viernes, 27 de octubre de 2017

Justicia y Prograso





Para hoy tenemos:

- Usted y nosotros
- Nuestro destino en el Más Allá
- Los muertos son los invisibles, pero no los ausentes.
- Justicia y Progreso



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                  USTED Y NOSOTROS 
     Espíritus eternos, estamos hoy en el punto exacto de la evolución para la cual nos preparamos, con los recursos más adecuados a la solución de nuestros problemas y tareas, según los compromisos que contraímos, sea en el campo del progreso necesario o en la esfera de la prueba rectificadora. 
Nos encontramos con los mejores familiares y con los mejores compañeros que la ley del merecimiento nos atribuye. 
En vista de eso, permanezcamos convencidos de que la base de nuestra tranquilidad reside en la integridad de la conciencia; comprendamos que todos los afectos-problemas en nuestro camino de ahora constituyen débitos de existencias pasadas que nos compete resarcir, y que todas las facilidades que ya nos enriquecen el camino son instrumentos que el Señor nos presta, a fin de utilizar nuestra voluntad, en la construcción de la más amplia felicidad futura y entendamos que la vida nos devuelve aquello que le damos. 
En la posesión de semejantes instrucciones valoricemos el tiempo, para que el tiempo nos valorice y permanezcamos en equilibrio sin afectar aquello que no somos, en materia de elevación, aunque reconociendo la necesidad de perfeccionarnos siempre. 
Si erramos, debemos estar decididos a corregirnos, actuando con sinceridad y trabajando fielmente para eso. 
Usted y nosotros estamos seguros, delante de la Providencia Divina, que poseemos infinitas posibilidades de reajuste, perfeccionando acción y ascensión y que depende solamente de nosotros mejorar o agravar, iluminar u oscurecer nuestras situaciones y caminos. 
André Luiz 
Francisco Candido Xavier. 

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Nuestro destino en el más allá

