miércoles, 17 de octubre de 2018

La extinción de la vida


    En este día podemos ver aquí :

- Allan Kardec- La modestia encarnada
- Mundos habitados
-Quien es José Herculano Pires
- La extinción de la vida
- Pensamientos de J.Herculano Pires
- La Potencia de la Fe

                                               ******************

     
ALLAN KARDEC

   (La modestia encarnada)
Claudio Bueno da Silva











Allan Kardec, la modestia encarnada

Desde pronto aprendí a admirar la figura de Allan Kardec. Luego que comencé a leer sus libros me llamó mucho la atención su posición en cuanto a encontrar que la obra espírita no era suya, sino de los Espíritus que la concibieron. Esa actitud de honestidad intelectual de Allan Kardec me hizo entrever su desinterés moral y material sobre todo en cuanto pudiese derivar para él de ese trabajo. De la misma forma que alertó a los médiums para no vanagloriarse del material que recibían de los Espíritus —que a estos pertenecía—, tampoco se sintió en el derecho de tomar para sí exclusivamente los créditos del contenido de los libros que publicaba.

Intervención de su genio
A pesar de esa postura sinceramente modesta de Kardec, todos saben de la real importancia que él tuvo en la construcción y desenvolvimiento de la extraordinaria filosofía que es el Espiritismo. Hay innumerables intervenciones de su genio por toda la obra de la codificación, en que analiza, reflexiona, contesta, refuta, siempre con el interés de esclarecer los principios doctrinarios, de modo a evitar, lo más posible, falsas interpretaciones. Todo con lógica, respeto y moderación. Si por un lado él pedía instrucciones y consejo a los Espíritus sobre el seguimiento de ciertas cuestiones, y también los recibía espontáneamente, por otro, la concepción de la estructura doctrinaria y la organización del trabajo corrieron por su cuenta. Es el caso, por citar un ejemplo, de la Revista Espírita. Consultó a los Espíritus y fue orientado a fundar un periódico, sobre el cual dice más tarde: (...) "La Revista es una obra personal cuya responsabilidad asumo enteramente y por la cual no debo, ni quiero ser obstaculizado por ninguna voluntad extraña; es concebida según un plan determinado para concurrir al objetivo que debemos alcanzar". Kardec emprende un enorme esfuerzo y editó el primer número con gran éxito. Conforme la previsión de los Espíritus, las ediciones se sucedieron y durante largos años bajo su dirección mantuvieron al “público a la par de los progresos de esta nueva ciencia”, previniéndolo contra las exageraciones, tanto de credulidad excesiva, como de escepticismo. Su experiencia, su método, los criterios científicos que adoptó, asociados a su erudición, a su poder de argumentación filosófica, a su racionalidad y al intrínseco amor por la humanidad, en fin, todo eso hizo a su amigo astrónomo Camille Flammarion afirmar, a la vera de su túmulo, que lo consideraba “el buen sentido encarnado”. Y esa opinión es mantenida por todos aquellos que estudian a fondo el Espiritismo.

