viernes, 18 de marzo de 2011

Viejos


Gran número de personas tienen miedo a la vejez. El propio termino vejez viene siendo sustituido por la expresión de la tercera edad, para causar menos impacto.


Es que, de un modo general, las personas observan la vejez como el periodo de la disminución de las fuerzas físicas; de la menor resistencia del organismo a las dolencias. En muchos casos, reduce la capacidad mental; dependencia de otros en las necesidades personales y proximidad a la muerte.

Ante la vejez que se aproxima, la persona queda manteniendo algunas preguntas como: ¿Qué será de mi?


¿Será que me voy a quedar inútil? ¿Será que me abandonaran en un asilo?
Esas dudas, se alimentan con frecuencia, pueden generar angustia e infelicidad.

Por pensar que la vejez es sinónimo de incapacidad es que aquel profesor de violín oyó, admirado, la pretensión de aquel vecino de setenta y siete años: ¡quiero ser su alumno!

Muy bien, señor Antonio, sea hecho su voluntad. Mientras tanto, es bueno que el señor sepa que no siendo joven tendrá dificultades en el aprendizaje. Además, se trata de un instrumento musical de los más complejos.

El señor viejo era lúcido y ágil. Por eso respondió:

- No tengo problema. Estoy dispuesto a enfrentar esa barrera. Aun  con mis limitaciones.


El profesor del violín no se conformó.

¿Señor Antonio, ya se dio cuenta de que para su iniciación musical será necesario años dedicados al estudio y ejercicios?

¿Considerando su edad, su vida caminando hacia el fin, no le parece un desperdicio estudiar?

Fue ahí que el señor Antonio sonrió y dio una lección fuera de serie al joven profesor:

- De ninguna forma es un desperdicio. El esfuerzo del aprendizaje me ofrecerá motivaciones para la vida. Alegrará mi presente y también preparará mi futuro. Tengo la certeza de que, al regresar al mundo espiritual, estaré enriquecido con nociones musicales. Eso facilitará mi reintegración en la verdadera patria, la del espíritu. Al final, también hay violinistas.

Esta es la verdadera sabiduría. No desistir nunca. No permitir parar de aprender.


Al final, la vida no se acaba. Son solamente etapas de aprendizaje que se complementan. Etapas que deben ser aprovechadas integralmente, favoreciendo el porvenir.

Lo que se aprende en una existencia, se archiva y en la otra, aparecerá como vocación, talento.

Aprender en cualquier edad es el camino mágico de gloriosas realizaciones.

Quien realiza el aprendizaje con perseverancia, va en frente, mejorando siempre, sin cansarse nunca.

Vicente de Paul es el excelente modelo de quien supero la enfermedad y la vejez.

Después de los setenta años, se tornaron imposibles los viajes a caballo para las visitas habituales a las variadas casas sacerdotales; aun así el prosiguió en el trabajo.


Al llegar al punto de no poder salir de la casa donde residía, el no para.


Dotado de indomable energía, Vicente, cada mañana profiere una palestra a sus discípulos. Conserva impresionante serenidad y lucidez al final de su vida.

Vida de producción hasta el fin. Bien dice que la juventud solo acaba cuando se apaga el entusiasmo.

Como bien se percibe, el hombre se va sensibilizando más y más preocupándose con esta larga faja de personas que transita para más allá de la madurez física.


No deja de constituir lección de sabiduría pues, desde que la medicina y la calidad de vida han permitido que el hombre alargue sus días sobre la Tierra, es necesario nos preocupemos de cómo será nuestros días futuro, si llegamos allá.



( De los libros Atravesando la Calle cap. 18 y Vicente de Paulo pág. 136 a 145)

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