domingo, 23 de diciembre de 2018

La fiesta de Navidad


        ESPIRITISMO:
Hoy os ofrezco los siguientes temas :

1.- La indulgencia
2.- La fiesta de Navidad
3.- La muerte: Luces y sombras
4.- Conexión entre cuerpo y alma
5.- Clases de Médiums, según el desarrollo de su facultad



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                                      LA INDULGENCIA

La indulgencia es ese sentimiento dulce y fraternal que todo hombre debe alimentar para con sus hermanos, más del cual bien pocos hacen uso.
La indulgencia no ve los defectos del otro, o si los ve, evita hablar de ellos, divulgarlos.
Al contrario, los oculta, a fin de que no se tornen conocidos sino de ella únicamente.
Y, si la malevolencia los describe, tiene siempre  enseguida una escusa para ellos, escusa plausible, seria,  no de las que, con apariencia de atenuar la falta, más evidencian con pérfida intención.
La indulgencia jamás se ocupa  con los malos actos del otro, a menos que sea para prestar un servicio.
Más, aun mismo en este caso, tiene cuidado de atenuarlos tanto como sea posible.
No hace observaciones chocantes, no tiene en los labios la censura. Apenas consejos y, las más de las veces velados.
Al hacer una crítica cualquiera, ella siempre pensará antes: ¿Qué consecuencias se habrá de sacar de estas palabras?
¡Hombres! ¿Cuándo será que juzgareis vuestros propios corazones, o vuestros propios actos, sin ocuparos con lo que hacen vuestros hermanos?
¿Cuándo solo tendréis miradas severas sobre vosotros mismos?
Sed severos para con vosotros, e indulgentes para con los otros.
Acordaos de que, tal vez, hayáis cometido faltas más graves.
Sed indulgentes, amigos míos, por cuanto la indulgencia atrae, calma yergue, al paso que el rigor desanima, aparta e irrita.
Es más una virtud fundamental para aquellos de nosotros que deseamos vivir  la Nueva Era, la era del bien.
La indulgencia no se entiende por connivencia con la cosa errada, de forma alguna, más si,  de una forma benevolente, de tratar a un alma equivocada.
Nuestra severidad excesiva con los otros poco resuelve. Y, por el contrario, esta ferocidad en nuestro juzgamiento solo nos trae perjuicios morales.
Casi siempre nuestra crítica, nuestra condenación, no visa el bien del otro, más si una satisfacción, desequilibrada en simplemente hablar mal, o condenar.
Mecanismo psicológico de proyección, muchas veces nos muestra  en el otro aquello que detestamos en nosotros, y como fuga desastrosa, al acusar, imaginamos que podemos librarnos del mal intrínseco  a nuestra alma enferma.
Acusar por acusar nunca nos traerá el bien que deseamos, la paz que anhelamos tanto.
La maledicencia es provocadora de placer mórbido que atesta la deficiencia del carácter humano.
Seamos así, indulgentes, de la misma forma que el Creador lo es siempre con nosotros, viendo lo que tenemos de bueno, y siempre dándonos nuevas oportunidades de acertar después de nuestros errores.
Señalar el error de otro es valorar lo negativo. Es darle un destaque mayor de lo que es necesario.
La indulgencia es caridad, es comprensión y perdón.
El verdadero carácter de la caridad es la modestia y la humildad, que consisten en ver cada uno apenas superficialmente los defectos de otro, es esforzarse por hacer que prevalezca lo que en el hay de bueno y virtuoso.
Aunque el corazón humano sea un abismo de corrupción, siempre hay, en alguno de sus dobleces más ocultas, el germen de los buenos sentimientos, centella  viva de la esencia espiritual.
Redacción del Momento Espirita.

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                   FIESTA DE NAVIDAD 

(Sociedad Espiritista de Tours, 24 de diciembre de 1862. Médium, Sr. N...) 

