Hoy presentamos:
- Espiritismo
-Por los demás
-El Perdón
-La fuerza es independiente de la materia.
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Espiritismo
La vasta literatura que actualmente nos es ofrecida, muestra que en nuestra época está muy desarrollada en el campo de la intelectualidad y del conocimiento en general.
Dentro de este contexto, la palabra Espiritismo, parece haberse diluido en el mar de verdades que hace mucho tiempo que esta Doctrina viene enseñando.
Aunque todavía no sea de comprensión general, ya no se produce el espanto de antaño, cuando los esclarecimientos espíritas eran citados.
Es interesante verificar que está aconteciendo, exactamente, lo que fue previsto por Kardec hace casi ciento cincuenta años.
Bajo diferentes enfoques, encontramos la realidad de los postulados espíritas, presentados y discutidos por estudiosos de diversas áreas, haciendo renacer cuestiones que la Doctrina Espírita siempre promovió.
A pesar de todos los cuestionamientos al respecto de este asunto, pocos se preocupan o ni siquiera piensan como, realmente, será la continuidad de nuestra existencia después de la desencarnación. En general, la mayoría se contenta con una explicación ilusoria sin lógica o confirmación.
Solamente, la Doctrina Espírita, con su función esclarecedora, consigue mostrarnos los horizontes de la vida espiritual.
Como guión seguro de este asunto, nos gustaría recordar el excelente libro "Volví", psicografiado por Francisco Cándido Xavier y dictado por el Espíritu Hermano Jacob, en donde encontramos un relato muy claro sobre el pasaje para el Mundo Espiritual y los primeros momentos del Espíritu en su retorno a la verdadera patria.
La palingenesia, que significa nuevo nacimiento o nacer de nuevo, es una creencia muy antígua que acompaña al hombre desde que este pasó a adoptar rituales religiosos. Se cree que fue en la India en donde primero se estableció la idea de la Reencarnación, volviéndose un dogma en todas las religiones del antíguo oriente.
En el transcurso de la Historia, vamos a encontrar a Pitágoras, en el siglo VI a.C., trayendo para Grecia los conceptos que aprendió en Egipto y en Persia. El sentido de la reencarnación se mantuvo en la filosofía griega a través de la doctrina de Sócrates y Platón. En el mundo antíguo, la reencarnación era tenida como realidad incuestionable y de la cual no se dudaba. Kardec también dice (El Evangelio Según el Espiritismo-Cap.IV), que la reencarnación era parte de los dogmas judíos.
Jesús en varias ocasiones se refirió a la reencarnación en su diálogo con Nicodemos, no deja duda en cuanto a la necesidad del renacer del hombre para dar cumplimiento a la ley de Causa y Efecto, maravilloso dictamen de la Justicia Divina.
Después de la estancia del Maestro Jesús entre nosotros, durante cierto tiempo permaneció bien encendida la verdad de la reencarnación, pero, intereses religiosos y políticos, acabaron interfiriendo en esa creencia y confundiendo muchas de las cuestiones bíblicas que trataban del asunto.
Mas hoy, vemos a la humanidad a través del estudio y de la investigación científica, aproximarse a la verdad espiritual, reanudando el hilo de los primeros tiempos, para hacer renacer la verdad de la reencarnación, tan olvidada en el seno de la humanidad.
- María Lourdes -
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POR LOS
DEMÁS
Ante el dolor o el sufrimiento de otra
persona, máximo cuando se trata de algún ser querido o simplemente alguien a
quien apreciamos, el impulso natural , aun en el corazón mas innoble, es el de
socorrer o aliviar esa situación o motivo causante de la perturbación de esa
persona, a la que sentimos como un hermano.
Por tanto no creamos que porque alguna vez en nuestras vidas hayamos
experimentado ese sentimiento compasivo que impulsa nuestro deseo de aliviar o
ayudar a los demás, por eso ya somos muy buenos o que tenemos el camino del
alma muy avanzado o menos aún, que somos mejores que otros a los que creemos
mas despreocupados o insensibles ante el problema ajeno.
