1.- El libre albedrío
2.- El Pase: Resultados y técnica de aplicación
3.- ¿Ha estudiado la Ciencia, oficialmente, los fenómenos espíritas?
4.- La Ley y la Justicia
5.- ¿La religión es necesaria?
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EL LIBRE ALBEDRIO
Eliseo Rigonatti
El libre albedrío es la libertad que cada uno de nosotros tiene, de hacer o no una cosa.
El libre albedrío nos torna plenamente responsables de todos nuestros actos.
Dios nos concedió el libre albedrío, para que construyésemos nuestro destino.
Depende únicamente de nosotros seguir el camino del bien que nos haga felices, o del mal que nos conduzca al sufrimiento.
Sólo nos pertenece el mérito de nuestras buenas acciones y la culpa de nuestros males.
A cada acto practicado le sigue una consecuencia. Un acto bueno trae buenas consecuencias. Un acto malo trae malas consecuencias.
Podemos practicar el mal, pero luego debemos sufrir las consecuencias.
Ya sabemos cuales son las consecuencias del mal: una encarnación dolorosa.
Todo el que sufre, no ha usado su libre albedrío en la práctica del bien.
Nosotros tenemos inteligencia suficiente para distinguir lo que es bueno de lo que es malo y saber aceptar lo que es útil y rechazar lo inútil.
Nuestra conciencia guía nuestra inteligencia y nos indica lo que debemos y lo que no debemos hacer.
Escuchando la conciencia, usaremos con acierto el libre albedrío.
Para poder oír la conciencia, es necesario pensar antes de hacer o decir alguna cosa.
Antes de tomar una decisión debemos estudiarla con cuidado y prever cuáles serán las consecuencias. Solamente después de tener la certeza de lo que vamos a hacer o decir es bueno, podremos ejecutar lo que pretendemos.
Otra cosa que debemos evitar es actuar sin reflexionar.
En cualquier circunstancia es preciso conservar la calma.
Pensar primero, actuar después.
Tomado del libro “Doctrina Espírita para la Niñez”
Adaptación: Oswaldo E. Porras Dorta.
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EL PASE: RESULTADOS Y TÉCNICA DE APLICACIÓN
Resultados del Pase:
Durante la transmisión del Pase tenemos un agente transmisor, dotado de recursos vitales y espirituales (médium pasista) y un agente receptor (asistido, paciente, doliente, etc.)
Los resultados pueden ser de tres órdenes:
Benéficos;
Maléficos;
Nulos.
Benéficos
Dependen del médium pasista, que debe estar en condiciones de transmitir el Pase:
salud física en buenas condiciones para que el fluído vital pueda ser donado;
equilíbrio espiritual elevado para que los fluídos espirituales estén en armonía.
Dependen del asistido cuando está:
- receptivo, en condiciones de favorecer el recibimiento de la ayuda, vibrando mentalmente para mejor absorber los recursos espirituales;
- dispuesto a mejorarse espiritualmente, pues la ayuda del Pase es pasajera y se fijará a través de sus modificaciones íntimas.
Maléficos
Dependen del médium pasista cuando está:
- con un estado de salud precaria (fluido vital deficitário)
- con el organismo intoxicado (humo, álcohol, drogas, pensamientos desvirtuados, etc.);en estado de desequilíbrio espiritual (revuelta, vanidad, orgullo, rabia, desespero, desconfianza, ansiedad, etc.).
Depende del asistido:
cuando sus defensas están prácticamente nulas, no pudiendo neutralizar el torrente de fluídos groseros que le son transmitidos, porque, de alguna forma, se afiniza con ellos. Cuando tales fluídos no son atraídos por el asistido,el propio plano espiritual actuante desintegra la carga transmitida por el médium pasista no preparado.
Nulos
Depende del asistido:
Aun con la ayuda del médium pasista, el asistido se coloca en posición impermeable ( descreencia, vanidad, aversión, liviandad, etc)
TÉCNICA DE APLICACIÓN DEL PASE
En el medio espírita hay ciertas discrepancias sobre como debería ser aplicado el pase. Algunos defienden la tesis de que los pases deben ser administrados moviendo las manos alrededor del cuerpo del indivíduo, de modo que las energías espirituales `puedan alcanzar mejor sus objetivos de cura. Otros piensan que con solo el acto de imponer las manos sobre la cabeza de quien va a recibir el pase, ya es suficiente.
André Luiz nos informa en "Conducta Espírita" que el pase no conlleva ningún recurso expectacular".
José Herculano Pires, en el libro "Mediumnidad", dice que "el pase es tan simple que no se puede hacer nada más que darlo".
José Herculano Pires, en el libro "Ciencia Espírita", dice que "la eficacia del pase depende de la buena voluntad del médium que se entrega humildemente a la acción de los espíritus, sin perturbarla con gesticulaciones excesivas, limitándose a las que los espíritus le sugieran en el momento. No tenemos ningún conocimiento objetivo del proceso de manipulación de los fluídos por los espíritus y podríamos perturbar su acción curativa con nuestra intervención pretenciosa. El médium es un instrumento vivo e inteligente de la acción espiritual, pero solo debe utilizar su inteligencia para comprender su papel de donante de fluídos, como pasa en el caso de la donación de sangre en los hospitales".
Allan Kardec, refiriéndose al asunto en la Revista Espírita, en septiembre de 1865, dijo a los médiums que: Solamente su ignorancia les hace creer en la influencia de esta o de aquella forma. A veces, incluso, a esto le mezclan prácticas evidentemente supersticiosas, a las que solo se debe dar el valor que merecen."