No hay maldades ocultas en la Tierra; todos los crímenes y todas las faltas de la criatura humana, se revelarán algún día y en algún lugar; cualquier sombra de nuestra conciencia, queda impresa en nuestra vida hasta que la macula sea lavada por nosotros mismos con el sudor del trabajo o con el llanto de la expiación, nadie se eleva a pleno Cielo, sin el pleno reajuste en la Tierra.
El estudio de la situación espiritual de la criatura humana, después de la muerte del cuerpo, no puede ser relegado a un plano secundario.
Las criaturas que están desprovistas de moral y de cualquier principio noble, después del túmulo, llevan al otro lado, en su interior un torbellino tenebroso, semejante a la tormenta externa, por motivo de los pensamientos desorganizados y crueles de que se alimentan. Odian y aniquilan; muerden e hieren. Alojarlos en los santuarios de socorro en el Más Allá, equivaldría a introducir tigres hambrientos entre fieles que oran en un templo.
Semejante fase de inconsciencia y desvarió, pasa como pasa la tempestad, aunque en crisis, persevere a veces por muchos años. Combatida por el temporal de las pruebas que les imponen el dolor de fuera a dentro, el alma se refunde, poco a poco, tranquilizándose hasta abrazar, por fin, las responsabilidades que creó para si misma.
El viaje al sepulcro; nos enseña una lección grande y nueva. La de que nos hallamos indisolublemente ligados a nuestras propias obras. Nuestros actos tejen alas de liberación o cadenas de cautiverio, para nuestra victoria o para nuestra derrota.
A Nadie debemos nuestro destino, sino a nosotros mismos. No debemos sentirnos sin esperanza, también somos beneficiarios de la Tolerancia Divina, que nos abre los santuarios de la vida física, para que sepamos expiar, restaurar y resarcir.
Nadie avanza al frente sin pagar las deudas que contrajo. ¿Cómo elevarnos al mundo de los Ángeles, con los pies hundidos en el camino de los hombres que nos acusan de nuestros fallos, obligando a nuestra memoria a sumergirse en las sombras?
El Espíritu, cuando se armoniza con los Designios Superiores, vislumbra el horizonte próximo y camina, valeroso y sereno, con el fin de superarlo, pero el que abusa de la voluntad y de la razón, rompiendo las corrientes de las bendiciones divinas, crea la sombra de si mismo, aislándose en pesadillas aflictivas, incapacitándose para continuar hacia el frente.
La encarnación, simboliza la puerta de salida del infierno que hemos creado. Existen reencarnaciones ligadas a los planos superiores, y existen otras que se enraízan directamente en los planos inferiores. Si la penitenciaria tiene razón de ser entre los hombres, de acuerdo con la criminalidad corriente en el mundo, el infierno existe en el mundo espiritual, en función directa con la culpa de las conciencias... Al igual que en la esfera carnal contamos con una justicia sinceramente interesada en auxiliar a los delincuentes en su recuperación a través del libramiento condicional y de las prisiones escuelas, organizados por los propios autoridades que dirigen los tribunales humanos, en el más allá los representantes del Amor Divino pueden movilizar recursos de misericordia beneficiando a Espíritus deudores, siempre que se muestren ya dignos del socorro que les abrevie su rescate y su regeneración.
Para el Espiritismo, la Tierra es una valiosa arena de servicio espiritual, así como un filtro en el que el alma se purifica poco a poco en el curso de los milenios, adquiriendo cualidades divinas para la ascensión a la gloria celeste. Por eso, hay que sustentar la luz del amor y del conocimiento, en el seno de las tinieblas, tal como es necesario mantener el remedio en el foco de la enfermedad.
De la justicia nadie puede huir. Porque nuestra conciencia, despertando en camino de la santidad de la vida, aspira a rescatar dignamente todos los débitos, con que se enero ante la Bondad de Dios. Si claudicamos en una experiencia, el Amor Infinito del Padre, brilla en todos los procesos de reajuste. Y será necesario que nos adaptemos a la justa recapitulación de la experiencia frustrada, utilizando el patrimonio del tiempo.
Es necesaria la renovación mental en el bien, el estudio, para asimilar el conocimiento superior y la conveniencia de servir al prójimo si queremos recoger la cosecha de la simpatía, sin todo lo cual, todos los caminos de la evolución surgen complicados y difíciles de ser transitados.

Amigos os deseo un feliz día y que Dios siga bendiciendo nuestras vidas.
-Merchita-
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         SOMOS ESPIRITAS CRISTIANOS – KARDECIANOS, POR ESTO: 
CONDENAMOS LA HECHICERÍA, REPUDIAMOS EL ABORTO, DEPLORAMOS EL SUICIDIO Y DECIMOS NO A LA DROGADICCIÓN, DELITOS VIOLATORIOS A LA VIDA, MÁXIMO REGALO DE LA DIVINIDAD.  "       

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 “Los muertos son los invisibles, pero no los ausentes” 

