domingo, 25 de noviembre de 2018

Ilusión y realidad del suicidio


    Sumario de temas para hoy:

1.- Ilusión y realidad del Suicidio
2.- Principios fundamentales de la Filosofía Espírita
3.-La Humildad
4.-Los Mundos habitados
5.-El sentido de la Justicia





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          ILUSIÓN Y REALIDAD DEL SUICIDIO

   Considerando la urgente necesidad de dar a conocer ciertas verdades que ayudan a comprender la verdad de la Vida, a quienes, en momentos de gran aflicción y sufrimiento puedan sentirse tentados a privarse de la vida, en la creencia de que con la muerte todo termina, sentimos el deseo intenso de dar a conocer la realidad acerca del suicidio, pues siendo conocedor de las horribles consecuencias posteriores del suicidio, y con el único objeto de divulgar la realidad consecuencial; analicemos algunos aspectos de esa epidemia psíquica que, según las estadísticas, está haciendo estragos en la sociedad humana.

    Y es por ignorancia de las consecuencias, que sus víctimas caen en esa trampa, en la creencia de que, con la muerte del cuerpo físico todo termina.
     Según trataremos de demostrar, nada más funesto podrá suceder a una persona que la torpe decisión de suicidarse.

   Analicemos:
     Cuando una persona opta por el suicidio, lo hace tratando de liberarse del dolor o de los problemas que lo afligen, que lo atormentan. Y con ese intento de evasión, demuestra una actitud mental de cobardía; en vez de adoptar, valientemente, una firme determinación de superarlos, con lo que fortalecerá su carácter.

    Y en su cobardía, prefiere evadirlos, porque, eso es el suicidio, un intento de evasión de las condiciones más o menos penosas en que se encuentra, por su cobardía frente a las circunstancias que por ley le corresponde vivir y superar.
    Y además de cobardía, el suicida demuestra ser egoísta, porque no piensa nada más que en sí mismo, sin medir las consecuencias que puedan surgir de su deceso.

    Si las personas que suponen el suicidio como liberación de las vicisitudes adversas o dolorosas, conociesen el alto precio que van a pagar; si supieran que, con el suicidio no tan solo NO se librarán de sus males, sino que, muy al contrario, los aumentarán terriblemente; tened por cierto que no cometerían tal desatino, tan grave error.

    Pero veamos, ¿Es el suicidio una solución?

    Si la vida terminase con la llamada muerte, o muerte del cuerpo físico-orgánico, sí, el suicidio sería una solución.

    Pero..... ¿Termina realmente la Vida con ese accidente que denominamos muerte?....
    Enfáticamente podemos aseverar que:  La VIDA, no termina con la muerte, pues continúa más allá, aunque en otra dimensión.

    Porque la muerte lo es tan solo del cuerpo físico, que es una vestimenta para el Espíritu, o sea, un cuerpo que necesita para realizar en el plano físico,como humano, un propósito, cumplir un programa de realizaciones, a fin de desarrollar sus facultades mentales y anímicas, en concordancia con la ley divina de la evolución y del amor.

-Sebastián de Arauco-

(Continuará en la publicación siguiente)




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" No hay mas que una cosa en el mundo que se obtiene sin esfuerzo: la pobreza."


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PRINCIPIOS FUNDAMENTALES DE LA 

            FILOSOFÍA ESPIRITA

1. Existencia de Dios.
2. Inmortalidad del alma.
3. Comunicación con los espíritus. ( Sin Rituales, Talismanes, Hechizos, Limpias, Adivinanzas, velas, imágenes... ).
4. Pluralidad de mundos habitados.
5. Reencarnación.
6. Ley de causa y efecto.
7. Fe razonada.
8. Evolución y progreso del espíritu.
9. Moral de Jesús: Amor, caridad, Luz y Paz.


