra y a la angustia de su porvenir. La muerte llega y todo no ha terminado. La turbación sigue, pues el espíritu siente que vive, pero ya no sabe si es la vida material o la vida espiritual.
Resumamos con los siguientes casos, que pueden verse como situaciones particulares, y entre los cuales hay una multitud de matices que no hay que descuidar: si en el momento de la muerte, el desprendimiento del periespíritu se opera completamente, el alma no sentirá nada. Ejemplo: la muerte durante el sueño. Cada noche, nosotros nos desincorporamos en varias fases, durante el equivalente de unas dos horas, en las cuales abandonamos nuestro cuerpo físico para ir al más allá, para regenerarnos en ese entorno vibratorio que es nuestra verdadera naturaleza. Si la muerte sobreviene en ese preciso momento, el espíritu no siente la violenta separación del cuerpo físico, por estar ya fuera de la materia. En cambio, si en el momento de la muerte, es total la fusión entre el cuerpo y el periespíritu, se produce una suerte de desgarramiento que repercute dolorosamente sobre el alma. Para apuntalar estas palabras, citaremos el caso de nuestra vecina, fallecida con más de ochenta años y que luchó varias semanas porque no quería morir. Se aferraba a la menor parcela de vida y, por eso, sufría la situación que supuso una larga agonía y un sufrimiento para su espíritu. En cambio, si la cohesión es débil, la separación se vuelve fácil y se opera sin sobresaltos. Fue el caso de una de nuestras amigas espíritas que sabía que encontraría a su esposo, fallecido antes, y sólo esperaba el momento en que por fin pudiera encontrarlo. En ese caso, el espíritu se despega del cuerpo sin sufrimientos y vuela hacia su nueva vida. Pero la muerte no se clasifica, como en gavetas, únicamente en estas categorías. Existe una multitud de matices de acuerdo con la psicología y lo vivido por cada ser humano. El estado moral del espíritu es pues la causa principal que influye sobre la facilidad o dificultad del desprendimiento.
La afinidad, el grado de fusión entre el cuerpo y el periespíritu está en razón del apego del Espíritu a la materia. Está al máximo en el humano que privilegia los goces materiales; y es casi nula en la persona que consciente o inconscientemente, sabe o intuye que es otra cosa además de materia.
¿Qué sucede cuando el corazón deja de latir? La detención del corazón provoca siempre la impresión de una caída que es sentida por todos los Espíritus cualesquiera que sean. En ese momento, el Espíritu tiene la sensación de girar a gran velocidad y caer. ¿Cómo puede tener esa sensación física cuando ya no está en su cuerpo? Siempre gracias al periespíritu y a la materia tenue que lo compone. Cada una de las células de la materia, ya sea periespiritual o no, puede vibrar y girar a gran velocidad. Es ese movimiento lo que siente el Espíritu.
Entonces, cuando ese movimiento cesa, el Espíritu se encuentra ante la entrada de un túnel largo y estrecho. Una luz de baja intensidad centellea en su extremo. Si penetra el túnel y llega a la luz, encontrará a los seres que ha amado, parientes, amigos y, sobre todo, a su guía espiritual para continuar así su camino evolutivo en el otro mundo. Se aleja entonces de las vibraciones terrenales y vive la vida de los Espíritus conscientes de su estado espiritual.
Numerosos Espíritus franquean el túnel, pero en este artículo nos interesamos en los que no lo cruzan. La no entrada en el túnel está vinculada a dos hechos establecidos. El primero es que el espíritu conserve en su nivel de conciencia, los bajos instintos que lo impulsan a hacer el mal. Se dice de él que es un mal espíritu. El segundo es que el espíritu puede seguir reviviendo sus últimos momentos, sobre todo cuando la muerte ha sido violenta. Es lo que se llama estado de turbación.
La turbación
Puesto que el espíritu piensa, ve y oye, tiene entonces la sensación de no estar muerto. Lo que aumenta su ilusión, es que se ve con un cuerpo semejante al precedente en la forma, pero no analiza, no comprende la naturaleza etérea de su envoltura periespiritual que, recordemos, es el doble de su cuerpo físico. Él cree que ese cuerpo que ve es compacto y sólido como el primero.
