lunes, 11 de marzo de 2019

Una experiencia: Ley de Causa y Efecto

     ESPIRITISMO

- Crisis,¿Real o creada?
- La maledicencia
- El espírita ante Dios
- Una experiencia: Ley de Causa y Efecto
- Buenos Médiums



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              CRISIS ¿REAL O CREADA? 


                                  
–Abuelo hace tiempo que no veraneamos en la playa.
–Pues desde que tu padre se quedó en el paro, cuando empezó la crisis, hijo.
–Crisis siempre crisis, pero ¿qué es eso?
 –¿No lo ves?, pues que no hay dinero.
 –Abuelo dinero habrá el mismo que antes, o ¿es que alguien ha roto los billetes?
–Pues sí habrá el mismo, pero que ha cambiado de manos.
–¿Y quién lo tiene ahora? –Pues los mismos de siempre, pero en otros países.
–¿Qué países son esos? pues vámonos para allá.
–Eso está muy lejos, hijo, son los que llaman países emergentes, La China, La India, no sé.
–Pero abuelo, si los chinos y los indios son también la mayoría pobres.
–Por eso hijo, al ser más pobres trabajan más barato, es por eso que la gente de dinero lo lleva allí, monta empresas y de esa manera le rinde mucho más, porque se lo ahorra en sueldos; además la gente allí trabaja un montón de horas y sin derechos.
 –¿Aquí sí hay derechos abuelo?
–Hasta ahora sí, pero ya van quedando menos.
 –¿Cómo que van quedando menos? ¿Es que los van a quitar? ¿Eso estorba para trabajar?
–Claro que estorba, hijo, eso no es rentable.
–¿Y por qué nos los quitan entonces?
–No se, hijo, quizás habría que hacer leyes para quitarlos y nadie las votaría, los tienen que quitar poco a poco, para que nos vayamos acostumbrando y no nos demos cuenta, pero yo no sé hijo mío, yo estoy de conocimientos de economía lo mismo que de cerebro, tengo lo mínimo que se despacha. –Entonces, nunca más habrá trabajo….
–Sí, cuando tampoco queramos derechos nosotros
–¿Y quién no va a querer derechos y cosas buenas? Eso es una tontería, abuelo.
 –Renunciará a sus derechos el que pase hambre y necesidad. Los trabajos que no quieres hacer con la barriga llena, pides hacerlos por favor cuando tus hijos la tienen vacía.
–Entonces ya sé por qué no hay trabajo. Es como cuando soy desobediente y mamá me manda a la cama sin cenar, si quiero comer le tengo que obedecer, pero eso es porque mamá quiere solamente, no porque yo tenga ganas de obedecerla.
–Pues más o menos, hijo, sólo que mamá lo hace para educarte y ellos lo hacen por avaricia. Mira, ellos mandan el dinero a los países pobres y los hacen crecer, a cambio los Gobiernos de esos países les dan dinero a ellos. Además, al fabricar más barato, ganan siempre por todos sitios; el negocio es redondo.
–Pues si ganan por todos sitios, yo creo que los del dinero no van a volver, abuelo.
–Sí vuelven, porque aquí se trabaja con más calidad y cuando cobremos igual que ellos, los traicionarán a ellos también, para ahorrarse el transporte. Además tienen miedo porque cuando esos países levantan cabeza, sus Gobiernos a veces les roban las fábricas enteras. El dinero sólo entiende de egoísmo y los que lo tienen sólo entienden de avaricia.
 –¿Y quiénes son esos hombres que tienen tanto dinero, abuelo?
–Pues los grandes Grupos financieros, Multinacionales, Bancos, no sé.
–Y los políticos ¿no hacen nada?
–No, porque cuando acaban sus mandatos les hacen contratos multimillonarios como directores de esas empresas.
–Ah, pues lo que podríamos hacer es no trabajar para esa gente traicionera.
 –Eso se llama huelga, hijo, eso no funciona.
–Pues nosotros somos más, les quitamos todo lo que tienen y lo repartimos a todo el mundo, así tendremos todos.
–Eso se llama comunismo hijo y no funciona.
–Pues los matamos, abuelo.
–Ni lo pienses, eso se llama terrorismo y tampoco funciona.
–Pues matamos a los que sí tienen trabajo y así trabajamos nosotros.
–Eso se llama guerra, hijo.
–¿Y funciona?
–Sólo para ellos que también fabrican las armas.
–Y entonces ¿qué hacemos abuelo?
–Pues tener paciencia y esperar. Yo ya soy muy viejo y sé que de todo se sale. Dios no nos abandona, sólo nos prueba.
–Abuelo, y si nos cansamos de esperar ¿qué hacemos? ¿desesperar?
–No, hijo, eso nunca, seguir pidiendo y trabajar.
–Entonces abuelo ¿seguiremos trabajando buscando hierros y cartones?
–En lo que salga, hijo, en lo que salga.
–Abuelo y entonces....
–Calla hijo y ayúdame empujando el carrito, que se me ha vuelto a hacer un nudo en el pecho.
–Abuelo eres muy flojo, esta calle no es cuesta arriba para que se te haga el nudo de los cigarros.
–La calle no es cuesta arriba hijo, la vida lo es, pero tienes razón a veces flojeo ¡Perdóname Señor!