Angeles. C.M

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                                                   LA HUMILDAD
                                          
                                                                     

                                              
“La humildad es una virtud muy descuidada entre vosotros. Los grandes ejemplos que se os han dado no son tenidos en cuenta como correspondería. Sin embargo, sin humildad, ¿podéis ser caritativos para con el prójimo? ¡Oh! no, porque ese sentimiento nivela a los hombres; les dice  que son hermanos, que deben ayudarse mutuamente, y los conduce al bien. Sin la humildad, os adornáis con virtudes que no tenéis, como si os pusierais un vestido para ocultar las deformidades de vuestro cuerpo. Acordaos de Aquel que nos salvó; recordad su humildad, que lo hizo tan grande y lo elevó por encima de los profetas”. El Evangelio según el Espiritismo Cap. VII, ítem 11.
En la escala espiritual aún estamos empezando, independientemente de las numerosas encarnaciones que llevamos a nuestras espaldas, pues tenemos mucho que aprender todavía para empezar a comprender sobre la grandeza de Dios.
Hay personas que, partiendo de su estatus social e intelectual, consideran que no puede haber nada por encima de ellos. Lo que no alcanzan a comprender lo rechazan o creen imposible, son incapaces de reconocer la grandeza que nos rodea, algo que la lógica más elemental nos dice que es imposible que se haya podido crear sólo, o sea, producto del azar. El azar jamás crea, y mucho menos podrá crear algo que tenga un sentido, y muchísimo menos que pueda seguir un patrón complejo de evolución o de progreso. Esta es una obviedad incuestionable.
Este pensamiento, que denota autosuficiencia, surge en espíritus poco esclarecidos que no comprenden la presencia de Dios en todas partes; porque Él es el creador de todo. Miremos por donde miremos está la obra de Dios, desde el ser vivo más simple y microscópico al gran universo.
Es nuestro orgullo el que no nos deja crecer en humildad, siendo gran generador de conflictos con otras personas, principalmente porque nos inhabilita para reconocer y corregir nuestros propios errores, lo que nos impide el desarrollo de nuestro espíritu. Esta falta de humildad es la que nos condena a mantenernos estancados en nuestra ignorancia. También el egoísmo, en los tiempos de materialismo en que estamos inmersos, donde el consumismo exacerbado impera en nuestras vidas, nos lleva a entender la vida de una forma que dificulta sobremanera el crecimiento de los valores imperecederos del espíritu, donde no importa quién eres sino lo que posees, sin preguntar cómo se ha conseguido.
Ha habido espíritus que han venido a la Tierra con misiones de ayuda, de compromiso hacia los demás, y sin embargo, el orgullo, o lo que es peor, la soberbia, los desviaron de su camino, aceptando aplausos y creciendo dentro de ellos vanidades humanas que frustraron la realización de tales misiones.
Salomón: “Donde hay soberbia, hay discordia; donde hay humildad, hay sabiduría”. Proverbios 11:2  Rey de Israel (Jerusalén 1011-931 a.C.)
A otros se les llena la boca hablando de humildad y, sin embargo, sus obras los desmienten en poco tiempo. También podemos encontrar personas que la confunden con debilidad, pues no consiguen entenderla, y la lucha por conseguirla está fuera de su alcance, pues el egoísmo reina en sus vidas.
Es en el vivir diario donde tenemos que trabajarla; ir poco a poco, ya que somos imperfectos y cometemos muchos errores,  y el primer paso a dar es localizarlos y después aceptarlos. Además, de esta forma será más fácil asimilar las equivocaciones que cometemos, comprendiendo que los errores son necesarios para aprender,  y así deshacernos de los defectos, debilidades y limitaciones que nos frenan y no nos dejan avanzar.