El Espíritu que acaba de morir, transporta consigo todo lo que acaba de ser vivido, una vivencia que sigue siendo el presente y es así como nace la turbación. Su duración es indeterminada; puede variar de algunas horas a años. En la medida en que la turbación se disipa, el espíritu se encuentra en el estado de un hombre que sale de un profundo sueño; las ideas son confusas, vagas e inciertas. Ve como a través de una niebla, y poco a poco la vista se aclara y retorna la memoria, dependiendo de los individuos. El Espíritu recupera la memoria y la lucidez de sus ideas a medida que desaparece la influencia de la materia de la que acaba de desprenderse y se disipa la especie de niebla que oscurece sus pensamientos. En este caso particular, el despertar será tranquilo y le ofrecerá una sensación de paz.
Entonces el espíritu se reconoce. Cruzará entonces el túnel e irá hacia su nueva vida. Pero ese despertar puede ser diferente; puede estar impregnado de ansiedad y producir el efecto de una pesadilla en relación con los remordimientos, los rencores, o un sentimiento de haber cometido errores e injusticias. La turbación presenta, pues, características particulares, según el carácter de los individuos y según el tipo de muerte. Está vinculada directamente al estado moral del espíritu, a su evolución espiritual y a su forma de pensar.
Desde hace cuarenta años, nuestro Círculo**, se ha comunicado, y se comunica, con numerosos Espíritus. Cuando la puerta del más allá está abierta, puede manifestarse toda clase de Espíritus, buenos o malos, bienaventurados o en turbación.
Para ilustrar esa turbación, que a veces está relacionada con las creencias religiosas, hemos tenido oportunidad de ayudar a muchas entidades prisioneras de sus creencias, y entre ellas a un personaje conocido, el espíritu Louis de Funès (*) que seguía girando sobre sí mismo, rodeado de imágenes piadosas y de cirios. Su devoción era el origen de su turbación, pues demasiado apegado a los artificios de la Iglesia, seguía cerca de la iglesia y del cementerio donde había sido enterrado.
El pensamiento puede ser materialista. Así ayudamos a un Espíritu que, durante su vida, siempre había codiciado la casa de uno de sus vecinos sin poder adquirirla nunca. Una vez fallecido, su deseo siempre seguía siendo ardiente. Ocupó la morada, haciéndola suya, y molestó a los ocupantes con movimientos de objetos y diversos golpes. La voluntad de posesión material le había causado una profunda turbación que le impedía reflexionar sobre su nuevo estado, es decir, su muerte efectiva.
Igualmente, la turbación puede estar vinculada a la educación. Una forma de pensamiento educativa impregnada de gran rigor y olvido de sus sentimientos, dentro de una moral estricta, puede dar origen a una turbación. La turbación también puede estar ligada a la forma de muerte. He aquí lo que nos dijo un Espíritu fallecido en un accidente de automóvil, antes de que lo sacáramos de su turbación: “Está duro, hace calor. Me duele. Tengo los huesos quebrados. Hace calor, me duele. Siento el hierro y la gasolina, me ahogo. Estoy en un ataúd de acero con grandes dientes que me arrancan la piel. Siempre demasiado rápido, siempre demasiado rápido. Esto gira, esto gira”.
¿Cómo explicar que ciertos Espíritus salgan más fácilmente de la turbación que otros? Eso depende de las oraciones que puedan decir los vivos por esos Espíritus, pero también de la naturaleza misma de cada individuo dentro de su propia reflexión. Es cierto que ante una muerte idéntica, dos Espíritus de diferente evolución no la vivirán de la misma manera.
