– Cuándo una persona tiene ante sí una muerte inevitable y terrible, ¿es culpable por abreviar en algunos instantes sus sufrimientos con la muerte voluntaria? – Siempre hay culpabilidad por no esperar el término fijado por Dios. Por otra parte, ¿hay seguridad de que ese término haya llegado a pesar de las apariencias y no puede recibirse en el último momento un socorro inesperado? – Se concibe que en circunstancias ordinarias sea reprensible el suicidio, pero supongamos el caso en que la muerte es inevitable, y en que sólo se abrevie la vida por algunos instantes… – Es siempre una falta de resignación y sumisión a la voluntad del Creador. – En ese caso, ¿cuáles son las consecuencias de esa acción? – Como siempre, una expiación proporcionada a la gravedad de la falta, según las circunstancias. 954 – Una imprudencia que compromete la vida sin necesidad, ¿es reprensible? – No existe culpabilidad cuando no existe intención o conciencia positiva de hacer mal. 955 – Las mujeres que, en ciertos países, se queman voluntariamente con el cuerpo de sus maridos, ¿pueden considerarse como suicidas, y sufren las consecuencias del suicidio? – Obedecen a un prejuicio y con frecuencia, más a la fuerza que a su propia voluntad. Creen cumplir un deber, y no es este el carácter del suicidio. Su excusa es la nulidad moral de la mayor parte de ellas y su ignorancia. Esos usos bárbaros y estúpidos desaparecen con la civilización. 956 – Los que, no pudiendo sobrellevar la pérdida de las personas que le son queridas, se matan con la esperanza de reunirse con ellas, ¿logran su objetivo? – El resultado, es muy diferente del que esperan, y en vez de reunirse con el objeto de su afecto, se alejan de él por más tiempo, porque Dios no puede recompensar un acto de cobardía, y el insulto que se hace dudando de su providencia. Pagarán ese instante de locura con pesares mayores de los que creen abreviar, y no tendrán para compensarlos la satisfacción que esperaban. ( 934 y siguientes). 957 – ¿Cuáles son, en general, las consecuencias del suicidio en el estado del Espíritu? – Las consecuencias del suicidio son muy diversas: no hay penas fijas y en todos los casos son siempre relativas a las causas que lo han provocado. Pero una de las consecuencias inevitables al suicida es la contrariedad. Por lo demás, no es una misma la suerte de todos ellos, depende de las circunstancias. Algunos expían su falta inmediatamente, otros en una nueva existencia que será peor que aquella cuyo curso han interrumpido. La observación demuestra, en efecto, que las consecuencias del suicidio no son siempre las mismas. Pero las hay que son comunes a todos los casos de muerte violenta y como consecuencia de la interrupción brusca de la vida. En primer lugar la persistencia más prolongada y tenaz del lazo que une el Espíritu y el cuerpo, por estar ese lazo casi siempre en plenitud de su fuerza en el momento en que se ha cortado, mientras que en la muerte natural se afloja gradualmente y en la mayor parte de las veces, se rompe antes que la vida esté completamente extinguida. Las consecuencias de este estado de cosas son la prolongación de la turbación espírita, después la de la ilusión que, durante un tiempo más o menos largo, hace creer al Espíritu que está aún entre el número de los vivos. (155 y 165). La afinidad que persiste entre el Espíritu y el cuerpo produce en algunos suicidas una especie de repercusión del estado del cuerpo sobre el Espíritu, quien, a pesar suyo, siente los efectos de la descomposición, y experimenta una sensación plena de angustias y de horror, y ese estado puede persistir tanto tiempo como hubiera debido durar la vida que han interrumpido. Este efecto no es general, pero, en ningún caso, el suicida está exento de las consecuencias de su falta de valor, y tarde o temprano expía su culpa de uno u otro modo. De aquí que ciertos Espíritus, que fueron muy infelices en la Tierra, dijeran haber sido suicidas en su última existencia y estar voluntariamente sometidos a nuevas pruebas para intentar soportarlas con más resignación. En algunos, es una especie de apego a la materia de la cual procuran deshacerse en vano, para elevarse a mejores mundos, cuyo acceso les está prohibido; en la mayor parte en el pesar de haber hecho una cosa inútil, puesto que sólo desengaños sufren. La religión, la moral, todas las filosofías condenan el suicidio como contrario a la ley natural. Todas nos dicen en principio que no se tiene derecho de abreviar voluntariamente la vida; pero, ¿por qué no se tiene ese derecho? ¿Por qué no se es libre para poner término a los sufrimientos? Estaba reservado al Espiritismo demostrar, con el ejemplo de los que sucumbieron, que eso no es sólo una falta como infracción de una ley moral, consideración de poca importancia para ciertos individuos, sino un acto estúpido, puesto que con él nada se gana. No es la teoría la que nos enseña esto, sino los hechos que presenta ante nuestros ojos.
