lunes, 14 de marzo de 2011

Colaboración de Merche


   INVESTIGANDO EL ESPÍRITU

Cada Espíritu es un mundo y gravita en torno de otros mundos que le son afines; nosotros conocemos de cada uno, apenas algunos detalles insignificantes en el cómputo general de cada individualidad.


Todo guarda una enseñanza, incluso las cosas peores y, por eso, nuestros ojos deben mirar para aprender. Quien conoce el olor del estiércol del corral, sabe dar mayor valor al perfume del jardín, aunque no deje de ir al corral donde precisa coger la leche que sirve a la mesa, ni deje de ir al jardín porque las flores no alimentan. Tenemos en la vida duras realidades y tiernas bellezas, necesidades y placeres y debemos transitar entre ellas con el mismo espíritu de elevación, conscientes de que, por muchos siglos aun, nos serán inseparables.

El hombre para discernir precisa conocer lo cierto y lo errado, precisa conocer el lado bueno y el lado malo de las cosas, precisa, en fin, conocer la vida, porque es la vida que contiene cosas buenas y cosas consideradas malas. Lo que no precisa y no debe, es vivir el lado malo de las cosas, porque es eso lo que lo contamina y le pierde.

Llegará un día, en la faz de la Tierra, en que las ciencias del Espíritu catalogaran como enfermedades el orgullo y el egoísmo, la vanidad y la ambición y el orden social les obligará a severo tratamiento, una vez que son fuentes permanentes del mal y de la intranquilidad que reinan en el globo. El hombre que rebasa los límites de la normalidad, camina hacia la locura declarada, y es una fuente generadora de desequilibrio, en potencial.

El mal del mundo nace en el corazón del hombre egoísta y orgulloso, que no sabe perdonar, ceder u obedecer, comprender y ayudar, guardando las debidas proporciones de sí mismo como frágil criatura, necesitada de todo y de todos.

Lo malo es que la Humanidad sabe eso hace milenios y continúa siendo la misma. El mensaje de Jesús no tuvo otro sentido sino el de convocar a los hombres hacia la humildad y la caridad, a fin de que pudiesen amarse los unos a los otros. El Maestro incitó a los buenos a tolerar y ayudar a los débiles, para que las pruebas de los hombres se abreviasen con la extinción del mal sobre la Tierra.

¿Y qué es lo que hicimos hasta ahora? Estamos lejos muy lejos del Paraíso terrestre para cuando los tiempos sean llegados.

Los actos humanos deben ser juzgados por la intención que los motiva, no por los efectos que puedan llegar a tener, por fuerza de las cosas. El mal se elimina a si mismo, sin que nadie se erija en justificador. Va creando gérmenes de la propia destrucción, hasta que no puede contenerlos más. Cada uno responde por sus actos, a pesar de que el mal que genere, pueda resultar beneficios para centenares de personas. La vida es una escuela en que contra más se vive, más se aprende. No podemos responsabilizarnos por lo que los otros hacen más allá de los límites de nuestras decisiones, cada hombre siembra, con sus pensamientos y actos siendo la cosecha fruto del tiempo y de la vida.

Es te mundo no está a la deriva, ni la propia Naturaleza está abandonada: cuando sus fuerzas naturales llegan a un punto de desequilibrio, ella se autocorrige.

La felicidad no es tener poder, ni vagabundear, ni gozar los placeres de este mundo: La felicidad es tener la conciencia tranquila por el deber cumplido con amor. Solo el amor importa mientras el more en nuestros corazones, ni dolores ni tinieblas perturbaran nuestra paz, porque el es caritativo y perdona, ayuda, soporta, comprende y por encima de todo, nos hace cada vez mejores ante la vida y ante Dios.

