martes, 12 de abril de 2022

El secreto está en Dios

  INQUIETUDES

1.- El Suicidio

2.-Los males que nos causamos

3.-El secreto está en Dios

4.-La oración por los muertos y los espíritus que sufren


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                        EL SUICIDIO

    

El deber de la conservación de la vida se opone el suicidio, pecado gravísimo, pero demasiado frecuente en nuestros días, por lo cual no estará por demás decir algunas palabras sobre él. [496]

Tesis

El suicidio se opone a la recta razón y a la ley natural.  La razón de esto es que el que se mata a sí mismo viola los derechos de Dios, obra contra la inclinación natural y su bien propio, y falta o peca contra la sociedad. Luego el suicidio se opone a la recta razón y a la ley natural.  

El suicida viola los derechos de Dios. Es una verdad innegable que el hombre recibe la vida de Dios, su autor y conservador, como lo es de todas las cosas finitas, a las cuales sacó de la nada por su libre y sola voluntad. Es igualmente cierto que el objeto e intención de Dios al comunicar la vida al hombre, no fue el que dispusiera de ella a su antojo, sino el que se sirviera de la misma como de medio, camino y preparación moral para llegar a su destino final, o sea a glorificar a Dios por medio de la unión inefable con el bien infinito, principio y fin último de la creación, y de una manera esencial, de los seres inteligentes. Luego el privarse voluntariamente de la vida por medio del suicidio, es usurpar el dominio y derechos de Dios sobre la misma. «La vida, escribe santo Tomás, es un don concedido por Dios al hombre y sujeto a la potestad del que mata y da la vida. De aquí es que el que se priva de la vida, peca contra Dios, así como el que mata el esclavo peca contra el dueño de éste.

Obra contra la naturaleza y contra su bien propio. Contra la naturaleza; porque la inclinación y propensión más enérgica y espontánea de la naturaleza, es la de conservar el ser y la vida, como lo demuestra la misma experiencia, no sólo en el hombre, sino en todos los seres. Contra su bien propio; porque para evitar un mal menor elige otro mayor, cual es la muerte respecto de los males de la vida, y sobre todo, porque para evitar un mal temporal se precipita en uno [497] eterno infinitamente superior a los males todos de la vida presente.  

Peca contra la sociedad. El hombre, como parte o miembro de la sociedad, de la cual recibe beneficios, se debe a ésta, y al disponer de su vida sin motivo racional, perjudica los derechos de ésta, y entre ellos el que tiene toda sociedad a que los particulares contribuyan a su conservación por medio de la fortaleza y sufrimiento en las adversidades. Añádase a esto, por un lado, el mal ejemplo, perjudicial a la sociedad, y por otro lado, el peligro de homicidio, inherente a la práctica del suicidio; porque el que llevado de la desesperación y por no tolerar los males se determina al suicidio, bien puede decirse que está en disposición y preparación habitual de ánimo para cometer homicidio, si considera esto como medio para librarse del mal que le induce al suicidio.

Como corolario general de las precedentes reflexiones puede decirse que, salvo el caso de perturbación completa de la razón, el suicidio apenas puede concebirse en un verdadero católico; porque no se concibe que el hombre de verdadera fe cristiana, especialmente si la conducta moral está en armonía con la creencia religiosa, elija un camino que sabe le conduce a los males y privaciones eternas, para librarse de males temporales y relativamente insignificantes. Este corolario se halla en armonía con la experiencia, la cual nos enseña que los casos de suicidio son rarísimos en los hombres de conducta verdaderamente cristiana.

Esto nos lleva también a suponer que una de las causas principales del suicidio, debe ser la carencia de ideas y creencias religiosas, hipótesis que se halla comprobada hasta cierto punto por la experiencia y la estadística criminal de los pueblos (1). [498]

{(1) He aquí en confirmación de esto lo que escribe Debreyne sobre el suicidio: «Reina esta enfermedad particularmente en los [498] pueblos donde la fe y las convicciones religiosas son casi nulas, y no ejercen por consiguiente en la población sino poquísima influencia. La experiencia tiene probado que en todas las naciones el suicidio es más frecuente, a proporción que disminuye el sentimiento religioso...
La otra gran llaga de la sociedad, y acaso la más incurable, origen a la vez de un infinito número de males, es la ignorancia de la religión, y hasta de las primeras verdades religiosas y morales... En tal estado de degradación ignora su fin y su destino, ignora a Dios, se ignora a sí mismo, y en nada cree, porque todo lo ignora...