Tomemos el ejemplo de Anwar El Sadat, asesinado, que pocos días después de su muerte se manifestó al Círculo**. La evolución moral de este Espíritu, y el reconocimiento al estado consciente de su paternidad divina, de lo cual da testimonio repetidas veces en su autobiografía, le permitió tener una turbación de corta duración. La salida de la turbación depende igualmente del posible o imposible contacto con el guía. Ciertos guías no llegan a entrar en contacto con sus protegidos pues no pueden alcanzar las vibraciones en que estos últimos se encuentran.
He aquí el ejemplo de una joven a quien conozco, ella no es espírita pero está abierta a esta filosofía. Me manifestó que había visto cerca de ella, en la noche, a un hombre que la miraba, que no parecía mal intencionado, pero que la miraba fijamente. Por su descripción, correspondía a uno de sus antiguos vecinos, fallecido algunos años antes, al que no había conocido nunca pero que yo sabía que había habitado en el mismo edificio. Le expliqué que podía ser un Espíritu en turbación y que era preciso ayudarlo a encontrar la luz y abandonar el lugar donde había vivido. Lo cual ella hizo concienzudamente, y siguiendo mis consejos, rezó diariamente, le habló con el pensamiento, y ese deseo sincero transformado en vibraciones, pudo alcanzar a ese Espíritu que, después de varios días, no se manifestó más. Había encontrado su más allá.
La oración puede ser individual, pero también colectiva en lo que llamamos cadena fluídica. Para ayudar a una persona que acaba de morir, y permitirle alcanzar su más allá, basta con tomarse de las manos, tres personas mínimo, poner un fondo musical, pensar durante tres o cuatro minutos en el que acaba de fallecer, visualizar el túnel y la luz que está en su extremo, e impulsar al Espíritu por ese túnel, hacia la luz, acompañarlo con nuestros pensamientos sinceros sobre la ayuda a aportar, simplemente pensamientos de amor que le llegarán y le ayudarán a ir hacia su nueva vida. Esta cadena deberá ser repetida varias veces. Si ese género de acción fuera generalizado, aceptado y comprendido por cada uno de nosotros, evitaría la turbación a buen número de nuestros desaparecidos.
En el marco espírita se practican sesiones de liberación, con la participación de espíritas preparados, conscientes del acto que se cumplirá con dificultad y que está lejos de ser anodino. Estas sesiones representan un acto importante en la comunicación espírita, en la medida en que permiten ayudar a los Espíritus en turbación así como a los malos espíritus. Así, a través de médiums que prestan sus cuerpos para estas manifestaciones, las entidades en turbación son ayudadas a despertar a su nuevo estado.
En este tipo de sesión, a través de un trance, el médium es el catalizador del sufrimiento de estos Espíritus que se manifestarán en el gesto y el grito para llegar finalmente a su liberación. Durante la sesión, ellos están acompañados por nuestras presencias y nuestros pensamientos, así como de los de todos los guías que les esperan. Es una comunión entre el más allá y los espíritas, para una liberación que responde al precepto cristiano “Amaos los unos a los otros”, dentro de una solidaridad entre nuestros dos mundos. Y luego, aparte de las acciones humanas, los Espíritus se proponen igualmente por misión llegar directamente a las entidades en turbación, tratando de despertarlas a su nuevo estado aunque no siempre lo consiguen.
Existe otro caso particular un tanto peculiar: los Espíritus en turbación pueden ser ayudados por el mundo animal. Fue el caso de Diane Fossey (etnóloga norteamericana 1932-1985) que salió de su turbación gracias a sus amigos gorilas que, con sus gritos y gruñidos pudieron llamar su atención y descubrirle su nueva vida. He aquí su testimonio recibido en escritura en 1989: “Sepan, mis caros amigos, que en el más allá existe una solidaridad animal que acoge a ciertos Espíritus, y que puede liberarlos de su turbación debida a la desencarnación. Fui asesinada por los cazadores furtivos cuando desde hacía muchos años, junto con mi esposo, defendía la supervivencia y la salva- guarda de la fauna. Mi marido falleció antes que yo, asesinado también por estos mismos perseguidores de las bestias salvajes, que las utilizan y las revenden, con fines lucrativos. John y yo fuimos salvados por esos mismos animales que defendíamos. Fue maravilloso y quiero dar testimonio de ello. La agresión sufrida me sumió en una profunda turbación, en una dolorosa y repetitiva pesadilla. No conocía mi muerte, la ignoraba. Sufría aquellos últimos momentos vividos, cuando oí quejidos y rugidos muy conocidos de mi persona. Esos animales, en gran número, se adelantaban hacia mí, al final de un gran túnel; mi marido los acompañaba. Con este reconocimiento familiar salí poco a poco de mi entorpecimiento. El amor que yo había dado a ese reino me esperaba en el amoroso y eterno compartir. Amigos míos, estoy feliz por mi trabajo cumplido para la felicidad de los animales. Es la misión de ciertos hombres en esta Tierra y ella tiene su razón de ser. No es ni superior, ni inferior a otra misión. Lo esencial es realizarse en lo que se había emprendido, comprometido y decidido antes del retorno”.
