viernes, 9 de septiembre de 2011

Kardec y el Espiritismo ( 10 )

... continua hablando Camile Flamarion en el sepelio de Allan Kardec.... Por medio del análisis de la luz conocemos los elementos que arden en el Sol y en las estrellas, a millones, a trillones de leguas de nuestro observatorio terrestre. Por medio del cálculo, poseemos la historia del cielo y de la Tierra, así en su remoto pasado como en su porvenir, que no existen para las leyes inmutables. Por medio de la observación, hemos pesado las tierras celestes que gravitan en el espacio. El globo donde moramos se ha convertido en un átomo estelar que vuela por el espacio en medio de infinitas profundidades, y nuestra misma existencia en este globo se ha convertido en una fracción infinitesimal de nuestra vida eterna. Pero lo que con justo título puede impresionarnos más aún, es este maravilloso resultado de los trabajos físicos hechos en estos últimos años, a saber: que vivimos en medio de un mundo invisible que incesantemente se está manifestando en torno nuestro. Sí, señores; ésta es para nosotros una inmensa revelación. Contemplad, por ejemplo, la luz que en este momento derrama por la atmósfera ese brillante Sol, contemplad ese suave azul de la bóveda celeste, reparad en esos efluvios de aire tibio que acarician vuestro rostro, mirad esos monumentos y esa Tierra; pues bien, a pesar de tener ojos, no vemos lo que aquí está pasando. Sobre cien rayos emanados del Sol, únicamente una tercera parte es accesible a nuestra vista, ya sea directamente, ya reflejada por todos esos cuerpos. Las dos terceras partes restantes existen y obran alrededor nuestro, pero de un modo, aunque real, invisible. Sin ser luminosos para nosotros, son cálidos, y mucho más activos aún que los que, impresionan nuestra vista, pues ellos son los que vuelven las flores hacia el Sol, los que producen todas las acciones químicas (Nuestra retina es insensible a esos rayos, pero otras sustancias, por ejemplo, el yodo y las sales de plata, los perciben. 
  
    Se ha fotografiado el aspecto solar químico, que no ve nuestro ojo. La plancha del fotógrafo, además, no presenta nunca imagen alguna visible, al salir de la cámara oscura, aunque la posea, pues su aparición se debe a una operación química.), y ellos son también los que levantan, bajo una forma igualmente invisible, en la atmósfera, el vapor de agua para con él formar las nubes, ejerciendo así a nuestro alrededor, incesantemente, de una manera oculta y silenciosa, una fuerza colosal, mecánicamente equivalente al trabajo de muchos millares de caballos. Si los rayos caloríficos y químicos, que obran constantemente en la Naturaleza, son invisibles para nosotros, se debe a que los primeros no hieren con bastante prontitud nuestra retina, y a que los segundos la hieren con prontitud excesiva. Nuestros ojos no ven las cosas más que entre dos limites, fuera de los cuales nada perciben. Nuestro organismo terrestre puede compararse a un arpa de dos cuerdas, que son el nervio óptico y el auditivo. Cierta especie de movimientos hacen vibrar a aquél, y otra especie de movimientos hacen vibrar a éste. Esta es toda la sensación humana, más limitada en este punto que la de ciertos seres vivientes, ciertos insectos, por ejemplo, en los cuales esas mismas cuerdas de la vista y del oído son más delicadas. Y realmente existen en la Naturaleza no dos, sino diez, ciento, mil especies de movimientos. La ciencia física nos enseña, pues, que vivimos en medio de un mundo invisible para nosotros, y que no es imposible que seres (igualmente invisibles para nosotros) vivan asimismo en la Tierra, en un orden de sensaciones absolutamente diferentes del nuestro, y sin que podamos apreciar su presencia, a menos que no se nos manifiesten con hechos que entren en nuestro orden de sensaciones. Continuará...


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