Ninguna comunidad puede progresar y vivir en paz cuando las personas que la componen no se respetan mutuamente. Cuando se vive feliz y con respeto, la vergüenza nos ayuda a no violar las reglas de la comunidad. Todo ser humano debe observar rigurosamente el deber y la disciplina, el respeto y la solidaridad. Cualquier función que realicemos hagámosla con amor y aremos brotar de ella nuestro reconocimiento. Debemos respetar las reglas, cumpliéndolas con ese amor y con toda nuestra responsabilidad como hijos de Dios.Cuando consigamos vencer todos los escrúpulos y perjuicios y nos abracemos con amor, encontraremos al fin del sendero nuestros corazones modificados, pues el amor genera amor y cubre la multitud de nuestros pecados. Cuando el hombre en la Tierra conozca el verdadero potencial de una vibración de amor, de un gesto de fraternidad, de una palabra de consuelo y de perdón, movilizará esa energía, que está dentro de si mismo, para transformarse a si mismo y el mundo que lo rodea pues el amor es la única semilla que produce eternamente.

El amor, el respeto la verdadera fraternidad es la única cosa de valor en este mundo porque nunca mueren y siempre aumentan nuestras riquezas espirituales, nuestra felicidad todo en la vida tiene su razón de ser y cuando podamos penetrar en los recuerdos de nuestro propio pasado, encontraremos muchas explicaciones para las cosas aparentemente inexplicables.

Nuestras vidas están entrelazadas. Convivimos en la vida con mucha gente, tenemos muchos lazos afectivos, y cada lazo afectivo tiene su historia, buena o mala, porque los sentimientos se estructuran en los siglos. Amor y odio, solo en los cuentos de fantasía nacen a primera vista. Ellos nacen y se fortalecen o se rompen en el transcurso de los siglos. Convivimos con acreedores y deudores del pasado, teniendo que pagar y recibir de los que comparten con nosotros la existencia. Por esa razón, quien sabe amar siempre, dando y perdonando va resolviendo todos sus problemas Karmico dentro de la mayor naturalidad, al mismo tiempo que va facilitando, a los que le deben, saldar sus deudas con menores humillaciones y mayores alegrías.

Todos debemos aprender a aceptar las cosas que nos llegan y contra las cuales somos impotentes. El hombre negligente y que se entrega a la indisciplina mental, es foco permanente de complicaciones. Es muy difícil que nos ajustemos al deber y a la disciplina, los dos imperativos, mayores para garantizarnos la tranquilidad del Espíritu.

El amor no es flor pasajera que la primavera pone encanto; es como el carbón de la tierra que precisa de siglos para transformarse en joya. De la misma forma, la gestación del odio es larga y se funda en realidad del ayer.

Todo el Universo obedece a leyes precisas e inmutables, y no es el destino de los hombres las criaturas superiores de la tierra, los que están a merced de las fuerzas del acaso. Todo viene y va, en la vida, a su tiempo. Debemos aprender a aceptar las cosas como contingencias necesarias, incluso cuando no podemos entenderlas, confiando en el Conductor Celeste que no está distante de ellas.

Todos sabemos qué sin el Sol la vida fenecería y bendecimos su presencia vivificante en el Universo, sin por eso conocer su intimidad e indagarle los secretos. Sabemos, también, como saben los propios salvajes, que existe un Ente Superior que todo lo creó y a todo prevé, que como incomparable Maestro rige la armonía de la vida Universal, sin por eso haberle visto, imaginándole de mil formas. Son certezas que no discutimos y que nos sustentan el ánimo, aunque no podamos entenderlas en su plenitud. Mientras somos ignorantes, esa fuerza interior deberá animar nuestro raciocinio, a medida que evolucionamos vamos entendiéndola, sustituyendo nuestro impulso místico por el conocimiento de las causas y de los fenómenos. El hombre teje por si mismo su propio futuro, preparando su propio camino, el contenido del mañana es la evolución constante. Las escenas de hoy continúan una historia pasada.

Procuremos solucionar hoy los problemas que trajimos del ayer, creando un futuro mejor a nuestro atribulado espíritu, sondeando en el interior descubriremos las negligencias del ayer que impetuosamente quieren reaparecer, pero si estamos atentos y vigilantes, nos las dejaremos surgir hasta que estemos debidamente preparados para salir de ellas airosos, no creando así nuevos emprendimientos de rectificación que nos llevaría mucho tiempo y que retardaría nuestra redención, nuestra libertad.


Merchita Cruz

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