INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Amor filial
2.- Cuando la política se vuelve pasión
3- División de la Ley Natural
4.- Problemas y escollos de la vida
5.- ¿ Cuando comenzó el Espíritu humano su andadura evolutiva?
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AMOR FILIAL
El mandamiento: «Honra a tu padre y a tu madre», es una consecuencia de una ley general de caridad y de amor al prójimo, porque no se puede amar al prójimo sin amar a su padre y a su madre; pero la palabra honra encierra un deber más respecto a ellos: el de la piedad filial. Dios ha querido, manifestar con esto, que al amor es preciso añadir el respeto, las consideraciones, la sumisión y la condescendencia, lo que implica la obligación de cumplir respecto a ellos, de una manera aún más rigurosa, todo lo que la caridad manda con respecto al prójimo. Este deber se extiende naturalmente a las personas que están en lugar de padres, y que por ello tienen tanto más mérito cuanto menos obligatoria es su abnegación. Dios castiga siempre de un modo riguroso toda violación de este mandamiento.
Honrar a su padre y a su madre, no es solo respetarles, es también asistirles en sus necesidades, procurarles el descanso en su vejez; rodearles de solicitud, como lo han hecho con nosotros en nuestra infancia.
En cualquier situación o circunstancia que se pueda presentar, tanto si nuestros padres están todavía en plena madurez o ya han entrado en la llamada tercera edad, mantenernos cerca de ellos, amarlos, cuidarlos y cuando lo necesiten protegerlos, es un deber de hijos agradecidos. Ellos hicieron por nosotros lo mismo o más en los primeros años de nuestra vida. Una existencia material que tan generosamente nos brindaron para poder realizar los progresos necesarios en el camino de la evolución. Y también agradecidos por ofrecernos una oportunidad que perfectamente nos la podría haber negado, en función del uso de su libre albedrío.
Este mandamiento de “Honrar a los padres” recuerda a los hijos los deberes y responsabilidades para con los progenitores. Es el amor que debemos sentir por ellos, aquel que atiende a su bienestar, con la responsabilidad de prestarles ayuda material y moral cuando sus fuerzas y sus recursos disminuyan; en los momentos de soledad o de abatimiento, y también compartiendo con ellos los momentos de felicidad y alegría.
El respeto a los padres y lo que representan para nosotros nunca se debe perder, independientemente de nuestra edad o circunstancias. El respeto también significa el saber aceptar sus consejos con humildad, ya que la experiencia de vida que ellos tienen nos puede ayudar en circunstancias difíciles o a tomar decisiones delicadas.
Cuando contemplamos a nuestros padres y estos están sanos y fuertes, la alegría, la satisfacción, el gozo se abren paso en nuestro interior y nos hacen sentir dichosos. Si, por el contrario, ellos se hallan enfermos, hemos de sentir la obligación, la responsabilidad como hijos, de cuidarles, de ocuparnos de ellos, de protegerlos, de asistirlos y darles el apoyo que necesitan. El mayor tesoro de piedad filial que se puede ofrecer a los padres es dedicarles el tiempo que necesitan y merecen.
En el Libro de los Espíritus, en el ítem 681, podemos leer:
¿La ley natural impone a los hijos la obligación de trabajar por sus padres?
Ciertamente, como los padres deben trabajar por sus hijos, y por esto Dios ha hecho del amor filial y del paternal un sentimiento natural, con el fin de que por medio de este afecto recíproco los miembros de una misma familia fuesen inducidos a ayudarse mutuamente, lo cual se olvida con frecuencia en vuestra actual sociedad.
Hay que recordar que los lazos de la sangre no constituyen obligatoriamente los lazos afectivos entre los espíritus, y que Dios permite, dentro de una misma familia, dos situaciones distintas: tanto encarnaciones de espíritus simpáticos unidos por una verdadera afinidad, con la satisfacción de estar juntos, pero también bajan espíritus antipáticos o extraños, que no se terminan de acomodar dentro de la familia carnal, creando conflictos más o menos graves. Esto último cumple con un doble objetivo, el de prueba para los unos y de avanzar aunque sea poco para los otros. La convivencia dentro de la familia les ayuda a mejorar el carácter, y los hábitos y las antipatías se van suavizando. Por lo tanto, la convivencia puede aportar las circunstancias necesarias para ir limando las imperfecciones con el cincel de la fraternidad que la dignifica. El comportamiento que reciben de sus padres ha de servirles de ejemplo para el futuro, para cuando ellos hayan envejecido.
