INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- Precursores de la idea cristiana y del Espiritismo
2.- Olvido del pasado
3.- Los escollos delo Paranormal
4.-Importancia fisiológica del Periespíritu
5.- El temor a la Muerte
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PRECURSORES DE LA IDEA CRISTIANA Y DEL ESPIRITISMO
OLVIDO DEL PASADO
“Y si luego de haber tenido estos conocimientos antes de nacer, y haberlos perdido después de haber nacido, llegamos enseguida a recobrar este conocimiento anterior sirviéndonos de nuestros sentidos, que es lo que llamamos aprender, ¿no es esto recobrar la conciencia que teníamos, y no tendremos razón en llamar a ésta, reminiscencia?”
Sócrates a Simmias – Libro Fedón – Dialogos de Platón
Sin duda ninguna, cuando nos referimos a olvidar alguna cosa, siempre está en juego nuestra capacidad de recordar, o mejor dicho, la memoria de la que disponemos para hacerlo con mayor o menor precisión o amplitud. En este sentido, es preciso distinguir entre los distintos tipos de memoria que existen en el ser humano. Una de ellas hace referencia a la capacidad de recordar lo inmediato, lo próximo en el tiempo, mientras que otra se refiere a los recuerdos de tiempo atrás, años, décadas o periodos por los que atravesamos a lo largo de la vida, es decir, recuerdos de la infancia, de la juventud, etc.
También precisamos distinguir entre lo que es la memoria consciente y la inconsciente. Esta última, según la psicología moderna, está tan presente en nuestras vidas que, en muchos de los procesos cognitivos y emocionales que nos hacen actuar de una u otra forma es el inconsciente el que dirige nuestra acción. Tanto es así que la memoria inconsciente (reflejos condicionados, automatismos, hábitos mentales y emocionales, creencias, etc.) es la responsable de un elevado porcentaje de nuestra forma de reaccionar; según Freud, el 95% de nuestra actuación se deriva del inconsciente.
Es preciso, por último, mencionar lo que la moderna psicología traspersonal y evolutiva denomina como memoria supra-consciente. Esta última es también conocida como “memoria extra-cerebral”, y no es otra cosa que la memoria del espíritu, el acervo milenario de experiencias, sensaciones, emociones y acciones que quedaron impregnados de forma tan potente en nuestra alma, que forman un bagaje personal único e individual y que afloran en cada vida o en cada nueva experiencia de reencarnación ante cualquier suceso que nos recuerda inconscientemente la experiencia ya vivida anteriormente. Aquí encontramos las causas de numerosas patologías mentales cuyos orígenes proceden de vidas anteriores y entre las podemos destacar la “conciencia de culpa”, o los “complejos de edipo y electra” que también pueden originarse en la etapa pre-natal, infantil, etc.
Era conveniente abordar el tema de la memoria porque es preciso comprender que el olvido del pasado de nuestras vidas anteriores, tiene varios enfoques, que precisamos detallar. El enfoque filosófico lo explica magistralmente Platón en la frase que pone en boca de Sócrates y que encabeza este artículo y mucho más cuando afirma que el cuerpo es la prisión del alma, que ésta es inmortal y se reencarna en sucesivos cuerpos; para después confirmar que al nacer el alma olvida los conocimientos que poseía y que aprender no es sino recordar esos conocimientos.
El segundo ya lo vislumbramos con lo que hemos expuesto más arriba: es el enfoque psicológico. Nuestra memoria extra-cerebral es el gran archivo de nuestra alma inmortal a lo largo de las sucesivas reencarnaciones, y esto nos acompaña siempre formando parte de nuestra intimidad y reflejándose con nitidez en el cuerpo causal de nuestro periespíritu (inconsciente) cuando tenemos un cuerpo físico.