El libro de los espíritus. Allan Kardec. |
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TU PUEDES
"Puedes hacer más en favor de la humanidad si te dispones a ello.
Tiende la mano a alguien caído; da una palabra cortés otro; sonríe a una persona solitaria, mostrándole fraternidad; regala una flor a un amigo; haz sonreír a una persona triste; estrecha con ternura a un desafortunado... Hay monedas de amor que valen más que los tesoros bancarios, cuando son dirigidas en el momento oportuno y con bondad. Nadie prescinde de un amigo, ni desdeña un gesto de socorro. Disputa la honra de ser constructor de un mundo mejor y de una sociedad más dichosa" (Divaldo Franco / Joanna de Angelis. -(Vida Feliz)
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CHICO Y EL RECADO DE MARÍA
Chico Xavier contó en uno de sus días de profunda amargura, que solicitó al benefactor espiritual que llevase su pedido de socorro a María de Nazaret, para que ella lo consolase, porque sus problemas eran graves.
Después de algunos días, Emmanuel retornó, diciéndose portador de un recado de la Madre de Jesús. Chico, inmediatamente, cogió papel y lápiz y se dispuso para anotar- "Puede hablar, tomaré nota de cada palabra" Emmanuel, el atento educador, le dijo:- Anote ahí Chico. María me pidió que le trajese el siguiente recado:
" Eso también pasará". Punto final. Chico tomó nota rápidamente y le preguntó al guía sobre eso. Y él le respondió, enfatizando,- Chico, la Madre de Jesús me solicitó para que le dijese: Eso también pasará... Como Chico Xavier, muchos de nosotros, cuando somos visitados por el dolor, nos gustaría recibir un mensaje individual de consuelo.Pensando que fuimos olvidados por la Divinidad, rogamos que nos sea concedida una deferencia especial por parte de los benefactores espirituales.
Pero Dios todo lo sabe y todo lo ve. Nada acontece sin su consentimiento; basta que depositemos la confianza en Sus soberanas leyes. Todas las cosas, en la Tierra pasarán...Los días de dificultad pasarán. Pasarán también los días de amargura y soledad....
Los dolores y las lágrimas pasarán....
Las frustraciones que nos hacen llorar... un día pasarán. La nostalgia por un ser querido que se va de la mano de la muerte... pasará... Los días de glorias y de triunfos mundanos en que nos juzgamos mayores y mejores que los demás.... igualmente pasarán... Esa vanidad interna que nos hace sentir como el centro del universo, un día pasará. Días de tristeza... Días de felicidad... son lecciones necesarias que en la Tierra pasan, dejando en el espíritu inmortal las experiencias acumuladas. Si hoy para nosotros, es uno de esos días repletos de amargura, paremos un instante, elevemos el pensamiento a lo Alto y busquemos la voz suave de la Madre amorosa que nos dice cariñosamente: Eso también pasará. Y guardemos la certeza por las propias dificultades ya superadas, que no hay mal que dure para siempre. Así, hagamos nuestra parte lo mejor que podamos, sin atrasos, y ¡ confiemos en Dios!
- Por Zeferino y Marlene Goulart-
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AUTOMATISMO Y PERIESPÍRITU
La primera vez que en la Doctrina Espírita aparece
el concepto de periespíritu es en la cuestión nº 93 de El
Libro de los Espíritus, donde éstos nos informan de que
«El Espíritu está revestido de una substancia vaporosa
para ti, pero muy grosera aún para nosotros». Allan Kardec,
a partir de ello, en el comentario que sigue a esta
respuesta, nombra “periespíritu” a esa envoltura que reviste
al Espíritu.