En efecto. Pero como quizás Ud. Tenga una idea diferente o un pensamiento equivocado, lo invitamos a reflexionar sobre lo siguiente: Si Ud. Cree en la existencia de Dios Creador de todo lo que existe y fuente de sabiduría, de bondad y de justicia ¿porqué mira entonces ese proceso natural de la Vida, “mal llamado muerte”, como un daño que se hace al que se va y como una pérdida irreparable, para los que quedan? ¿No será quizás porque Ud. tiene una idea más sombría de lo que realmente es y ningún conocimiento verdadero sobre su proyección espiritual? Compare, imaginariamente por un segundo nada más que las personas fueran semejantes a un automóvil, que se compone también de dos partes: Una esencial, el motor equivalente al Espíritu y otra secundaria, la carrocería, equivalente al cuerpo físico. 
El Espíritu está hecho de naturaleza Divina y es “INMORTAL”. De allí extraemos los pequeños o grandes valores espirituales (según el grado de evolución alcanzado) en “continua experiencia” y “creciente adelanto” como: Los sentimientos, la inteligencia, la voluntad, el raciocinio, la solidaridad. 
La parte secundaria, aunque indispensable, corresponde al cuerpo físico y es la herramienta o instrumento al servicio del Espíritu. A diferencia de este último, el cuerpo es mortal, vale decir que tiene un plazo de existencia como todo lo que está hecho de sustancias materiales. 
Representa también la “fuerza” que es patrimonio de los irracionales y que no obstante, adoptan algunos hombres para redimir sus problemas, descendiendo inconscientemente a la altura de aquellos. 
Nuestro Planeta es la morada “sin fronteras ni discriminación de razas, color o nacionalidad” que nos alberga a todos transitoriamente, aunque muchas son las veces que venimos a este Mundo, en diferentes reencarnaciones y distintas épocas de la historia de la humanidad. ¿Con qué fin? Con el objeto de “aprender”, de “adquirir experiencia”, de pulirnos y así evolucionar. La suma de los resultados, es decir, lo positivo en realizaciones solidarias y mejoramiento de nuestra moral, de nuestro ser. nuestra personalidad, nos preparará para incursionar en dirección de otros Mundos o Planos de existencias más felices, aún no comprendidos por algunos seres humanos. En cambio, la suma de lo negativo en hechos y procederes inmorales, si bien no son regresivos aunque sí estancamientos, le dejarán la experiencia y enseñanza, pero para poder borrar esas “manchas morales” que por ignorancia dejó grabadas en su Espíritu, quizás necesite pasarlas por el “crisol del dolor”, a semejanza de la acción que realiza el cirujano, cuando tiene que extraer un tumor maligno. 
Por ejemplo. Ese tumor son los destinos angustiosos y dolorosos como el nacer ciego, sordo, mudo, inválido, enfermedades incurables, accidentes etc. etc. 
El Espíritu encerrado dentro del cuerpo, es como un preso dentro de su celda y la ventana de la celda, es como los cincos sentidos del cuerpo por medio de los cuales el Espíritu se comunica con el exterior. 
Cuando llega el momento de “partir” o “muerte del cuerpo”, éste se disgrega porque está hecho de sustancias materiales y el Espíritu recobra su libertad. El proceso que se opera en esos instantes, es muy semejante a la trasformación que tiene lugar cuando el gusano, sinónimo de cuerpo muere, y su esencia interior, Espíritu se convierte en mariposa y vuela; deja su celda. 
Hemos dicho que el Espíritu viene del “Mundo Espiritual” y nace en nuestro “Mundo Material”. Cumplida su existencia aquí, regresa al “Mundo Espiritual”. Como una sola existencia sería insuficiente para alcanzar la evolución necesaria, venimos y nos vamos muchas veces, lo que se conoce con el nombre de “reencarnación” y que hiciera decir al autor del encabezamiento “EL NACIMIENTO TIENE UN AYER Y LA TUMBA UN MAÑANA”. 
Es importante también que Ud. sepa que el estado anímico de un recién fallecido es “muy sensibilizado” de tal manera que oye y siente todo lo que de se diga a través de las ondas mentales que emitimos. Su estado es semejante al de una persona recién operada a quien por lo regular el profesional recomienda reposo y no ser molestado. Esto ratifica lo que solicitan los espíritus esclarecidos a sus familiares asistentes a las reuniones de Espiritismo, en el sentido de que “no les lloren más de lo prudente”, porque les producen desmoralización, tristeza y perturbación. 
Piense que si la Vida estuviera limitada de la cuna a la tumba, si las perspectivas de la supervivencia del Espíritu no vinieran a iluminar la existencia, no le quedaría al ser humano mayor ley que la de sus instintos. Sus apetitos y sus afanes en procura de riqueza, que por cierto no se lleva. El egoísmo sería la mayor sabiduría y la Vida perdería toda grandeza, toda dignidad. Las más generosas tendencias del Espíritu acabarían por marchitarse, por extinguirse completamente y todos los actos buenos, criminales o sublimes conducirían al mismo resultado. 
Si su conducta ha sido medianamente buena en este Mundo, su primera alegría al pasar al “Más Allá” será el encontrarse con sus seres queridos. 
¿Y cómo es el nuevo cuerpo espiritual? Quizás Ud. se esté preguntando. Y le contestaremos que es idéntico a la imagen que vemos cuando nos ponemos frente al espejo. 
Un organismo de igual estructura, pero de menor densidad. Tenga la seguridad de que el artífice de la Vida ha hecho todo con Amor y por Amor. 
VÍCTOR HUGO 