No debemos desanimarnos nunca al pedir al
Plano Espiritual ayuda a los demás
cuando los resultados de mejora o alivio a su sufrimiento no son los que
deseamos y pedimos, pues Dios que es infinitamente bueno y sabio, conoce mejor
que nosotros el qué es lo mejor para esa persona, no como persona sino como
espíritu inmortal sumido en pleno proceso evolutivo.
Es también muy humano rechazar el dolor,
pues a veces este, aunque amargo e indeseado, viene a ser la medicina necesaria
en esos momentos para restablecer la salud del alma. Por eso es bueno y necesario pedir por el
bienestar o por la salud , pero con la
fe y la confianza plena de que Dios, nuestro Padre Eterno, solo va a permitir o
a conceder aquello que sea lo mejor para la persona, en cuanto al espíritu
eterno que es.
No olvidemos que no hay dolor o sufrimiento que no lo hayamos ganado o
merecido antes mediante actuaciones equivocadas, alejadas de la Ley de Amor y
Caridad. Pero esto no justifica una reacción fría por nuestra parte, sin
involucrarnos en el problema de otro ser humano que de alguna forma está
solicitando atención o ayuda. En todo caso pensemos como nos gustaría que los
demás reaccionasen con respecto a nosotros si nos encontrásemos en la misma
tesitura que nuestro doliente hermano.
A imitación de Cristo deberemos pedir:
“ Padre mío, si es posible o si es para su bien, aparta de él ese cáliz
de amargura y sufrimiento, pero no se haga nuestra voluntad sino la Tuya.
No hay que dejar de orar y pedir por
nuestro hermano sufriente, lo que ya supone de por sí una ayuda por el fluido
espiritual positivo que encauzamos hacia él, fortaleciéndolo en su fe ante su
prueba y haciéndole sentir conformidad y aceptación ante el designio Divino de
las pruebas terrenales que ha de afrontar y superar.
Si además de orar podemos hacer algo más
por él para ayudarle, no dejaremos de
hacerlo, de modo que nuestra cercanía, nuestra ayuda , nuestra comprensión y
solidaridad fortalezca su espíritu al no sentirse solo ante su prueba.
Cuando vemos que algún ser humano, hermano
nuestro, recibe un bien espiritual o material, debemos pulsar nuestro sentimiento
por ello. Si es de sincera alegría, o si existe algo de envidia ante el bien
ajeno. Si el sentimiento es de envidia,
debemos rogar al Padre para que nos ayude a desterrar este perturbador sentimiento de nosotros. Pero si nuestra
alegría es sincera y sin atisbos de envidias, debemos dar muchas gracias al
Padre sintiéndonos felices por un doble motivo: Sentimos como nuestro positivo
sentimiento nos sugiere que estamos en el buen camino para seguir avanzando por
la senda del bien, el amor y la caridad, que es el único camino cierto. El otro
motivo es que al hacer nuestra su dicha, también disfrutamos de su felicidad,
lo que implica el sentirnos parte de ellos y por extensión de toda la
humanidad.
Es espiritualmente muy saludable, el pararnos ante nosotros mismos y
pulsar nuestro interior, tratando de comprender como actuaría Jesús en nuestro
lugar, y a continuación ¡¡ manos a la obra !!.
- Jose Luis Martín-
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EL PERDÓN
El perdón real es siempre acompañado por el olvido del mal recibido.
Si perdonas, y sin embargo te refieres al acontecimiento, estás vitalizando el error.
Trabaja la inferioridad personal que se fija en el recuerdo del sufrimiento experimentado y agradece la oportunidad de perdonar.
¿Cómo evolucionar, sin las evaluaciones de perfeccionamiento moral?
El Perdón, que ahora concedes, será tu padrino mañana cuando necesites de la benevolencia y de la disculpa de otra persona.