No creemos necesario detenernos en proponer las objeciones relativas a esta tesis; porque las consideraciones expuestas al demostrarla, contienen las ideas necesarias para la solución de los argumentos que en contra suelen proponerse. Únicamente añadiremos, como solución del argumento que presenta la muerte como mal menor que el cúmulo y persistencia de males que en circunstancias dadas rodean al hombre, que el mal físico, por grande que sea, siempre es de un orden inferior al mal moral, y el pecado lleva consigo, aparte del mal físico consistente en la privación de la vida, la malicia moral que envuelve por las razones arriba consignadas.

- Merche -
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  LOS MALES QUE NOS CAUSAMOS          
    Si en dos partes se dividiesen los males de la vida, unos son  los que el hombre no puede evitar, y la otra son los causados por las tribulaciones de que él se constituye como la causa primaria, por su incuria o por sus excesos (cap.V nº 4); se verá que la segunda excede en mucho a la primera. Por tanto se hace evidente que el hombre es el autor de la mayor parte de sus aflicciones, de las que se libraría si siempre actuase con sabiduría y prudencia.
    No es menos cierto que todas esas miserias resultan de nuestras infracciones a las leyes de Dios y que si las observásemos puntualmente, seríamos enteramente dichosos. Si no sobrepasásemos el límite de lo necesario en la satisfacción de nuestras necesidades, no atraeríamos  las enfermedades que resultan de los excesos, ni experimentaríamos las vicisitudes que las dolencias acarrean. Si pusiésemos freno a nuestra ambición no tendríamos que temer la ruina; si no quisiésemos subir más alto de lo que podemos, no tendríamos que afrontar la caída; si fuésemos humildes no sufriríamos las decepciones del orgullo abatido; si practicásemos la caridad, no seríamos maledicientes ni envidiosos, ni ociosos, y evitaríamos las disputas y las disensiones; si no hiciésemos mal a nadie no tendríamos que temer las venganzas, etc. (...)

(Leer en “El Evangelio Según el Espiritismo”, de Allan Kardec - Capítulo XXVII: Acción de la oración - Transmisión del Pensamiento.)

( Trabajo enviado por Claudia Dantas )

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              EL SECRETO ESTÁ EN DIOS

    El único medio para salvar a la humanidad en peligro y que amenaza abismarla en la anarquía, es el de elevar los pensamientos y los corazones, todas las aspiraciones del alma humana hacia este poder infinito que es Dios; es unir nuestra voluntad a la suya y penetrarnos de su ley; aquí está el secreto de toda fuerza, de toda elevación. .
    
   Y nos iremos sorprendiendo y maravillando a medida que avancemos por esta vía olvidada; al reconocer que Dios no es una abstracción metafísica, un vago ideal perdido en las profundidades del sueño; un ideal que sólo existe - como dicen Vacherot y Renan-, cuando pensamos en El. No. Dios es un Ser viviente, sensible, consciente; Dios es una realidad actuante; Dios es nuestro padre, guía, consolador y mejor amigo. A poco que le dirijamos nuestros llamamientos y que le abramos nuestro corazón, nos alumbrará con su luz, nos reconfortará con su amor; extenderá sobre nosotros su alma inmensa, su alma rica en todas las perfecciones. .Por El y en Él solamente nos sentiremos felices, y fuera de Él sólo encontraremos oscuridad, incertidumbre, decepción, dolor y miseria moral.

- León Denis -

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LA ORACIÓN POR LOS MUERTOS Y POR LOS ESPÍRITUS QUE SUFREN


    La oración es solicitada por los espíritus que sufren; les es útil, porque viendo que uno se acuerda de ellos, se sienten menos abandonados y son menos desgraciados. Pero la oración tiene sobre ellos una acción más directa; aumenta su ánimo, les excita el deseo de elevarse por el arrepentimiento y la reparación y puede desviarles del pensamiento del mal; en este sentido es como puede aligerarse y aun abreviarse sus sufrimientos. (Véase Cielo e Infierno, 2da. parte: Ejemplos).