Por otro lado, el problema de la ingratitud en las familias es una de las consecuencias más sobresalientes del egoísmo; indigna siempre a los corazones honestos; pero la de los hijos con respecto a sus padres tiene aun una naturaleza más detestable: es la ingratitud uno de los peores sentimientos que pueden demostrar a los padres, de los más graves errores que puede manifestar el espíritu en su marcha hacia la elevación.
Sobre todo en la etapa adolescente, por los conflictos de identidad que experimenta, olvida que tienen ciertas responsabilidades hacia sus padres, ignorando el cariño que recibe de la familia y sus atenciones permanentes. Aun así, hay ocasiones donde los choques generacionales y el sentirse incomprendido provocan la invisibilidad de ese amor que los padres sienten por él, pues en esas edades la visión que tienen de sí mismos les lleva a observar más aquello que consideran sus derechos, y, a la par, disminuyen o ignoran las responsabilidades y obligaciones para con los demás. Incluso algunos jóvenes, en esos momentos de rebeldía descontrolada, abandonan el calor familiar, para posteriormente, cuando se enfrentan a la cruda realidad y comprenden su desatino, vuelven al seno familiar.
Partiendo de la base de que ante todo los padres tienen que ser padres, se debe buscar con los hijos una relación de amistad fraterna para que la interrelación entre todos los miembros de la familia sea más fácil, evitando las incomprensiones producto de la diferencia generacional. Esto facilitará la confianza y el acercamiento entre los padres e hijos a la hora de solucionar problemas, adversidades, enfermedades… y dará paso también a la alegría, felicidad o dicha ante las buenas noticias, los éxitos, la culminación de algún logro, etc.
Por otro lado, la ayuda en las tareas de la casa paterna cuando se vive en ella, tanto si son mayores como pequeños, también debe ser una obligación moral. Hacerles comprender que el hogar y su mantenimiento espiritual, pero también físico, es tarea de todos. La repartición de tareas fomenta la cooperación y les hace comprender que las cosas no se organizan o se hacen solas. Es, en definitiva, una invitación a la responsabilidad y a pensar no solo en las propias necesidades sino también en las de los demás, de aquellos con quienes se comparte espacio y se necesita convivir armónicamente.
Por las exigencias que nos impone la sociedad actual, para los padres que tienen niños pequeños, es de agradecer que los abuelos ayuden y colaboren altruistamente para cubrir convenientemente todas las necesidades de la familia.
No obstante, hay que evitar el abuso que con frecuencia se observa cuando se sobrecarga en exceso a los abuelos; cuando por comodidad o ciertas tendencias materiales se les transfieren unas tareas que no les corresponden. Es ahí donde debe existir conciencia espiritual de la responsabilidad a la que nos comprometimos, evitando delegar en aquellas cosas que son intransferibles y que requieren de toda la atención, mucho más de los progenitores que de los abuelos. Porque esta delegación de tareas puede llevar a la tentación de abusar de la abnegación de los abuelos, y este abuso sí que puede tener consecuencias negativas en el futuro.
Como vamos viendo, y en función de la Ley del Amor que regula todas las relaciones, los hijos, cuando son mayores de edad, tienen deberes intransferibles para con los padres; no se les puede descuidar por el hecho de tener una vida muy ocupada. O abandonarles porque algunos padres olvidan sus deberes, sus responsabilidades, y no ejercen como tales ante sus hijos. Pero es a Dios a quien corresponde castigarlos, no a los hijos; por tanto, no juzgar a los progenitores en su comportamiento, siendo el respeto y la gratitud una actitud que siempre hay que tener presente por la dichosa oportunidad obtenida de volver a la Tierra, y a la familia que necesitamos, para desarrollar los planes de evolución.
Hemos de tener en cuenta además que, en el transcurso de las pruebas, es la Ley de Afinidad la que favorece los reencuentros y los desencuentros en el círculo familiar, de acuerdo a los periodos evolutivos y a los grados de conciencia de los miembros que componen la familia.
Todos los actores que conforman el hogar, tanto hijos como padres, abuelos, etc., han de pasar y desempeñar los diferentes roles en algún momento de su vida, en el transcurso de las diferentes existencias evolutivas. Todos, absolutamente todos, tienen deberes y obligaciones. Nos compete asumir la responsabilidad del papel y el lugar que en este mismo momento nos corresponda asumir y desempeñar, desarrollando los valores imperecederos del espíritu: poniendo amor donde exista odio, comprensión donde exista intolerancia, afecto donde exista frialdad o distancia. Asumiendo, en pocas palabras, el fardo de las pruebas y circunstancias momentáneas que nos haya podido corresponder, sabiamente planificadas antes de encarnar por los mentores espirituales.
Para concluir, recordemos que “los hijos de ahora serán los padres del mañana, y corresponde a la reencarnación proporcionarles un futuro de acuerdo con la siembra del presente” (Constelación familiar, cap. IV, pág. 41, Divaldo F. por Joanna de Ângelis).