Esta noche que, en el mundo cristiano, se festeja el Nacimiento del Niño Jesús; pero vosotros, mis hermanos, debéis también rejubilaros y festejar el nacimiento de la nueva Doctrina Espiritista. Vela crecer como ese niño; vendrá, como ella, a esclarecer a los hombres y mostrarles el camino que deben recorrer. Luego veréis a los reyes, como los magos, venir, ellos mismos, a pedir a esta Doctrina los recursos que no encuentran más en las ideas antiguas. No os traerán más el incienso y la mirra, pero se postrarán de corazón delante de las ideas nuevas del Espiritismo. ¿No veis ya brillar la estrella que debe guiarlos? Coraje, pues, mis hermanos; coraje, y luego podréis con el mundo entero celebrar la gran fiesta de la regeneración de la Humanidad. 
     Mis hermanos, por mucho tiempo guardasteis en vuestro corazón el germen de esa doctrina; pero hoy He ahí que él aparece a la luz con el apoyo de un tutor sólidamente plantado y que no dejará curvar sus débiles ramos; con ese apoyo providencial, crecerá día a día y se tornará el árbol de la creación divina. De ese árbol re¬cogeréis frutos que no conservaréis sólo para vosotros, sino para vuestros hermanos que tendrán hambre y sed de la fe sagrada. ¡Oh! Entonces, presentadles ese fruto, y exclamad desde el fondo de vuestro corazón: "Venid, venid a compartir con nosotros lo que alimenta nuestro espíritu y alivia nuestros dolores físicos y morales." 
    Pero no olvidéis, mis hermanos, que Dios os hizo levantar el primer germen; y ese germen creció y se tornó ya un árbol propio para dar su fruto. Os restará alguna cosa, son esos tallos que podréis trasplantar; pero antes, ved si el terreno al cual confiáis ese germen no esconde, bajo su lecho aparente, algún gusano roedor que podría devorar lo que os confió el Maestro. 
SAN LUIS 

Allan Kardec. Revista Espirita – Periódico de Estudios Psicológicos nº 4 – Año VI

