INQUIETUDES ESPÍRITAS
1.- La mujer y la mediumnidad
2.- Transformación
3.- Herencias físicas de una a otra encarnación
4.-¿Dónde podemos encontrar a Dios?
5.- Suicidio
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LA MUJER Y LA MEDIUMNIDAD
Se encuentran, en ambos sexos, excelentes médiums; es la mujer, sin embargo, en la que parecen otorgadas las más bellas facultades psíquicas. De allí el eminente papel que le está reservado en la difusión del nuevo Espiritualismo. Observando las imperfecciones inherentes a toda criatura humana, no puede la mujer, para quien la estudia imparcialmente, dejar de ser objeto de sorpresa y algunas veces admiración.
No es únicamente en sus trazos personales que se realizan, en la Naturaleza y en el Arte, los tipos de belleza, de la piedad y de la caridad; en lo que se refiere a los poderes íntimos, la intuición y la adivinación, siempre fue ella superior al hombre.
Es entre las hijas de Eva que la antigüedad obtuvo sus célebres videntes y sibilas. Esos maravillosos poderes, esos dones de lo Alto, la Iglesia entendió, en la Edad Media, que debía avistar y suprimir, mediante los procesos instaurados contra lo que se llamó brujería.
Hoy encuentran ellos su aplicación, porque es sobre todo por intermedio de la mujer que se afirma la comunión con la vida invisible. Más de una vez se revela la mujer en su sublime función de mediadora y lo es en toda la Naturaleza. De ella proviene la vida; es ella la propia fuente de ésta, la regeneradora de la raza humana, que no subiste y se renueva sino por su amor y sus tiernos cuidados. Y esa función preponderante que desempeña en el dominio de la vida, y todavía la ocupa en el dominio de la muerte.
Pero nosotros sabemos que la muerte y la vida son una, son las dos formas alternadas, los dos aspectos continuos de la existencia. Mediadora también es la mujer en el domino de las creencias. Siempre sirvió de intermediaria entre la nueva fe que surge y la fe antigua que desfila y va desapareciendo. Fue su papel en el pasado, en los primeros tiempos del Cristianismo, y todavía lo es en la época presente.
El Catolicismo no comprendió a la mujer, a quien tanto debía. Sus monjes y padres, viviendo en el celibato, lejos de la familia, no podían apreciar el poder y el encanto de ese delicado ser, en quien percibían antes un peligro.
La antigüedad pagana tuvo sobre nosotros la superioridad de conocer y cultivar el alma femenina. Sus facultades se expandían libremente en los misterios. Las Sacerdotisa en los tiempos védicos, era asociada íntimamente al altar doméstico, en Egipto, en Grecia, en Galia, en las ceremonias de lo oculto, por todas partes era la mujer objeto de una iniciación, de una enseñanza especial, que de ella hacían un ser casi divino, el hada protectora, o genio del hogar, la custodia de las fuentes de la vida. A esa comprensión del papel que la mujer desempeña, personificando en ella la Naturaleza, a sus profundas intuiciones, sus percepciones sutiles, sus adivinaciones misteriosas, es que se debió la belleza, la fuerza y la grandeza épica de las razas griega y céltica. Porque, así como sea la mujer, así es el hijo, así será el hombre.
Es la mujer que, desde la cuna, modela el alma de las generaciones. Es ella que hace los héroes, los poetas, los artistas, cuyos hechos y obras fulguran a través de los siglos. Hasta los siete años el hijo permanecía en el Gineceo bajo la dirección materna. Y se sabe lo que fueron las madres griegas, romanas y galesas. Para desempeñar, sin embargo, tan sagrada misión educativa, era necesaria la iniciación en el gran misterio de la vida y del destino, el conocimiento de la ley de las preexistencias y de las reencarnaciones; porque sólo esa ley da a la vida del ser, que va desabrochar bajo la égida materna, su significación tan bella y tan conmovedora.
Esa benéfica influencia de la mujer iniciada, que irradiaba sobre el mundo antiguo como una dulce claridad, fue destruida por la leyenda bíblica del pecado original.