El orientador Odilón, en la obra "Del otro lado del espejo", indagado respecto a las técnicas concernientes al pase, se expresó así: "Obsoletas e innecesarias. Ninguna de ellas sustituirá o tendrá mayor eficacia que la de la imposición de manos. LO que huye de la simplicidad complica, y lo que complica no es Espiritismo".
Preguntado, en seguida, con referencia a los trabajos de cura, informó:
– La transmisión del pase y la magnetización del agua, la oración y la tarea asistencial son las más genuinas actividades de cura en un centro espírita; lo que se aleje de esto- permitanme la expresión,- es invención.... Necesitamos espiritualizar la cura y no materializarla, como viene siendo hecho. La cura real del cuerpo brota de la intimidad celular: si es así para el cuerpo. ¿por qué no debería ser así también para el alma?. Todo proceso de cura pasa por la renovación del pensamiento.
Oficialmente, la Doctrina Espírita no prescribe una metodología para el Pase. Cada grupo es libre para posicionarse de un modo o de otro, pero siempre sin exageraciones. La técnica de aplicación del Pase debe ser la más sencilla posible, evitándo fórmulas, exageraciones y gesticulaciones en torno al paciente. Cada grupo debe tener el sentido de trabajar de la forma que crea más conveniente, dentro de unos fundamentos doctrinarios lógicos.
Lo que es necesario llevar en cuenta es que ninguna de las dos formas de aplicación del Pase surtirá efecto si el médium no tuviese la voluntad de ayudar y las condiciones morales saludables para concretarlo. Aunque se aplique la mejor metodología, no se conseguirán buenos resultados si el pasista fuese una persona de mala índole.
Por último, remarcamos que solamente defendemos la pureza y la simplicidad doctrinaria espírita, especialmente en la aplicación de los pases, que no deben ser aplicados de modo diferente a lo que nos enseñó Jesús: "imposición de las manos", nada más.
- Extractado y traducido de la Revista Virtual Vera Luz -
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¿HA ESTUDIADO LA CIENCIA LOS FENÓMENOS
ESPÍRITAS?
ESPÍRITAS?
Sí, especialmente en la segunda mitad del siglo XIX. Diversas comisiones científicas entre los que se contaban científicos de los más importantes estudiaron los fenómenos, muy de actualidad en esos días. La prensa se ocupaba de ello frecuentemente y a decir de muchos, se trataba del acontecimiento del siglo.
Uno de los casos más destacados es el de la Royal Society, la sociedad científica más antigua del Reino Unido.
Albert Einstein, Isaac Newton o Charles Darwin eran algunos de sus miembros más conocidos. Sir William Crookes, por ser el miembro de la Royal Society más destacado en aquel momento, recibió el encargo directo de ésta para investigar los fenómenos mediúmnicos.
Sir William Crookes aceptó estudiar estos fenómenos y llevó a cabo su investigación con el mismo espíritu de seriedad que sus anteriores investigaciones. Merece la pena señalar que fue descubridor de los rayos catódicos, del talio, del electroscopio, radiómetro, espectroscopio, etc.
Investigó durante años a varios médiums de efectos físicos. Llevó a cabo numerosas pruebas, llegó a inventar aparatos que impedían cualquier posibilidad de cualquier fraude.
Algunos de sus colegas pudieron presenciar los fenómenos y ratificarlos.
Pero cuando presentó el dossier con el resultado a la Royal Society e hizo pública su corroboración de los hechos espíritas, la mayoría le tomó por loco. Así por ejemplo invitó al Secretario de la Royal Society a presenciar los fenómenos por sus propios ojos, ante lo que éste se negó, colocándose en la misma situación que aquellos cardenales que se negaban a contemplar los satélites de Júpiter a través del telescopio de Galileo.
La ciencia moderna ante un nuevo problema no titubeó en mostrarse tan reaccionaria como la teología medieval.
Pero Crookes siguió defendiendo el resultado de sus investigaciones y publicó varios libros con el detalle de sus investigaciones. Con el valor de todos los que nadan a contracorriente y siendo en cierta medida relegado a pesar de su obra y genialidad. Así por ejemplo fue candidato en varias ocasiones al premio Nobel, tanto por física como por química, sin llegar nunca a ganarlo, cuando tenía sobrados y reconocidos méritos para ello.
Los prejuicios muchas veces fruto del fanatismo religioso, del que no estaba ni está vacunado el medio académico, chocaban de frente con las creencias particulares de muchos científicos. Otras veces por puro materialismo, llevaron a tildarle de loco, amante de una médium, o hasta miope, ¡precisamente a quien había ampliado el horizonte visual de la humanidad! gracias a inventos como el tubo de Crookes o el espectroscopio.
Pero Crookes siguió defendiendo el resultado de sus investigaciones y publicó varios libros con el detalle de sus investigaciones. Con el valor de todos los que nadan a contracorriente y siendo en cierta medida relegado a pesar de su obra y genialidad. Así por ejemplo fue candidato en varias ocasiones al premio Nobel, tanto por física como por química, sin llegar nunca a ganarlo, cuando tenía sobrados y reconocidos méritos para ello.
Los prejuicios muchas veces fruto del fanatismo religioso, del que no estaba ni está vacunado el medio académico, chocaban de frente con las creencias particulares de muchos científicos. Otras veces por puro materialismo, llevaron a tildarle de loco, amante de una médium, o hasta miope, ¡precisamente a quien había ampliado el horizonte visual de la humanidad! gracias a inventos como el tubo de Crookes o el espectroscopio.