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LA MUERTE: LUCES Y SOMBRAS



    Nuestro origen, antes de nacer, como nuestro final cuando morimos, son clave para comprender la esencia de la vida. Bien es cierto que, para mantener una vida equilibrada y aprovechar en el día a día todas nuestras potencialidades como seres humanos, tal y como nos indican la psiquiatría y la psicología modernas, es imprescindible vivir en el presente con plenitud; no ser cautivos del pasado ni sentirnos atrapados por la incertidumbre del porvenir, de aquello que nos pueda suceder en el futuro. Sobre todo para reforzar la intención de entresacar las cualidades, las potencialidades que todos poseemos, y de ese modo lograr lo que nos propongamos; aprendiendo de los errores y persistiendo hasta alcanzar el objetivo final, sin etiquetas extremas de éxito o fracaso.
     Pero la cuestión que nos ocupa no resulta tan sencilla para muchas personas. No obstante, la muerte es un fenómeno natural, y como todo aquello que es natural lo deberíamos de analizar con naturalidad. Pensar que esta incógnita es irresoluble sería quizás simplificar demasiado y cerrar demasiadas puertas al entendimiento. Es quitarse de en medio una cuestión que está repleta de prejuicios religiosos y culturales, algo que incomoda y que parece estar falsamente condenado a transitar por el terreno de las creencias o de los dogmas.
     Sin embargo, resulta complicado escapar de la angustia ante los fenómenos comunes a la condición humana, como por ejemplo cuando perdemos a seres queridos, o cuando se nos diagnostica una enfermedad incurable y que puede tener un desarrollo fatal, o cuando los reveses de la vida, como pueden ser accidentes, nos merman las facultades o las posibilidades físicas; o también esas mismas enfermedades que nos hacen pasar por un calvario de molestias, dolor, intervenciones quirúrgicas frecuentes, demostrándonos la enorme vulnerabilidad de nuestras vidas.
     El miedo a la muerte nos puede llegar a colocar en la misma tesitura mental que cuando nos enfrentamos a un gran peligro, frente a algo que no podemos controlar y que nos llena de inseguridad, de enorme incertidumbre. Su principio se basa en el instinto de conservación, y este nunca puede ser malo. Pero en este caso nos referimos al miedo visto desde otro ángulo, ante la gran duda de no saber con lo que nos vamos a encontrar cuando todo haya terminado, cuando los lazos que nos unen al cuerpo se hayan roto definitivamente, bien de una manera brusca o después de un proceso patológico más o menos largo.
    No podemos perder de vista la cultura religiosa en la que estamos inmersos, es nuestra herencia, es lo que aprendimos de pequeños y el origen de las ideas que nos han inculcado con toda la buena intención. Después, con el paso de los años, esas ideas las hemos ido consolidando o modificando en un proceso que nos ha encaminado a la aceptación sin más, o al rechazo y la incredulidad. Otros han buscado alternativas que pudieran satisfacer sus expectativas, su lógica, su manera de ver la vida, en donde todas las piezas pudieran encajar de una manera más o menos razonable. Algunos piensan que es un tema imposible de resolver, optando por una postura agnóstica, inaccesible al conocimiento humano.
     A esto hay que añadir nuestro estado interior actual, la percepción que tenemos de nosotros mismos, sea positiva o negativa, y las consecuencias que consideramos se pueden derivar de nuestros actos una vez hayamos dejado el cuerpo físico, en la línea de premios y castigos. Un caso podría ser el sentimiento de culpabilidad por alguna razón, por no haber hecho las cosas bien en algún aspecto de nuestra vida; esta circunstancia nos puede condicionar la percepción del futuro y de aquello que podemos esperar para después de la muerte.
     También puede existir otra postura distinta, la de aquel que todo le sonríe en la vida y tiene miedo a perder sus posesiones, su estatus; le gustaría que todo permaneciera de la misma forma durante muchísimo tiempo. En algunos casos, el tema de la muerte y sus posibilidades permanece en las antípodas de sus preocupaciones y pensamientos; no se dan cuenta de la transitoriedad de las cosas. Tanto la tristeza y el dolor como la alegría y la felicidad terrena son estados totalmente efímeros. Desde un punto de vista material, nos vamos como vinimos al mundo, sin nada.
     Por otro lado, aceptar las circunstancias de la vida y sus distintas etapas, esperando la muerte con esperanza y serenidad, denota madurez y equilibrio espiritual. Al alcance de aquellos que saben que somos algo más que un cuerpo o unas circunstancias pasajeras. Conscientes de que todo aquello que poseemos se nos puede arrebatar en un momento.
     Si miramos hacia atrás, a la historia del hombre, nos daremos cuenta de que, en cierto sentido, hemos acallado nuestra voz interior, aquella que en el pasado, hace ya miles de años, hacía del hombre un ser comprometido con su destino. Sabía interiormente, sin que nadie se lo explicara, el origen de la vida y su destino final. No solo no temía a la muerte y la vida después de la vida, sino que confiaba en una vuelta al mundo de las formas, es decir, los seres queridos retornarían en hijos o nietos. Algunos arqueólogos creen que esa fue la razón de que en la nueva edad de Piedra (10.000-5.000 a. de C.) se enterraran los cuerpos en posición fetal, para facilitar el renacimiento.
     ¡Es fascinante! ¡Cuánta sabiduría!; ahora perdida por los condicionantes religiosos y culturales sedimentados en el tiempo, desvirtuándonos de sentimientos e intuiciones que procedían de lo más profundo del ser humano.
    Hoy día, sin embargo, continuamos con las mismas angustias e incertidumbres, sobre todo cuando la muerte asoma o cuando perdemos a los seres queridos. Los temores que nos han inculcado sobre un porvenir sin punto medio, con dos alternativas bien marcadas: o la felicidad absoluta o el sufrimiento perpetuo, nos marcan un escenario nada halagüeño, de enorme desazón, de sueños perdidos. “Todo ello crea entre vivos y muertos una distancia tal, que la separación parece eterna; por esa razón la generalidad prefiere tener cerca suyo, aun sufriendo, a los seres que ama, a verlos partir, aunque sea hacia el cielo”.(Allan Kardec; capítulo II, 9; El Cielo y el Infierno).
    La sensación, muchas veces, de que, una vez las ilusiones y aspiraciones materiales se diluyen con el tiempo, o cuando los resultados no son como se esperaban (un vacío interior, una inseguridad, una zozobra), nos hace ver el futuro como una losa, un muro infranqueable. El fenómeno de la muerte se observa entonces como algo mucho más desalentador.
   Sin embargo, cuando hacemos caso a nuestro interior nos despojamos de los prejuicios, escuchamos esa misma voz que escuchaban nuestros ancestros y entonces es cuando emerge el verdadero significado, la verdadera dimensión de la vida una. Comprendemos que con la muerte no acaba nada, simplemente abandonamos un ropaje que ya no nos sirve, y como el crepúsculo que da paso a la noche, pronto aparecerá un nuevo amanecer lleno de esperanzas e ilusiones. La muerte pasará entonces a ser vida, la auténtica vida; la paloma se despoja de su jaula y vuela libre buscando nuevos rumbos, nuevas metas.
     A la muerte no la podemos encasillar como una cuestión meramente religiosa o dogmática. Su verdadero lugar se corresponde con las vías filosóficas, científicas y hasta experimentales, unos escenarios en donde podremos encontrar numerosas respuestas que puedan satisfacer a la razón y al corazón. Es un tema que debemos alejarlo del terreno de las utopías, de las vanas ilusiones inaccesibles para sustituirlas por realidades y convicciones.
     No es más auténtico aquello que tocamos o podemos ver, existen otras realidades más sutiles, inmateriales o imperceptibles a nuestros sentidos físicos más primarios, como nos lo demuestra la moderna física cuántica.
     La muerte es una puerta a la verdadera vida. Estamos de paso por este mundo, vivimos en una realidad aparente, transitoria. Lo imperecedero, lo verdaderamente importante se escapa a nuestros sentidos. Si tenemos el coraje de buscar respuestas con sinceridad, las encontraremos en nuestro propio interior a través de multitud de señales que nos hablan de una puerta a otra dimensión, llena de esperanzas y posibilidades.
     Sirva como conclusión lo que el espiritismo nos dice al respecto: A medida que el hombre comprende mejor la vida futura, el temor a la muerte decrece(…) “La seguridad de volver a encontrar a sus amigos después de morir, la certeza de poder retomar las relaciones interrumpidas, el hecho de saber que el fruto de sus esfuerzos le valdrá y que cuanto haya logrado en inteligencia y perfección no estará perdido, todo ello le otorga paciencia para saber esperar y valor para soportar las fatigas momentáneas de esta vida terrenal”. (Allan Kardec; capítulo II, 3; El Cielo y el Infierno).
© Amor, Paz y Caridad, 2018