La humildad de las grandes almas
La modestia llevaba a Allan Kardec a no creer que pudiese ser investido del papel tan importante de misionero que algunos Espíritus le habían atribuido. Incluso porque, según él, había tantos otros que poseían talento y cualidades que él no tenía. Después de la confirmación del Espíritu de Verdad en cuanto a su misión (junio de 1856), Kardec dice: “Si pues, estoy destinado a servir de instrumento a la vista de la Providencia, que ella disponga de mí. En este caso, yo reclamo vuestra asistencia y la de los buenos Espíritus”. El Espíritu de Verdad, entonces, le da cuidadosas instrucciones y le previene sobre las luchas y sacrificios terribles que enfrentará en el desempeño de la arriesgada misión. Y Kardec, en una demostración de fe y confianza, ora humilde: “¡Señor! ¡Si os dignáis lanzar los ojos sobre mí, para satisfacer vuestros designios, sea hecha tu voluntad! Mi vida está en vuestras manos; disponed de vuestro siervo. Para tan alto empeño, yo reconozco mi flaqueza. Mi buena voluntad no fallará, mas pueden traerme las fuerzas. Suplid mi insuficiencia, dadme las fuerzas físicas y morales, que me sean necesarias. Sustentadme en los momentos difíciles y con vuestro auxilio y el de vuestros celestes mensajeros me esforzaré por corresponder a vuestra vista. Os agradezco los sabios consejos, Espíritu de Verdad. Acepto todo, sin restricción, ni pensamiento reservado”. Las grandes almas son humildes. Kardec demostró eso reconociendo humildemente la superioridad del Espíritu que se identificó como La Verdad, y que lo ayudó y lo protegió durante toda la implantación del Espiritismo en la Tierra. Sobre él, Kardec, agradecido, escribió: “La protección de ese Espíritu, cuya elevación bien lejos estaba entonces de evaluar, nunca me faltó. Su solicitud, y la de los buenos Espíritus a sus órdenes, se extendió a todas las circunstancias de mi vida, tanto en relación a las dificultades materiales, como para facilitarme los trabajos y preservarme de la malevolencia de mis antagonistas”.

Costumbres de economía
De hábitos muy simples, Allan Kardec llevaba una vida controlada y modesta. En respuesta a un calumniador que publicó mentiras sobre su vida personal, alegando que se enriqueció con el Espiritismo, Kardec escribe un largo texto donde, de entre muchos esclarecimientos, da informaciones de su rutina particular: “Quien quiera que haya visitado en el pasado mi casa y que hoy me visite podrá comprobar que nada cambió en mi manera de vivir (...) Siempre tuvimos con que vivir modestamente, aunque lo que, para algunos, haya sido poco, para nosotros bastaba, gracias a nuestros gustos y a nuestras costumbres de economía”. Amante de la vida calmada y retirada, Kardec se vio, con el Espiritismo, envuelto en un torbellino de compromisos y relaciones que le impedían mantenerse anónimo como era su intención en el inicio, al idealizar El Libro de los Espíritus. No le fue posible más mantener el ritmo anterior, ya que los nuevos trabajos crearon exigencias nuevas en cuanto al tiempo y recursos. Comprendemos la importancia y extensión de sus obligaciones, se lanzó a tareas intelectuales extras, en vigilias continuadas, con las cuales atendió con recursos propios la gran parte de las necesidades de la instalación de la Doctrina. Eso nos da la medida de su desprendimiento y la amplitud de consciencia que tuvo sobre el momento histórico que se presentaba y para el cual fue convocado a asumir la responsabilidad mayor. “Esa fue la obra de mi vida —afirmaría más tarde Allan Kardec—; le consagré todo mi tiempo, le sacrifiqué mi reposo, mi salud, porque el futuro estaba escrito delante de mí en caracteres irrecusables”.

El hombre Universal
A lo largo de los siglos, muchos Espíritus adelantados e incluso superiores han reencarnado en la Tierra para ayudar al progreso de los hombres. Trazan misiones junto a su pueblo, a su raza, al país donde reencarnan, y su contribución humanitaria acaba sirviendo de ejemplo para el mundo entero. Se hacen referencia a valores de inmenso significado como el amor, la justicia, la fraternidad, la integridad moral. Ya Kardec se dirigió a toda la humanidad, en la medida que reveló, bajo orientación de los Espíritus Superiores, al mundo de los Espíritus y sus relaciones con el mundo de los hombres, y las importantes consecuencias de ese conocimiento para el género humano. En "Qué es el Espiritismo", el codificador dice: “El descubrimiento del mundo invisible tiene mucho más alcance que el de los infinitamente pequeños; es más que un descubrimiento, es una revolución en las ideas”. Ampliando esa constatación de Kardec, el ilustre pensador Deolindo Amorim afirma: “Sin duda, el descubrimiento del Mundo Invisible impone una revolución integral en las ideas, lo que permite comprender la resistencia que ciertos científicos demostraron en la aceptación de los fenómenos espíritas, pues esta les costaría el derrumbe del edificio materialista en que se acomodaban”. Con el Espiritismo, Allan Kardec se constituyó en el “hombre universal”, como lo llamó André Moreil, uno de sus biógrafos, entregando al mundo una Doctrina de carácter universalista. La causa por la cual dedicó su vida fue la misma inspirada por el Espíritu de Verdad: “Amaos e instruiros”. Su mayor deseo era el de “contribuir para la propagación de la Verdad”. "Elevó bien alto la bandera de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad, al mismo tiempo en que estableció la caridad como un principio de salvación”.