Cien años después de esa primera definición de El
Libro de los Espíritus, en enero de 1958, en la obra Evolución
en dos mundos, el Espíritu André Luiz nos ofrece,
entre otros, el siguiente apunte sobre el periespíritu
(cuerpo espiritual): «En el cuerpo espiritual poseemos
todo el equipamiento de recursos automáticos que son
conquistados muy lentamente por el Ser durante milenios
y milenios de esfuerzo y recapitulación en los múltiples
sectores de la evolución anímica.» (cap. II)
Por otro lado, sabemos que el Espíritu no se puede
concebir sin la idea de la forma o del cuerpo que lo reviste,
formando, por tanto, el periespíritu parte integrante
del Espíritu. De ello se deduce y entiende, claramente,
que la evolución espiritual no puede desligarse de la evolución
de la forma que, en todo momento, la acompaña.
Efectivamente, por su esencia espiritual, el principio inteligente
(después Espíritu) no puede obrar directamente
sobre la materia, necesitando de un vehículo intermediario
que “amortigüe” la diferencia de vibraciones que
existe entre esa condición espiritual y la materia, permitiéndole
poder interactuar en el medio físico.
Por tanto, para comprender correctamente esa serie
de recursos automáticos del cuerpo espiritual (automatismos
del periespíritu) de los que nos habla André
Luiz, debemos, inevitablemente, remontarnos a los orígenes
del Espíritu. Cuando el espíritu fue creado, empezó
su larguísimo peregrinaje en contacto con la materia, en
dirección al elevado fin al que Dios le había destinado,
«tejiendo, con los hilos de la experiencia, la túnica de su
propia exteriorización, conforme al molde mental que
lleva consigo» (Evolución en dos mundos, cap. 3).
A partir de sus primeras manifestaciones en el plano
material, el principio inteligente avanzó a través de los
reinos inferiores de la naturaleza, construyendo formas
y cuerpos cada vez más complejos y perfectos para su
manifestación, en variados estadios de aprendizaje y en
las diferentes esferas de la vida, a medida que sentía la
necesidad de expresar mayores avances y nuevas facultades,
conforme a las directrices que lleva en su intimidad
desde su creación. De manera que, en ese prolongado y
progresivo desenvolvimiento del espíritu en los múltiples
laboratorios de la naturaleza, se plasmaron los diversos
sentidos, órganos y sistemas, donde las células se “fueron especializando”, surgiendo paulatinamente, cada vez más
nítida y definida, esa estructura astral intermediaria entre
el mundo invisible y el mundo material que, milenios
después, en la unidad Espíritu/Ser humano, se consolida
como el periespíritu.
Y todo ello siempre ha sido a base de experiencias,
esfuerzos, sacrificios y aprendizajes adquiridos durante
milenos de pruebas, de “sufrimiento”, de entrenamiento,
de repeticiones y de más repeticiones, creando, con el
paso del tiempo, una serie de automatismos biológicos
de defensa, de supervivencia y de inmunidad, que sedimentaron
en el cuerpo astral del principio inteligente.
El proceso evolutivo, por tanto, no ha sido sólo un
paso de unas formas a otras. Es mucho más: significa un
íntimo perfeccionamiento de funciones psíquicas y de las
correspondientes estructuras astrales/físicas que permiten
expresarlas, desde las más simples formas a los organismos
más complejos, donde las facultades rudimentarias
se desenvolvieron sucesivamente, actuando sobre
esa estructura extrafísica, modificándola y dejando en
ella, en cada paso y en cada etapa, los trazos y señales del
progreso realizado.
Con el transcurso del tiempo y la repetición de las
experiencias, el espíritu adquiere aprendizajes en todo y
de todo, en las vicisitudes de sus luchas constantes por
progresar, en los pormenores de las experiencias sucesivas
y en todas las actitudes que, a fuerza de vivirlas
una y otra vez, después de “tanto entrenamiento”, las
incorpora en su intimidad, convirtiendo los movimientos
y esfuerzos que en un principio resultaban “penosos” y
“voluntarios”, en fáciles, inconscientes y mecánicos, para
mejor y más rápidamente defenderse de las adversidades
del medio y sobrevivir en la lucha por la necesidad,
enraizándose todo ello como automatismos en los engranajes
de la fisiología anímica, es decir, en el cuerpo
astral.