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   CONEXIÓN ENTRE CUERPO Y ALMA 
     Nuestro cuerpo físico es como una cárcel para el Espíritu, una verdadera cárcel, de la que sólo sale a intervalos para recuperar fuerzas en los planos sutiles del Espíritu, en el espacio, cuando el cuerpo físico duerme y también en los estados de éxtasis. Y los sentidos físicos son como aberturas o ventanales, por los cuales puede percibir y comunicarse en este plano físico. El cuerpo carnal, es tan sólo una vestidura, una forma física, un instrumento de manifestación en el plano físico, instrumento del cual se vale el Espíritu inmortal, para su progreso. 


     El cuerpo humano es una maravillosa organización celular, biológica, muestra tangible e irrefutable de la sabiduría divina, dentro de la cual, interpenetrado, existe un cuerpo fluídico o alma que mantiene esa cohesión celular. Desprendida esa alma, ese psiquismo animador de la forma, en el trance llamado muerte, éste pierde cohesión y comienza a desintegrarse.


     Hay quien considera que su cuerpo es el causante de sus debilidades. Débil puede ser el Espíritu, por no haber desarrollado aún la fortaleza necesaria para controlarlas y superar las atracciones del medio ambiente circundante (mal llamadas atracciones de la carne). No es en el cuerpo carnal donde radican los deseos y las pasiones, ya que éste no es más que el instrumento de manifestación imprescindible para la evolución del Espíritu en el plano físico. Los deseos y pasiones están en el psicosoma o alma humana, que trae de sus vidas pasadas. Así pues, no consideremos inmundo a nuestro cuerpo, ya que, siendo formado dentro de las leyes emanadas de la Sabiduría Cósmica, no puede ser inmundo. Inmundo puede ser el mal uso que de él hagamos. 


     Y por último, aunque brevemente, daremos a conocer que, entre el alma y el cuerpo físico existe un agente de unión, al cual se le denomina «cuerpo vital» y también «duplo etérico», y que es una contraparte del cuerpo físico sumamente importante, compuesto de sustancia etérea densa o éter físico emanado de la tierra, y cuya función es vitalizante para el cuerpo físico, al absorber de la atmósfera la energía vital o prana y distribuirla en todo el sistema orgánico; así como también comunicante al cerebro, de las vibraciones que el cuerpo psíquico (periespíritu) recibe del Espíritu. Siendo por tanto intermedio indispensable entre el cuerpo psíquico y físico. 