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                       JUSTICIA Y PROGRESO

La ley superior del Universo, es el progreso incesante, la ascensión de los seres hacia Dios, hogar de las perfecciones. Profundidades del abismo de vida, por un camino infinito y una evolución constante, nos le acercamos. En el fondo de cada alma es depositado el germen de todas las facultades, de todas las fuerzas; le corresponde a ella hacerlos nacer por sus esfuerzos y sus trabajos. Contemplado bajo este aspecto, nuestro adelanto, nuestra
felicidad futura es nuestra obra. La gracia no tiene más razón de ser. La justicia irradia sobre el mundo; porque, si todos nosotros luchamos y sufrimos, todos nosotros seremos salvados.
 También se revela aquí en toda su grandeza el papel del dolor, su utilidad para el adelanto de los seres. Cada globo que rueda en el espacio es un vasto taller donde la sustancia espiritual es trabajada sin cesar. Así como un mineral grosero, bajo el efecto del fuego y las aguas, se convierte poco a poco en un metal puro, así el alma humana, bajo los martillos pesados del dolor se transforma y se fortifica. Es en medio de las pruebas que se
forjan los grandes caracteres. El dolor es la purificación suprema, el horno donde funden todos los elementos impuros que nos manchan: el orgullo, el egoísmo, la indiferencia. Es la sola escuela donde se afinan las sensaciones, donde se aprenden la piedad y la resignación
estoica. Los goces sensuales, atándonos a la materia, retrasan nuestra elevación, mientras que el sacrificio y la abnegación, nos sueltan con anticipación de esta pesada carga, nos preparan para nuevas etapas, a una ascensión más alta. El alma, purificada, santificada por
las pruebas, ve terminar las encarnaciones dolorosas. Abandona para siempre los globos materiales y se eleva en la escala magnífica de mundos felices. Recorre el campo ilimitado de los espacios y de las edades.
 A cada paso adelante, ve ensanchar su horizonte y aumentar su radio de acción; percibe cada vez más, de forma distinta, la gran armonía de las leyes y de las cosas, participa en ellas de forma más estrecha, más efectiva. Entonces el tiempo se borra para ella; los siglos fluyen como las horas. Unida a sus hermanas, compañeras de eterno viaje, persigue su ascensión intelectual y moral en el seno de una luz siempre creciente.
 De nuestras observaciones y de nuestras búsquedas se deduce así una gran ley: la pluralidad de las existencias del alma. Vivimos antes del nacimiento y reviviremos después de la muerte. Esta ley da la clave de problemas hasta ahora insolubles. Sólo ella explica la desigualdad de las condiciones, la variedad infinita de las aptitudes y de los caracteres.
     Conocimos o conoceremos sucesivamente todas las fases de la vida social, atravesaremos todos los medios. En el pasado, estábamos como estos salvajes que pueblan los continentes retrasados; en el futuro, podremos elevarnos a la altura de los genios inmortales, los espíritus gigantes que, semejantes a faros luminosos, alumbran la marcha de la humanidad. La historia de ésta es nuestra historia.
 Con ella, recorrimos las vías arduas, sufrimos las evoluciones seculares que relatan los anales de las naciones. El tiempo y el trabajo: he aquí los elementos de nuestros progresos.
 Esta ley de la reencarnación muestra de manera brillante la justicia suma que reina sobre todos los seres. Por turno forjamos y quebramos nosotros mismos nuestras cadenas.
   Las pruebas horrorosas entre las que sufren algunos de nosotros son, en general, la consecuencia de su conducta pasada. El déspota renace esclavo; la mujer alta, la vanidosa de su belleza, repetirá un cuerpo informe y miserable; el ocioso volverá mercenario, encorvado a una tarea ingrata. El que hizo sufrir sufrirá a su vuelta. Inútil buscar el infierno en regiones desconocidas o lejanas, el infierno está en nosotros, se esconde en los pliegues ignorados del alma culpable, y sólo la expiación puede dar término a sus dolores. No hay penas eternas. ¿Pero, diremos, si otras vidas precedieron al nacimiento, por qué perdimos la memoria? ¿Cómo podremos expiar con éxito las faltas olvidadas?