Estamos seguros que futuros descubrimientos en el campo científico y mediúmnico le darán el lugar que le corresponde entre los más grandes de todos los tiempos.
- Ernesto Bozzano- ( Curso Espírita)-
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LA LEY Y LA JUSTICIA
Si bien ambos vocablos pueden expresar definiciones parejas cuando se utilizan en el complicado entorno de la justicia social, sus implicaciones y matizaciones se entremezclan y desdibujan hasta parecer dos ramas de un mismo árbol. No obstante, en la práctica se diferencian, sutilmente en ocasiones y tremendamente en otras.
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¿ LA RELIGIÓN ES NECESARIA ?
Nos preguntamos a veces si la religión es necesaria.-
La religión, bien entendida, debería ser un vínculo que uniese a los hombres entre sí y los uniese por un mismo pensamiento al principio superior de las cosas.
Existe en el alma un sentimiento natural que la orienta hacia un ideal de perfección en el cual identifica el Bien y la Justicia. Si estuviese iluminado por la ciencia, fortificado por la razón, apoyado en la libertad de conciencia, este sentimiento, el más noble que se puede experimentar, se convertiría en el móvil de grandes y generosas acciones; pero empañado, falseado, materializado por tantas religiones humanas con sus dogmas particulares, se ha convertido, con demasiada frecuencia, por los cuidados de la teocracia, en un instrumento de dominación egoísta.
La religión (todas las religiones) es necesaria e indestructible porque tiene su razón de ser en la naturaleza misma del ser humano, del cual resume y expresa las aspiraciones elevadas. Es también la expresión de las leyes eternas, y, desde este punto de vista, debe confundirse con la filosofía, a la que hace pasar del dominio de la teoría al de la ejecución y la hace viva y activa. Pero para ejercer una influencia saludable, para volver a convertirse en un móvil de elevación y de progreso, la religión debe despojarse de los disfraces con que se ha vestido a través de los siglos. Lo que debe desaparecer no es su principio, sino, los mitos oscuros, las formas exteriores y materiales. Hay que tener cuidado de no confundir la Religión (con sus ritos, ceremonias y dogmas), con la Espiritualidad o Religiosidad, que es un sentimiento del alma.
La verdadera religión no es una manifestación exterior; es un sentimiento, y es en el corazón humano donde está el verdadero templo de lo Eterno.
La verdadera religión no puede ajustarse a reglas ni a ritos estrechos. No necesita fórmulas ni imágenes; se preocupa poco de los simulacros y de las formas de adoración, y no juzga los dogmas sino por su influencia en el perfeccionamiento de las sociedades.
La verdadera religión abarca todos los cultos, todos los sacerdocios; se eleva por encima de ellos y les dice: "¡La verdad está más alta!". Se debe comprender, sin embargo, que todos los hombres no se hallan en estado de alcanzar a esas cimas intelectuales. Por eso es por lo que la tolerancia y la benevolencia se imponen.
Si el deber nos incita a separar a los buenos espíritus de las manifestaciones vulgares de la religión, es preciso abstenerse de arrojar la piedra a las almas dolientes, desconsoladas, incapaces de asimilarse las nociones abstractas y que encuentran en su fe ingenua un sostén y una confortación. Sin embargo, se puede comprobar que el número de los creyentes sinceros disminuye de día en día.
La idea de Dios, en otro tiempo sencilla y grande en las almas, ha sido desnaturalizada por el temor del infierno; ha perdido su potencia. En la imposibilidad de elevarse hasta lo absoluto, algunos hombres han creído necesario adaptar a su forma y a su medida todo lo que quisieran concebir. Así, han rebajado a Dios hasta su propio nivel, atribuyéndole sus pasiones, imperfecciones y debilidades, reduciendo la naturaleza y el universo, bajo el prisma de su ignorancia, descomponiendo en diversos matices el puro rayo de la verdad.
Las claras nociones de la religión natural han sido oscurecidas adrede. La ficción y la fantasía han engendrado el error, y éste, condensado en el dogma, se ha erguido como un obstáculo en el camino de los pueblos. La luz ha sido velada por aquellos que se consideraban como los depositarios de ella, y las tinieblas en que querían envolver a los demás se han producido en ellos y alrededor de ellos. Los dogmas han pervertido el sentido religioso, y el interés de casta ha falseado el sentido moral. De aquí un cúmulo de supersticiones, de abusos, de prácticas idólatras cuyo espectáculo ha lanzado a tantos hombres en la negación.
La reacción se anuncia, sin embargo. Las religiones, inmovilizadas en sus dogmas como las momias bajo sus fajas, cuando todo camina y evoluciona alrededor de ellas, se debilitan cada día más. Han perdido casi toda influencia en las costumbres y en la vida social y están destinadas a morir; pero, como todas las cosas, las religiones no mueren sino para renacer.
La idea que los hombres se hacen de la verdad se modifica y se amplía con el tiempo. Por eso, las religiones humanas, que son manifestaciones temporales, aspectos parciales de la eterna verdad, deben transformarse en cuanto han hecho su obra y no responden ya a los progresos y a las necesidades de la humanidad.. A medida que ésta avanza en su camino, necesita nuevas concepciones, un ideal más elevado, y los encuentra en los descubrimientos de la ciencia y en las intuiciones grandiosas del pensamiento.
DESPUÉS DE LA MUERTE-LEÓN DENIS
( Adaptación y versión de J.L. Martín)
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Veamos cómo las define la Real Academia de la Lengua:
Ley: Regla o norma establecida por una autoridad superior para regular, de acuerdo con la justicia, algún aspecto de las relaciones sociales.