     Durante las horas de sueño, cuando el Espíritu con su cuerpo fluídico o alma se desprende a vivir en libertad, queda unido a este cuerpo vital y cuerpo físico por un hilo magnético o lazo fluídico, conocido también con el nombre de «cordón plateado», al cual no se le conoce límite de extensión. Cuando este lazo de unión se rompe o es cortado (por entidades espirituales), sobreviene la llamada muerte, no antes; y entonces, este cuerpo vital paraliza también sus funciones, comenzando a desintegrarse con el cuerpo físico. 

Sebastián de Arauco.



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      CLASES DE MEDIUMS SEGÚN EL                 DESARROLLO DE SU FACULTAD

Médiums novicios:
 aquellos cuyas facultades no están todavía completamente desarrolladas y les falta la experiencia necesaria.

Médiums improductivos: los que no llegan a obtener sino cosas insignificantes, monosílabos, rasgos o letras sin sentido. (Véase el capítulo de la “Formación de los médiums”).

Médiums hechos o formados: son aquellos cuyas facultades mediúmnicas están completamente desarrolladas que transmiten las comunicaciones que reciben con facilidad, prontitud y sin vacilación. Se concibe que este resultado solo puede obtenerse con la práctica, mientras que en los médiums novicios las   comunicaciones son lentas y difíciles.

Médiums lacónicos: aquellos cuyas comunicaciones, aunque fáciles, son breves y sin desarrollo.

Médiums explícitos: las comunicaciones que reciben tienen toda la amplitud y extensión que se puede esperar de un escritor consumado.
    Esta aptitud depende de la expansión y de la facilidad de combinación de los fluidos; los Espíritus los buscan para tratar los asuntos que traen grandes desenvolvimientos.

Médiums experimentados: la facilidad de ejecución es un asunto de práctica que se adquiere muchas veces en poco tiempo, mientras que la experiencia es el resultado de un estudio serio de todas las dificultades que se presentan en la práctica del Espiritismo.
    La experiencia da al médium el tacto necesario para apreciar la naturaleza de los Espíritus que se manifiestan, juzgar sus cualidades buenas o malas por las señales más minuciosas, discernir la bellaquería de los Espíritus mentirosos que se abrigan bajo las apariencias de la verdad. Se comprende fácilmente la importancia de esta cualidad, sin la cual todas las otras son sin utilidad real; lo malo es que muchos médiums confunden la experiencia, fruto del estudio, con la aptitud, producto de la organización; se creen maestros con título porque escriben fácilmente; repudian todos los consejos y vienen a ser presa de los Espíritus mentirosos e hipócritas que captan la voluntad lisonjeando su orgullo. (Véase más adelante el capítulo de “La Obsesión”).

Médium flexibles: aquellos cuya facultad se presta más fácilmente a los diversos géneros de comunicaciones, y por los cuales casi todos los Espíritus pueden manifestarse espontáneamente o por evocación.
    Esta variedad de médiums es muy parecida a los médiums sensitivos.

Médiums exclusivos: aquellos por los cuales un Espíritu se manifiesta con preferencia, y aun con exclusión de todos los otros, y responde por aquellos que se llaman por intermedio del médium.
    Esto depende siempre de un efecto de flexibilidad; cuando el Espíritu es bueno, puede adherirse al médium por simpatía y con un fin laudable; cuando es malo es siempre con el objeto de poner al médium bajo su dependencia. Esto es más bien un defecto que una cualidad, y muy vecino de la obsesión. (Véase el capítulo de “La Obsesión”).

Médiums de evocaciones: los médiums flexibles son naturalmente los más propios a este género de comunicación y a las preguntas de detalle, que se pueden dirigir a los Espíritus. Hay bajo este aspecto médiums del todo especiales.
    Sus respuestas se encierran casi siempre en un cuadro restringido, incompatible con el desarrollo de los asuntos
generales.

Médiums de dictados espontáneos: reciben con preferencia comunicaciones espontáneas de parte de los Espíritus que se presentan sin ser llamados. Cuando esta facultad es especial en un médium, es difícil y aun imposible algunas veces hacer una evocación por su conducto.
    Sin embargo tienen mejores instrumentos que los del grado precedente. Comprended que por instrumentos se entiendan aquí los materiales cerebrales, porque es menester muchas veces, mejor dicho, siempre mayor suma de inteligencia para los dictados espontáneos que para las evocaciones. Entended por dictados espontáneos los que merecen verdaderamente este nombre, y no algunas frases incompletas o algunos pensamientos vulgares que
se encuentran en todas las cabezas humanas.

(Tomado de El Libro de los Médiums, de Allan Kardec)

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