 ¡La memoria! ¿No sería un pesado grillete atado a nuestros pies? ¿Saliendo apenas de etapas de furor y de bestialidad, que debió ser este pasado de cada uno de nosotros? ¡A través de las etapas pasadas, cuantas lágrimas vertidas, cuanta sangre derramada por nuestros hechos! Conocimos el odio y practicamos la injusticia. ¡Qué carga moral sería esta perspectiva larga de faltas para un espíritu todavía endeble e inseguro! 
 ¿Y además, la memoria de nuestro propio pasado no estaría vinculada íntimamente a la memoria del pasado de los demás? ¡Qué situación para el culpable, señalado al hierro candente para la eternidad! Por la misma razón, los odios, los errores se perpetuarían, cavando divisiones profundas e imborrables, en el seno de esta humanidad ya tan desgarrada. Dios hizo bien de borrar de nuestros cerebros débiles la memoria de un pasado temible. Después de haber bebido el brebaje del olvido, renacemos a una nueva vida. Una educación diferente, una civilización más amplia hacen desvanecerse las quimeras que frecuentaron en otro tiempo nuestros espíritus. Aliviados de tan pesado equipaje avanzamos con paso más rápido por las vías que nos son abiertas.
 Sin embargo, este pasado no es borrado tanto que no pudiéramos entrever algunos  vestigios.  Si, separándonos de influencias exteriores, descendemos al fondo de nuestro ser; si analizamos con cuidado nuestros gustos, nuestras aspiraciones, descubrimos cosas que nada en nuestra existencia actual y con la educación recibida puede explicar. Por lo tanto, de ahí logramos reconstituir este pasado, si no en sus detalles, por lo menos en sus grandes líneas. En cuanto a las faltas arrastran en esta vida una expiación necesaria, aunque momentáneamente sean borradas de nuestra vista, la causa primera no deja de subsistir,siempre visible, es decir nuestras pasiones, nuestro carácter fogoso, que las nuevas encarnaciones tienen por objeto amaestrar, suavizar.
 Así pues, si dejamos en las puertas de la vida los recuerdos más peligrosos, traemos por lo menos con nosotros el fruto y las consecuencias de trabajos realizados, es decir una conciencia, un juicio, un carácter tales como les dimos forma nosotros mismos. Lo innato no es más que la herencia intelectual y moral que nos legan las vidas desvanecidas.
 Y cada vez que se abren para nosotros las puertas de la muerte; cuando, liberada del yugo material, nuestra alma escapa de su prisión de carne para volver al mundo de los Espíritus, entonces el pasado reaparece poco a poco delante de ella. Una tras otra, sobre la ruta seguida, revisa sus existencias, las caídas, las paradas, las marchas rápidas. Ella misma se juzga midiendo el camino recorrido. En el espectáculo de sus vergüenzas o de sus méritos, mostrados ante ella, encuentra su castigo o su recompensa.
 ¿Siendo el fin de la vida el perfeccionamiento intelectual y moral del ser, qué condición, qué medio es el más conveniente mejor para conseguir este fin? El hombre puede trabajar en este perfeccionamiento en todas las condiciones, en todos medios sociales; sin embargo, tendrá éxito más fácilmente en ciertas condiciones determinadas.
 La riqueza proporciona al hombre medios poderosos de estudio; le permite dar a su espíritu una cultura más desarrollada y más perfecta; pone entre sus manos las facilidades más grandes para aliviar a sus hermanos desgraciados, de participar, con vistas al mejoramiento de su suerte en fundaciones útiles. Pero son raros los que consideran un deber trabajar en el alivio de la miseria, en la instrucción y en la mejora de sus semejantes.