Justicia: Principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada cual lo que le corresponde
A tenor de esta definición, ambos conceptos −que se mueven en una frontera difusa−, aun entremezclándose, están muy alejados uno del otro. Por lo general, la sociedad estima que la ley emana de la justicia, aunque en la práctica ¿sucede realmente así?
A tenor de esta definición, ambos conceptos −que se mueven en una frontera difusa−, aun entremezclándose, están muy alejados uno del otro. Por lo general, la sociedad estima que la ley emana de la justicia, aunque en la práctica ¿sucede realmente así?
Aplicar ambas con ecuanimidad, además de complicado, resulta inclusive problemático. Expresado de otro modo: el hecho de que se cumpla la ley no implica necesariamente que se aplique la justicia. Simplemente, la ley aplica las normas, al margen de sancionar cualquier litigio ecuánimemente.
Y ahora llega otro personaje −desconocido para muchos− y que redefine la cuestión del siguiente modo: “Tan natural resulta, que os indignáis ante la sola idea de que se cometa una injusticia. No cabe duda de que el progreso moral desarrolla dicho sentimiento: pero no lo crea. Dios lo puso en el corazón del hombre. Y he aquí porque encontrais con frecuencia, en personas simples y primitivas, nociones más exactas de la justicia que entre aquellas otras que poseen mucho saber”. Allan Kardec, El Libro de los Espíritus, capítulo “ley de Justicia, Amor y Caridad”, artículo 873.
Y ante esa definición me asalta la siguiente duda: ¿Se trata de un sentimiento natural o es el resultado de ideas o preconceptos?
La justicia es un sentimiento natural, una característica innata de todo ser humano; al punto que, personas dotadas de un nivel medio e incluso de baja condición, pueden llevar inmanente dicho sentimiento, incluso con más intensidad que otras que poseen grandes conocimientos. No obstante, ese sentimiento puede estar contaminado de ciertos vicios del individuo: sus conveniencias, sus intereses o factores que pueden impedirle decantarse hacia la justicia. También resulta harto común que muchos individuos se vean oprimidos por una coraza de egoísmo y soberbia que anula sus sentimientos naturales; que bloquea sus emociones y sentimientos. Ese bloqueo les impide captar el sentido de justicia que les sugiere su voz particular, su conciencia.
El desequilibrio emocional del intelecto y la frialdad en las reacciones ante las privaciones y necesidades de los demás hacen que el individuo esté condicionado ante los prejuicios de índole material, anulando la llamada de su conciencia; de la experiencia acumulada a lo largo de eones.
Son los valores éticos y morales, como la caridad y el amor al prójimo, los que presionan al individuo a la hora de expresar y enjuiciar los asuntos adecuadamente, porque la justicia radica, por encima de todo, en “respetar los derechos ajenos”.
Ha quedado patente −en el tiempo− que la sociedad se mueve sistemáticamente por delante de las leyes. Así, legisladores y jueces se ven impelidos a corregir y actualizar “la ley”, a dar cumplida respuesta a las necesidades sociales y sus avances evolutivos. Y resulta lógico que así sea, pues las nuevas generaciones disponen de un mayor acervo de conocimientos, experiencias y evolución, obligando a revisar las normas que quedan obsoletas o caducas.
En el texto recopilado por Allan Kardec, el codificador espírita antes citado y que lleva por título “El Libro de los Espíritus”, los instructores del plano mayor dedican una parte del mismo a las leyes morales, concretamente el último capítulo dedicado a la Ley de Justicia, Amor y Caridad. En dicho capítulo se liga el principio de justicia al de amor y caridad; al punto de considerar esta ley como la más relevante de todas las analizadas en dichos textos.
Siendo estos tratados unos grandes desconocidos para la legislación humana, vienen, no obstante, a establecer un gran vacío en el derecho legislativo, el usado para interpretar la ley e impartir la justicia humana que deja de lado los principios morales, el amor y la caridad; principios que deberían permanecer indivisibles cuando se aplica la justicia.
Bajo estas premisas, nos atreveríamos a decir que sin amor y sin caridad no puede existir una verdadera justicia.
En una lenta progresión la ley va perfeccionándose, diríamos que puliéndose, en la medida que la ignorancia humana y su brutalidad desaparecen. En un principio campaba la ley del más fuerte, del poderoso, del más inteligente. No obstante, hoy, el sentimiento innato de justicia aflora y se impone progresivamente; surgen nuevos modelos y conceptos que ayudan a entender que la vida nunca para de evolucionar, al igual que el propio individuo, gracias a los esfuerzos de personas de elevada condición moral, de avatares que han venido encarnando en la Tierra durante todas las épocas, de personas que instruyeron civilizaciones, muy lentamente, con gran dificultad.
¡Cuántas leyes y costumbres del pasado −vigentes todavía− nos horrorizan, al observar cómo se legislaba en el pasado; al observar cuales eran las costumbres en los países civilizados…! ¿Civilizados? ¡Leyes que hoy se consideran injustas, retrogradas e incluso bárbaras!
Es por ello que debe reinar la prudencia a la hora de emitir juicios y opiniones, por muy bien refrendada que pueda estar dicha “ley”, porque a pesar de ese apoyo, podría resultar injusta. Queda la recomendación de valorar y aplicar las leyes morales emanadas de lo Alto; dejar que el corazón guíe las sentencias y aplicarlas honrada y honestamente, sin escudarse en el cumplimiento de la ley. El sentido ético y moral debe gravitar por encima de ley social. El hombre debe actuar como un ser evolucionado y consciente de su camino.
