jueves, 13 de diciembre de 2012

Discurso de Camilo Flammarión en el sepelio de Kardec







Discurso sobre la tumba de Allan Kardec 2 abril de 1869. Camille Flammarion/

Allan Kardec Murió el 31 de Marzo de 1869, y fue inhumado en entierro civil el 2 de abril, en el cementerio del Norte. Señores: Accediendo gustoso a la simpática invitación de los amigos del pensador laborioso, cuyo cuerpo terrestre yace en este momento a nuestros pies, recuerdo un triste día del mes de diciembre de 1865.
     Pronuncié entonces supremas palabras de despedida en la tumba del fundador de la Librería Académica, del honorable Didier, fue el colaborador convencido de Allan Kardec en la publicación de las obras fundamentales de una doctrina que le era querida, quien murió también de repente, como si el cielo hubiese deseado evitar a estos dos espíritus íntegros el embarazo filosófico de salir de esta vida por el camino diferente del vulgarmente seguido. Igual reflexión es aplicable a la muerte de nuestro antiguo colega Jobart, de Bruselas. Mi tarea de hoy es todavía mayor, porque quisiera representar al pensamiento de los que me oyen, y al de los millones de hombres que en toda Europa y América se han ocupado del problema aún misterioso de los fenómenos llamados espiritistas. Quisiera, poder representarles el interés científico y el porvenir filosófico del estudio de esos fenómenos (al que se han entregado, como nadie ignora, hombres tan eminentes entre nuestros contemporáneos). Me placería hacerles entrever los desconocidos horizontes que se abrirán al pensamiento humano, a medida que éste extienda el conocimiento positivo de las fuerzas naturales, que a nuestro alrededor funcionan. Demostrarles que semejantes comprobaciones son el más eficaz antídoto contra el cáncer del ateísmo, que parece ensañarse particularmente en nuestra época de transición, y atestiguar, en fin, de un modo público, el inmenso servicio que prestó a la filosofía el autor de El Libro de los Espíritus, despertando la atención y la discusión sobre hechos que hasta entonces pertenecían al mórbido y funesto dominio de las supersticiones religiosas.

     En efecto, sería importante establecer aquí, ante esta tumba elocuente, que el examen metódico de los fenómenos llamados sin motivo sobrenaturales, lejos de renovar el espíritu supersticioso y de amenguar la energía de la razón, destruye, por el contrario, los errores y las ilusiones de la ignorancia, favoreciendo más el progreso que la ilegítima negación de los que no quieren tomarse el trabajo de ver. Más no es este lugar para abrir el campo a una discusión irrespetuosa. Concretémonos únicamente a dejar caer de nuestros pensamientos en la faz impasible del hombre que duerme ante nosotros, testimonios de afecto y sentimientos de pesar, que queden en su tumba y a su alrededor como un bálsamo del corazón. Y puesto que sabemos que su alma eterna sobrevive a esos despojos mortales, como a ellos preexistió; puesto que sabemos que indestructibles lazos unen nuestro mundo visible al invisible; puesto que su alma existe hoy como hace tres días, y puesto que no es imposible que actualmente se encuentre aquí, delante de nosotros; no hemos querido ver desaparecer su imagen corporal y encerrarla en el sepulcro sin honrar unánimemente sus trabajos y memoria, sin pagar un tributo de gratitud a su encarnación terrestre, tan útil y dignamente empleada.   Ante todo trazaré rápidamente las principales líneas de su carrera literaria. Muerto a la edad de 65 años, Allan Kardec, Léon Hipolite Denizard Rivail, había consagrado la primera parte de su vida a escribir obras clásicas elementales, destinadas especialmente al uso de los institutores de la juventud.