La riqueza deseca demasiado a menudo el corazón humano; extingue esta llama interior, este amor al progreso y a las mejoras sociales que alberga toda alma generosa; eleva una barrera entre los poderosos y los humildes; hace vivir en un medio que no alcanzan los desheredados de este mundo y donde, por consiguiente, las necesidades, los dolores de éstos son casi ignorados, desconocidos siempre.
 La miseria tiene también sus peligros espantosos: la degradación de los caracteres, la desesperación, el suicidio. Pero mientras que la riqueza nos hace indiferentes, egoístas, la pobreza, acercándonos a humildes, nos hace compadecernos con su dolor. Sí, hay que haber sufrido para apreciar los sufrimientos de otro. Mientras que los poderosos, en el seno de los honores, se envidien entre ellos y procuren rivalizar en brillantez, los humildes,  vecinos por la necesidad, viven a veces en conmovedora confraternidad.
 Mira a las aves de nuestros climas durante los meses de invierno, cuando el cielo es sombrío, cuando la tierra está cubierta de un abrigo blanco de nieve; apretadas unas contra otras, al borde de un tejado, se calientan mutuamente en silencio. La necesidad les une.
 Pero vienen los bellos días, el sol resplandeciente, la comida abundante, pían a cual mejor, se persiguen, se pelean, se hieren. Así es el hombre. Dulce, afectuoso para sus semejantes en los días de tristeza; la posesión de los bienes materiales lo hace demasiado a menudo duro y olvidadizo.
 Una condición modesta convendrá mejor al espíritu deseoso de progresar, de adquirir las virtudes necesarias para su ascensión moral. Lejos del remolino de los placeres mentirosos, juzgará mejor la vida. Preguntará a la materia qué es necesario para la conservación de sus órganos, pero evitará caer en costumbres perniciosas, hacerse presa de las necesidades innumerables y ficticias que son las plagas de la humanidad. Será sobrio y laborioso, contentándose con poco, atándose por encima de todo a los placeres de la inteligencia y a las alegrías del corazón.
 Tan fortificado contra los asaltos de la materia, el sabio, bajo la luz pura de la razón, verá resplandecer su destino. Alumbrado sobre el fin de la vida y el por qué de las cosas, se mantendrá firme, resignado ante el dolor; sabrá usarla para su depuración, para su adelanto.
Se enfrentará a la prueba con coraje, sabiendo que la prueba es saludable, que es el choque que desgarra nuestras almas, y que, por este rasgón solo, puede derramarse la hiel que está en nosotros. Si los hombres se ríen de él, si es víctima de la injusticia y de la intriga, aprenderá a soportar pacientemente sus dolores trasladando sus miradas hacia nuestros hermanos mayores, hacia Sócrates bebiendo la cicuta2, hacia Jesús en la cruz, hacia Juana de Arco en la hoguera. Se consolará en el pensamiento que los más grandes, más virtuosos, los más dignos, sufrieron y murieron para la humanidad.
 Y cuando por fin, después de una existencia bien cumplida, vendrá la hora solemne, será con calma y sin pesar que acogerá a la muerte; la muerte, a la que los humanos rodean de un aparato siniestro; la muerte, el espanto de los poderosos y de los sensuales, y que, para el pensador austero, es sólo la liberación, la hora de la transformación, la puerta que se abre al imperio luminoso de los Espíritus.
 Este umbral de las regiones supraterrenales, lo atravesará con serenidad. Su conciencia, libre de las sombras materiales, se levantará delante de él como un juez, representante de Dios, pidiéndole: "¿que hiciste de tu vida? Y responderá: luché, sufrí, amé, enseñé el bien, la verdad, la justicia; les di a mis hermanos el ejemplo de la rectitud, de la dulzura; alivié a los que sufren, consolé a los que lloran. Y ahora, que El Eterno me juzga,
¡Heme aquí en sus manos!"

- León Denis -                    
            
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