19. Ciertas personas no admiten la oración por los muertos, porque en su creencia sólo hay para el alma dos alternativas: ser salvada o condenada a las penas eternas, y en uno y otro caso la oración sería inútil. Sin discutir el valor de esta creencia, admitamos por un instante la realidad de las penas eternas e irremisibles, y que nuestras oraciones sean impotentes para ponerlas un término. Nosotros preguntamos si, en esta hipótesis, es lógico, caritativo y cristiano desechar la oración por los réprobos. Estas oraciones, por impotentes que sean para salvarle, ¿no son para ellos una señal de piedad que puede aliviar sus sufrimientos?; en la Tierra, cuando un hombre está condenado para siempre, aun cuando no tenga ninguna esperanza de obtener gracia, ¿se prohíbe a una persona caritativa que vaya a sostener sus cadenas para aligerarle de su peso? Cuando alguno es atacado por un mal incurable, porque no ofrece ninguna esperanza de curación, ¿ha de abandonársele sin ningún consuelo? 

    Pensad que entre los réprobos puede encontrarse una persona a quien habéis amado, un amigo, quizá un padre, una madre o un hijo, y porque, según vosotros, no podría esperar gracia, ¿rehusaríais darle un vaso de agua para calmar su sed, un bálsamo para curar sus llagas? ¿No haréis por él lo que haríais por un presidiario? No; esto no sería cristiano. Una creencia que seca el corazón no puede aliarse con la de un Dios que coloca en el primer lugar de los deberes el amor al prójimo.

    La no eternidad de las penas no implica la negación de una penalidad temporal, porque Dios, en su justicia, no puede confundir el bien con el mal; así, pues, negar en este caso la eficacia de la oración, sería negar la eficacia del consuelo, de la reanimación y de los buenos consejos; seria negar la fuerza que logramos de la asistencia moral de los que nos quieren bien.

20. Otros se fundan en una razón más espaciosa, en la inmutabilidad de los decretos divinos, y dicen: Dios no puede cambiar sus decisiones por la demanda de sus criaturas pues sin esto nada habría estable en el mundo. El hombre, pues, nada tiene que pedir a Dios; sólo tiene que someterse y adorarle.

    En esta idea hay una falsa aplicación de la inmutabilidad de la ley divina, o más bien ignorancia de la ley en lo que concierne a la penalidad futura. Esta ley la han revelado los espíritus del Señor, hoy que el hombre está en disposición de comprender lo que tocante a la fe es conforme o contrario a los atributos divinos.

   Según el dogma de la eternidad absoluta de las penas, no se le toman en cuenta al culpable ni sus pesares, ni su arrepentimiento; para él todo deseo de mejorarse es superfluo, puesto que está condenado al mal perpetuamente. Si está condenado por un tiempo determinado, la pena cesará cuando el tiempo haya expirado; pero ¿ quién dice que, a ejemplo de muchos de los condenados de la tierra, a su salida de la cárcel no será tan malo como antes? En el primer caso, sería tener en el dolor del castigo a un hombre que se volviera bueno; en el segundo, agraciar al que continuase culpable. La ley de Dios es más previsora que esto; siempre justa, equitativa y misericordiosa, no fija duración en la pena, cualquiera que sea; se resume de este modo:

21. "El hombre sufre siempre la consecuencia de sus faltas; no hay una sola infracción a la ley de Dios que no tenga su castigo.

"La severidad del castigo es proporcionada a la gravedad de la falta.

"La duración del castigo por cualquier falta que sea, es indeterminada; está subordinada al arrepentimiento del culpable y a su vuelta al bien"; la pena dura tanto como la obstinación en el mal; sería perpetua si la obstinación fuera perpetua; es de corta duración si el arrepentimiento es pronto.

"Desde el momento en que el culpable pide miserícordia, Dios lo oye y le envía la esperanza. Pero el simple remordimiento de haber hecho mal no basta; falta la reparación; por esto el culpable está sometido a nuevas pruebas, en las cuales puede, siempre por su voluntad, hacer el bien y reparar el mal que ha hecho.

"El hombre, de este modo, es constantemente árbitro de su propia suerte; puede abreviar su suplicio o prolongarlo indefinidamente; su felicidad o su desgracia dependen de su voluntad en hacer bien".

Tal es la ley; ley "inmutable" y conforme a la bondad y a la justicia de Dios.

El espíritu culpable y desgraciado puede, de este modo, salvarse a sí mismo; la ley de Dios le dice con qué condición puede hacerlo. Lo que más a menudo le falta es voluntad, fuerza y valor; si con nuestras oraciones le inspiramos, si le sostenemos y le animamos, y si con nuestros consejos le damos las luces que le faltan, "en lugar de solicitar a Dios que derogue su ley, venimos a ser los instrumentos para la ejecución de su ley de amor y de caridad", de la cual participamos nosotros mismos, dando una prueba de caridad.

EL EVANGELIO SEGÚN EL ESPIRITISMO. ALLAN KARDEC.

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