 Ángel - ( Tomado de la Rev. espírita  nº 4 de la FEE)

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                                           LA MALEDICENCIA
 Mercedes Cruz Reyes 

La maledicencia no tiene que ver con la verdad ni con la mentira, sino con la aviesa manera de contarlas. Nunca se vio contienda que no fuese precedida de murmuraciones inferiores.       Es hábito antiguo de la liviandad procurar la ingratitud, la miseria moral, el orgullo, la vanidad y todos los flagelos que arruinan almas en este mundo para organizar las conversaciones de las sombras, donde el bien, el amor y la verdad son sofocados con malicia. Desde tiempos inmemorables la maledicencia ha sido un mal ejercido en todas partes. Desde el momento que están juntas dos personas, se genera una conversación y en la mayoría de las ocasiones es para emitir juicios, hablar de los demás; esto es una práctica muy común. Aunque no se tengan argumentos, o pocos conocimientos sobre el asunto que están tratando o de la persona que están hablando, muchas personas rencorosas y frustradas se sienten aliviadas hablando mal de los demás. 
     El diccionario de la real academia de la lengua española, define la maledicencia como la acción o hábito de hablar en perjuicio de alguien denigrándolo. El ser humano tiene un órgano minúsculo que es la lengua – lámina diminuta envainada en la boca. Instrumento sublime, creado para loar e instruir, ayudar e incentivar el bien, y en cambio ¡cuántas veces el hombre se vale de ella para censurar, flagelar, perturbar, herir!… Si el hombre consiguiera dominarla, educarla la podría transformar en timón de paz y amor en el barco de su vida. “La muerte y la vida están en poder de la lengua...” Proverbios 18:21 
     Con la lengua, podemos definir nuestra vida. Todo lo que sucede en nuestra vida pasa por nuestra lengua. La Bendición o la maldición, la muerte o la vida. La Biblia es muy clara cuando nos dice arriba que la vida y la muerte están en el poder de la lengua. Infelizmente muy pocos creyentes la utilizan bien, produciendo vida. Y muchos se destruyen a sí mismos, a su familia y a otros utilizando mal  su lengua. 
      Algunos no saben de la gravedad de esta palabra, otros sabiéndolo, actúan sin el temor de Dios, hablando tonterías, maldiciones, palabras de derrota y piensan que esto no trae ningún problema. La maledicencia es el ejercicio de denigrar, de manchar de negro la vida del otro. Es la forma de consuelo más siniestra. La manera más zafia de elevar la propia estima. En estos tiempos de libertad, vivimos su dictadura. 
     Las tres formas más corrientes de ejercer la maledicencia son la calumnia, el chisme, la envidia; analicemos por separado estas faltas tan comunes entre los hombres.
      Cuando queremos causar un daño y hacemos una acusación falsa sobre alguien calumniamos. 
     El chisme se define como una noticia verdadera o falsa con que se murmura o se pretende difamar a una persona o en muchos casos a una institución. 
     La envidia es la tristeza causada en uno por el bienestar de otro. Envidia es avinagrarse porque alguien lo está pasando mejor que uno, lo que sea que esto signifique: más dinero, fama, talento, etc. 
      Para poder reflexionar sobre el asunto analizaremos una historia, es la de un sabio que fue visitado por un amigo que se puso a hablar mal de otro amigo del sabio, y este le dijo: “Después de tanto tiempo, me visitas para cometer ante mí tres delitos: primero, procurando que odie a una persona a la que amaba; segundo, preocupándome con tus avisos y haciéndome perder la serenidad; y tercero, acusándote a ti mismo de calumniador y maledicente”. 
      Los cristianos deberíamos actuar contra cualquier nuevo brote de maledicencia con firmeza. En algunas situaciones deberíamos ser tan firmes y tajantes como los médicos que luchan contra reloj para cortar el avance de un nuevo virus. Un virus puede destruir una vida, y eso es muy grave. Pero sólo quien ha sufrido el veneno de la calumnia, quien se ha visto insultado, señalado, abandonado por culpa de una mentira que corre veloz de boca en boca, puede comprender que hay formas de muerte moral más dolorosas que la misma enfermedad física. 
   De la envidia nace el odio, la maledicencia, la calumnia, el chisme y la alegría causada por el mal del prójimo.  Los libros sagrados de las principales religiones tales como la Biblia, condenan la maledicencia. Veamos algunos apartados al respecto:
