1.- La principal labor del espírita
2.- Los espíritus durante las batallas
Definición de Kardec
3.- Una lección sobre las consecuencias del suicidio
4.- El placer del Ego
5.- Morder la realidad
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La Principal Labor Del Espírita
Estudio, divulgación, práctica de la caridad, atender las diversas tareas del centro espírita, tomar contacto con otros centros, etc, etc… Estas quizá sean las más expresivas, y sin duda configuran el molde del auténtico espírita, que es el espírita comprometido.
Sin embargo, y aunque ciertamente las tareas que hemos referido tienen vital importancia (tanto para el movimiento organizativo de cada país), la tarea mayor, la más esencial, la que compromete directamente la parte más íntima de nosotros, es la AUTOREFORMA. Lo demás es importante, pero esto último es absolutamente prioritario…
Desde este planteamiento que deducimos, sin dudar que el «mejor» espírita no es quien más obras asistenciales hace, ni el que más capacidad de oratoria tiene en las exposiciones públicas, ni el que más libros haya estudiado, ni el que reúna más experiencia como director y/o fundador de centros, etc, etc: lo más primordial es la capacidad de ver nuestras fallas de carácter, y hacerlo sin disfrazarlas ni justificarlas, para así trata de trabajarlas. Esto es autoreforma.
Hay que ser tenaces, algo valientes y del todo honestos para reconocer nuestros fallos, sobretodo aquellos más automatizados (porque son los más ferozmente defendido por nuestro ego). Se precisa de una labor de humildad, introspección y perseverancia para que la autoreforma sea la paciente y activa labor de todos los días (porque de otra manera no podría llevarse a cabo, quedaría en poco más que un «parche» doctrinario).
Nuestras reticencias ególatras son tan tenaces y están tan reforzadas, que pueden servirse incluso de las actividades más honrosas (como la divulgación, la organización de un centro, una palestra o la planificación de un encuentro institucional) para nuestro realce personalista y amodorrar la conciencia… Mientras que permanece inoperante el indispensable reajuste interno.
Si otras filosofías y creencias del mundo son esencialmente transformadoras (persiguen la autoiluminación), el Espiritismo, que es la gran propuesta educativa de las esferas superiores, es en esencia una filosofía integral y una ciencia (eminentemente) práctica del autodesarrollo personal.
No sólo hay un espiritismo «hacia fuera»…; si no hay uno hacia dentro, en primer lugar, no podremos hablar de Espiritismo en su legítima dimensión. Esta es la diferencia entre ser espírita «oficial» (por razones de veteranía, labores activas, etc) y ser espírita en consciencia.
Artículo de Juan Manuel Ruiz González ( Tomado de Zonaespirita.com)
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«Si, y estimulan su valor.»
Así en otros tiempos nos representaban los antiguos a los dioses tomando parte a favor de tal o cual pueblo. Estos dioses no eran más que espíritus bajo figuras alegóricas.
542 En una guerra siempre está la justicia de parte de uno de los beligerantes, ¿cómo los espíritus se interesan por el que no tiene razón?
«Ya sabes perfectamente que hay espíritus que solo procuran la discordia y la destrucción. Para ellos la guerra es la guerra, y poco se cuidan de la justicia de la causa.»
543 ¿Ciertos espíritus pueden influir en el general para la concepción de sus planes de campaña?
«Sin duda alguna pueden los espíritus influir para este objeto como para todas las concepciones.»
544 ¿Los espíritus malos podrían sugerirle malas combinaciones para perderle?
«Sí; ¿pero no tiene su libre albedrío? Si su juicio no le permite distinguir la idea exacta de la falsa, sufre las consecuencias, y mejor le sentaría obedecer que mandar.»
545 ¿Puede a veces ser guiado el general por una especie de doble vista, vista intuitiva que le presente anticipadamente el resultado de sus combinaciones?
«Así sucede generalmente en el hombre de genio, a lo que llama su inspiración y hace que obre con cierta exactitud. Esa inspiración procede de los espíritus que le dirigen y aprovechan las facultades de que está dotado.»
546 En la confusión del combate, ¿qué se hace de los espíritus de los que sucumben? ¿Continúan interesándose en la acción después de la muerte?
«Algunos se interesan, otros se alejan.»
En los combates sucede lo que en todos los casos de muerte violenta; en el primer momento el espíritu está sorprendido y como aturdido, y no se cree muerto. Les parece que aún toma parte en la acción, y solo poco a poco encuentra la realidad.
547 Los espíritus que combatían cuando vivos, ¿se reconocen después de muertos como enemigos y están aún encolerizados entre sí?
«En semejantes momentos nunca está apacible el espíritu y en el primer instante puede aún acometer a su enemigo y hasta perseguirle; pero cuando recobra las ideas, ve que su animosidad carece de objeto. Puede, no obstante, conservar vestigios más o menos pronunciados según su carácter.»
– ¿Percibe aún el ruido de las armas?
«Si, perfectamente.»
548 ¿El espíritu que asiste impasible como espectador a un combate, es testigo de la separación del alma y el cuerpo, y cómo se le presenta este fenómeno?