Según las Escrituras, la mujer es responsable por la corrupción el hombre; ella pierde a Adán y, con él, a toda la Humanidad; consecuentemente atrayendo Sanción.. Un pasaje de Eclesiastés la declara "una cosa más amarga que la muerte". El casamiento mismo parece un mal: "Que los que tienen esposas sean como si no las tuviesen" - exclama Pablo. En ese punto, como en tantos otros, la tradición y el espíritu judaico prevalecieron, en la Iglesia, sobre el modo de entender del Cristo, que fue siempre benévolo, compasivo, afectuoso para con la mujer.
En todas las circunstancias la escuda él con su protección; le dirige sus más tocantes parábolas. Le extiende siempre la mano, aún cuando decaía. Por eso las mujeres reconocidas forman una especie de cortejo y muchas lo acompañaron hasta la muerte.
La situación de la mujer, en la civilización contemporánea, es difícil, en lo raro y dolorosa. No siempre la mujer tiene para sí los usos y las leyes; mil peligros la cercan, si ella flaquea, si sucumbe, raramente se le extiende la mano amiga.
La corrupción de las costumbres hace de la mujer la víctima del siglo. La miseria, las lágrimas, la prostitución, el suicidio - tal es la suerte del gran número de pobres criaturas en nuestras sociedades opulentas.
Una reacción, sin embargo, ya se va operando. Bajo la denominación de feminismo, un cierto movimiento se acentúa legítimo en su principio, pero también exagerado en sus intuitos; porque al lado de las justas reivindicaciones, enuncia propósitos que harían de la mujer, no más la mujer, sino una copia, parodia del hombre.
El movimiento feminista desconoce el verdadero papel de la mujer y tiende a desviarla del destino que natural y normalmente le fue trazado.
El hombre y la mujer nacieron para funciones diferentes, pero complementarias. En el punto de vista de la acción social, son equivalentes e inseparables. El Espiritualismo moderno, gracias a sus prácticas y doctrinas, todas de ideal, de amor, de equidad, encara la cuestión de modo diverso y resuelve sin esfuerzo.
Restituye a la mujer su verdadero lugar en la familia y en la obra social, indicándole la sublime función que le cabe desempeñar en la educación y en el adelantamiento de la Humanidad. Hace más, la reintegra en su misión de mediadora predestinada, verdadero trazo de unión que liga las sociedades de la Tierra a las del Espacio.
La gran sensibilidad de la mujer la constituyen en médium por excelencia, capaz de exprimir, de traducir los pensamientos, las emociones, los sufrimientos de las almas, las altas enseñanzas de los Espíritus celestes. En la aplicación de sus facultades encuentra ella profundas alegrías y una fuente viva de consolaciones. El carácter religioso del Espiritismo la atrae y le satisface las aspiraciones del corazón, las necesidades de ternura, que extiende, hacia más allá de la tumba, a los seres desaparecidos.
El peligro para ella, como para el hombres, está en el orgullo de los poderes adquiridos, en la susceptibilidad exagerada. En los celos, suscitando rivalidades entre médiums, que se tornan muchas veces motivo de separación para los grupos. De allí la necesidad de desenvolver en la mujer, al mismo tiempo que los poderes intuitivos, sus admirables cualidades morales, el olvido de sí misma, el júbilo del sacrificio, en una palabra, el sentimiento de los deberes y de las responsabilidades inherentes a su misión mediatriz.
El Materialismo no ponderando sino a nuestro organismo físico, hace de la mujer un ser inferior por su flaqueza y la impele a la sensualidad. A su contacto, esa flor de poesía sucumbe al peso de las influencias degradantes, se deprime y envilece. Privada de su función mediadora, de su inmaculada aureola, tornada esclava de los sentidos, no es más que un ser instintivo, impulsivo, expuesto a las sugestiones de los apetitos mórbidos.
El respeto mutuo, las sólidas virtudes domésticas desaparecen; la discordia y el adulterio se introducen en el hogar; la familia se disuelve, la felicidad se aniquila.
Una nueva generación, desilusionada y escéptica, surge del seno de una sociedad en decadencia. Con el Espiritualismo, sin embargo, yergue de nuevo la mujer la inspirada frente; viene a asociarse íntimamente a la obra de la armonía social, al movimiento general de las ideas. El cuerpo no es más que una forma tomada por empréstito; la esencia de la vida es el espíritu, y en ese punto de vista el hombre y la mujer son favorecidos por igual.