La humildad es la senda sobre la cual se mueve el amor,  pues es prima hermana de la caridad. Primero en cada uno de nosotros, y luego dirigida a las demás personas que se presentan en nuestras vidas. Significa que a veces hay que bajar la cabeza, otras saber ponernos al mismo nivel de la persona con la que nos encontramos, y siempre demostrar que no estamos por encima de nadie.
La humildad es la cualidad que hace sencilla al alma en donde habita; llena de paciencia, se da a los demás como una valiosa esencia a la que nadie puede resistirse. Es la otra cara del amor que enseña lo mejor de nosotros, nos da fortaleza y a la vez nos hace sencillos y afectuosos. La humildad forja verdaderos lazos de solidaridad, al no mostrarse ya el ego y el orgullo.
La humildad está cargada de bondad, de calma, de paciencia, de indulgencia, de amor. Es imprescindible (sugiero este cambio para dar más fuerza) para poder dar a los demás lo mejor que hay en cada uno de nosotros, y es necesario que le hagamos un sitio en nuestro corazón para que arraigue, tome fuerza y comience a esparcir los efluvios beneficiosos que contiene.
Esta es una virtud de difícil adquisición, porque  requiere una disciplina rigurosa a la hora de trabajar para superar todos los instintos que predominan en la naturaleza humana, y un esfuerzo continuado para minimizar todos los hábitos perniciosos que puedan impedir su crecimiento.
“La humildad debe preceder, acompañar y seguir a todo lo bueno que hacemos… si no, el orgullo nos lo arrebata todo”. (S. Agustín, Epist. 118,22).
Debemos tener presente siempre quiénes somos y no permitir que los aromas de la vanidad se introduzcan en nuestro corazón. Sepamos leer el papel que nos toca vivir, lo que es importante de lo que es transitorio, aquello que dejaremos en la Tierra en el momento de desencarnar. Las luchas por la notoriedad y la proyección social desgastan nuestras energías, y obstaculizan el aprendizaje sencillo que podemos adquirir sirviendo a los demás; una escuela de humildad y de paz en el corazón.
Jesús dijo: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos”. Sermón de la Montaña.
Esta virtud nos desarrolla el coraje que nos impulsa a progresar; clarifica el camino, puesto que no se enreda en los conflictos del ego, como pueden ser esas batallitas íntimas que a veces tanto cuesta vencer;  nos enseña a disculpar, a ser compasivos, nos desarrolla la caridad y, sobre todo, aprendemos a amar a nuestro prójimo sin trabas, con sencillez, sin cansarnos.
Jesús dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis el descanso para vuestras almas”.
Se dice que la humildad es la madre de todas las virtudes; pues en ese caso, dejemos que se desarrolle dentro de nosotros, sepamos reconocer que todos nos necesitamos, que somos seres sociales y, ayudándonos unos a otros, la existencia la haremos más rica en fraternidad, pues seremos conscientes de que los obstáculos nos los creamos nosotros mismos; esas distancias, barreras que dificultan la convivencia y el progreso mutuo, vienen motivadas por la falta de esta noble y hermosa virtud.
Por ello, seamos eficaces en las obligaciones y deberes a los que fuimos llamados y cumplamos honestamente con nuestras responsabilidades, sin pensar que lo hacemos mejor que los otros, o que tenemos más conocimientos. Nada que nos pueda servir de excusa para creernos por encima de nuestro prójimo.
Sepamos estar a la altura de las circunstancias y en el lugar de trabajo que la Sabiduría Divina nos ha confiado, cumpliendo con nuestros deberes y responsabilidades, dando lo mejor de nosotros para la edificación del bien colectivo.
La humildad hace sencilla el alma por:  Gloria Quel
© Amor, Paz y Caridad, 2018