Perdonar es siempre mejor para quien lo hace.
Actúa siempre así y vivirás en Paz.
Por Joanna de Ângelis
Médium Divaldo Pereira Franco
Extraído del libro "Vida feliz"
EL PERDÓN
El perdón real es siempre acompañado por el olvido del mal recibido.
Si perdonas, y sin embargo te refieres al acontecimiento, estás vitalizando el error.
Trabaja la inferioridad personal que se fija en el recuerdo del sufrimiento experimentado y agradece la oportunidad de perdonar.
¿Cómo evolucionar, sin las evaluaciones de perfeccionamiento moral?
El Perdón, que ahora concedes, será tu padrino mañana cuando necesites de la benevolencia y de la disculpa de otra persona.
Perdonar es siempre mejor para quien lo hace.
Actúa siempre así y vivirás en Paz.
Por Joanna de Ângelis
Médium Divaldo Pereira Franco
Extraído del libro "Vida feliz"
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LA FUERZA ES INDEPENDIENTE DE
LA MATERIA
Examinemos ahora la segunda proposición de Moleschott, que pretende que la fuerza es un atributo de la materia, es decir, que sea imposible concebir una sin otra.
En su opinión, estudiar por separado la fuerza y la materia es un contrasentido, de donde podemos concluir que, estando la energía contenida en la materia, las fuerzas como el alma, el pensamiento, Dios, no son más que propiedades de esa materia. Si demostramos que tal afirmación es falsa, estableceremos implícita-mente, la realidad del alma. Para responder a un sabio no hay mejor método que oponerle otros sabios.
D’Alembert dice, secundando a Newton: “un cuerpo abandonado a sí mismo debe persistir eternamente en su estado de movimiento o de reposo uniforme”. En otras palabras: estando un cuerpo en reposo no podría moverse por sí mismo.
Laplace expresa el mismo pensamiento. Un punto en reposo no puede propor-cionarse movimiento a sí mismo, ya que no dispone de raciocinio que le haga moverse en un sentido en lugar de en otro. En contacto con una fuerza cualquiera y abandonado a sí mismo, se mueve constantemente, de manera uniforme, en la dirección de esa fuerza, no ofrece ninguna resistencia y su fuerza y dirección de movimiento son las mismas durante todo el tiempo. Esa tendencia de la materia para perseverar en su estado de movimiento y de reposo es lo que llamamos inercia. Esta es la primera ley del movimiento de los cuerpos.
Así, Newton, D’Alembert y Laplace reconocen que la materia es indiferente al movimiento y al reposo, que sólo se mueve cuando una fuerza actúa sobre ella, porque, de forma natural, es inerte. Es, por tanto, una afirmación gratuita y sin fundamento científico, atribuir fuerza a la materia. Creemos que, difícilmente pueden rechazarse los testimonios y la competencia de los tres grandes hombre de ciencia arriba citados, pero para dar más peso a nuestra afirmación, diremos que el cardenal Gerdil y Euler establecen, por cálculos matemáticos, la certeza de la inercia de los cuerpos, no podemos reproducirlos aquí, pero haremos constar un argumento decisivo en apoyo de nuestras convicciones. Tenemos una excelente prueba del principio de inercia en las aplicaciones que se hicieron de las teorías de la mecánica a los fenómenos astronómicos.
En efecto, si esta ciencia que tiene por base la inercia no se apoyase en un hecho real, sus deducciones serían falsas e inverificables por la experiencia. Si la ley de inercia no pasase de ser un concepto del espíritu, sin ningún valor positivo, le habría sido imposible a Leverrier encontrar y calcular la órbita de un planeta desconocido hasta su época, y sus previsiones jamás se habrían realizado. Por el contrario, se han comprobado punto por punto.