Así, el Espiritualismo moderno restablece el mismo criterio de los Celtas, nuestros padres; afirma la igualdad de los sexos sobre la identidad de la naturaleza psíquica y el carácter imperecedero del ser humano, y a ambos asegura posición idéntica en las agremiaciones de estudio.
Por el Espiritismo se substrae la mujer al vértice de los sentidos y asciende a la vida superior. Su alma se ilumina de una claridad más pura; su corazón se torna el foco irradiador de tiernos sentimientos y nobilísimas pasiones. Ella reasume en el hogar la encantadora misión que le pertenece, hecha de dedicación y piedad, su importante y divino papel de madre, de hermana y educadora, su noble y dulce función persuasiva.
Cesa, desde entonces, la lucha entre los dos sexos. Las dos mitades de la Humanidad se alían y equilibran en el amor, para cooperan juntas en el plano providencial, en las obras de la Divina Inteligencia.
León Denís
(Extraído de su libro "En lo Invisible")
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta
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Transformación
No temas pensar, sentir y actuar diferente… Nuestro propio cuerpo nos recuerda que el cambio es parte de la vida.
La historia de la humanidad refleja el cambio, la transformación de los pueblos. El tiempo pasa tocando a cada uno de nosotros. No somos los mismos de ayer, ni seremos los mismos de mañana.
Las experiencias, las vivencias y con ello el conocimiento adquirido, a través del paso por la vida, indiscutiblemente nos transforman. Se redefinen sentimientos, convicciones, estilos de vida, en fin, nuestra persona.
El descubrir nuevas pasiones, el desear vivir en otros lugares y de otra manera, finalizar o comenzar una relación, no nos hacen necesariamente inestables, inconsistentes o egoístas. Por el contrario, puede ser la resultante de un proceso de maduración.
Tenemos el deber de procurar el bienestar físico y emocional y, sobre todo, aspirar a una conciencia tranquila. Es nuestra responsabilidad primaria.
Recordemos que la historia de la humanidad está llena de errores producto de la ignorancia, el egoísmo y el orgullo. Por tanto, la transformación es inevitable para convertirnos en mejores personas, aunque ésta requiera de cambios que puedan resultar difíciles y dolorosos, tanto para nosotros como para aquellos que nos rodean.
La transformación es una constante en la vida… Constante que nos lleva al progreso. ¡Abraza todo cambio que sea para bien!
Por Colaboraciones de Zona Espírita, el 9 septiembre, 2020 Dentro de: Espiritismo, Espiritualidad, Moral, Psicología, Reflexión, Revista A la Luz del Espiritismo (Puerto Rico), Visión Espírita
Escrito por Gennette Rodríguez. Publicado en la revista A la Luz del Espiritismo.
( Trabajo tomado de Zona Espírita)
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Herencias físicas de una a otra encarnación
– En sus diferentes encarnaciones, ¿conserva el hombre vestigios del carácter físico de las existencias anteriores?
Su presencia se manifiesta como un sentimiento íntimo. Para encontrarlo solo es posible cuando se experimenta interiormente, y esto es una experiencia totalmente personal e íntima que se puede vivir con el apoyo de la religión, del altruismo , de la familia, de la Naturaleza, etc. En cualquier caso, siempre lo podemos encontrar en nuestro interior, y contactar con El formando una Unidad maravillosa de un dulce sentimiento indescriptible.
No le busquemos en lo externo porque allí no le encontraremos. No lo busquemos solamente a través de ritos ni de ceremonias religiosas, ni en los altares, porque Dios no es un espíritu que se afilie a ninguna religión humana ; se puede decir que, siendo Uno Solo, es simpatizante de todas y de ninguna.
Cuando lo buscamos
y lo encontramos privadamente, lo sentimos Todo
nuestro y nos embarga con Su
Amor; por tanto la forma de contactar con
El – repito-, es
buscándolo en nuestro interior y en el de todos nuestros hermanos de la
Humanidad y todos los seres de Su Creación,
expresándole siempre nuestro Amor y reconocimiento ante todo lo que nos
lo representa a Él.
- Jose Luis Martín-
EL SUICIDIO
Tesis
El suicidio se opone a la recta razón y a la ley natural. La razón de esto es que el que se mata a sí mismo viola los derechos de Dios, obra contra la inclinación natural y su bien propio, y falta o peca contra la sociedad. Luego el suicidio se opone a la recta razón y a la ley natural.