 - Aquellos que amamos la vida y queremos ver días buenos, tenemos que refrenar nuestra lengua de hablar mal de los demás y de decir calumnias (Pedro 3:10). 
- Hermanos, no murmuréis los unos de los otros. El que murmura del hermano y juzga a su hermano... (Santiago 4:11). 
- Quítese de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. (Efesios 4:31). 
      La maledicencia, la calumnia y el chisme son propios de sociedades poco evolucionadas y es la falta de ética lo que nos hace ocuparnos más de la vida de los demás que de la propia, tal es así que parece que el chisme se ha convertido en el deporte favorito de muchos de nosotros. Hay gente que se pasa horas hablando o murmurando de otras personas, y muchas veces sin darse cuenta del error que están cometiendo, y lo peor es que ellos juran que no son chismosos. Otras veces el “error” es premeditado. Existen artistas consumados en desprestigiar y hablar mal de los demás, y en hacer correr bolas contra quien les cae mal, sin considerar el daño que causan a las reputaciones y a la honra de las gentes. También hay los que chismean sin maldad aparente, sólo para sentirse importantes, ("¿no sabes la última?"), y otros lo hacen maliciosamente, con la intención de causar daño a alguien en particular; puede ser por rivalidad, celos, competencia, enemistad, oposición, antagonismo, pugna, envidia, etc., todo ello empujado posiblemente por un gran complejo de inferioridad. 
     Se sabe que el rasgo principal del chisme es la mentira o la verdad dicha a medias, siendo parte importante, el infundio y la calumnia, y si a esto le añadimos que cada oyente, al momento de contárselo a otro, le agrega un poco más de sal de su propia cosecha, nos encontramos con monstruosidades que suelen acabar con el honor y la dignidad de una persona. 
     Lo grave es que increíblemente se usa el chisme contra personas consideradas amigas, actuando con hipocresía y perfidia que nadie entiende. Los seres humanos somos generalmente egoístas y nos centramos en nuestros propios problemas, pero cuando se trata de encontrar defectos y hacérselos saber a todo el mundo, ahí sí sabemos centrar la atención en los demás y dejar nuestro yo de lado. 
     Todos somos expertos en las vidas ajenas; si hasta hay programas de televisión y personas que viven de eso. ¿Será que mientras nos ocupamos de hablar de los otros o de nuestros jefes no nos queda tiempo para mirarnos a nosotros mismos? ¿Descargamos en los demás nuestras propias frustraciones? ¿Hablamos de las carencias de éste o de aquél para no tener que afrontar las propias? ¿Nos escondemos en la broma y en sacarle filo a historias ajenas para no asumir nuestras propias incapacidades? Cuando se genera un rumor, la bola va creciendo y cada persona por la que pasa va añadiendo algo de su propia cosecha y el mensaje original se ha convertido en algo irreconocible. ¿Se acuerdan del juego del teléfono malogrado? Después de pasar por varias personas el recado estaba totalmente tergiversado e irreconocible. Pues lo mismo pasa en muchas ocasiones en nuestra vida. El daño causado por la maledicencia es muy difícil de reparar. No siempre nos damos cuenta del perjuicio. Se agravia, ofende y calumnia con un desparpajo increíble; si preguntamos a un chismoso de donde ha sacado esas expresiones, responderá: “lo escuché”, “me dijeron”, “se comentó en una conversación”, “me lo contó un amigo”. 
     En muchos casos la maledicencia se basa en afirmaciones sin sentido, pero una vez que han sido pronunciadas causan un daño difícil de reparar. Los chismes son informaciones deformadas, que tienen un ciclo similar a los rumores: nacen como si fueran seres vivos, se desarrollan y mueren. Incluso pueden reencarnarse con nuevos bríos o hasta con nuevo cuerpo. El chisme es producto de la convivencia social y se aprende con el tiempo, y todos de alguna forma lo hemos practicado. Un comentario infundado generalmente está constituido por una serie de mentiras o exageraciones que tal vez lleguen a perjudicar a uno o varios individuos, dependiendo de la intención de quien lo genera. La estructura del chisme lo conforman: el chismoso, el receptor de la habladuría y la víctima, de la que se habla en forma negativa y sin fundamentos. Esto puede ir desde una simple crítica hasta la invención de toda una historia en torno a un sujeto determinado. O sea, se juega también a intentar cambiar la realidad. 