Kardec abre su corazón
En un documento encontrado en sus papeles, después de su muerte, Allan Kardec da un informe íntimo, en un texto lleno de sentimiento, donde abre su corazón y muestra cómo debe pensar y obrar el verdadero espírita. Con una exposición suave y verdadera, Kardec revela sus pensamientos humanitarios: “Hago el bien, cuanto me permiten mis condiciones; presto los servicios que puedo; los pobres nunca fueron echados de mi casa, ni tratados con dureza, antes son siempre acogidos con benevolencia. Nunca lastimé los pasos que di en favor de alguien. Muchos padres de familia fueron sacados de las prisiones por mi esfuerzo". Hablando de la ingratitud, de que fue blanco muchas veces, dice en ese mismo texto: “La ingratitud es una de las imperfecciones de la humanidad y como no hay quien sea exento de ellas, es preciso revelar a los otros, para que revelen a nosotros a fin de poder decir con Jesucristo: “El que esté limpio de culpa, tire la primera piedra". "Continuaré, pues, a hacer el bien que me fuera posible, incluso a mis enemigos, porque el odio no me ciega”.

Los hombres serios respetan a Kardec
Un espíritu de ese porte moral precisa ser conocido y su obra estudiada por todos. Los espíritas, principalmente, que tienen el acceso facilitado a esa inconfundible filosofía de amor y verdad, no pueden desperdiciar la oportunidad improrrogable de profundizar en ese conocimiento. Allan Kardec es respetado por los hombres serios. Notables nombres de la cultura y de la ciencia aprovecharon los caminos abiertos por él para realzar estudios y experimentos concluyentes a favor de las tesis espíritas. No sólo Flammarion teje elocuentes elogios al maestro, sino también el filósofo Leon Denis y muchos estudiosos de otros tantos países le siguieron el pensamiento. Gabriel Delanne, investigador incansable de los fenómenos espíritas, fiel y leal a los principios de la Doctrina, escribió: “Sustituyendo la fe ciega en una vida futura, por la inquebrantable certeza, resultante de constataciones científicas, tal es el inestimable servicio prestado por Allan Kardec a la humanidad”. Ese servicio prestado por Allan Kardec representa simplemente el rompimiento definitivo del pensamiento moderno con los dogmas hoy insustentables, que no pueden más continuar atrasando el progreso de la humanidad. El Espiritismo dio un golpe certero en el materialismo, en la incredulidad y en el orgullo humano. En la misma línea del pensamiento de Delanne, aquí en Brasil, de entre tantos ejemplos de respeto a Kardec, encontré un apunte del Espíritu Guaracy Paraná Vieira —dirigente espírita en el Estado de Paraná—, por la pictografía de Divaldo Franco, que así se expresó sobre el codificador: “En una época de transición cultural y de afirmación de la ciencia, él permaneció fiel al compromiso con Jesús, contribuyendo para la liberación de las criaturas, ofreciéndoles los recursos del laboratorio y del pensamiento fijados en las bases morales del Evangelio”. Con todas las cualidades de un hombre de bien, y considerándose la grandeza de su trabajo en la Tierra, Allan Kardec debe ser visto como un benefactor de la humanidad. Nadie jamás se arrepentirá de estudiar sus obras con buena voluntad, sin ningún preconcepto y con disposición efectiva de crecer como persona.

No hay comentarios: