Hoy podemos ver aquí:
1.- El Espíritu Protector
2.-Litigios
Frase de Schopenhauer
3..-El papel de la mujer
4.-Los Sentimientos
5.-Quien fue Frederico Figner
EL ESPÍRITU PROTECTOR
Sabemos, tal y como nos explica la Codificación Espirita, existe un Dios Padre
causa primera de todas las cosas, la Inteligencia Suprema, Creadora del Universo y de todos los seres, incluidos los seres inteligentes que lo pueblan.
Todos los espíritus, tanto encarnados como desencarnados, estamos sometidos a unas leyes de perfeccionamiento, de tal forma que, en la medida en que progresemos,nos elevamos, crecemos en virtudes, facultades, sabiduría; desarrollamos potencialidades que nos permiten asumir, en el concierto universal, trabajos cada vez de mayor responsabilidad. En base a los esfuerzos y a los méritos de cada uno, quedan establecidas unas jerarquías espirituales que regulan las misiones a cumplir. De ese modo, el superior ayuda al inferior, poniendo en práctica la caridad y la solidaridad que nace de la ley del amor, en la incesante búsqueda de la perfección.
Podríamos establecer una escala que suele ser común para la mayoría de religiones; pueden variar las denominaciones de unas creencias a otras, empezando por el mismísimo Dios en la cúspide, continuando por los espíritus perfectos, querubines, serafines, arcángeles, los ángeles, espíritus buenos, etc., y así recorriendo todo el escalafón hasta llegar a los espíritus más inferiores. En esta ocasión nos vamos a centrar en una figura muy concreta, la del protector o ángel de la guarda. Puesto que somos muy inferiores todavía y estamos dominados, en mayor o menor medida, por las imperfecciones morales, por unas debilidades que nos enturbian y confunden, el Padre nos manda como auxilio, un Ayudante, amigo o Guía Espiritual para que nos oriente y conduzca siempre por el buen camino. Es el gran olvidado, a quien prestamos poca atención o simplemente ignoramos. A la inmensa mayoría de personas, al no tener unas referencias claras sobre él y su misión, se nos queda en un difuso segundo plano. Por ejemplo, a la hora de pedir ayuda espiritual, muchas veces nos encomendamos a los espíritus superiores, o incluso a aquellos que nos generan seguridad o confianza, olvidando la cercanía y el amor que ese espíritu protector pone en todas sus acciones, velando especialmente por nosotros desde el momento en que nacemos hasta la desencarnación física, incluso siguiéndonos después durante varias existencias físicas. ´Él siempre se presta a ayudarnos, aunque no nos acordemos de Él. En la pregunta 491 del Libro de los Espíritus encontramos una definición bastante precisa de cuál es su tarea: “La de un padre para con sus hijos: conducir a su protegido por la buena senda, ayudarle con sus consejos, consolarlo en sus aflicciones, sostener su valor en las pruebas de la vida”. Efectivamente, son aquellos espíritus de orden elevado que nos acompañan en nuestras luchas y derroteros por la vida física. Ellos ya han pasado por las situaciones que estamos atravesando en la actualidad y su misión consiste, primero, en recordarnos el compromiso adquirido antes de encarnar, y en segundo lugar, en velar para facilitarnos la labor encomendada en la Tierra. Es feliz cuando comprueba que sus consejos son atendidos y puestos en práctica, transitando por el camino del bien. No obstante, se sienten tristes cuando observan que su protegido se desvía y no actúa correctamente. Nadie nos conoce mejor que Él. Nunca debemos confundir al espíritu protector o ángel de la guarda con lo que se denominan espíritus familiares. El primero cumple una misión, como hemos dicho anteriormente, desde el nacimiento; los otros pueden ser agregados posteriormente al desencarnar: un padre, un abuelo, una madre, una hermana, etc.; seres simpáticos que han formado parte de nuestra familia carnal, en esta o en otras existencias, y colaboran en la medida de sus capacidades. La labor del Guía Espiritual no es fácil, sobre todo cuando su protegido se encuentra dominado por el orgullo y el egoísmo, o por los vicios y pasiones mundanas. Como él no puede interferir en su libre albedrío para cederle todo el mérito de sus propias resoluciones, aguarda pacientemente hasta encontrar la oportunidad y la fórmula para hacerle una llamada de atención cuando los caminos son equivocados, inspirándole la necesidad de realizar un giro positivo de conducta. Ellos aprovechan con frecuencia las horas de sueño, cuando estamos desprendidos temporalmente de la envoltura física, para hablarnos de las responsabilidades que tenemos contraídas y el modo de cumplir mejor con nuestro compromiso, sin desviaciones ni errores graves.