     Instituciones como la nuestra se convierten en verdaderos campos de espionaje entre sus trabajadores, la inseguridad se intensifica, se pierde la confianza entre los compañeros, se traicionan, se utilizan, compiten, se crean ambientes en los que se siente que se camina entre vidrios. El que murmura hace daño a tres personas, a él mismo, al que escucha sin desmentir al hablante, y a la persona de quien se murmura. Si se tiene algo que reprochar a alguien, ese alguien es la primera persona que debería escuchar el reproche, pero lamentablemente por la falta de sinceridad que nos caracteriza, el maledicente se encuentra con el compañero, le sonríe y le saluda con palabras amables y hasta le adula, para después, apenas despedido, comenzar, de una manera u otra a hablar mal de él. 
      En el caso de la calumnia, ésta es considerada como un modo de difamación que destruye a la persona afectada, no sólo por las heridas que produce, sino por la dificultad de repararlas. Aunque a uno le importe poco la opinión ajena, la calumnia abre las puertas a la duda. La calumnia tiene su mejor cómplice en el “piensa mal” y hace tambalearse hasta las más firmes convicciones acerca de la rectitud o la honradez de una persona, incluso una vez aclarada la mentira. Se sabe de amistades a prueba de bombas que han sucumbido al insidioso enredo de las maledicencias deliberadas; el veneno de la calumnia ha roto parejas y ha desmembrado familias, igual que ha provocado depresiones y sembrado discordias irreparables. 
     Antiguamente el honor y la honra eran los bienes más preciados de las personas y su pérdida se consideraba irrecuperable, y cuando alguien ofendía el honor y la honra de un individuo, esta ofensa se lavaba con sangre generalmente en un duelo. En nuestros días estos conceptos parece que han quedado anticuados y lo que ofrecemos a nuestros jóvenes es una sociedad en la que todo se puede comprar y vender, donde prima la mediocridad y la falta de valores morales. ¿Podemos tomar medidas radicales, firmes, profundas, contra la mentira, el chisme, la calumnia espontánea o promovida de modo organizado y sistemático? Lo primero que podríamos hacer es mirar nuestros corazones. Si guardamos rencores, si la envidia asoma de vez en cuando su cabeza repugnante, hemos de pedir a Dios un corazón bueno, que sepa perdonar, que sepa amar. Quien no ama a su hermano no puede amar a Dios (1Jn 4,20). Del corazón malo sólo salen malas cosas. El virus de la calumnia se origina en mentes que viven fuera del Evangelio, en fuentes incapaces de ofrecer el agua del amor (St 3,10-18). Por lo mismo, hemos de decidirnos a no ser nunca los primeros en lanzar una crítica contra nadie. ¿Para qué voy a decir esto? ¿Es sólo una imaginación mía? ¿Me gustaría que alguien dijese algo parecido de mí? Al contrario, necesitamos aprender a ser ingeniosos para alabar y defender a los demás. Esto es posible si tenemos un corazón realmente cristiano, bueno, comprensivo, misericordioso. En ocasiones veremos fallos, pero el amor es capaz de cubrir la multitud de los pecados (1Pe 4,8). 
     Cuando sea posible, podremos corregir al pecador, pero siempre con mansedumbre, como nos enseña san Pablo: "Hermanos, aun cuando alguno incurra en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo" (Ga 6,1-2). 
     Después, como ante una epidemia grave, hemos de levantar una barrera firme, decidida, contra cualquier calumnia. Nunca divulgar nada contra nadie, mucho menos una suposición, una mentira como tantas otras lanzadas por ahí (a través de la prensa, de internet, a viva voz). Incluso cuando sepamos que alguien ha sido realmente injusto (lo sepamos por haberlo visto, no sólo de oídas), ¿para qué divulgarlo? ¿Es esto cristiano? ¿No es mejor amonestar a solas al hermano para ver si puede convertirse, si puede cambiar de vida? 
     Tendríamos que ser firmes como muros: delante de nosotros nadie debería poder hablar mal de otras personas. Si queremos vivir una vida más significativa, debemos buscar la forma de dejar de “interesarnos” en las vidas ajenas y comenzar a preocuparnos más de nuestras propias vidas, es decir dedicarnos a mejorar y a corregir nuestros defectos. Debemos ser más sinceros cuando hablamos a las personas, y más tolerantes cuando hablamos de ellos. Si vemos algo con lo que no estemos de acuerdo o alguna cosa nos molesta de aquellos que conviven a nuestro alrededor, debemos ir directamente a él y hablarle claramente demostrando nuestros argumentos. ¡Cuántos males, sufrimientos y rencores serían evitados si habláramos con sinceridad! 