     Cuando hacia 1850 las manifestaciones, al parecer nuevas, de las mesas giratorias, golpes sin causa ostensible y movimientos inusitados de objetos y muebles empezaron a llamar la atención pública, determinando aun en las imaginaciones aventureras una especie de fiebre, debida a la novedad de esos experimentos; Allan Kardec, estudiando a la par el magnetismo y sus extraños efectos, siguió con la mayor paciencia y juiciosa clarividencia los experimentos y numerosas tentativas hechas por entonces en París. Recogió y ordenó los resultados obtenidos por esa larga observación, y con ellos organizó el cuerpo de doctrina publicado en 1857 en la primera edición de El Libro de los Espíritus. Todos vosotros sabéis la acogida que mereció esa obra en Francia y en el extranjero. Habiéndose tirado hasta la fecha su decimosexta edición, ha propagado entre todas las clases ese cuerpo de doctrina elemental, que, en su esencia, no es nuevo, puesto que la escuela de Pitágoras en Grecia y la de los druidas en nuestra Galia enseñaban esos principios, pero que tomaban una verdadera forma de actualidad por su correspondencia con los fenómenos. Después de esta primera obra, aparecieron sucesivamente El Libro de los Médiums o Espiritismo experimental, ¿Qué es el Espiritismo? o compendio en forma dialogada, El Evangelio según el Espiritismo, El Cielo y el Infierno, El Génesis, y la muerte ha venido a sorprenderle en los momentos en que, su infatigable actividad, escribía una obra sobre las relaciones del magnetismo y del Espiritismo.
  Por medio de la Revista Espírita y de la Sociedad de París, cuyo presidente era, se había constituido hasta cierto punto en el centro donde todo convergía, en el lazo de unión de todos los experimentadores. Hace algunos meses, presintiendo su fin próximo, preparó las condiciones de vitalidad de esos mismos estudios para después de su desencarnación y estableció el Comite Central que le sucede. Allan Kardec despertó rivalidades, creó una escuela bajo una forma un tanto personal y aún existe cierta división entre "espiritualistas" y "espiritistas". En adelante señores (tales , por lo menos son los votos de los amigos de la verdad), debemos estar unidos todos por una solidaridad fraternal, por los mismos esfuerzos encaminados a la dilucidación del problema, por el general e impersonal deseo de lo verdadero y de lo bueno. Se le ha argüido, digno amigo Allan Kardec, a quien hoy tributamos los últimos obsequios, que no era lo que se llama un sabio, que no fue ante todo, físico,naturalista o astrónomo, sino que prefirió constituir primeramente un cuerpo de doctrina moral, sin haber antes aplicado la discusión científica a la realidad y naturaleza de los fenómenos. Quizá es preferible que así hayan empezado las cosas. No siempre debe rechazarse el valor del sentimiento. ¡ Cuantas lágrimas enjugadas!, ¡ Cuantas ciencias abiertas a los destellos de la belleza espiritual! No todos son felices en la Tierra. Muchos son los afectos quebrantados y muchas las almas narcotizadas por el escepticismo. ¿ Y es por ventura poca cosa haber despertado el espiritualismo en tantos seres que flotaban en la duda y que no apreciaban ni la vida física ni la intelectual?. Si Allan Kardec hubiese sido hombre de ciencia, no hubiera podido indudablemente prestar ese primer servicio, ni dirigir a lo lejos aquella como invitación a todos los corazones.Él era lo que sencillamente llamaré "el sentido común encarnado", Razón juiciosa y recta, aplicaba sin olvido a su obra permanentemente las íntimas indicaciones del sentido común. No era esta una pequeña cualidad en el orden de cosas que nos ocupan; era, podemos asegurarlo, la primera entre todas y la más preciosa, aquella sin la cual no hubiese podido llegar a ser popular la obra ni echar tan profundas raíces en el mundo. La mayor parte de los que se han consagrado a semejantes estudios
han recordado haber sido en su juventud o en ciertas circunstancias especiales, testigos de inexplicables manifestaciones y pocas son las familias que no hayan observado en su historia testimonios de este orden. El primer paso que debía darse pues, era el de aplicar la razón firme del sentido común a esos recuerdos y examinarlos según los principios del método positivo.