También es verdad que su colaboración queda supeditada a nuestro interés y afán por superarnos, porque si nosotros no somos receptivos a su apoyo y ayuda, difícilmente pueden influirnos con eficacia. Por ello, la oración íntima y humilde juega un rol determinante para entablar una comunicación más directa y fluida con Él; de ese modo, elevamos el nivel vibratorio para facilitarles su trabajo y recibir sus sabias orientaciones. Del mismo modo, cuando observan que sus consejos son reiteradamente rechazados y tomamos un mal camino, se alejan hasta que el protegido, fruto de sus amargas experiencias y reveses, comprende que no va bien, y entonces se sensibiliza y se vuelve más receptivo para escuchar “esa voz interna” que le invita al cambio, a la reflexión, a la cordura y sensatez. Es su guía que está de vuelta, puesto que nunca se aleja del todo. Siempre sigue ahí, presto a ayudar, a consolar y a sostener en las luchas diarias. “Pensad que tenéis junto a vosotros a seres espirituales que os son superiores y que están permanentemente ahí para aconsejaros y sosteneros, para ayudaros a ascender la áspera montaña del bien; que son amigos más seguros y abnegados que las amistades más íntimas susceptibles de ser contraídas en la Tierra, ¿no es acaso una idea muy confortadora?… Sea donde fuere, él estará con vosotros: prisiones, hospitales, antros del vicio, soledad…” (San Luis, San Agustín; Libro de los Espíritus, ítem 495.) En ocasiones se trata de espíritus que coincidieron con sus protegidos en otras existencias y mantuvieron lazos de afecto, y ahora su nivel evolutivo actual les permite asumir la responsabilidad de ser sus guías o protectores. Otro aspecto a tener en cuenta es que la misión de los guías espirituales o ángeles de la guarda no siempre se circunscribe a una sola persona. Hay veces en que cumplen funciones colectivas, como puede ser asistir o dirigir a grupos con una orientación diversa, ya sea de tipo intelectual, moral o espiritual. Tampoco podemos pasar por alto la asistencia a colectivos grandes, como pueden ser pueblos, ciudades e incluso naciones. Son espíritus de un orden muy elevado, que junto a muchos otros espíritus auxiliares, cumplen una función conductora muy importante, puesto que “esos conglomerados humanos constituyen individualidades colectivas que marchan movidas por un objetivo común y que necesitan de una dirección superior”. (Libro de los Espíritus, ítem 519). Nos puede resultar de gran ayuda y consuelo el saber que, desde nuestro nacimiento hasta el momento de la desencarnación, hay alguien muy cerca de nosotros que nos respeta, nos ama, y trata de evitar que cometamos errores generadores de dolor y de estancamiento espiritual. Además, nos alientan y animan a seguir por el camino del bien. Realizan, en definitiva, la misma tarea que nosotros algún día, cuando hayamos alcanzado un determinado nivel, podremos desempeñar sobre otros que, a su vez, estarán necesitados de ayuda. Queremos hacer mención de otra figura espiritual, podríamos decir que un tanto particular o especializada, la del espíritu protector, cuya función se circunscribe al desarrollo y trabajo conjunto con una mediumnidad. Son espíritus a los que su compromiso se ciñe única y exclusivamente en ayudar a la persona que viene a realizar un trabajo como médium. Son distintos y aparte de los espíritus guías o ángeles de la guarda. Su labor no se inicia desde el nacimiento, como ocurre con los otros guías, sino a partir del momento en que esa mediumnidad despierta o se empieza a desarrollar.