Gloria Quel - Amor, Paz y Caridad
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CUANDO LA POLÍTICA SE VUELVE PASIÓN
“El mundo intelectual y social de las personas se está reduciendo a los límites de su mundo político”. Micah Goodman, filósofo israelí.
Los Espíritas no son seres apolíticos. Al revés, basados en principios claramente expuestos en capítulos como los de la “Ley de Sociedad”, de la “Ley del Progreso” y de la “Ley de Justicia, Amor y Caridad”, de “El Libro de los Espíritus”, son, o deben ser, agentes propulsores de los cambios sociales capaces de construir sociedades justas, cuyo objetivo central es el bien común.
Sin embargo, por tratar fundamentalmente de la diversidad de entendimientos sobre aspectos importantes de la vida societaria, la práctica política irrita y, no raro, tiende a la violencia, realimentando la barbarie que es, justamente, el opuesto de la buena política. Con razón, el estadista británico Winston Churchill apuntó que “la política es casi tan excitante como la guerra y casi igual de peligrosa. En la guerra solo te pueden matar una vez, pero en política muchas veces”.
Notablemente cuando quien detiene el poder estimula la provocación política y, en esa condición, tendría la obligación de promover políticas de pacificación y armonía entre sus ciudadanos, en lugar de insuflar el debate ideológico; la política se transforma en arena donde sus gladiadores toman como combustible el odio y como punto de llegada la destrucción del opositor.
Países de diferentes regiones del mundo, en estas primeras décadas del Siglo XXI, experimentan esa fase aguda de la violencia política, proveniente del extremismo ideológico y mantenida tanto por gobernantes de derecha como de izquierda. Pueblos en cuyo seno se estimula y se disemina el odio político ven, así, la deterioración paulatina de todo el legado humanista, nacido de la Ilustración y de donde se originó el moderno Estado Democrático de Derecho.
La extremada preocupación con la “afirmación de identidades” acaba transformando personas bienintencionadas en guerreras audaces e intolerantes en el trato con el diferente. En nombre o en defensa de ideales políticos de contenidos axiológicamente sustentables, cuando en el enfrentamiento democrático, se dejan involucrar por sentimientos destructivos y se permiten expedientes que alejan cualesquiera caminos conductores al diálogo franco en la busca de soluciones colectivas.
Ideas políticas, por ser visiones parciales y compartimentadas de las realidades sociales, generan pasiones, como es natural y humano. Pasiones muy semejantes a las que nutrimos por una persona, por un deporte, por modalidades de ocio, por un club de fútbol o por ídolos artísticos.
Las pasiones, y de modo particular las de naturaleza política, son, como afirmó Kardec, “palancas que duplican las fuerzas del hombre y le ayudan a cumplir las miras de la Providencia”. Pero, añade el Maestro en el comentario a la cuestión 908 de El Libro de los Espíritus: “Si en lugar de dirigirlas, el hombre se deja dirigir por ellas, cae en el exceso, y la fuerza que en su mano podría hacer el bien se vuelve contra él y lo aplasta”. En otras palabras: Las pasiones, cuando no bien administradas, matan. Sacrifican personas e ideales. Aniquilan ideas, nobles en su origen, transformándolas en radicalismos insanos y destructivos.
El espiritismo, en todas las etapas de la vida, nos invita al sentido común y a la templanza. Las realidades sociales, sean políticas, religiosas o afines, son experiencias provisorias en las cuales el espíritu inmortal tiene la oportunidad de perfeccionar su capacidad de convivencia y de ayuda mutua con sus compañeros de jornada.
Al espírita, pues, como a todo ciudadano consciente de la necesidad de contribuir al perfeccionamiento de su medio social, cabe el permanente esfuerzo en el sentido de que sus eventuales pasiones políticas no le hagan prisionero de la intolerancia, en detrimento de la potencial vocación a la fraternidad incondicional de que cada uno es portador, por fuerza de una ley natural, dínamo del progreso, presente en su conciencia.
Escrito por Beto Souza
(Tomado del blog Opinión espírita)
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DIVISIÓN DE LA LEY NATURAL
647 – ¿Toda la ley de Dios está contenida en la máxima de amor al prójimo enseñada por Jesús?
– Ciertamente, esta máxima contiene todos los deberes de los hombres entre sí. Pero es preciso mostrarles la aplicación, pues de otro modo la descuidarían como hoy lo hacen. Además, la ley natural comprende todas las circunstancias de la vida y esta máxima es tan
sólo una parte de ella. Los hombres necesitan reglas precisas, pues los preceptos generales y muy vagos dejan muchas puertas abiertas a la interpretación.