Me gustaría traer hasta aquí algunas de las frases que escuchamos habitualmente en los medios de comunicación, por ejemplo: “actué así porque era legal” −fuese o no moral−. De aquí se desprende que las leyes humanas siguen una dirección y las emanadas de lo Alto otra diferente.
La ley divina es inalterable, no cambia jamás; establece el respeto hacia los derechos de todos los seres y aboga por la aplicación de la justicia moral, de esa justicia que permanece esculpida en la intimidad del ser, en la propia conciencia. A través de ese llamado, el individuo se siente impelido a luchar contra las injusticias sociales; a impedir el daño a cualquier persona sin razón ni merecimiento; le impele a revelarse contra la injusticia y a defender a débiles y desprotegidos.
De ahí aquella sentencia del mayor avatar de la humanidad, Jesús de Nazaret: “Como queráis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. No obstante, cuán lejos se encuentran los hombres de esa máxima; de dicha recomendación moral. Aplicarla resolvería de un plumazo todos los litigios que viene enfrentando la sociedad. Cuántas leyes absurdas, cuántos vericuetos legales se podrían ahorrar de aplicarse dicha máxima; cuántos tiempo y esfuerzos se habrían ahorrado para alcanzar la justicia social.
Las leyes humanas son imperfectas −lo sabemos−, como imperfectos son los individuos que las crearon y detentan. Mientras tanto, el tiempo y su aprendizaje las pulen, las humanizan, las acercan lenta y progresivamente hacia la perfección. Pero para que esto se pueda conseguir ha de producirse un cambio en la humanidad, esta tiene que evolucionar, que incidir sobre los ideales y sentimientos más nobles.
La justicia, al igual que las leyes morales que rigen el universo, debería ser ciega y no tomar en consideración la posición social de individuos, razas, color, religión, ideas o riquezas. Observamos por doquier que el fiel de la balanza se inclina siempre a favor de los más ricos y poderosos. La sociedad actual muestra que se puede vivir dentro de la norma de que todo tiene un precio, “inclusive la justicia”.
Son los valores éticos y morales, como la caridad y el amor al prójimo, los que presionan al individuo a la hora de expresar y enjuiciar los asuntos adecuadamente, porque la justicia radica, por encima de todo, en “respetar los derechos ajenos”.
Ha quedado patente −en el tiempo− que la sociedad se mueve sistemáticamente por delante de las leyes. Así, legisladores y jueces se ven impelidos a corregir y actualizar “la ley”, a dar cumplida respuesta a las necesidades sociales y sus avances evolutivos. Y resulta lógico que así sea, pues las nuevas generaciones disponen de un mayor acervo de conocimientos, experiencias y evolución, obligando a revisar las normas que quedan obsoletas o caducas.
En el texto recopilado por Allan Kardec, el codificador espírita antes citado y que lleva por título “El Libro de los Espíritus”, los instructores del plano mayor dedican una parte del mismo a las leyes morales, concretamente el último capítulo dedicado a la Ley de Justicia, Amor y Caridad. En dicho capítulo se liga el principio de justicia al de amor y caridad; al punto de considerar esta ley como la más relevante de todas las analizadas en dichos textos.
Siendo estos tratados unos grandes desconocidos para la legislación humana, vienen, no obstante, a establecer un gran vacío en el derecho legislativo, el usado para interpretar la ley e impartir la justicia humana que deja de lado los principios morales, el amor y la caridad; principios que deberían permanecer indivisibles cuando se aplica la justicia.
Bajo estas premisas, nos atreveríamos a decir que sin amor y sin caridad no puede existir una verdadera justicia.
En una lenta progresión la ley va perfeccionándose, diríamos que puliéndose, en la medida que la ignorancia humana y su brutalidad desaparecen. En un principio campaba la ley del más fuerte, del poderoso, del más inteligente. No obstante, hoy, el sentimiento innato de justicia aflora y se impone progresivamente; surgen nuevos modelos y conceptos que ayudan a entender que la vida nunca para de evolucionar, al igual que el propio individuo, gracias a los esfuerzos de personas de elevada condición moral, de avatares que han venido encarnando en la Tierra durante todas las épocas, de personas que instruyeron civilizaciones, muy lentamente, con gran dificultad.
¡Cuántas leyes y costumbres del pasado −vigentes todavía− nos horrorizan, al observar cómo se legislaba en el pasado; al observar cuales eran las costumbres en los países civilizados…! ¿Civilizados? ¡Leyes que hoy se consideran injustas, retrogradas e incluso bárbaras!
Es por ello que debe reinar la prudencia a la hora de emitir juicios y opiniones, por muy bien refrendada que pueda estar dicha “ley”, porque a pesar de ese apoyo, podría resultar injusta. Queda la recomendación de valorar y aplicar las leyes morales emanadas de lo Alto; dejar que el corazón guíe las sentencias y aplicarlas honrada y honestamente, sin escudarse en el cumplimiento de la ley. El sentido ético y moral debe gravitar por encima de ley social. El hombre debe actuar como un ser evolucionado y consciente de su camino.
Me gustaría traer hasta aquí algunas de las frases que escuchamos habitualmente en los medios de comunicación, por ejemplo: “actué así porque era legal” −fuese o no moral−. De aquí se desprende que las leyes humanas siguen una dirección y las emanadas de lo Alto otra diferente.