«Hay pocas muertes completamente repentinas. La mayor parte de las veces el espíritu cuyo cuerpo acaba de ser mortalmente herido no tiene de pronto conciencia de ello; cuando empieza a reconocerse, es cuando puede distinguirse al espíritu agitándose alrededor del cuerpo, lo que le parece tan natural que la presencia del cadáver no le ocasiona efecto alguno desagradable. Reconcentrada toda la vida en el espíritu, solo él llama la atención, con él se habla o a él es a quien se manda.»
Allan Kardec
Allan Kardec
Traducido por José María Fernández Colavida
Extraído del “Libro de los Espíritus”
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¿ QUÉ ES EL ESPIRITISMO ?
“El Espiritismo es una ciencia que trata de la naturaleza, el origen y destino de los Espíritus, así como de sus relaciones con el mundo corporal.”
Allan Kardec
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UNA LECCIÓN SOBRE LAS CONSECUENCIAS DEL SUICIDIO
León Tolstoi -(1828 – 1910)
“Yo sé, Alex Mikailovitch Melvinski, que, desde tu infancia, te compadeciste de mí y mucho te impresionaba la desventura de mi vida. Sé que me amabas, y agradezco, padrecito, el afecto demostrado a mi humilde persona. Agradecida por sentir en mí tu simpatía. Un día, después de mi travesía para la vida del Espíritu, prometí a mí misma relatarte la causa de mi expiación en la Tierra, si Dios me lo permitía. Hoy llegó la ocasión esperada hace tantos años.
Sepa usted, Alex Melvinski que las expiaciones vividas por nosotros en el Mundo terrenal tienen siempre como causa nuestro mal proceder en un pasado vivido por nosotros mismos en otras épocas existenciales. Nada sucede en rebeldía de la ley de Dios. Nosotros, almas y hombres, somos individualidades inmortales, con la particularidad de que vivimos varias fases de la vida corporal, revivimos en el estado espiritual y volvemos a ocupar otros cuerpos terrenales, en nuevas vidas, recomenzadas con nuevo nacimiento, como hombres.
Antes de yo ser la personalidad Carla Alexeievna, viví con otra personalidad y otro nombre y amé a mi querido Ruperto, que también vivía con otra forma física, otra personalidad, usando otro nombre. Eso es la reencarnación, que los Espíritus del Señor explican a los hombres en la actualidad.
Éramos esposos y nos amábamos tiernamente. Pero, nuestra felicidad tuvo una pequeña duración. Mi querido Ygor Fiedorovitch, como él se llamaba entonces, murió en una guerra, en el tiempo de Pedro, el Grande, 5 Pedro I, el Grande, Zar de Rusia, de 1682 a 1725. Dotado de una voluntad de hierro y de una energía incomparable, supo beneficiar y engrandecer la Patria. Fue el mayor gobernante de Rusia en todos los tiempos.
Desesperada, desilusionada, sin poder ni siquiera llorar sobre la tumba de mi bien amado, arruinada, enferma, perdí la fe en Dios y en mí misma y, un día, me dejé precipitar desde el tercer piso, donde residía, y donde la desgracia penetró con la desaparición de mi Ygor, cayendo sobre las piedras del patio. Mi cuerpo, maltratado por la caída, fracturado, contundido, dislocado, sucumbió tres días después, víctima de mí misma, Haciéndome sufrir intensamente, pues yo no pude, no quise vivir sin mi Ygor. Pero el suicidio es un crimen grave, que pesa mucho en la balanza de la ley Divina. Muy pronto comprendí que yo poseía un alma, que sobrevivía a la destrucción del cuerpo.
Separada de aquel cuerpo, me sentía viva, pero sufriendo las mismas angustias de la pérdida de mi Ygor, sin poder verlo, sin obtener noticias de él, alejada de todos los que me amaban y a los cuales ofendí con el suicidio, y, ¡cruel realidad!, sufriendo también las dolorosas consecuencias del suicidio del cuerpo en mi estructura espiritual. Sentí huesos fracturados, a pesar de estar desligada del cuerpo, imposible de recuperarse. Me sentía invalida, deformada, fea, más adolorida y desesperada que nunca. No me podía apartar de la escena de mi caída del tercer piso. La veía y la
Sufría al mismo tiempo, llena de pavor y sensaciones reales, como si cada momento yo me lanzase otra vez, para sufrir lo mismo, eternamente. Así me demoré por mucho tiempo, no sé por cuanto tiempo, perdida en las tinieblas de aquella angustia indescriptible, presa de una pesadilla incomprensible, que me subyugaba la voluntad.
Pero, un día, adormecí pesadamente, creo que durante mucho tiempo, y, después, al despertar, comprendí lo que había pasado. Yo había matado en mí, sólo el cuerpo carnal, pero el alma, construida de esencias inmortales, había sobrevivido a mi desesperación y allí estaba, viva y racional, arrepentida, sufridora, avergonzada de su crimen delante de Dios y de sí misma. Tuve fuerzas para orar y oré, pidiendo perdón a Dios, deshecha en lágrimas.