Ese descubrimiento demuestra que las leyes encontradas por la razón son exactas, ya que se verifican por la observación de un fenómeno cuya posibilidad ni siquiera se sospechaba, cuando se establecieron los principios de la mecánica celeste. ¿No es evidente que se conocían las propiedades de los cuerpos y más tarde se conocieron las curvas que describían, mucho antes de haberse observado el movimiento de los astros en el cielo? Ahora bien, no siendo la mecánica sino el estudio de las fuerzas en acción, sus leyes son rigurosas porque se comprueban en la naturaleza.
No sólo trataron este tema los matemáticos: M. H. Martín en su libro “Las ciencias y la filosofía” demuestra, según el Sr. Dupré, que, en virtud de las leyes de la termodinámica es necesario admitir una acción inicial exterior e independiente de la materia.
Además, es fácil la convicción, razonando de acuerdo al método positivo, que el testimonio de los sentidos no puede hacernos ver la fuerza como un atributo de la materia. Al contrario, comprobamos a través de la experiencia cotidiana que un cuerpo queda inerte y permanecerá eternamente en la misma posición si nada le viene a dar movimiento. Una piedra que lancemos permanece después de caer en el mismo estado cuando la fuerza que le animaba dejó de actuar. Una bola no rodará sin un primer impulso que lo provoque. Siendo el universo el conjunto de los cuerpos se puede decir del conjunto de la creación lo que se dice de cada cuerpo en particular, y si el universo está en movimiento, es imposible encontrar que la causa de ese movimiento esté en sí mismo.
Hasta este punto hemos comprobado que Moleschott no tuvo mucho éxito al elegir sus afirmaciones. Sitúa como verdad los puntos más impugnables. No nos sorprende pues que, partiendo de datos tan falsos, llegue a conclusiones totalmente erróneas. El estudio imparcial de los datos nos lleva a contemplar el mundo como formado por dos principios independientes el uno del otro: la fuerza y la materia.
Es necesario, además de eso, observar que la fuerza es la causa efectiva a que obedecen los seres, orgánicos o no. Todas las fuerzas, por tanto, designadas bajo los nombres de Dios, alma, voluntad, etc., tienen una existencia real fuera de la materia y ésta es el instrumento pasivo, sobre el que se ejercen.
Continuamos con el análisis del libro de Moleschott y comprobaremos en sus apreciaciones sobre el hombre que no muestra más perspicacia que en su estudio sobre la naturaleza.
El gran argumento que ofrece como prueba de convicción es el mismo que el de los materialistas en general. Consiste en decir “el cerebro es el órgano por el que se manifiesta el pensamiento, luego es el cerebro el que produce el pensamiento”. Ese razonamiento es casi tan lógico como si dijéramos: “el piano es el instrumento que sirve para que se haga oír una melodía, luego el piano produce la melodía”.
Si alguien se expresase de tal forma delante de un incrédulo, es muy probable que se encogiese de hombros desdeñosamente, pero, por extraño que parezca, cuando se trata del alma, se acepta inmediatamente semejante forma de discusión. Los materialistas no quieren, bajo ningún concepto, creer en un principio pensante, niegan la existencia del músico, por eso son tan singulares las teorías que nos exponen.
Los materialistas se encuentran delante de ese problema: el hombre piensa, el pensamiento no tiene ninguna de las cualidades de la materia, es invisible, no tiene forma, ni peso, ni color, pero existe. Es necesario pues, para mostrar coherencia que lo hagan proceder de la materia.
Existe una gran dificultad para explicar como una cosa material, el cerebro, puede engendrar una acción inmaterial, el pensamiento. Vamos a ver, entonces, desfilar los sofismas, para que, con su ayuda, nuestros adversarios puedan dar la apariencia de un razonamiento.
El cerebro es necesario para que el pensamiento se manifieste. Los filósofos griegos ya lo sabían y no caían, por eso, en el error de los escépticos de hoy. Establecían la distinción entre la causa y el instrumento que sirve para producir el efecto.