Pero también tenemos el enfoque biológico que precisamos aclarar antes de abordar el enfoque espiritual. El hombre que reencarna comienza su vida con un cerebro virgen, y a través de sus sentidos distingue y conoce el ambiente que le rodea. Paralelamente al crecimiento del niño, surge parte del subconsciente en forma de aptitudes y tendencias, procedentes de vidas anteriores, que son sus inclinaciones congénitas.
Como hemos visto en el artículo del mes anterior, a la hora de reencarnar, el periespíritu reduce su tamaño a fin de adaptarse a la célula huevo o cigoto para ir modelando las características biológicas y psicológicas que, de conformidad con la ley de causa y efecto, determinarán no solo la forma del nuevo ser que reencarna, sino también las probabilidades más adecuadas para el programa espiritual que trae a desenvolver en su nueva experiencia en la carne.
Esa reducción periespiritual trae como consecuencia la pérdida paulatina, pero temporal, de la memoria consciente del espíritu, pues en la medida que se va conformando un nuevo cerebro en el cuerpecito del feto, las células que se forman son completamente nuevas e incapaces de acceder a la memoria del espíritu y sus experiencias y recuerdos de vidas anteriores. Esto último quedará guardado en el inconsciente y aflorará puntualmente a lo largo de la vida cuando alguna percepción o sensación traiga a ese presente aquella emoción ya vivida, que no recuerda conscientemente, pero que se manifiesta con profusión debido a la fuerte impresión con la que quedó grabada en nuestro psiquismo.
“Si una simple conmoción cerebral es lo bastante para que olvidemos los hechos de nuestra vida presente, ¿cómo ha de ser posible conservar el recuerdo de algunos de los hechos de nuestras existencias pasadas, no estando grabadas en el cerebro de la nueva personalidad?”
Sebastián de Arauco – Libro: “Tres Enfoques sobre la Reencarnación“
Así pues, un cerebro nuevo no tiene capacidad de reconocer conscientemente la memoria “extra-cerebral” que nuestro inconsciente sí posee. Por ello, biológicamente es imposible recordar de forma nítida las vidas anteriores. Sólo mediante las facultades del alma se puede acceder a ese recuerdo.
Sin embargo, en la infancia se produce un hecho muy curioso a este respecto, pues muchos niños tienen percepciones, imágenes e incluso vivencias de vidas anteriores, demostrando así la reencarnación. Esto acontece porque, desde el momento en que se produce la concepción y comienza la reencarnación, esta última no se ve completada de forma definitiva hasta los siete u ocho años en los que el espíritu ha asimilado totalmente (como una esponja) los procesos biológicos y periespirituales. Es por ello que los niños, a menudo, parecen vivir entre dos mundos, el espiritual y el material, donde perciben sensaciones y tienen recuerdos que no saben explicar, e incluso tienen contacto con espíritus que son sus propios familiares o espíritus guías que les protegen y acompañan.
Y para completar el tema del olvido del pasado, debemos abordar la causa principal del mismo que tiene que ver con el enfoque espiritual. Cada vez que reencarnamos en la Tierra, por muy diferentes que sean los retos a conseguir, el objetivo principal es el progreso del espíritu. Y por ello, en las condiciones de un mundo de expiación y prueba como el que nos encontramos, nuestra principal tarea es la de reeducarnos espiritualmente. Esto tiene que ver con rescatar las deudas de nuestro pasado (expiación), y al mismo tiempo ejercitarnos ante nuevos desafíos (prueba) para crecer espiritualmente y mejorar moralmente.
Estas dos cuestiones no podrían llevarse a cabo si fuéramos conscientes de nuestros actos delictuosos del pasado o de aquello que venimos a experimentar o saldar como débito, y que supondrá, sin duda, sacrificios o aflicciones agudas durante la trayectoria en la Tierra. La gran mayoría de nosotros seríamos incapaces de aprovechar la vida en la carne para reeducar nuestra alma y progresar en el bien si fuéramos conscientes de que nuestro enemigo del pasado ha reencarnado con nosotros como hijo, esposa, padre o hermano. Los odios se recrudecerían y las venganzas impedirían al ser humano progresar y perdonar. Lazos de consanguinidad o familiares permiten, con el afecto que les son propios y el olvido de las deudas anteriores contraídas, acoger con amor y cariño a aquel que tanto daño nos hizo y al que ahora adoramos o queremos como hijo.
