sábado, 10 de septiembre de 2011

Sufrir bien o sufrir mal



Cuando el Cristo dijo: “Bienaventurados los afligidos, porque de ellos es el reino de los cielos”, no se refería a aquellos que sufren en general, porque todos los que están en este mundo sufren, ya estén en un trono o sobre la paja; pero, ¡ah!, pocos sufren bien; pocos comprenden que solamente las pruebas bien soportadas pueden conducirles al reino de Dios. El abatimiento es una falta; Dios os niega los consuelos porque os falta valor.

La oración es un sostén para el alma, pero no basta, es preciso que esté apoyada en una fe viva en la bondad de Dios. Con frecuencia, se os ha dicho, que no coloca fardos pesados en hombros débiles; el fardo es proporcional a las fuerzas, como la recompensa será proporcional a la resignación y al valor; mayor será la recompensa cuanto menos penosa sea la aflicción; pero esta recompensa es preciso merecerla y por esto la vida está llena de tribulaciones.

El militar que no es enviado al campo de batalla, no está contento, porque el reposo de la retaguardia en el campamento no le proporciona el ascenso; sed, pues, como el militar y no deseéis un descanso que debilitaría vuestro cuerpo y embotaría vuestra alma. Quedad satisfechos cuando Dios os envía a la lucha. Esa lucha no es el fuego de la batalla, sino las amarguras de la vida, donde es necesario, algunas veces, más valor que en un combate sangriento, porque aquél que se mantendría firme ante el enemigo, se doblará bajo el constreñimiento de una pena moral. El hombre no es recompensado por esta clase de valor, pero Dios le reserva laureles y un lugar glorioso.

Cuando os alcance un motivo de inquietud o de contrariedad, esforzaos por superarlo, y cuando lleguéis a dominar los ímpetus de la impaciencia, de la cólera o de la desesperación, podréis decir con justa satisfacción: “yo fui más fuerte”. Bienaventurados los afligidos, puede, pues, traducirse de este modo: Bienaventurados aquellos que tienen ocasión de probar su fe, su firmeza, su perseverancia y su sumisión a la voluntad de Dios, porque tendrán centuplicados los goces que les faltan en la Tierra y después del trabajo vendrá el descanso.
(LACORDAIRE,Havre, 1863).
Extraido de: "El libro de los espíritus"



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