Algunos fisiólogos, como Cabanis, no encaraban el tema tan de cerca. Este dice:
“Vemos las impresiones llegar al cerebro a través de los nervios, encontrándose entonces aisladas, sin coherencia. El órgano entra en acción, actúa sobre las impresiones y las reenvía metamorfoseadas en ideas, que se manifiestan, exteriormente, por el lenguaje de la fisionomía o del gesto, o por las señales de la palabra o de la escritura. Concluimos, con la misma seguridad, que el cerebro digiere, de alguna forma, estas impresiones y que realiza, orgánicamente, la secreción del pensamiento.
Esa doctrina se implantó tan bien en el espíritu de los materialistas que, según Carl Vogt, los pensamientos tienen con el cerebro casi “la misma relación que la bilis con el hígado o la orina con los riñones”.
Broussais ya había dicho en su testamento:
“Desde que supe, por la cirugía, que el pus acumulado en la superficie del cerebro destruía nuestras facultades, y que la salida de ese pus permitía su reaparición, no las pude considerar de otra forma que actos del cerebro vivo, aunque no supiese ni qué era el cerebro ni qué era la vida”.
Moleschott, siguiendo esta pista, dice a su vez, variando un poco la argumentación:
“El pensamiento no es más que un fluido, como el calor o el sonido. Es un movimiento, una transformación de la materia cerebral. La actividad del cerebro es una propiedad del cerebro, tan necesaria como la fuerza, totalmente inherente a la materia, de la que es un carácter esencial e inalienable. Es tan imposible que el cerebro intacto no piense, como es imposible que el pensamiento esté ligado a otra materia que no sea el cerebro”.
Según el sabio químico, cualquier alteración del pensamiento modifica el cerebro, y cualquier daño en ese órgano suprime el pensamiento total o parcialmente.
Afirma:
“Sabemos, por experiencia, que la excesiva abundancia de líquido cefalorraquídeo produce el estupor, que la apoplejía va seguida del aniquilamiento de la consciencia, que la inflamación del cerebro provoca el delirio, que el síncope, que disminuye el movimiento de la sangre hacia el cerebro, provoca la pérdida del conocimiento, que la afluencia de sangre venosa al cerebro produce alucinaciones y vértigos, y que una idiotez completa es el efecto inevitable de la degeneración de los dos hemisferios ce-rebrales. En fin, que toda excitación nerviosa en la periferia del cuerpo sólo despierta una sensación consciente en el momento en que repercute en el cerebro”.
Concluye, pues, que en los fenómenos psicológicos lo que se observa es la eter-na dualidad de la creación: una fuerza, el pensamiento que modifica; una materia, el cerebro.
Toda la argumentación de Moleschott consiste en decir que, con los órganos sanos, los actos intelectuales se ejercen con facilidad, pero al contrario, si el cere-bro enferma, el alma no se puede servir más de él, y las facultades reaparecen cuando las causas que lo alteraban cesan de actuar.
Es siempre la historia del piano. Si una de las cuerdas llega a romperse, será im-posible hacer vibrar la nota que le corresponde. Sustitúyase la cuerda e inmediata-mente el sonido volverá a producirse. Pero cuando se demostrase que el pensa-miento siempre es el resultado del estado del cerebro, no bastaría eso para afirmar que el encéfalo produce el pensamiento. Como mucho, de ahí se podrían inducir las relaciones íntimas existentes entre ambos. No está todavía probado que la integri-dad del cerebro sea indispensable para la producción de los fenómenos espirituales.
He aquí lo que dice Longet, cuya competencia en Fisiología está unánimemente reconocida:
“Nunca se ha negado la solidaridad de los órganos sanos con una inteligencia sana (mens sana in corpore sano), pero esa dependencia tan natural no es absoluta, encon-trándose numerosos ejemplos de lo contrario. Se ven a débiles niños asombrar por la precocidad de su inteligencia y capacidad de su espíritu así como a viejos decrépitos, cercanos a la tumba, conservar intacto el juicio y la memoria, el fuego del genio y el ardor del coraje.