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                         LOS MUNDOS HABITADOS
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                 ¿Están habitados todos los mundos que circulan en el espacio?.






¡Si! y el hombre de la Tierra está muy lejos de ser el primero en inteligencia, en bondad y en perfección como él presume. Sin embargo hay hombres que se creen bastante autorizados para aseverar que este pequeño globo es el único que tiene el privilegio exclusivo de ser habitado por seres racionales. ¡Que orgullo y que vanidad! Creen que Dios ha creado el Universo para ellos solos. Dios ha poblado los mundos de seres vivientes, que concurren todos al objeto final de la providencia. Creer que los seres vivientes están limitados al punto del Universo que habitamos, sería poner en duda la sabiduría de Dios que nada ha hecho inútil. A estos mundos les ha debido designar un fin más serio que el de recrear nuestras vistas, por otra parte, nada, ni la posición ni el volumen, ni la constitución física de la Tierra, pueden hacer suponer razonablemente que tenga privilegio de estar habitada con exclusión de tantos millares de mundos semejantes.
¿Es una misma la constitución física de los diferentes globos?
¡No!, ni se asemejan en nada.
¿No siendo una misma para todos la constitución física de los mundos, se sigue que los seres que lo habitan tenga diferente organización?.
¡Sin duda alguna!, a la manera que en el vuestro los peces están hechos para vivir en el agua, y las aves en el aire.
¿Los mundos más alejados del Sol están privados de la luz y del calor, puesto que solo se ven en apariencia de una estrella?.
¿Creéis por ventura que no hay otros manantiales de luz y de calor que el Sol, y contáis acaso nula la electricidad que en ciertos globos produce unos efectos mucho más importantes que en la Tierra y que os son del todo desconocidos?. Además, nadie os ha dicho que todos los seres vean de la misma manera que vosotros, y con órganos confeccionados como los vuestros. Las condiciones de existencia de los seres que habitan los diferentes mundos deben de ser apropiados al centro en que están llamados a vivir. Si nunca hubiésemos visto peces, no comprenderíamos que en el agua pudiesen vivir seres animados. Lo propio sucede en otros mundos que sin duda encierran elementos que nos son desconocidos. ¿Acaso no vemos en la Tierra las largas noches polares iluminadas por la electricidad de las auroras boreales? ¿Hay algún imposible que en ciertos mundos la electricidad sea más abundante que sobre la Tierra, y ejerza unas funciones generales cuyos efectos no podemos comprender? Estos mundos pueden tener en sí mismos los manantiales del calor y de la luz necesarios a sus habitantes.
¿Quién puede dudarlo?
La vida germina y funciona en toda la Creación, la Tierra no es más que uno de sus planetas donde el alma pensadora no encuentra realizado el ideal de su sueño. Pesa sobre la Tierra una gran calamidad; hay una tendencia en nuestro tiempo marcada a colocarlo todo en esta vida. He aquí una gran verdad, el materialismo niega el más allá, y las religiones no aceptan más que la Tierra como centro de acción de las humanidades: y los unos y los otros, le arrebatan al hombre lo más hermoso, la esperanza: lógica basada en la más profunda convicción de ilimitado porvenir. Afortunadamente una antigua escuela filosófica renace hoy a la vista del estudio, y preocupa a muchos sabios. Víctor Hugo y Allan Kardec son adeptos de ella: escuchemos al primero hablando de la certeza del porvenir.
Hay una desgracia en nuestro tiempo y casi estoy por decir que hay una tendencia marcada a colocarlo todo en esta vida. Al dar por fin el hombre la vida terrestre y material, se agravan todas las miserias por la negación, que es su término, se añade el abatimiento, el peso insoportable de la nada, y de lo que no era más que el sufrimiento, es decir, la ley de Dios; se hace la desesperación, es decir, la ley del infierno; de aquí proviene las profundas convulsiones sociales. Ciertamente que soy de los que quieren con inexplicable ardor y por todos los medios posibles mejorar en esta vida la suerte material de los que sufren; pero la primera de las mejoras es darles la esperanza. ¡OH! ¡Y como se aminoran nuestras miserias finitas cuando se mezclan a ellas una esperanza infinita!.