648 – ¿Qué pensáis de la división de la ley natural en diez partes, comprendiendo las leyes sobre la adoración, el trabajo, la reproducción, la conservación, la destrucción, la sociedad, el progreso, la igualdad, la libertad, y en fin, las leyes de justicia, amor y caridad?
– Esta división de la ley de Dios en diez partes es la de Moisés, y puede abarcar todas las circunstancias de la vida, lo cual es esencial.
Puedes, pues, adoptarla, sin que ello tenga nada de absoluto, lo mismo que todos los otros sistemas de clasificación, que dependen del aspecto bajo el cual se considera una cosa. La última ley es la más importante, y por su medio es como más puede adelantar el hombre en la vida espiritual, porque las resume todas.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS. ALLAN KARDEC
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PROBLEMAS Y ESCOLLOS DE LA VIDA
¿ Cuando comenzó el Espíritu humano su andadura evolutiva?
El Ser debió comenzar su existencia humana a partir de su etapa animal anterior, después de haber adquirido las diversas experiencias psíquicas necesarias a través de su paso por diversas especies animales, y hasta que llegó a un punto de evolución psíquica, que le permitió continuar su avance en un escalón evolutivo superior, abandonando definitivamente sus experiencias en el Reino animal y adquiriendo la nuevas experiencias como ser humano. Estas se iniciaron cuando el alma animal que era, tomó conciencia de su individualidad; a partir de entonces comenzó su andadura evolutiva como Espíritu humano sencillo e ignorante en un principio, pero siendo ya un Espíritu salido de la Esencia Divina Creadora, lo cual le confiere casi infinitas potencialidades. Se podría considerar por ello, que el ser humano es el único que posee ambas naturalezas: la animal y la Divina. Y el sentido del caminar espiritual del Alma es precisamente agrandando la naturaleza Divina y alejándonos de la naturaleza animal, que aun nos acompaña en forma de instintos y apegos a lo material.
La cuestión del momento de su madurez para comenzar su andadura humana, no se restringe a su nacimiento como Espíritu en este planeta Tierra, sino que cuando el Espíritu habitó la Tierra por primera vez como ser humano, este mismo ya había comenzado su andadura en otros mundos planetarios, más o menos adelantados, que vinieron a la Tierra para continuar su particular camino evolutivo y al mismo tiempo para ayudar a evolucionar a otros más atrasados que en ella ya habitaban. O sea, que generalmente la andadura como Espíritu comenzó, o bien en la Tierra cuando esta era un mundo primitivo, o en otros planetas de procedencia.
Lo expuesto solamente es mi teoría, porque la Ciencia no ha dicho todavía la última palabra. En todo caso, es un misterio desconocido al ser humano, pero al paso de nuestro crecimiento evolutivo, posiblemente lleguemos algún día, con ayuda de la Ciencia, a comprender esta cuestión.
Lo que si sabemos es que aunque al comienzo de la andadura evolutiva el Espíritu humano es sencillo e ignorante, ya contiene en sí mismo todos los atributos Divinos latentes que después deberá desarrollar durante su evolución hasta grados infinitos con el transcurso de su desarrollo en el tiempo a través del proceso reencarnatorio. El Espíritu del hombre aquí no termina nunca su evolución, que es infinita, sino que seguirá trascendiendo también algún día la actual etapa humana y llegará a etapas de angelitud más próximos a la comprensión y plenitud de la Mente Creadora.
La evolución del Espíritu humano supone un incesante impulso hacia delante, en pos de una inalcanzable perfección total, que no cesa. Así continúa progresando permanentemente, aunque por un lapso de tiempo se pueda estancar voluntariamente, pero finalmente la propia ley de reajuste espiritual lo termina por impulsar hacia delante, pues el Ser espiritual siempre presiente o comprende que es lo que le falta para ser plenamente feliz, y eso le impulsa en su resolución de conquistarlo. Así, cada existencia humana es una continuación del grado de evolución que llegó a conquistar en su vida anterior.
Como ya se puede comprender, en la ley de la Reencarnación está la clave de este proceso. Lo que no pudo superar o aprender el Ser espiritual en una vida, se lo encuentra nuevamente en la siguiente, hasta que al fin consigue superarlo y asimilarlo. Lo que no se asimila o no se supera en una existencia humana, nos lo volvemos a encontrar por delante en otras existencias humanas futuras hasta que al fin logramos superarlo o conquistarlo definitivamente, y es en ese momento cuando aquel aspecto que no habíamos superado antes, deja de ser como una asignatura pendiente y este esfuerzo para lograrlo nos habrá hecho madurar y ganar esos grados de felicidad que ahora nos parecen inalcanzables.
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