Cada vez que el principio inteligente tenía que ejecutar
una acción o una serie de movimientos por primera
vez, debía hacerlo “de manera voluntaria”, es decir,
requiriendo de un esfuerzo consciente para poder realizarlo.
A base de repetir esos movimientos y acciones en
numerosas ocasiones, se fueron creando una serie de
asociaciones dinámicas y estables en el cuerpo astral, que
se activan de manera automática en cuanto se precisa de
ello, al vivir las mismas situaciones y experiencias tantas
veces ya vividas anteriormente.
De este modo, leemos en el cap. 4 de Evolución en
dos mundos que «el principio inteligente plasmó en su
propio vehículo de exteriorización las conquistas que
fundamentan su crecimiento, facultando, con el transcurso
del tiempo, el automatismo fisiológico por el cual, sin
ningún obstáculo, ejecuta todos los actos primarios de
la manutención, preservación y renovación de su propia
vida». Este automatismo presente en las funciones fisiológicas
es el resultado de la suma de experiencias del
principio inteligente en su cuerpo astral, a través de los
siglos. Así pues, formado durante miles de años en los
talleres de la naturaleza, el periespíritu heredó el automatismo
permanente que lo mantiene actuante, gracias
a lo cual el ser humano no necesita programarse o pensar
para respirar, dormir, promover fenómenos digestivos,
excretar, etc.
Es decir, que el ser humano, por su periespíritu, es
poseedor, por así decirlo, de una “memoria biológica”
(anatómica y fisiológica), que se ha ido construyendo
pacientemente en toda la ascensión del principio espiritual
por la escala zoológica de la vida orgánica, en la
que en esa estructura extrafísica indefinida, rudimentaria
y amorfa en los seres iniciales y que en el ser humano
se consolida como el periespíritu, se han fijado todos
los recursos, beneficios, mecanismos y leyes de esa vida
orgánica, de supervivencia y de adaptación y que hoy se
encuentran perfectamente estructurados y definidos en
el ser humano y, gracias a lo cual, todos nosotros ejecutamos,
de forma natural y completamente automática,
todos los actos primarios y básicos del funcionamiento
fisiológico de nuestro organismo y un sinfín de funciones
que nos pasan desapercibidas.
De manera que el cuerpo físico obedece a esos
automatismos periespirituales incluso cuando el equipo
Espíritu/periespíritu se emancipa parcialmente de él, quedando
unido tan sólo por algunos lazos fluídicos, suficientes
para preservar las funciones biológicas sin ningún
perjuicio. En el Plan Divino de la evolución era necesario
que el espíritu pasase primero por toda una serie de
experiencias básicas, a fin de ir fijando en su envoltura
extrafísica las leyes que dirigen la vida orgánica, para entregarse,
después, a los trabajos propios de perfeccionamiento
moral e intelectual, que se inician en el Espíritu/
ser humano.
Una vez ya plenamente conquistada esa etapa inicial,
algún día llegará, sin duda, en que también el ser humano
conquistará e interiorizará actitudes de amor, para exteriorizarlas
sin esfuerzo alguno. Porque, también, a base
de entreno, aprendizajes y experiencias, formarán parte
de su intimidad espiritual, no necesitando esforzarse para
amar porque, después de tantos errores y rectificaciones,
lo hará como un automatismo más.
Nota:
Se llama periespíritu al vehículo intermediario entre
el Espíritu y el cuerpo físico, a partir de la especie
humana. Antes, en los reinos inferiores, ese cuerpo intermediario
lo he nombrado como cuerpo /estructura
astral, envoltura extrafísica, vehículo intermediario. Del
mismo modo, el Espíritu (individualidad con conciencia
propia) empieza su trayectoria a partir, también, de la
fase humana. Ese psiquismo, antes de la etapa humana,
lo he nombrado como espíritu (con minúscula) o principio
inteligente.
- Alfredo Tabueña-
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