Este artículo ha sido extraído de Internet y de apartados de diversos libros espiritas, como “Religión de los Espíritus” de Chico Xavier, y de Viña de Luz.

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                  El espírita ante Dios 

Cuando el hombre, venga de donde venga, sea religioso, ateo, libre-pensador, etc., entra en el Espiritismo, se abre ante él un campo tan amplio de investigaciones, que, de momento, no se da cuenta de tamaña grandiosidad. A medida que va ampliando sus estudios y sus experiencias, más ancha se torna la perspectiva de lo que antes le era desconocido, y en todo comienza a ver la grandeza de Dios. Tanto es así, que se queda maravillado ante tanta justicia, tanto amor, belleza y poder. 
Entonces ve lo que significa su individualidad en esta Creación. Comprende que su vida es eterna, por lo menos en principio, y que no se encuentra aquí por acaso, que no es un ser llegado a la Tierra sin motivo ni razón, mas que su existencia está ligada al concierto universal de la Creación. Comprende que jamás será abandonado, pues está sujeto a una ley que a todos abarca, y que, con los demás seres humanos, alcanzará por sus esfuerzos, más temprano o más tarde, su felicidad, su belleza y su sabiduría. 

Comprende que puede retardar más o menos su progreso, más que, por fin, tendrá que verse atraído por el amor universal, y que, aceptando o no, será un día impregnado por todo cuanto de bello y grande encierra el amor divino. Comprende que formará parte de la gran familia de espíritus felices, que gozan y trabajan en el plano del amor divino. 
Así, pues, el ser encarnado, al descubrir su vida, su futuro, la grandeza del objetivo de su propia creación, se siente admirado ante la Suprema Sabiduría, el Amor Supremo, el Creador Omnipotente de tanta belleza, de tanta armonía y de tanto amor. Esa impresión, recibida al convertirse al Espiritismo, debe todo espírita procurar no solamente guardarla, mas también aumentarla, porque de eso depende, en gran parte, su progreso. Digo esto porque, pasado el momento de las primeras impresiones, el espírita comienza a olvidarse del respeto y de la adoración que debe al Padre, incurriendo en una falta de agradecimiento, que va a los pocos separándolo de influencias que le son muy necesarias, en el curso de su vida en el planeta. Si todo, en la Creación, mutuamente se atrae y se interpenetra, esa misma ley no puede dejar de existir entre la criatura y su Creador. 

En este punto, viene a propósito citar lo que dicen algunos espíritas: 
Que nada se debe pedir a Dios, porque Él no derogará sus leyes y porque todo ya nos dio. Manera equivocada de pensar. Dios estableció sus leyes y las puso, con toda la Creación, a disposición de sus hijos. A nosotros, sin embargo, compete alcanzarlo. Y teniendo, como tiene todo, que sufrir su atracción, ¿eso no implicará también el amor a Dios, la gratitud y la adoración1 que le debemos?. Si el espírita siente, atraerá sobre sí aquello que sienta. Supongamos que un hombre tiene malos pensamientos, referentes al crimen, al vicio, a la vanidad. ¿No atraerá sobre sí influencias que le impulsarán a ser criminoso, vicioso y orgulloso? Pues si los deseos y pensamientos malos atraen malas influencias, ¿dejará de existir la misma ley en lo tocante a los buenos pensamientos y a los deseos buenos? No hay duda, pues de lo contrario existirían dos leyes; una para regir el mal, y otra para regir el bien. Pues si los deseos y pensamientos buenos atraen buenas influencias, ¿cuánto más no debe atraerlas aquel que sepa amar al Padre, adorarlo en espíritu y verdad y procurar seguir sus mandamientos? Vemos así que, sin derogar leyes ni conceder privilegios, el espírita verdaderamente agradecido y enamorado de Dios atraerá influencias que, como ya dije, le serán muy provechosas en el curso de su vida planetaria. 
Y tanto es así, que pienso lo siguiente: si todos nosotros, espíritas, nos hubiésemos afirmado en esa posición, y nos hubiésemos tornado practicantes del amor divino, no estaríamos hoy tan diseminados y desunidos como estamos. Noten bien, mis hermanos: encontramos pocos Centros Espíritas en que no haya habido disensiones, y si algún Centro fue reducido a cenizas, eso fue debido a la falta de caridad y amor entre los responsables, por causa de defectos no corregidos, y a la falta de prudencia y de comedimiento a que todo espírita debe ceñirse, en sus pensamientos y actitudes. 

Si el amor y la adoración del Padre reinasen en el corazón de cada espírita, antes de hablar y obrar, cada uno pensaría si lo que hace está de acuerdo con la ley del Creador. Y si no estuviese, el espírita, lleno de amor a Dios, ¿evitaría todo lo que es injusto, para no hacer fraude a la ley y no rebelarse contra Él, que es todo amor y justicia? Muchas veces, en lugar de hablar, causando conflictos, preferiría callar, y con esa actitud de indulgencia o tolerancia daría un buen ejemplo, evitando responsabilidades y enseñando a sus hermanos. 
He conocido espíritas que todo confían a su criterio y a su saber, olvidándose de mantener vivo el amor a Dios, y de otras prácticas de las que más tarde trataré. Ésos, sin embargo, no saben que, por más entendidos que sean, les falta lo principal y sin que lo perciban, caen en la rutina común. De esa manera, en sus conversaciones, sus procedimientos y sus maneras no se distinguen de los hombres vulgares. Así, aunque crean en el Espiritismo, tratase apenas de un Espiritismo mental, que no domina el corazón. 
Por eso, en muchos actos de la vida, poco se diferencian de los que no conocen la doctrina. De ahí la razón de existir espíritas que no hacen ningún mal, mas que también no practican ningún bien, y que por un simple descuido caen en el ridículo, perjudicando entonces la propagación de la doctrina que sustentan. Y a veces suceden cosas peores, pues algún espíritu obsesor influye sobre ellos, haciéndoles concebir y propagar teorías extrañas, que perturban la buena marcha del Espiritismo, sembrando la duda en unos y la división en otros. Esto también puede ocurrir a los que, por falta de instrucción, encuentran todo bueno y maravilloso. 