Mausoleo de Kardec
    Según previó el mismo organizador de este estudio lento y dificil, actualmente debe entrar en su periodo científico.Los fenómenos físicos, en los cuales no se ha insistido, deben ser objeto de la crítica experimental, sin la que no es posible ninguna comprobación seria. Este método experimental, al que debemos la gloria del progreso moderno y las maravillas de la electricidad y del vapor; este método debe apoderarse de los fenómenos del orden todavía misterioso a que asistimos, disecarlos, medirlos y definirlos. Porque, señores, el Espiritismo, no es una religión, sino una ciencia de la que apenas sabemos el abecedario. El tiempo de los dogmas ha concluido. La Naturalezaabraza al Universo y el mismo Dios que en otras épocas fue hechi a semejanza del hombre, no puede ser considerado por la metafísica moderna mas que como un espíritu en la Naturaleza. Lo sobrenatural no existe, las manifestaciones obtenidas con la intervención delos médiums, lo mismo que las del magnetismo y sonambulismo, son de orden natural y deben ser sometidas severamente a la comprobación de la experiencia. Los milagros han concluido. Asistimos a la aurora de una ciencia desconocida. ¿Quien puede prever las consecuencias que en el mundo del pensamiento, conducirá el estudio positivo de esta nueva psicología?. La ciencia rige al mundo y no ha de ser extraño, señores, en este discurso fúnebre, notar su obra actual y las nuevas inducciones que precisamente nos revela bajo el punto de vista de nuestras investigaciones. En ninguna época de la historia ha desarrollado la ciencia, ante la mirada atónita del hombre, tan grandiosos horizontes. Hoy sabemos que la Tierra es un astro y que  nuestra vida actual se realiza en el cielo. Por medio del análisis de la luz conocemos los elementos que arden en el sol y en las estrellas, a millones, a trillones de leguas de nuestro observatorio terrestre. Por medio del cálculo, poseemos la historia del cielo y de la Tierra, así en su remoto pasado como en su  porvenir, que no existen para las leyes inmutables. Por medio de la observación hemos pesado las tierras celestes que gravitan en el espacio. El globo donde moramos se ha convertido en un átomo estelar que vuela por el espacio en medio de infinitas profundidades y nuestra misma existencia en este globo se ha convertido en una fracción infinitesimal de nuestra vida eterna, Pero lo que con justo título puede impresionarnos más aún, es este maravilloso resultado de los trabajos físicos hechos en estos últimos años, a saber: que vivimos en medio de un mundo invisible que incesantemente se está manifestando en torno nuestro. Sí, señores; esta es para nosotros una inmensa revelación.

    Contemplad por ejemplo, la luz que en este momento derrama por la atmósfera ese brillante Sol, contemplad ese suave azul de la bóveda celeste, reparad en esos efluvios del aire tibio que acarician vuestro rostro, mirad esos monumentos y esa Tierra; pues bien, a pesar de tener ojos, no vemos lo que aquí está pasando. Sobre cien rayos emanados del Sol, únicamente una tercera parte es accesible a nuestra vista, ya sea directamente, ya reflejada por todos esos cuerpos. Las dos terceras partes restantes, existen y obran alrededor nuestro, pero de un modo,aunque real, invisible. Sin ser luminosos para nosotros, son cálidos y mucho más activos aún que los que impresionan nuestra vista, pues ellos son los que vuelven las flores hacia el Sol, los que producen todas las acciones químicas. (Nuestra retina es insensible a esos rayos, pero otras sustancias, por ejemplo, el yodo y las sales de plata, los perciben. Seha fotografiado el aspecto solar químico, que no ve nuestro ojo. La plancha del fotógrafo, además, no presenta nunca imagen alguna visible, al salir de la cámara oscura, aunque la posea, pues su aparición se debe a una operación química), y ellos son también los que levantan, bajo una forma igualmente invisible, en la atmósfera, el vapor de agua para con él, formar las nubes, ejerciendo así a nuestro alrededor incesantemente, de una manera oculta y silenciosa, una fuerza colosal, mecánicamente equivalente al trabajo de muchos millares de caballos. Si los rayos caloríficos y químicos, que obran constantemente en la Naturaleza, son invisibles para nosotros, se debe a que los primeros no hieren con bastante prontitud nuestra retina, y a que los segundos la hieren con prontitud excesiva. Nuestros ojos no ven las cosas más que entre dos límites, fuera de los cuales nada perciben. Nuestro organismo terrestre puede compararse a un arpa de dos cuerdas, que son el nervio óptico y el auditivo. Cierta especie de movimientos hacen vibrar a aquél y otra especie de movimientos hacen vibrar a este. Esta es toda la sensación humana, más limitada en este punto que la de ciertos seres vivientes, ciertos insectos, por ejemplo, en los cuales esas mismas cuerdas de la vista y del oído son más delicadas. Y realmente existen en la Naturaleza no dos, sino diez, ciento, mil especie de movimientos. La ciencia física nos enseña, pues, que vivimos en medio de un mundo invisible para nosotros y que no es imposible que seres (igualmente invisibles para nosotros), vivan asimismo en la Tierra, en un orden de sensaciones absolutamente diferentes del nuestro y sin que podamos apreciar su presencia a menos que no se nos manifiesten con hechos que entren en nuestro orden de sensaciones.
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" La oración es medicamento  eficaz  para todas las dolencias del alma"
- Juana de Angelis -




NOTA IMPORTANTE: Los lunes,miércoles y jueves a las 22,30 horas, pueden participar en el chat de la Federación Espírita Española. Los viernes a las 23,00 horas asistir a una  interesante conferencia en la misma sala, y los domingos a las 21,00 horas a la clase del "Grupo espírita Sin Fronteras".


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