Y a la inversa, espíritus más elevados que nosotros que fueron víctimas de nuestros rencores y venganzas, reencarnan como hijos o familiares nuestros para darnos ejemplo y ayudarnos a desarrollar el afecto y el amor que no tuvimos con ellos, resarciendo así las deudas contraídas y estableciendo lazos de perdón y de cariño que convertirán a los antiguos enemigos en amigos mediante los lazos fraternos que ahora, con el olvido de las ofensas pretéritas y el cariño del presente, se consolidan definitivamente.
“Los males con que afligimos a nuestros semejantes, nos persiguen como nuestra sombra sigue a nuestro cuerpo” - Krishna
También la debilidad psicológica o mental, derivada de nuestras falencias milenarias, vicios o pasiones desordenadas, defectos morales enquistados como hábitos perniciosos en nuestro inconsciente (odios, soberbia, envidias, celos, resentimientos, etc.), son en algunos casos tan fuertes y tan arraigados que el conocimiento consciente de las situaciones en que cometimos crímenes hediondos contra el prójimo o contra nosotros mismos (suicidio por ejemplo), crearía en nosotros un sentimiento de culpa consciente tan enorme que nos impediría progresar, al mismo tiempo que el conocimiento de esas situaciones por parte de los que nos rodean crearía un clima de imposible superación de las taras más graves de nuestra alma inmortal.
La providencia y la Ley divina, actuando bajo la misericordia infinita y sabiduría de Dios, nos priva del recuerdo y conocimiento consciente de nuestro pasado cuando tomamos un nuevo cuerpo. Ese olvido desaparece al volver al plano espiritual después de cada experiencia en la carne. Y cuando el espíritu evoluciona lo suficiente y forma parte de humanidades más avanzadas en elevación y progreso moral, sí le es permitido recordar sus experiencias de vidas anteriores a fin de mejorar sus objetivos de plenitud y lucidez en la nueva vida con materia.
Todo se enlaza en el universo y se articula en base a leyes justas y perfectas que persiguen el objetivo de beneficiar al hombre en su camino hacia la felicidad. El olvido del pasado es temporal, siendo así un acto de misericordia y de sabiduría de Dios, inteligencia suprema, que creó y reguló la evolución del alma humana para regresar hasta Él al alcanzar una perfección relativa, sin perder nuestra individualidad y en total integración con su Amor Divino.
Antonio Lledó Flor- Amor, Paz y Caridad
“El olvido de las experiencias en vidas anteriores permite el equilibrio entre el espíritu y cuerpo físico impidiendo las tensiones provocadas por recuerdos que violentan psicológicamente a la persona y a sus relaciones” J.A
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En los medios espiritualistas de la videncia o de la New Age, existen efectos de moda que se suceden a partir de diferentes conceptos extraídos de antiguas creencias, y que acaban por confundir a todo el mundo. Y entre estas ideas que están en boga, recordemos una que es propagada por videntes, médiums o curanderos, la de una supuesta influencia de los Espíritus y que se resume más o menos así:
“Ustedes están perturbados, deprimidos, tienen la piel enferma. Pues bien, son Espíritus parásitos que se pegan a ustedes y les sacan toda su energía”.