En todo caso, la andadura del ser humano por este mundo nunca es solitaria; siempre hay un amigo que vela por nosotros, aunque no lo veamos con los ojos materiales. Su presencia y testimonio llevan el sello de Aquel a quien todo se lo debemos, que es Dios Padre. Llegará el día en que ya no será necesaria esa asistencia espiritual, cuando seamos capaces de conducirnos por nosotros mismos sin riesgo de desviaciones. Será en aquel momento cuando hayamos desarrollado unas capacidades y, sobre todo, unas cualidades que serán una garantía total de éxito en nuestras empresas, en aquellos retos que nos propongamos alcanzar. Ese momento está todavía muy lejano. Mientras tanto, aprovechemos ese regalo de amor que nos envuelve en todos los momentos de nuestra existencia. No existe mayor satisfacción y alegría que el tomar conciencia de ello, de que siempre están a nuestro lado. José Manuel Meseguer Amor, Paz y Caridad
Podríamos establecer una escala que suele ser común para la mayoría de religiones; pueden variar las denominaciones de unas creencias a otras, empezando por el mismísimo Dios en la cúspide, continuando por los espíritus perfectos, querubines, serafines, arcángeles, los ángeles, espíritus buenos, etc., y así recorriendo todo el escalafón hasta llegar a los espíritus más inferiores. En esta ocasión nos vamos a centrar en una figura muy concreta, la del protector o ángel de la guarda. Puesto que somos muy inferiores todavía y estamos dominados, en mayor o menor medida, por las imperfecciones morales, por unas debilidades que nos enturbian y confunden, el Padre nos manda como auxilio, un Ayudante, amigo o Guía Espiritual para que nos oriente y conduzca siempre por el buen camino. Es el gran olvidado, a quien prestamos poca atención o simplemente ignoramos. A la inmensa mayoría de personas, al no tener unas referencias claras sobre él y su misión, se nos queda en un difuso segundo plano. Por ejemplo, a la hora de pedir ayuda espiritual, muchas veces nos encomendamos a los espíritus superiores, o incluso a aquellos que nos generan seguridad o confianza, olvidando la cercanía y el amor que ese espíritu protector pone en todas sus acciones, velando especialmente por nosotros desde el momento en que nacemos hasta la desencarnación física, incluso siguiéndonos después durante varias existencias físicas. ´Él siempre se presta a ayudarnos, aunque no nos acordemos de Él. En la pregunta 491 del Libro de los Espíritus encontramos una definición bastante precisa de cuál es su tarea: “La de un padre para con sus hijos: conducir a su protegido por la buena senda, ayudarle con sus consejos, consolarlo en sus aflicciones, sostener su valor en las pruebas de la vida”. Efectivamente, son aquellos espíritus de orden elevado que nos acompañan en nuestras luchas y derroteros por la vida física. Ellos ya han pasado por las situaciones que estamos atravesando en la actualidad y su misión consiste, primero, en recordarnos el compromiso adquirido antes de encarnar, y en segundo lugar, en velar para facilitarnos la labor encomendada en la Tierra. Es feliz cuando comprueba que sus consejos son atendidos y puestos en práctica, transitando por el camino del bien. No obstante, se sienten tristes cuando observan que su protegido se desvía y no actúa correctamente. Nadie nos conoce mejor que Él. Nunca debemos confundir al espíritu protector o ángel de la guarda con lo que se denominan espíritus familiares. El primero cumple una misión, como hemos dicho anteriormente, desde el nacimiento; los otros pueden ser agregados posteriormente al desencarnar: un padre, un abuelo, una madre, una hermana, etc.; seres simpáticos que han formado parte de nuestra familia carnal, en esta o en otras existencias, y colaboran en la medida de sus capacidades. La labor del Guía Espiritual no es fácil, sobre todo cuando su protegido se encuentra dominado por el orgullo y el egoísmo, o por los vicios y pasiones mundanas. Como él no puede interferir en su libre albedrío para cederle todo el mérito de sus propias resoluciones, aguarda pacientemente hasta encontrar la oportunidad y la fórmula para hacerle una llamada de atención cuando los caminos son equivocados, inspirándole la necesidad de realizar un giro positivo de conducta. Ellos aprovechan con frecuencia las horas de sueño, cuando estamos desprendidos temporalmente de la envoltura física, para hablarnos de las responsabilidades que tenemos contraídas y el modo de cumplir mejor con nuestro compromiso, sin desviaciones ni errores graves.