Y finalmente, cada noche antes de dormirnos podemos pensar en ayudar a los Espíritus a franquear el túnel. Antes de dormir, piensen en la desincorporación que tendrá lugar durante su sueño. Piensen que entran en el túnel y que las almas sufrientes que aún no han encontrado la salida pueden ser ayudadas por su fuerza, por su presencia, pues aún están muy cerca de nuestras naturalezas humanas. Piensen llevarlos así con ustedes hacia la luz. Así podrán participar en la evolución más rápida de las almas en el más allá, y el fin de su turbación. Ustedes lo habrán comprendido, el espiritismo no se limita a la comunicación con un más allá consciente que viene a instruirnos y hacernos reflexionar sobre el sentido de la vida. El espiritismo, es también la ayuda que se da a todos estos Espíritus que son nuestros hermanos y cuyas almas sufren en diferentes grados, ya sea por falta de amor o por todas las faltas inherentes a nuestra inferioridad moral. Ustedes también pueden ayudarlos, no duden entonces en rezar, y su deseo sincero se traducirá en vibraciones que podrán abreviar su sufrimiento y dirigirlos hacia su más allá.
Por Catherine Gouttière – Traducción de Ruth Neumann
(*) Actor cómico francés de origen español fallecido en 1983. (N. del T.)
Publicado en la revista Le Journal Spirite en Español. La Revista del **Círculo Espírita Allan Kardec de Nancy (Francia). Nº 98 Octubre – Diciembre de 2014.
( Tomado de Zona Espírita )
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EL INFIERNO
Según el dogma, es este un lugar destinado a recibir a los réprobos para someterles al tormento del fuego durante toda una eternidad.
Después de la invención del Cielo y del Diablo, la Iglesia pensó que si el primero se había hecho para recibir las almas de los justos, por fuerza había de existir otro lugar completamente distinto para albergar las almas de aquellos que muriesen sin estar limpios de pecado, y se les ocurrió la idea del infierno. Una vez creado dicho antro, cayeron en la cuenta de que el Demonio andaba errante desde que Dios le arrojó de su lado, y le nombraron monarca y señor de aquel terrible lugar.
Se instaló Satán con los suyos, nombró ministros, empleados, consejeros; organizó todos los servicios, y en una palabra, lo dejó tan bien montado todo, como cualquier dependencia del Estado.
Desde entonces acá, el espíritu católico ha escudriñado de tal manera las interioridades e intrigas de dicho recinto, que no me extrañaría que alguien me asegurase un día saber lo que allí se paga por lista civil y lo que importa la nómina de empleados.
Uno de los atributos impensables a Dios y sin el que no podría subsistir, es el de ser justo, y tomando dicha cualidad como inherente e inseparable del Gran Hacedor, supongamos a un hombre dotado de tan perversos instintos, que durante la corta o larga vida que Dios le conceda haya hecho todo el mal posible, y ningún bien a sus semejantes. Con arreglo al dogma religioso, dicho hombre ingresa en el infierno, castigado por Dios por toda una eternidad. Y ahora me pregunto: A fuerza de pasar siglos y siglos, ¿no llegará un día en que el infeliz condenado habrá recibido más daño que el que haya podido hacer durante su corta vida?. La lógica me dice que si. Pues a partir de aquel momento, el permanecer un segundo más en el infierno acusaría una gran injusticia de Dios, que no puede, por una parte darle un tiempo limitado para pecar, y una eternidad para castigarle, y eso sin contar que no existe ningún ser absolutamente malo; el hombre más depravado y abyecto no puede sustraerse a tener algún pensamiento bueno y alguna acción meritoria durante el transcurso de su vida.