La ley divina es inalterable, no cambia jamás; establece el respeto hacia los derechos de todos los seres y aboga por la aplicación de la justicia moral, de esa justicia que permanece esculpida en la intimidad del ser, en la propia conciencia. A través de ese llamado, el individuo se siente impelido a luchar contra las injusticias sociales; a impedir el daño a cualquier persona sin razón ni merecimiento; le impele a revelarse contra la injusticia y a defender a débiles y desprotegidos.
De ahí aquella sentencia del mayor avatar de la humanidad, Jesús de Nazaret: “Como queráis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. No obstante, cuán lejos se encuentran los hombres de esa máxima; de dicha recomendación moral. Aplicarla resolvería de un plumazo todos los litigios que viene enfrentando la sociedad. Cuántas leyes absurdas, cuántos vericuetos legales se podrían ahorrar de aplicarse dicha máxima; cuántos tiempo y esfuerzos se habrían ahorrado para alcanzar la justicia social.
Las leyes humanas son imperfectas −lo sabemos−, como imperfectos son los individuos que las crearon y detentan. Mientras tanto, el tiempo y su aprendizaje las pulen, las humanizan, las acercan lenta y progresivamente hacia la perfección. Pero para que esto se pueda conseguir ha de producirse un cambio en la humanidad, esta tiene que evolucionar, que incidir sobre los ideales y sentimientos más nobles.
La justicia, al igual que las leyes morales que rigen el universo, debería ser ciega y no tomar en consideración la posición social de individuos, razas, color, religión, ideas o riquezas. Observamos por doquier que el fiel de la balanza se inclina siempre a favor de los más ricos y poderosos. La sociedad actual muestra que se puede vivir dentro de la norma de que todo tiene un precio, “inclusive la justicia”.
“Si la justicia existe, ha de ser igual para todos, nadie puede quedar excluido, pues de lo contrario ya no sería justicia”.(Paul Auster, escritor, guionista y director de cine estadounidense.)
Estamos saturados de conocimientos, de leyes, de información, pero falta justicia social, amor y caridad entre los hombres; faltan los preceptos morales más importantes de la existencia. La solidaridad, el respeto, la tolerancia y la comprensión habrían de reinar ante cualquier situación, ante cualquier disputa. La civilización ha llegado a su cenit actual a causa de sus imperfecciones, lacras y egoísmo. Sus masas podrán inundar juzgados, salas de justicia, ministerios; podrán tener un sinfín de normas y leyes. Pero hasta tanto el ser humano recupere su sentido innato de justicia, del modelo implantando por lo Alto en cada chispa de su creación, y éstas se esfuercen en aplicarlo, los individuos serán incapaces de crear una sociedad digna de llamarse como tal.
Luchando contra las imperfecciones morales, contra las lacras, de las que no se libran ni jueces ni reyes, los hombres van alterando la sociedad buscando que esta funcione un poco mejor. Pero la realidad es cruda, implacable, existen demasiados defectos. Todo individuo aplica sus criterios en la medida de sus limitaciones e intereses materiales. Evidentemente, quienes detentan la autoridad y la responsabilidad de impartir justicia, así como de elaborar nuevas y sabias leyes y corregir las existentes, podrían hacerlo teniendo presente la sagrada trilogía de “justicia, amor y caridad”. Podrían aplicar las leyes con imparcialidad, honradez y sabiduría, buscando el bien común y la reparación de los daños.
Reza un adagio: “hecha la ley, hecha la trampa”. La justicia suele ser más beneficiosa para las persona ricas y rara vez actúa con equidad para pobres y desheredados. La historia nos viene mostrando que esa máxima, promulgada vox populi, se cumple inexorablemente.
A quienes medran dentro del sistema judicial todo parece sonreírles; mientras que a los pobres, a las personas de baja condición social o desheredados de la fortuna, difícilmente les sonreirá, ya que la justicia responde, por lo general, a sus propios intereses. En modo alguno suele preocuparse por el respeto y consideración al individuo, sea cual fuere su condición. “Tanto tengo, mejor abogado tendré, mejores opciones para ganar cualquier pleito”. El resultado es que las personas más desfavorecidas quedan siempre malparadas en cualquier trámite procesal.
Luchando contra las imperfecciones morales, contra las lacras, de las que no se libran ni jueces ni reyes, los hombres van alterando la sociedad buscando que esta funcione un poco mejor. Pero la realidad es cruda, implacable, existen demasiados defectos. Todo individuo aplica sus criterios en la medida de sus limitaciones e intereses materiales. Evidentemente, quienes detentan la autoridad y la responsabilidad de impartir justicia, así como de elaborar nuevas y sabias leyes y corregir las existentes, podrían hacerlo teniendo presente la sagrada trilogía de “justicia, amor y caridad”. Podrían aplicar las leyes con imparcialidad, honradez y sabiduría, buscando el bien común y la reparación de los daños.
Reza un adagio: “hecha la ley, hecha la trampa”. La justicia suele ser más beneficiosa para las persona ricas y rara vez actúa con equidad para pobres y desheredados. La historia nos viene mostrando que esa máxima, promulgada vox populi, se cumple inexorablemente.
A quienes medran dentro del sistema judicial todo parece sonreírles; mientras que a los pobres, a las personas de baja condición social o desheredados de la fortuna, difícilmente les sonreirá, ya que la justicia responde, por lo general, a sus propios intereses. En modo alguno suele preocuparse por el respeto y consideración al individuo, sea cual fuere su condición. “Tanto tengo, mejor abogado tendré, mejores opciones para ganar cualquier pleito”. El resultado es que las personas más desfavorecidas quedan siempre malparadas en cualquier trámite procesal.