El suicida viola los derechos de Dios. Es una verdad innegable que el hombre recibe la vida de Dios, su autor y conservador, como lo es de todas las cosas finitas, a las cuales sacó de la nada por su libre y sola voluntad. Es igualmente cierto que el objeto e intención de Dios al comunicar la vida al hombre, no fue el que dispusiera de ella a su antojo, sino el que se sirviera de la misma como de medio, camino y preparación moral para llegar a su destino final, o sea a glorificar a Dios por medio de la unión inefable con el bien infinito, principio y fin último de la creación, y de una manera esencial, de los seres inteligentes. Luego el privarse voluntariamente de la vida por medio del suicidio, es usurpar el dominio y derechos de Dios sobre la misma. «La vida, escribe santo Tomás, es un don concedido por Dios al hombre y sujeto a la potestad del que mata y da la vida. De aquí es que el que se priva de la vida, peca contra Dios, así como el que mata el esclavo peca contra el dueño de éste.
Obra contra la naturaleza y contra su bien propio. Contra la naturaleza; porque la inclinación y propensión más enérgica y espontánea de la naturaleza, es la de conservar el ser y la vida, como lo demuestra la misma experiencia, no sólo en el hombre, sino en todos los seres. Contra su bien propio; porque para evitar un mal menor elige otro mayor, cual es la muerte respecto de los males de la vida, y sobre todo, porque para evitar un mal temporal se precipita en uno [497] eterno infinitamente superior a los males todos de la vida presente.
Peca contra la sociedad. El hombre, como parte o miembro de la sociedad, de la cual recibe beneficios, se debe a ésta, y al disponer de su vida sin motivo racional, perjudica los derechos de ésta, y entre ellos el que tiene toda sociedad a que los particulares contribuyan a su conservación por medio de la fortaleza y sufrimiento en las adversidades. Añádase a esto, por un lado, el mal ejemplo, perjudicial a la sociedad, y por otro lado, el peligro de homicidio, inherente a la práctica del suicidio; porque el que llevado de la desesperación y por no tolerar los males se determina al suicidio, bien puede decirse que está en disposición y preparación habitual de ánimo para cometer homicidio, si considera esto como medio para librarse del mal que le induce al suicidio.
Como corolario general de las precedentes reflexiones puede decirse que, salvo el caso de perturbación completa de la razón, el suicidio apenas puede concebirse en un verdadero católico; porque no se concibe que el hombre de verdadera fe cristiana, especialmente si la conducta moral está en armonía con la creencia religiosa, elija un camino que sabe le conduce a los males y privaciones eternas, para librarse de males temporales y relativamente insignificantes. Este corolario se halla en armonía con la experiencia, la cual nos enseña que los casos de suicidio son rarísimos en los hombres de conducta verdaderamente cristiana.
Esto nos lleva también a suponer que una de las causas principales del suicidio, debe ser la carencia de ideas y creencias religiosas, hipótesis que se halla comprobada hasta cierto punto por la experiencia y la estadística criminal de los pueblos (1). [498]
{(1) He aquí en confirmación de esto lo que escribe Debreyne sobre el suicidio: «Reina esta enfermedad particularmente en los [498] pueblos donde la fe y las convicciones religiosas son casi nulas, y no ejercen por consiguiente en la población sino poquísima influencia. La experiencia tiene probado que en todas las naciones el suicidio es más frecuente, a proporción que disminuye el sentimiento religioso...
La otra gran llaga de la sociedad, y acaso la más incurable, origen a la vez de un infinito número de males, es la ignorancia de la religión, y hasta de las primeras verdades religiosas y morales... En tal estado de degradación ignora su fin y su destino, ignora a Dios, se ignora a sí mismo, y en nada cree, porque todo lo ignora...
No creemos necesario detenernos en proponer las objeciones relativas a esta tesis; porque las consideraciones expuestas al demostrarla, contienen las ideas necesarias para la solución de los argumentos que en contra suelen proponerse. Únicamente añadiremos, como solución del argumento que presenta la muerte como mal menor que el cúmulo y persistencia de males que en circunstancias dadas rodean al hombre, que el mal físico, por grande que sea, siempre es de un orden inferior al mal moral, y el pecado lleva consigo, aparte del mal físico consistente en la privación de la vida, la malicia moral que envuelve por las razones arriba consignadas.
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