Por supuesto, la información habrá sido dada por un vidente o médium patentado que no duda en afirmar a su consultor que está bajo la influencia de varios Espíritus perturbadores, por lo general en número de cuatro, cinco o seis. Eso significaría entonces en lenguaje espírita, que estas personas serían víctimas de la obsesión de muchas entidades, sin que se puedan determinar las razones. Nos sucede que encontramos a estas personas supuestamente víctimas de obsesiones plurales y después del análisis, a menudo comprobamos la existencia de desórdenes psíquicos, perfectamente identificables en cuanto se conoce bien la trayectoria de vida de la persona. Y fuera de verdaderas perturbaciones con efectos físicos (Poltergeist, raps o apariciones fantasmales) con la mayor frecuencia se ven verdaderos problemas psico-afectivos que se traducen en desagradables sensaciones o malestares físicos. Sin contar con que el entusiasmo por lo paranormal puede inducir a las personas frágiles a imaginar que sufren de persecuciones espirituales, y condicionarse así a una forma inconsciente de autosugestión; lo cual puede conducir a sensaciones o visiones totalmente subjetivas.
El papel del espírita “cazador de fantasmas” es entonces separar el desorden psíquico de la manifestación obsesiva, lo que a veces parece complejo en el primer intento. De todas maneras, el desconocimiento del sujeto dentro de la mala interpretación que se hace, conduce a muchos desórdenes psíquicos, donde se esperarían manifestaciones más objetivas.
No obstante, en algunos casos estas últimas existen, allí donde muy a menudo hay efectos físicos externos a la persona y que igualmente son comprobados por el entorno. Puede tratarse entonces de manifestaciones provocadas por el espíritu de un antiguo arrendatario o propietario, que no comprende o no soporta, la presencia de nuevos habitantes en los lugares a los cuales se ha quedado apegado y que sigue frecuentando.
Ocurre igualmente, que los fenómenos se desencadenan después de una tentativa de comunicación con el más allá, que ha atraído a un espíritu perturbador. Y si a veces hay obsesión de una influencia que subyuga a la persona involucrada, eso se manifiesta por desórdenes de la personalidad y el comportamiento. Cuando se trata de picor, hormigueo en todo el cuerpo, zumbidos y silbidos en los oídos o sentir como una presión sobre un lugar del cuerpo, una opresión, etc., es preciso ser más cauteloso en la medida en que estos no son propiamente los signos distintivos de una obsesión. La mayoría de los testimonios toma en cuenta todos estos tipos de sensaciones que, en general, no son acompañados por desórdenes de la personalidad.
Entonces el único inconveniente es el temor que engendra, luego de un condicionamiento auto sugestivo que puede provocar diversas sensaciones (subjetivas en cuanto a su origen). Los malos consejeros El problema en esta circunstancia, es que los llamados videntes o médiums, solicitados por las personas perturbadas, tienen para cada una el mismo discurso, para una conclusión fácil: “Si están perturbados, es porque son médiums y los Espíritus están pegados a ustedes”. Por supuesto, no se trata de una información recibida sino de una deducción apresurada que se acompaña de algunos consejos como las tradicionales protecciones con agua bendita, sal u otros amuletos. O bien otros consejos más turbadores: “Déjense ir a la escritura automática y pregunten al espíritu lo que quiere”. En cuyo caso, si la persona tiene cierta sensibilidad, se arriesga a abrir la puerta a una presencia importuna que ya estaba allí o que no estaba.
Y cuando se conoce la realidad de los Espíritus en turbación o mal intencionados, ellos son incapaces de la menor coherencia en sus palabras pudiendo arrastrar al intermediario humano a falsas interpretaciones.
Además, no es tratando de comunicarse con un espíritu como se consigue su liberación, y no se hace sino atraerlo más sin saber qué hacer con él. Es obvio lo que ciertos videntes y médiums ignoran, incitando a los que consultan a lanzarse en la boca del lobo sin darles la solución, pero agravando el problema. He aquí la situación para una persona sensible que realmente haya vivido los fenómenos o sufrido una obsesión.
Y luego, están los casos de personas cuyas perturbaciones son únicamente psicológicas, a quienes se les dice que tienen varios Espíritus pegados a ellas. Y este error de diagnóstico agrava aún más la situación, pues el miedo a los Espíritus conllevará una amplificación de los desórdenes psíquicos. Detengámonos un instante en esta palabra “pegado” que se ha convertido en común. ¿Habría que imaginar entonces que los Espíritus, varios, estarían prendidos de alguna manera a una persona como sanguijuelas o vampiros que se nutren con la energía vital de su víctima?