Y aún con los que penetran en asuntos poco explorados y conocidos, haciendo afirmaciones y adoptando principios que no consuelan ni edifican, y sólo sirven para llevar la confusión a las inteligencias exaltadas. Éste no es trabajo destinado a la crítica de esas teorías, más deseo dar algunas reglas de conducta a los espíritas de buena voluntad, para evitarles ciertos obstáculos que muchos daños le pueden causar 2. Declaré que el amor a Dios puede atraer ciertas influencias para el espírita que lo procure avivar en su corazón, y que sepa transportarse al infinito a través de la oración, del pensamiento, de la meditación, de esas expansiones del alma... ¡Oración! Es un tema muy discutido y despreciado por muchos espíritas. Pongo de lado todas las formas rutinarias de orar, distraídas, convencionales, sistemáticas. 

2. Esta observación viene muy a propósito, delante del número de teorías absurdas que invaden actualmente el medio espírita. Ella se explica muy bien a los llamados «reformadores» de la doctrina mundo. 

Hablo de la oración que es acompañada por el sentimiento, por la firme voluntad, por el amor y la adoración al Padre. Hablo de la oración que edifica, que consuela, que brota de lo más profundo del alma; de la oración que es pronunciada por el ser que desea libertarse de las miserias y de las imperfecciones de la Tierra. Esta forma de oración, la considero necesaria a todo espírita, tanto que me atrevo a decir: quien de ella prescinde no se elevará jamás a las cualidades morales necesarias a un buen espírita. Y todavía más: quien de ella prescinde no podrá alcanzar, cuando vuelva al mundo espiritual, la condición de espíritu de luz, y está arriesgado a ser espíritu de tinieblas y de perturbación, a menos que sus trabajos y ocupaciones en la Tierra hayan sido pautados por la caridad y el amor al prójimo, lo que es tan raro en este. 
Hemos de considerar que la Humanidad está llena de errores, de maldad, de hipocresía, de egoísmo, de orgullo. Cada uno de nosotros despide alguna cosa de sí mismo, de aquello que es, en este mundo. Coloquemos un espírita en medio de toda esa imperfección, y a pesar de sus creencias él se contagiará en esa atmósfera general. Si ese espírita no dispone del medio de librarse de las malas influencias que lo envuelven, es imposible que se conserve prudente, circunspecto, tolerante, justiciero. Y como la ley exige la práctica de esas virtudes, para que alcancemos alguna felicidad espiritual, si alguna de ellas nos faltan, no estaremos aptos a morar después entre los buenos. Y, si no podemos vivir entre éstos, tenemos que ser contados en la categoría de los que no lo son. Y allí donde la bondad no impera, no puede haber felicidad, ni luz, ni libertad. 
Por eso entiendo que el espírita, para librarse de los vicios, debe saturarse de fluidos e influencias superiores a los que nos rodean en este mundo, y para que ellos nos envuelvan es necesario ponemos en condiciones de recibirlos. Cuando oramos con fervor, el espíritu se eleva en busca de entidades superiores del espacio. Como los seres que lo habitan tienen la caridad por misión principal, nunca dejan de amparar a los que por voluntad propia se dirigen a ellos. Se establece entonces una corriente fluídica entre el que ora y el que lo atiende. La influencia recibida lo circunda de luz y esa luz lo limpia de los fluidos impuros. Al concluir la oración, aquel que la pronunció limpióse de los malos fluidos y se envolvió en la atmósfera salutar de los buenos fluidos. Así como los primeros eran el vehículo de las acciones de los malos espíritus, los buenos espíritus, con sus fluidos, son una barrera contra las influencias perversas que no podrán dominarlo más. 
Para tornarlo más claro, daré un ejemplo. Supongamos una casa de campo sin cerca, ni muralla, ni cualquier otra especie de defensa. Cualquier malhechor que desee aproximarse no encontrará impedimento alguno, y mismamente de noche podrá llegar a las puertas de la casa sin cualquier precaución. Si la casa, por el contrario, está amurallada convenientemente y sus puertas cerradas con seguridad, ningún viandante y ningún malhechor podrán aproximarse con tanta facilidad. Así es, que tanto para el viandante, como para el malhechor, una casa amurada ofrece resistencia, lo que no ocurre con la otra. El espírita que ora es como la casa de campo amurada. El que no ora es como la que no tiene cerca ni muralla. Por eso, todas las malas influencias, encuentran más facilidades para aproximarse de él. Todo espírita, pues, debe ser agradecido al Padre, debe adorarlo por su grandeza, admirarlo por las maravillas de la Creación y respetarlo por ser uno de sus hijos. Porque en verdad, el hombre fue creado por Dios. 