“El jurado está compuesto por doce personas elegidas para decidir quién tiene el mejor abogado”.(Robert Frost, poeta estadounidense).
Cuántas y cuántas injusticias se han venido cometiendo con esa premisa. ¡Qué triste papel el de la justicia de los hombres!
Y qué diremos sobre la interpretación de la ley, detentada por hombres y mujeres a caballo de sus limitaciones; con su mayor o menor voluntad para impartir justicia, aunque siempre esclavizados a sus limitaciones, a su carácter, a sus defectos, a su forma de entender la ley y la justicia. Cuántas veces observamos puntos de vista dispares entre los intérpretes de la justicia. Vivimos, definitivamente, en manos de seres humanos que aplicarán sus criterios según entiendan las circunstancias humanas. Lamentablemente, la justicia perfecta no existe entre los hombres, sí en las leyes universales.
Cuando se está sometido a la ley −aunque pueda resultar una paradoja−, lo menos relevante es el propio individuo. No puede auto-defenderse, necesita un intérprete, un letrado al que mueven ¿tus intereses?; ¿o los suyos?; ¿que se preocupa −realmente− de ti?
Letrados: personajes que viven de las desavenencias y conflictos entre los hombres; que se nutren de ellas; que fagocitan a sus representados −como el dios griego Chronos−, sus bienes, entregándoles a cambio incertidumbres y verdades a medias. Les importa más la forma de conseguir que los hechos decanten la ley a su favor que los hechos en sí mismos.
Cuando se está sometido a la ley −aunque pueda resultar una paradoja−, lo menos relevante es el propio individuo. No puede auto-defenderse, necesita un intérprete, un letrado al que mueven ¿tus intereses?; ¿o los suyos?; ¿que se preocupa −realmente− de ti?
Letrados: personajes que viven de las desavenencias y conflictos entre los hombres; que se nutren de ellas; que fagocitan a sus representados −como el dios griego Chronos−, sus bienes, entregándoles a cambio incertidumbres y verdades a medias. Les importa más la forma de conseguir que los hechos decanten la ley a su favor que los hechos en sí mismos.
“Leyes hay, lo que falta es justicia”. (Ernesto Mayo, escritor y periodista argentino).
En verdad, debe ser harto complicado impartir justicia. Se trata, sin duda, de una dura prueba; de una prueba de gran responsabilidad.
¡Que el Todopoderoso ilumine a quienes tienen el compromiso y el deber de realizar dicha misión!
Porque habrán de responder al juicio de su conciencia por las decisiones que tomaren. No obstante, pueden conseguir una meritoria labor ayudando a muchas personas que se enfrentan a la justicia por causa de sus actos. También contraerán grandes responsabilidades ante la ley mayor si se dejan llevar por intereses mezquinos, por malas decisiones o una equivocada aplicación de la justicia.
Su formación requiere un arduo trabajo, vocación y un enorme respeto hacia el ser humano. La ley, en sus manos, debe permanecer viva, no letra muerta. Arrastran una enorme responsabilidad moral ante su propia conciencia y ante el género humano. Inexcusablemente, deberán aplicar las normas escritas, aparcando sus opiniones y criterios personales, pero por encima de todo −para llevar adelante su labor−, deberán considerar y aplicar las normas morales, pues, ante la verdadera ley, la ley mayor, ambos, víctima y verdugo, merecen el mayor respeto. Y sobre todo, no olvidar jamás que, por encima de todo, debe prevalecer la ley de justicia universal que inexorablemente aplica la auténtica justicia; aquella que trasciende al tiempo y al espacio.
¡Que el Todopoderoso ilumine a quienes tienen el compromiso y el deber de realizar dicha misión!
Porque habrán de responder al juicio de su conciencia por las decisiones que tomaren. No obstante, pueden conseguir una meritoria labor ayudando a muchas personas que se enfrentan a la justicia por causa de sus actos. También contraerán grandes responsabilidades ante la ley mayor si se dejan llevar por intereses mezquinos, por malas decisiones o una equivocada aplicación de la justicia.
Su formación requiere un arduo trabajo, vocación y un enorme respeto hacia el ser humano. La ley, en sus manos, debe permanecer viva, no letra muerta. Arrastran una enorme responsabilidad moral ante su propia conciencia y ante el género humano. Inexcusablemente, deberán aplicar las normas escritas, aparcando sus opiniones y criterios personales, pero por encima de todo −para llevar adelante su labor−, deberán considerar y aplicar las normas morales, pues, ante la verdadera ley, la ley mayor, ambos, víctima y verdugo, merecen el mayor respeto. Y sobre todo, no olvidar jamás que, por encima de todo, debe prevalecer la ley de justicia universal que inexorablemente aplica la auténtica justicia; aquella que trasciende al tiempo y al espacio.
“Justicia sin misericordia es crueldad” (Santo Tomas de Aquino.)
No olvidemos que el día de mañana tendremos que rendir cuentas ante la ley de justicia universal. Esta no nos preguntará si era legal todo cuanto hicimos según las leyes de los hombres, sino que preguntará a nuestra conciencia, y en virtud además de nuestros conocimientos y progreso así nos juzgará. Cuántos ejemplos nos ofrece la doctrina espírita por medio de la mediumnidad de los fracasos y decepciones que sufrimos cuando tenemos que dar cuenta de nuestros actos y nos encontramos desnudos de los parapetos materiales y no tenemos más defensa que asumir los hechos frente a la propia voz de la conciencia.