Con lo que se ha sugerido, uno se aproxima, con una imagen chocante que tiene con qué desestabilizar a las personas frágiles, pues al oír la palabra “pegado”, la gente genera naturalmente una terrible angustia, igual que lo haría el anuncio de una enfermedad irremediable.
Sería pues deseable que los profesionales de la videncia asumieran sus responsabilidades a partir de un verdadero conocimiento de los principios espíritas. Y puesto que han aceptado un papel, que éste sea por lo menos el de tranquilizar antes que asustar, que sea una ayuda que ofrecer a las personas desamparadas y no decirles que son médiums perturbados por entidades, sino dando muestras de un espíritu de análisis, y luego hacerse cargo si realmente hay un problema. Los escollos del elitismo
Dentro de la complejidad de estos asuntos, también se ha visto surgir otro tipo de problema. Personas atraídas por lo paranormal, o a quienes se les hecho creer en una sensibilidad mediúmnica, muy a menudo desean que las cosas no se detengan allí y que una perturbación pasajera pueda abrir otras posibilidades de contactos más tranquilos con los Espíritus. Y allí, nuestros consejos espíritas de prudencia son muy mal aceptados. Nuestro principio de precaución consiste en indicarles no intentar el contacto, o suspenderlo si ya se ha entablado. Se observa entonces una rebelión por parte de las personas que, persuadidas de su mediumnidad, ante todo no quieren abandonarla, deseando sólo que se venga en su ayuda para quitarles los Espíritus que las perturban.
Estas mediumnidades, reales o supuestas, son como regalos del cielo que habría que preservar a toda costa. Se ve entonces a personas “pegadas” (no ya en el sentido anterior) sino aferradas a lo que les daría una función particular, singularizándolas respecto a las demás. “Tener un don”, eso se convierte entonces en sentirse portador de una misión especial, eso se convierte en parte integrante de una nueva personalidad que se le da, es una aptitud que no puede ser abandonada. Y entonces, cuando aconsejamos detener todo, tenemos la impresión de que se despoja a la gente de lo que le es más precioso. Se entra allí en una fase psicológica que se explica muy simplemente: singularizarse por una facultad, es darse una personalidad diferente, es alcanzar lo que parecía inaccesible, y al final es muy a menudo señal de un complejo de inferioridad que se transforma en complejo de superioridad, lo que más sencillamente se llama el orgullo del que finalmente puede decirse: “¡Yo existo!”. Pero existir como médium, es muy diferente, es la aceptación de lo bueno y de lo menos bueno, y es también una pesada carga que debe ser acompañada por otros y controlada en el seno de un grupo espírita.
Ahora bien, los candidatos a médiums, a quienes algunos han hecho creer que tienen grandes posibilidades, mayormente no quieren ser objeto de análisis ni control dentro de un grupo, sino que quieren bastarse a sí mismos con la certeza de que, por sus propias sensaciones e intuiciones, la verdad se liberará por sí misma. Estamos frente a una desviación que, desde luego, no data de ayer sino que, a través de varios médiums o pseudo-médiums, ha dado lugar a toda una literatura en la que un espírita ya no puede reconocerse. En todo eso se han olvidado los principios básicos que fueron definidos por el fundador del espiritismo.
Allan Kardec insistía en el conocimiento de la filosofía espírita antes de todo ponía el acento sobre la formación de los espíritas, significando con ello que se necesitaban espíritas instruidos, conscientes, reflexivos y comprometidos con una causa a ser defendida. Y si había mediumnidad que desarrollar, era necesario de antemano que las personas involucradas fueran ya verdaderos espíritas.