Él es nuestro Padre, nuestro bien y nuestra Esperanza. Es Él autor de toda la belleza que nos rodea, desde el ave que se eleva en el espacio hasta el pez que se sumerge en las aguas, desde el monte en que crece el arbusto y florece la violeta hasta el astro que brilla en el infinito. Es Él el creador de aquélla que nos concibió en sus entrañas. Él es el todo: la luz, el amor, la belleza, la sabiduría, el progreso. Todo es Dios. El espírita que sabe todo eso y no se siente atraído por tanta grandeza, tanto amor, tanto poder, y vive olvidado del Padre, pasa horas y días sin demostrarle su agradecimiento, ¿qué calificativo merece? Prefiero callarme en ese punto. 
Mas es claro que ese espírita no siente todavía en su alma lo que debería sentir, no cumple el primer deber de un buen espírita, y es muy difícil que pueda estar apto para cumplir como debe la misión que le corresponde. En resumen: El espírita debe portarse delante de Dios como un buen hijo, que agradece a su padre por haberle creado. Debe respetar la grandeza de su Creador, adorar su Omnipotencia, amarlo por su Sublimidad. Y ese respeto, esa adoración, ese amor, esa gratitud, deben ser manifestados al Todopoderoso tanto cuanto posible. Ya para que él se porte como un buen hijo, ante un sublime y amoroso Padre, ya para atraer su influencia y la de los buenos espíritus, de que tanto necesitamos en nuestra condición de atraso, en un mundo en que imperan la ignorancia y el dolor. 

Extraído del libro "El Tesoro de los Espíritas" 
Miguel Vives

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Una experiencia: Ley de Causa y Efecto

Desde mi infancia, recuerdo haber sido una persona con un fuerte carácter. Continuamente me rebelaba con todo. Las injusticias me desquiciaban. No lograba comprenderlas. La educación que recibí fue la mejor que supieron darme, pero en aquella época era bastante sexista. Yo no comprendía por qué yo tenía que fregar los cacharros y mi hermano podía jugar y como este ejemplo infinidad de situaciones y detalles.

    Repito que la educación recibida fue la mejor que sabían darme, no había maldad en ello. Sólo era eso lo que había.Pero entonces no lo podía ver y me sentía muy desdichada.

   Después en la época laboral a pesar de ser capaz de hacer las cosas mejor que otros compañeros, o incluso de ser yo quien les sacara las castañas del fuego, mi trabajo no era reconocido por no tener estudios superiores. Afortunadamente la visión de la educación ha cambiado y no se discriminan tanto las labores del hogar, pero en el mundo laboral la vorágine de competencia y poder es cada vez mayor.

Bien, como era una persona rebelde y orgullosa no cabe decir que me pasaba la mayor parte de la vida con la espada en alto. No me daba cuenta de que los enfrentamientos en los que yo formaba parte no sólo me hacían infeliz a mí, sino que también generaba sufrimiento a todos quienes me rodeaban y se veían involucrados.

     La educación moral era estricta. No robarás, no matarás, no mentirás, etc. Aprender todo esto era bueno, en definitiva, "no hacer nada a nadie, si no te gusta que te lo hagan".

     Por otro lado faltar a cualquiera de estos cánones, aunque sólo fuera desobedecer, tenía como consecuencia un castigo (por ejemplo no ver la tele, o no salir a jugar con los amigos, o una amonestación en el trabajo).

Pero...... ¿y si nadie se enteraba?

Nada, no pasaba nada.

¡Error! ¡Qué gran error! ¡Cuanta ignorancia y cuanto sufrimiento pensar de esa manera!

La expresión más corriente era ¿por qué me pasa esto a mi?

La rueda una vez que empieza a girar, toma fuerza y si tú me haces daño a mí, yo te lo hago a tí y entonces tú me golpeas más fuerte.

Pero ¿qué pasaría si la paramos?

Hoy sé que existe una "Ley Natural". No es moderna, data de más allá de los tiempos. Es la "LEY DE CAUSA Y EFECTO"

Veréis yo no tuve oportunidad de oír hablar de ella hasta hace unos pocos años.

Al principio "entendía" perfectamente lo que quería decir pero no "asimilaba" su importancia. En teoría yo entendia que si por ejemplo se me ocurría robar algo, en consecuencia a mi me sustraerían algo, y si además mi acto fue con la intención de hacer daño, seguro que lo que me quitaran sería de valor para mí y hasta es posible que con violencia me lo arrebataran. (Podemos pararnos a pensar si alguna vez nos han robado ¿No es posible que de algun modo nosotros hallamos cometido ese acto simplemente cogiendo algún objeto por capricho en algún lugar sin pagarlo? Hasta es posible que pensaramos que teníamos derecho a cogerlo)

Al pararme a observar, mirando hacia atrás, cuando la pregunta del porqué acudía a mi mente, me dí cuenta, en la mayoría de los casos del porqué. En otros mi orgullo no me permitía ver que se pudiera caer tan bajo por tan poca cosa a veces. Cuando realmente "asimilé"esa Ley fué una noche. Después de pasar ocho años luchando con la enfermedad de un ser muy querido para mi, y para la cual la medicina no encontraba ninguna solución, me senté a pensar después de la pregunta del "¿por qué?". Y me puse a pedir por ese ser y su sufrimiento desde la parte más profunda de mi corazón. Entonces vino a mi un recuerdo que mi orgullo me permitió revivir.

Hubo un momento de nuestra vida en que dejamos que la incompresión y la intolerancia se asentara en nuestras vidas.Recordé que en un momento que yo lo estaba pasando mal, esa persona me hirió tan profundamente con sus palabras que le deseé con todo mi odio y mi rabia que viviera esa misma situación mía para que así la comprendiera.

