jueves, 1 de septiembre de 2011

Kardec y el Espiritismo ( 8 )



( Continuación )

Continúa hablando Camille Flamarion... 


Ante todo trazaré rápidamente las principales líneas de su carrera literaria. Muerto a la edad de 65 años, Allan Kardec, Léon Hipolite Denizard Rivail, había consagrado la primera parte de su vida a escribir obras clásicas elementales, destinadas especialmente al uso de los institutores de la juventud. Cuando hacia 1850 las manifestaciones, al parecer nuevas, de las mesas giratorias, golpes sin causa ostensible y movimientos inusitados de objetos y muebles empezaron a llamar la atención pública, determinando aun en las imaginaciones aventureras una especie de fiebre, debida a la novedad de esos experimentos; Allan Kardec, estudiando a la par el magnetismo y sus extraños efectos, siguió con la mayor paciencia y juiciosa clarividencia los experimentos y numerosas tentativas hechas por entonces en París. Recogió y ordenó los resultados obtenidos por esa larga observación, y con ellos organizó el cuerpo de doctrina publicado en 1857 en la primera edición de El Libro de los Espíritus. Todos vosotros sabéis la acogida que mereció esa obra en Francia y en el extranjero. Habiéndose tirado hasta la fecha su decimosexta edición, ha propagado entre todas las clases ese cuerpo de doctrina elemental, que, en su esencia, no es nuevo, puesto que la escuela de Pitágoras en Grecia y la de los druidas en nuestra Galia, enseñaban esos principios, pero que tomaban una verdadera forma de actualidad por su correspondencia con los fenómenos. Después de esta primera obra, aparecieron sucesivamente El Libro de las Médiums o Espiritismo experimental, ¿Qué es el Espiritismo? o compendio en forma dialogada, de  El Evangelio según el Espiritismo, El Cielo y el Infierno, El Génesis, hasta que la muerte ha venido a sorprenderle en los momentos en que, en su infatigable actividad, escribía una obra sobre las relaciones del magnetismo y del Espiritismo. 


      Por medio de la Revista Espírita y de la Sociedad de Paris, cuyo presidente era, se había constituido hasta cierto punto en centro al cual todo convergía, en lazo de unión de todos los experimentadores. Hace algunos meses, presintiendo su fin próximo, preparó las condiciones de vitalidad de esos mismos estudios para después de su desencarnación, y estableció el Comité Central que le sucede. Allan Kardec despertó rivalidades, creó una escuela bajo la forma un tanto personal, y aún existe cierta división entre los “espiritualistas” y los “espiritistas”. En adelante, señores (tales, por lo menos, son los votos de los amigos de la verdad), debemos estar unidos todos por una solidaridad confraternal, por los mismos esfuerzos encaminados a la dilucidación del problema, por el general e impersonal deseo de lo verdadero y de lo bueno. Se le ha argüido, digno amigo Allan Kardec, a quien hoy tributamos los últimos obsequios, que no era lo que se llama un sabio, que no fue ante todo, físico, naturalista o astrónomo, sino que prefirió constituir primeramente un cuerpo de doctrina moral, sin haber antes aplicado la discusión científica a la realidad y naturaleza de los fenómenos. Quizá es preferible que así hayan empezado las cosas. No siempre debe rechazarse el valor del sentimiento. ¡Cuántos corazones no han sido consolados por esa creencia religiosa! ¡Cuántas lágrimas enjugadas! ¡Cuántas ciencias abiertas a los destellos de la belleza espiritual! No todos son felices en la Tierra. Muchos son los afectos quebrantados y muchas las almas narcotizadas por el escepticismo. ¿Y es por ventura poca cosa haber despertado el espiritualismo en tantos seres que flotaban en la duda, y que no apreciaban ni la vida física ni la intelectual? Si Allan Kardec hubiese sido hombre de ciencia, no hubiera podido indudablemente prestar ese primer servicio, ni dirigir a lo lejos aquélla como invitación a todos los corazones. Continuará...


" Ni Jesus Cristo, cuando vino a la Tierra, se propuso resolver el problema particular de  nadie... El se limitó a  enseñarnos  el camino, que necesitamos  transitar  por nosotros  mismos. "
                                         - Francisco Cándido Xavier -

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