Y es allí donde duele, cuando nuestros contemporáneos desinformados se imaginan que primero hay que convertirse en médium para asegurar mejor su avance espiritual. He aquí todavía un concepto que desnaturaliza completamente el sentido de una verdadera espiritualidad. ¿Habría pues que ser médium para sentirse evolucionar? Por consiguiente, ¿habría entonces que suponer que si no se es médium, la evolución se nos escapa?
Tenemos que descartar esta idea turbadora que revela insidiosamente una forma de elitismo espiritual a partir de facultades. Los principios espíritas son los mismos para todo el mundo, médium o no médium; son humildad, don de sí, compartir, sin que se tenga que venerar a un médium que desempeñaría el papel de guía de pensamiento.
Las mediumnidades, en su diversidad, son particularidades inherentes a las sensibilidades humanas. Pueden corresponder a misiones elegidas antes de la encarnación pero, de todas maneras, deben inscribirse dentro de un marco colectivo adecuado, a saber, el marco espírita, no conocemos otro. Por supuesto podemos excusar a las personas que, ingenuamente, imaginan que la mediumnidad les haría hacer un gran bien en la evolución, en la medida en que eso se dice y se escribe en todas partes en palabras espiritualistas influenciadas por diferentes modelos: son las altas espiritualidades de la canalización, son las creencias en una evolución rápida y artificial para llegar más pronto a las puertas del Nirvana.
No, la evolución no será el fruto de un método personal para llegar más rápido a la serenidad. Muy por el contrario (y, además, no se trata de serenidad) la ley de la evolución universal enseñada por el más allá, es el camino áspero y difícil de la lucha en la humanidad y por la humanidad. Es volver a poner los pies bien sobre la Tierra, aunque se mantenga la cabeza en las estrellas, a fin de participar en el avance de una idea esencial. Hay allí un principio espírita de fondo que no tiene que ser pervertido por la influencia de espiritualidades elitistas y personales. Y para volver a los médiums, pero “los verdaderos”, evidentemente su función forma parte de su evolución, de su camino elegido en esta vida para esa función, lo que no significa que eso sea el camino ideal para alcanzar el absoluto divino más pronto que los demás. No hay camino ideal para nadie, sino el de un progreso lento y difícil para todo el mundo, que se realiza de vida en vida. Realizarse en esta vida haciendo lo que se debe, es una etapa importante para el progreso de cada uno, pero esa no es la realización total y trascendente de la pureza del espíritu.
Por Jacques Peccate – Traducción de Ruth Neumann Publicado en la revista Le Journal Spirite en Español. La Revista del Círculo Espírita Allan Kardec de Nancy (Francia). Nº 95 Enero – Marzo de 2014.
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Importancia fisiológica del Periespíritu
Dentro de nuestra actividad doctrinaria acostumbramos a impartir conferencias y charlas relacionadas con los temas del Espíritu. Cierto día, después de una exposición, una joven, en el tiempo dedicado al coloquio, preguntó: ¿ Porqué tengo tanto miedo a la muerte?
.- Por el desconocimiento sobre la realidad espiritual – contestamos.
Efectivamente, los pueblos occidentales carecemos en general, por desgracia, del conocimiento suficiente para saber que el alma es inmortal, que la vida continúa después de la muerte física. Si ya desde nuestra más tierna edad nos enseñasen a comprender que el espíritu, no muere, nuestra mente estaría despierta a este acontecimiento irreversible. Aunque lo hayamos oído muchas veces es algo en lo que no nos paramos a meditar, a pesar de su gran importancia.
Son pocas las personas que en su existencia corporal se esfuerzan por vivir las enseñanzas del Evangelio de Jesús, creyendo que los esfuerzos y sacrificios, así como las vicisitudes soportadas durante su vida en la Tierra, les han de garantizar la liberación del Espíritu cuando pasen al otro lado.
Existen dos factores muy importantes que perturban a los encarnados en la última hora creándoles serías dificultades, y que les retienen más tiempo del debido junto a su cadáver, después de haberles considerado “muertos”. Uno de ellos es el proverbial “miedo” a la muerte. Y el otro factor, proviene de los lamentos familiares que en su desesperación e ignorancia terminan por imantar al “fallecido” a su lecho de dolor, dificultándole la liberación rápida del espíritu.