Entonces, llegaron con la finalidad de socorrerme amigos y asistentes. Eran
Espíritus, como yo, pero felices porque traían tranquila la conciencia y vinieron para ayudarme. No los reconocí porque mal los distinguía en la fuerte penumbra del aura que me circundaba. Yo era un alma rebelde, que no poseía sensibilidad para ver y comprender a los ángeles de Dios.
Ellos me informaron que yo había cometido un delito gravísimo y que un siglo sería poco para que pudiera repararlo, rehabilitándome ante la Ley Suprema. Me enseñaron ciertos detalles de esa Ley, muy importante, y necesaria para todos nosotros, dándome la confianza de que yo podía recuperarme a la sombra de Jesucristo. Me fue presentado un amplio panorama de modos de vivir para Dios y el prójimo. Lo examiné detenidamente y reflexioné sobre él, después de lo que me dijeron:
–“Escoge por ti misma lo que deberás hacer para desagravar la conciencia y rehabilitarte del suicidio. Lo que escojas será tomado en consideración y se realizará.
Pero, medita con madurez sobre todo lo que te conviene, porque, una vez escogido, el camino a seguir será irrevocable. Escogiéndolo, estarás labrando tu propia sentencia.
Si tuviste fuerzas para infringir la Ley de Dios, también las conseguirás para rehabilitarte del oprobio de haber infringido ésta. Pero, debes saber que las realizaciones a efectuarse para ese inapelable servicio serán probadas sobre la Tierra, viviendo tú en un nuevo cuerpo humano, como suelen ser los cuerpos materiales terrestres”.
Medité profundamente sobre esas advertencias. Después de algún tiempo de profundas y penosas meditaciones, llegué a la conclusión de que me competía lo siguiente:
Yo había infringido gravemente la Ley de Dios, matándome, porque no me Conformara a vivir sin mi Ygor, que había muerto en el campo de batalla. Pues bien, yo debía ahora reparar mi falta, probándome a mí misma mi arrepentimiento por aquel acto cometido, resignándome a vivir sin Ygor después de haberlo amado nuevamente, en la próxima existencia. Jesús me daría amparo y consuelo para que saliese victoriosa de ese terrible testimonio.
Presentada mi petición a los asistentes que me servían, fue aprobada y
Considerada correcta, coherente con la Ley Suprema. Entonces, me mostraron a Ygor por primera vez, después de muchos años, después que el cayera en el campo de batalla. Él ya había vuelto a la Tierra en renovada existencia y contaba dos años de edad. Lo vi jugando en la terraza de la mansión de sus padres, bajo los cuidados de una institutriz. Era de familia noble y ahora se llamaba Ruperto van Gallembek.
Inmediatamente reconocí a mi amado Ygor Fiodorovitch, a pesar de la diferencia de indumentaria carnal humana. Sentí revivir en mi alma la antigua llama del amor que le consagrara antes, y mi alegría fue inmensa al reconocer que nuestro amor no se había extinguido, antes sería revivido por una ventura más sublime de lo que fuera antaño.
–No te olvides, amada Carla, de que te separarás de él en la próxima existencia terrena. Tu testimonio implica la necesidad de la resignación ante la ausencia de él en tu vida –me advirtieron a tiempo mis asistentes.
Estuve en pleno acuerdo con la necesidad que se imponía y comencé, entonces, a prepararme para la gran jornada de la expiatoria reencarnación, llena de deseos de liberar a mi conciencia de la vergüenza del suicidio, acto propio de caracteres débiles e inconsecuentes.
Pero yo, no había liberado mi conciencia de las vibraciones mentales del peso de haber deformado y matado mi cuerpo, tan bello y joven, destrozándolo con la caída del tercer piso. A veces me sentía deformada, tal y como quedó el cuerpo, inválida, los huesos fracturados. Y sabía que ese peligroso complejo podía influir poderosamente en mi futura condición física en la Tierra. Era el reflejo del suicidio, que, posiblemente, me acompañaría en la reencarnación y tal vez causase la separación entre Ygor y yo, para que el testimonio fuese completo. Pero, nada temí. Es tan dolorosa la angustia del remordimiento en la vida de Ultratumba que nosotros, los culpables, nos sujetaríamos a todo con tal de liberarnos de ella. Me volví hacia Dios, me instruí en las recomendaciones de los Evangelios, que son las voces del Cielo, y, pasado algún tiempo… renací en Kazan y me llamé Carla Alexeievna. Lo que fue mi vida y el testimonio que di a la Ley de Dios, infringida por mí en otra época, con el suicidio, tú lo sabes. Hoy me siento redimida de aquel pecado. Y ahí está, mi querido Alex, la explicación que deseabas sobre la causa de aquella invalidez Que te incomodaba. ¡Ella fue mi redención!” Seguía la firma patente de Carla Alexeievna.
Fragmento del libro: UNA LECCIÓN SOBRE LAS CONSECUENCIAS DEL SUICIDIO- León Tolstoi -(1828 – 1910)
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