¿Cómo, pues, el hombre, ser imperfecto, habría sentido deseos de hacer el bien, y Dios, siendo el Bien Absoluto, no habría de sentirse tocado de piedad y misericordia durante una eternidad de castigo?.
Todos conocéis lo grande y hermoso que es el amor maternal; imaginaos pues, una madre y un hijo; ella, buena y virtuosa, logra salvarse; él perverso y dejándose llevar por sus malos instintos se condena. Dios, Juez Supremo, dice a la madre: -Ven a mi derecha a gozar de la gloria que he prometido a los que practican mis santos mandamientos. Y tú, hijo desnaturalizado, que has olvidado mis santas leyes, condenado serás al fuego eterno. Y contesta la madre: - ¡ Perdón, Dios mío, para el hijo que he llevado en mis entrañas !. Pero Dios, que no puede volver sobre sus acuerdos, mantiene en firme la sentencia; el hijo infeliz se dirige al Averno; la madre se abraza, desesperada, a su hijo, y le sigue.... Dios procura detenerla, y le dice: - No es ese tu camino, santa mujer, ¿ A dónde vas?. Y ella, en un arranque de amor maternal exclama; ¿Qué a dónde voy ?, Pues al infierno, a su lado, a consolarle, a enjugar sus lágrimas, a llorar, a sufrir con él, que es sangre de mi sangre; queda para ti ese cielo que me has prometido, pero que no puedo aceptar mientras que mi pobre hijo quede entre tinieblas sufriendo los rigores de tu justicia y renegando de tu sabiduría inmensa, que no ha sabido evitar que sea atormentado durante esa noche sin fin que se llama eternidad,
- Camilo Flammarión-
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¿ En dónde está la Verdad ?
La verdad tampoco está en ningún concepto dogmático de la clase que sea cuando este no puede soportar un análisis o comprobación por parte de la Ciencia, de la Razón o de la Filosofía, por tanto en esos casos podemos rechazar esos conceptos y seguir buscando por fuera y por dentro aquello que nos haga sentir que es verdadero. A veces los seres humanos nos encontramos frente a una verdad evidente, casi tangible, y sin embargo no la percibimos y pasamos de largo, o la confundimos con una ilusión extraña de nuestra imaginación.
- Jose Luis Martín-
“La
Verdad es totalmente interior. No hay que buscarla fuera de nosotros ni querer
realizarla luchando con violencia con
enemigos exteriores”.
Mahatma Gandhi –
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KARDEC Y SU FIRMEZA DE
PROPÓSITOS
Sin pues, dejarme influenciar sea por las ideas de unos, sea por
las de otros, sigo la ruta que yo mismo me trace: tengo un objetivo, lo veo, se
cómo y cuando lo atenderé y no me inquietan los clamores de los que piensan por
mí.
Creed, Señores, las piedras no faltan en mi camino! Paso por
encima de ellas, aun mismo de las más altas y pesadas. Si se conociese la
verdadera causa de ciertas antipatías y de ciertos apartamientos, muchas sorpresas
nos aguardarían!