No basta que el ser humano haya sido educado brillantemente o que posea una cultura adelantada, acumulada a través de los muchos años de estudio, ya que generalmente valoran las cosas del mundo material y confunden el verdadero sentido de la vida del espíritu inmortal con los efectos transitorios de la existencia física. Cuando se enfrentan con el terrible momento de la “muerte”, en donde la vida corporal se escapa sin posibilidad alguna de retención, el miedo domina su cerebro y se apegan desesperadamente a los últimos resquicios de vitalidad, solicitando más tiempo para desatar los lazos de la existencia terrena. Incluso algunos por su tremendo temor y mostrando su disconformidad, terminan por encarcelar su espíritu en el cuerpo agonizante. En vez de predisponer la mente hacia la invitación libertadora del espíritu, prefieren el apego al instinto animal que lucha encarnecidamente para impedir que su espíritu se libere.
También la aflicción, la desesperación y el rechazo de la familia y amigos que le rodean producen filamentos densos de magnetismo que imantan al espíritu desencarnante a su cuerpo material como si fuesen gruesas cuerdas vivas que sostienen el alma en agonía. Entonces, al estar presos en las mallas esclavizantes de la poderosa red magnética, se ven obligados a presenciar los lamentos, gritos y desesperaciones que vibran alrededor de él. Y es tan perjudicial esa afectiva misión, establecida a través de los lazos magnéticos de sus seres queridos, que en muchos casos, algunos espíritus de reconocida elevación espiritual, llegan a programar para que su desencarnació n se produzca durante el sueño o alejados de la familia, con el fin de que los individuos puedan “morir” sosegados. Así, como los desenlaces súbitos ocurridos fuera del hogar en donde la desesperación de los parientes no les puede afectar el espíritu, que ya está liberado de los lazos que le ataban a la vida física.
Es conveniente reflexionar que si para los encarnados la muerte de un familiar significa una tragedia insuperable y a su vez un drama doloroso, el mismo acontecimiento para sus parientes ya desencarnados, se transforma en un hecho jubiloso, pues en realidad se trata del retorno de un ser querido a su verdadero hogar, a la “Patria Espiritual”.
No hay separación absoluta; lo que realmente existe es que el espíritu devuelve a la tierra su vestimenta carnal, usada e inservible, que le fuera prestada para el rápido aprendizaje a través de algunos años terrenales.
La desencarnación tiene características muy particulares; cada uno recoge aquello que siembra, en el tiempo exacto y previsto de la Ley Divina.
Cierto es que en el momento de desencarnar aparecen junto a nosotros espíritus amigos o de familiares que nos asisten en la hora crítica. De eso no tenemos duda. Pero también podremos encontrarnos con dificultades que se anteponen a la mayoría de los desencarnados, principalmente a causa de su comportamiento con otros seres a los que perjudicaron, cuyas influencias amenazan a los recién llegados de la Tierra.
Podremos tener la protección de la asistencia benefactora que nuestros amigos invisibles nos prestan, pero esa defensa dependerá mucho del caudal de virtudes que posea el espíritu desencarnante y del modo como haya vivido en la materia, porque es común, que los encarnados obedecen más a los instintos de las pasiones animales que a la razón espiritual; poco a poco se dejan envolver por las sugestiones maléficas de los malhechores de las sombras, que desde el Más Allá les preparan anticipadamente para que sintonicen mejor con sus vibraciones inferiores.
Es por ello que aún, todavía, estamos a tiempo de preparar el camino de nuestras buenas acciones, pues serán lo único que nos llevaremos cuando esa hora llegue para nosotros. Porque recordemos que la muerte es un fenómeno biológico que transfiere al ser de una realidad hacía otra, sin extinción de la vida.
Juan Miguel Fernández Muñoz
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