También es verdad que su colaboración queda supeditada a nuestro interés y afán por superarnos, porque si nosotros no somos receptivos a su apoyo y ayuda, difícilmente pueden influirnos con eficacia. Por ello, la oración íntima y humilde juega un rol determinante para entablar una comunicación más directa y fluida con Él; de ese modo, elevamos el nivel vibratorio para facilitarles su trabajo y recibir sus sabias orientaciones. Del mismo modo, cuando observan que sus consejos son reiteradamente rechazados y tomamos un mal camino, se alejan hasta que el protegido, fruto de sus amargas experiencias y reveses, comprende que no va bien, y entonces se sensibiliza y se vuelve más receptivo para escuchar “esa voz interna” que le invita al cambio, a la reflexión, a la cordura y sensatez. Es su guía que está de vuelta, puesto que nunca se aleja del todo. Siempre sigue ahí, presto a ayudar, a consolar y a sostener en las luchas diarias. “Pensad que tenéis junto a vosotros a seres espirituales que os son superiores y que están permanentemente ahí para aconsejaros y sosteneros, para ayudaros a ascender la áspera montaña del bien; que son amigos más seguros y abnegados que las amistades más íntimas susceptibles de ser contraídas en la Tierra, ¿no es acaso una idea muy confortadora?… Sea donde fuere, él estará con vosotros: prisiones, hospitales, antros del vicio, soledad…” (San Luis, San Agustín; Libro de los Espíritus, ítem 495.) En ocasiones se trata de espíritus que coincidieron con sus protegidos en otras existencias y mantuvieron lazos de afecto, y ahora su nivel evolutivo actual les permite asumir la responsabilidad de ser sus guías o protectores. Otro aspecto a tener en cuenta es que la misión de los guías espirituales o ángeles de la guarda no siempre se circunscribe a una sola persona. Hay veces en que cumplen funciones colectivas, como puede ser asistir o dirigir a grupos con una orientación diversa, ya sea de tipo intelectual, moral o espiritual. Tampoco podemos pasar por alto la asistencia a colectivos grandes, como pueden ser pueblos, ciudades e incluso naciones. Son espíritus de un orden muy elevado, que junto a muchos otros espíritus auxiliares, cumplen una función conductora muy importante, puesto que “esos conglomerados humanos constituyen individualidades colectivas que marchan movidas por un objetivo común y que necesitan de una dirección superior”. (Libro de los Espíritus, ítem 519). Nos puede resultar de gran ayuda y consuelo el saber que, desde nuestro nacimiento hasta el momento de la desencarnación, hay alguien muy cerca de nosotros que nos respeta, nos ama, y trata de evitar que cometamos errores generadores de dolor y de estancamiento espiritual. Además, nos alientan y animan a seguir por el camino del bien. Realizan, en definitiva, la misma tarea que nosotros algún día, cuando hayamos alcanzado un determinado nivel, podremos desempeñar sobre otros que, a su vez, estarán necesitados de ayuda. Queremos hacer mención de otra figura espiritual, podríamos decir que un tanto particular o especializada, la del espíritu protector, cuya función se circunscribe al desarrollo y trabajo conjunto con una mediumnidad. Son espíritus a los que su compromiso se ciñe única y exclusivamente en ayudar a la persona que viene a realizar un trabajo como médium. Son distintos y aparte de los espíritus guías o ángeles de la guarda. Su labor no se inicia desde el nacimiento, como ocurre con los otros guías, sino a partir del momento en que esa mediumnidad despierta o se empieza a desarrollar.
En todo caso, la andadura del ser humano por este mundo nunca es solitaria; siempre hay un amigo que vela por nosotros, aunque no lo veamos con los ojos materiales. Su presencia y testimonio llevan el sello de Aquel a quien todo se lo debemos, que es Dios Padre. Llegará el día en que ya no será necesaria esa asistencia espiritual, cuando seamos capaces de conducirnos por nosotros mismos sin riesgo de desviaciones. Será en aquel momento cuando hayamos desarrollado unas capacidades y, sobre todo, unas cualidades que serán una garantía total de éxito en nuestras empresas, en aquellos retos que nos propongamos alcanzar. Ese momento está todavía muy lejano. Mientras tanto, aprovechemos ese regalo de amor que nos envuelve en todos los momentos de nuestra existencia. No existe mayor satisfacción y alegría que el tomar conciencia de ello, de que siempre están a nuestro lado. José Manuel Meseguer Amor, Paz y Caridad
No hay comentarios:
Publicar un comentario