Es aun preciso, entretanto, mencionar las personas que son
opuestas, relativamente a mí, en posiciones falsas, ridículas y comprometedoras
que procuran justificarse, en última estancia, recurriendo a pequeñas
calumnias: los que esperaban seducirme por los elogios, creyendo llevarme a
servir sus designios y que reconocieron la inutilidad de sus maniobras para
atraer mi atención; aquellos que no elogie ni incentive y que eso esperaban de
mi; aquellos, en fin, que no me perdonan por haber adivinado sus intenciones y
que son como la serpiente sobre la cual se pisa. Si todas esas personas
decidiesen colocarse, por un instante siquiera, en una posición extraterrena y
ver las cosas un poco más alto, comprenderían bien la puerilidad de cuanto las
preocupa y no se espantarían con la poca importancia que a todo eso dan los
verdaderos espiritas. Es que el Espiritismo abre horizontes tan vastos, que la
vida corporal, corta y efímera, se apaga con todas sus vanidades y sus pequeñas
intrigas, ante lo infinito de la vida espiritual.
No debo, entretanto, omitir una censura que me fue dirigida: la de
no hacer nada para atraer a mí de nuevo a las personas que se apartan. Eso es
verdadero y la reprobación fundamentada. Yo la merezco, pues jamás di un paso en
ese sentido y aquí están los motivos de mi indiferencia.
Aquellos que a mí se aproximan, lo hacen porque esto les conviene;
es menos por mi persona que por la simpatía que les despierta los principios
que profeso. Los que se apartan lo hacen porque no les convengo o porque
nuestra manera de ver las cosas recíprocamente no concuerda. ¿Por qué,
entonces, iría yo a contrariarlos, imponiéndome a ellos? Me parece más
conveniente dejarlos en paz. Además, honestamente, carezco de tiempo para eso.
Se sabe que mis ocupaciones no me dejan un instante para el
reposo. Más allá de eso, para uno que parte, hay mil que llegan. Juzgo un deber
dedicarme, por encima de todo, a estos y es eso lo que hago. ¿Orgullo?
¿Desprecio por otro? ¡Oh! ¡No! Honestamente, no! Yo no desprecio a nadie;
lamento los que actúan mal, ruego a Dios y a los <buenos Espíritus que hagan
nacer en ellos mejores sentimientos. Y eso es todo. Si tornan, son siempre
recibidos con júbilo. Más correr a su búsqueda, eso no me es posible hacerlo,
aun mismo en razón del tiempo que de mi reclaman las personas de buena
voluntad, y, después, porque no presto a ciertos individuos la importancia que
ellos a si mismo atribuyen.
Para mi, un hombre es un hombre, ¡quede claro! Mido su valor por
sus actos, por sus sentimientos, nunca por su posición social. Pertenezcan
ellos a las más altas camadas de la sociedad, si actúa mal, si es egoísta y
negligente de su dignidad, es, a mis ojos, inferior al trabajador que procede
correctamente, y yo aprieto más cordialmente la mano de un hombre humilde, cuyo
corazón estoy al oír, que la de un potentado cuyo pecho enmudeció. El primero
me calienta, segundo me produce escalofríos.
Hombres de la más alta posición me honran con su visita, sin
embargo nunca, por causa de ellos, un proletario quedó en la antecámara. Muchas
veces, en mi salón, el príncipe se sienta al lado del operario. Si se sintiera
humillado, le diría simplemente que no es digno de ser espirita. Más, me siento
feliz en decir, yo los vi, muchas veces, se apretaron la mano, fraternalmente,
y, entonces, un pensamiento me ocurría: “Espiritismo, es uno de tus milagros;
este es el presagio de muchas otras maravillas! "
Dependería de mí abrir las puertas de la alta sociedad, sin
embargo nunca fue a ellas a llamar. Eso exigiría un tiempo que prefiero emplear
más útilmente. Coloco en primera instancia el consuelo que es preciso ofrecer a
los que sufren, erguir el coraje de los caídos, arrancar al hombre de sus
pasiones, de la desesperación, del suicidio, detenerlo tal vez en la entrada del
crimen! No vale más esto que los laureles dorados? Guardo millares de cartas
que para mi valen más que todos los honores de la Tierra y que miro como
verdaderos títulos de nobleza. Siendo así, pues, no os espantéis si dejo partir
a aquellos que me dan la espalda.
Allan Kardec
Tomado de Journal Espirita
Traducido por: M. C. R.
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