La verdad no sabía el alcance al que llegaría mi pensamiento en aquel momento, pero cuando aquella noche ese recuerdo asaltó mi mente lloré las lágrimas más amargas que hasta entonces había llorado.

Pedí perdón por ello y seguí implorando para que el sufrimiento de esa persona mitigara. Aquel Ser Supremo a quien yo se lo pedí, debió escucharme, porque la mejoría fue lenta pero continua.

Espero que tú que estas leyendo estas líneas tengas la oportunidad de "asimilar" desde el fondo de tu ser esta "LEY" para evitarte sufrimientos y preguntarte ¿por qué?. Aplícalo en tu vida y seguro que hallarás más felicidad. 

Ana Sobrino-   Grupo Espírita “Entre el Cielo y laTierra 


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                   Buenos médiums ( 197)   


"Médiums formales": los que no se sirven de su facultad sino para el bien y para cosas verdaderamente útiles; creerían profanarla haciéndola servir para la satisfacción de los curiosos y de los indiferentes o para fruslerías. 

"Médiums  modestos": los que no se hacen ningún mérito de las comunicaciones que reciben por buenas que sean; se consideran como extraños a ellas y no se creen al   abrigo de las mixtificaciones. Lejos de huir de los consejos desinteresados, los solicitan.   "Médiums desinteresados": los que comprenden que el verdadero médium tiene una misión que cumplir, y debe, cuando sea necesario, sacrificar sus gustos, sus   costumbres, sus placeres, su tiempo y aun sus intereses materiales al bien de los otros. 

"Médiums seguros": los que además de la facilidad de ejecución merecen la mayor confianza por su propio carácter, la naturaleza elevada de los Espíritos por quienes están asistidos, y que son los menos expuestos a ser engañados. Veremos más adelante que esta seguridad no depende de ningún modo de los nombres más o menos respetables que toman los Espíritus. 

"Bien conocéis que es incontestable que el censurar así las cualidades y las   irregularidades de los médiums, suscitará contrariedades y aun animosidades en  algunos; ¿pero qué importa? la mediumnidad se extiende de día en día más y el médium que tomara a mal estas reflexiones, probaría que no es buen médium; esto es, que está asistido por malos Espíritus. Por otra parte, como lo he dicho, todo esto sólo durará algún tiempo, y los malos médiums, los que abusan o hacen mal uso de sus facultades, sufrirán tristes consecuencias, como esto ha acontecido ya para algunos; aprenderán a sus costas lo que cuesta el hacer volver en provecho de sus pasiones terrestres un don que Dios no les había concedido sino para su adelantamiento moral. Si no podéis volverles a conducir al buen camino, compadecedles, que, puedo decíroslo, son réprobos de Dios. - ERASTO." 

"Este cuadro es de gran importancia, no solamente para los médiums sinceros que buscarán de buena fe, leyéndole, se preservarán de los escollos a que están expuestos; también para todos aquellos que se sirven de médiums, porque él les dará la medida de lo que pueden racionalmente esperar de ellos. 


Debería estar constantemente bajo la vista de cualquiera que se ocupe de las   manifestaciones, lo mismo que la "escala espiritista", de la cual es el complemento; estos dos cuadros resumen todos los principios de la doctrina, y contribuirán más que lo creéis a conducir al Espiritismo a su verdadero camino. - 

SÓCRATES." 


198. Todas estas variedades de médiums presentan grados infinitos en su intensidad; hay muchos de estos que no constituyen propiamente hablando más que matices, pero que no dejan de ser el hecho de aptitudes especiales. Se concibe que debe ser bastante raro que la facultad de un médium se halle rigurosamente circunscrita a un sólo género; el mismo médium puede, sin duda, tener muchas aptitudes, pero siempre hay una que domina, y es la que se debe procurar cultivar si es útil. Es un mal grave el esforzarse en el desarrollo de una facultad cuando no se posee; es preciso cultivar todas aquellas cuyo germen se reconoce en sí mismo; pero buscar las otras es, desde luego, perder el tiempo, y en segundo lugar perder, quizá, o seguramente debilitar aquellas de que se está dotado.    "Cuando el principio, el germen de una facultad existe, se manifiesta siempre por señales nada equívocas. Encerrándose en su especialidad, puede el médium descollar y obtener cosas grandes y hermosas; ocupándose todo no obtendrá nada bueno. 

Observad de paso que el deseo de extender indefinidamente el circulo de sus facultades es una pretensión orgullosa que los Espíritus no dejan nunca impune; los buenos abandonan siempre al presuntuoso que viene a ser así el juguete de los Espíritus mentirosos. Desgraciadamente no es raro el ver médiums que no están contentos de los dones que han recibido, y aspiran, por amor propio o ambición, a poseer facultades excepcionales propias para hacerlas notables; esta pretensión les quita la cualidad más preciosa: la de los "médiums seguros." - 

SÓCRATES." 

EL LIBRO DE LOS MÉDIUMS 
ALLAN KARDEC 

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