No olvidemos que el día de mañana tendremos que rendir cuentas ante la ley de justicia universal. Esta no nos preguntará si era legal todo cuanto hicimos según las leyes de los hombres, sino que preguntará a nuestra conciencia, y en virtud además de nuestros conocimientos y progreso así nos juzgará. Cuántos ejemplos nos ofrece la doctrina espírita por medio de la mediumnidad de los fracasos y decepciones que sufrimos cuando tenemos que dar cuenta de nuestros actos y nos encontramos desnudos de los parapetos materiales y no tenemos más defensa que asumir los hechos frente a la propia voz de la conciencia.
- Fermín Hernández- Amor, Paz y Caridad.
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¿ LA RELIGIÓN ES NECESARIA ?
Nos preguntamos a veces si la religión es necesaria.-
La religión, bien entendida, debería ser un vínculo que uniese a los hombres entre sí y los uniese por un mismo pensamiento al principio superior de las cosas.
Existe en el alma un sentimiento natural que la orienta hacia un ideal de perfección en el cual identifica el Bien y la Justicia. Si estuviese iluminado por la ciencia, fortificado por la razón, apoyado en la libertad de conciencia, este sentimiento, el más noble que se puede experimentar, se convertiría en el móvil de grandes y generosas acciones; pero empañado, falseado, materializado por tantas religiones humanas con sus dogmas particulares, se ha convertido, con demasiada frecuencia, por los cuidados de la teocracia, en un instrumento de dominación egoísta.
La religión (todas las religiones) es necesaria e indestructible porque tiene su razón de ser en la naturaleza misma del ser humano, del cual resume y expresa las aspiraciones elevadas. Es también la expresión de las leyes eternas, y, desde este punto de vista, debe confundirse con la filosofía, a la que hace pasar del dominio de la teoría al de la ejecución y la hace viva y activa. Pero para ejercer una influencia saludable, para volver a convertirse en un móvil de elevación y de progreso, la religión debe despojarse de los disfraces con que se ha vestido a través de los siglos. Lo que debe desaparecer no es su principio, sino, los mitos oscuros, las formas exteriores y materiales. Hay que tener cuidado de no confundir la Religión (con sus ritos, ceremonias y dogmas), con la Espiritualidad o Religiosidad, que es un sentimiento del alma.
La verdadera religión no es una manifestación exterior; es un sentimiento, y es en el corazón humano donde está el verdadero templo de lo Eterno.
La verdadera religión no puede ajustarse a reglas ni a ritos estrechos. No necesita fórmulas ni imágenes; se preocupa poco de los simulacros y de las formas de adoración, y no juzga los dogmas sino por su influencia en el perfeccionamiento de las sociedades.
La verdadera religión abarca todos los cultos, todos los sacerdocios; se eleva por encima de ellos y les dice: "¡La verdad está más alta!". Se debe comprender, sin embargo, que todos los hombres no se hallan en estado de alcanzar a esas cimas intelectuales. Por eso es por lo que la tolerancia y la benevolencia se imponen.
Si el deber nos incita a separar a los buenos espíritus de las manifestaciones vulgares de la religión, es preciso abstenerse de arrojar la piedra a las almas dolientes, desconsoladas, incapaces de asimilarse las nociones abstractas y que encuentran en su fe ingenua un sostén y una confortación. Sin embargo, se puede comprobar que el número de los creyentes sinceros disminuye de día en día.
La idea de Dios, en otro tiempo sencilla y grande en las almas, ha sido desnaturalizada por el temor del infierno; ha perdido su potencia. En la imposibilidad de elevarse hasta lo absoluto, algunos hombres han creído necesario adaptar a su forma y a su medida todo lo que quisieran concebir. Así, han rebajado a Dios hasta su propio nivel, atribuyéndole sus pasiones, imperfecciones y debilidades, reduciendo la naturaleza y el universo, bajo el prisma de su ignorancia, descomponiendo en diversos matices el puro rayo de la verdad.
Las claras nociones de la religión natural han sido oscurecidas adrede. La ficción y la fantasía han engendrado el error, y éste, condensado en el dogma, se ha erguido como un obstáculo en el camino de los pueblos. La luz ha sido velada por aquellos que se consideraban como los depositarios de ella, y las tinieblas en que querían envolver a los demás se han producido en ellos y alrededor de ellos. Los dogmas han pervertido el sentido religioso, y el interés de casta ha falseado el sentido moral. De aquí un cúmulo de supersticiones, de abusos, de prácticas idólatras cuyo espectáculo ha lanzado a tantos hombres en la negación.
La reacción se anuncia, sin embargo. Las religiones, inmovilizadas en sus dogmas como las momias bajo sus fajas, cuando todo camina y evoluciona alrededor de ellas, se debilitan cada día más. Han perdido casi toda influencia en las costumbres y en la vida social y están destinadas a morir; pero, como todas las cosas, las religiones no mueren sino para renacer.
La idea que los hombres se hacen de la verdad se modifica y se amplía con el tiempo. Por eso, las religiones humanas, que son manifestaciones temporales, aspectos parciales de la eterna verdad, deben transformarse en cuanto han hecho su obra y no responden ya a los progresos y a las necesidades de la humanidad.. A medida que ésta avanza en su camino, necesita nuevas concepciones, un ideal más elevado, y los encuentra en los descubrimientos de la ciencia y en las intuiciones grandiosas del pensamiento.
DESPUÉS DE LA MUERTE-LEÓN DENIS
( Adaptación y versión de J.L. Martín)
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