Hace pocos años, el profesor Lordat escribió un notable tratado sobre la inse-nescencia 2
2 Insenescencia –expresión utilizada como cualidad de lo que no envejece (lo opuesto de senescente, que significa aquello o aquel que está envejeciendo). Nota del autor. del sentido íntimo en los ancianos.
La locura va acompañada, muchas veces, por una lesión apreciable de los centros nerviosos, pero ¿qué diremos en los casos en que Esquirol y otros autores muy conscientes afirman no haber encontrado ningún vestigio de alteración en el cerebro? Los anales de la ciencia proporcionan un gran número de hechos, perfectamente observados, de alteración profunda de la sustancia cerebral, sin que durante la vida, se haya notado la más leve alteración de la inteligencia.
Se han visto en porciones de cerebro estudiadas, que las balas han atravesado el órgano de un lado a otro sin el menor desarreglo del espíritu, sin embargo, bastan algunos hilillos de sangre en un pequeño punto para encender la fiebre, excitar un delirio furioso y traer rápidamente la muerte. Debemos reconocer que la integridad de los órganos, su buena disposición y un volumen suficiente, son condiciones favorables al libre ejercicio, al vigor de las facultades intelectuales, pero no confundamos el órgano con la función y, sobre todo, hablando del cerebro y del pensamiento, donde esa distinción se vuelve muy importante, porque muchos órganos concurren para ese gran fenómeno de la vida intelectual: la privación del aire la hace cesar inmediatamente y una bala que atraviesa el corazón la destruye con rapidez. ¿Quién osaría sin embargo dar como causa primaria del pensamiento el aire que respiramos o la sangre que circula por las arterias?”
Es lo que dice la ciencia y parece que sus conclusiones no están del todo a favor de Moleschott. No es posible afirmar que el pensamiento esté siempre en armonía con la integridad del cerebro, luego no está producido por el cerebro.
Hemos visto anteriormente, al sabio holandés atribuir el pensamiento a una vibración de la materia cerebral. ¿Será esa teoría más justa que las precedentes? Vamos a verlo inmediatamente.
Desde luego topamos con una dificultad. Es difícil comprender cómo una sensación genera una idea. La sensación es una impresión producida en los nervios sensitivos por una agitación externa. Determina un movimiento ondulatorio que se propaga hasta el cerebro por las fibras nerviosas. Una vez llegado allí, ese movimiento hace vibrar las células del sensorium. ¿Cómo puede el movimiento mecánico de las células determinar una idea y como comprender que esa agitación sea percibida por el ser pensante?
Las células nerviosas, formadas de colesterina, agua, fósforo, ácido húmico, etc., asociados en ciertas proporciones, no son inteligentes por sí mismas. El movimiento vibratorio es una simple acción material. ¿Cómo puede el pensamiento nacer de esa agitación de la célula nerviosa? Fue lo que se les olvidó enseñarnos.
Los espiritualistas interpretan los hechos diciendo que existe en nosotros una individualidad intelectual, que es advertida por esa vibración de que se ejerció una acción sobre el cuerpo, y es cuando el alma tiene consciencia de ese movimiento vibratorio, cuando experimentamos la percepción. Lo que prueba hasta la evidencia que todo lo que así ocurre es el fenómeno tan ordinario de la distracción.
Cuando trabajamos en una habitación, ¿no nos ocurre con frecuencia quedarnos insensibles al tic-tac de un reloj? ¿Y no sucede lo mismo al dar las horas? ¿Por qué no las oímos? Las vibraciones, producidas por el sonido han impresionado nuestro oído, se han propagado a través del organismo hasta el cerebro, pero, estando el alma preocupada por otros pensamientos, no puede transformar la sensación en percepción, de manera que no somos conscientes de los ruidos provocados por el reloj. Este simple hecho demuestra, de manera concluyente, la existencia del alma.
EL ESPIRITISMO ANTE LA CIENCIA
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