Nuestro deber, cualquiera que seamos nosotros, legisladores u obispos, sacerdotes o escritores, es esparcir y prodigar bajo las formas, toda la energía social para combatir y destruir la miseria. Y al mismo tiempo hacer levantar las cabezas hacia el Cielo, dirigir todas las almas, volver todas las esperanzas hacia una vida ulterior donde se hará justicia a todos. Digámoslo de una vez, nadie habrá inútilmente sufrido. La muerte es una restitución. La ley del mundo material es el equilibrio; la ley del mundo moral es la equidad. Dios se haya al final de todas las cosas; no lo olvidemos y enseñémoslo a todo el mundo: no habría ninguna dignidad en vivir, ni esto merecería la pena, si debiera morir todo en nosotros; y lo que santifica la labor y aligera el trabajo, lo que hace al hombre fuerte, bueno, sabio, paciente, benévolo, justo, humilde y grande, a la par digno de inteligencia, digno de la libertad, es tener delante de sí la perpetua visión de un mundo mejor, irradiando a través de las tinieblas de esta vida. Por lo que a mí toca, yo creo profundamente en ese mundo mejor; mundo mil veces más real a mis ojos que esta miserable quimera que devoramos y que llamamos vida; mundo que tengo sin cesar a mi vista, mundo en el cual creo con toda la fuerza de mi convicción, y que tras largas luchas, afanosos estudios y fuertes pruebas ha venido a ser la certidumbre suprema de mi razón y el supremo consuelo de mi alma. Consuelo supremo es sin duda la certidumbre de la continuidad de la vida y el medio más seguro para el progreso del Espíritu, que como dice bien Allan Kardec en la conclusión de su filosofía párrafo IV.
El progreso de la humanidad tiene su principio en la aplicación de la ley de la justicia, de amor y caridad, y esta ley está fundada en la certeza del porvenir. Quitad esta certeza, y quitaréis a aquella su piedra fundamental. De semejante ley derivan todas las otras, porque ella contiene todas las condiciones de la felicidad del hombre. Solo ella puede curar todas las plagas de la sociedad, y el hombre puede juzgar comparando las edades y los pueblos, ¡Cuanto mejora su condición a medida que esa ley se comprende y practica mejor!. Si una aplicación parcial e incompleta produce un bien real, ¡Que no será cuando ella venga a ser la base de todas las instituciones sociales! ¿Pero es eso posible? ¡Sí!, puede pues juzgarse el porvenir por el presente. Ya estamos viendo extinguirse poco a poco las antipatías de pueblo a pueblo; los valladares que los separan caen ante la civilización; se dan la mano de un extremo a otro del mundo; mayor justicia preside a las leyes internacionales; las guerras son de menos en menos frecuentes, y no excluyen los sentimientos humanitarios; las distinciones de razas y de castas gradualmente van desapareciendo, y los hombres de distintas creencias se van confundiendo en la adoración de un solo Dios. Nos referimos a los pueblos que marchan a la cabeza de la civilización. Bajo todos estos aspectos estamos aún lejos de la perfección, y quedan todavía por derruir muchas ruinas antiguas, hasta que hayan desaparecido los últimos vestigios de la barbarie. Pero, esas ruinas ¿Podrán habérselas con la potencia irresistible del progreso, de esa fuerza viva que también es una ley de la naturaleza? Si la generación presente está más adelantada que la pasada, ¿Por qué la que nos sucederá no ha de estarlo más que la nuestra?. Así será por la fuerza las cosas, ante todo, porque con las generaciones desaparecen diariamente algunos campeones de los antiguos abusos, constituyéndose así, y poco apoco la sociedad de nuevos elementos que se han librado de las antiguas preocupaciones.
En segundo lugar, porque queriendo el progreso estudia los obstáculos y se consagra en destruirlos. Desde el momento que es incontestable el movimiento progresivo, el progreso venidero no puede ser dudoso. El hombre quiere ser feliz, lo que es natural, y solo busca el progreso para aumentar la suma de la felicidad, sin la cual carecería aquel de objeto. ¿Dónde estaría el progreso para el hombre, sino hiciera mejorar su posición? Pero cuando posea la suma de goces que puede dar el progreso intelectual, se apercibirá de que no es completa su felicidad. Reconocerá que ésta es imposible sin la seguridad de las relaciones, semejante seguridad solo puede encontrarla en el progreso moral. Luego por la fuerza de las cosas, él mismo dará esa dirección, y el Espiritismo le ofrecerá la más poderosa palanca para el logro de su objetivo.
Ciertamente, y falta hace que los pueblos progresen, porque ya encarnan en nuestro planeta espíritus amantes de la luz. Las religiones con sus limitaciones y con sus pequeñísimos horizontes o tendrán que entrar en la vía del progreso, o les será forzoso descarriarla; porque indudablemente los cultos se van y la razón viene. La tradición quiere vencer al progreso, pero éste vencerá a la tradición, porque él es la suma total de los grandes ideales; y aunque encuentren a su paso obstáculos insuperables los vencerá con la potencia de su voluntad.
Amalia Domingo Soler

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EL SENTIDO DE LA JUSTICIA

Hablar del sentido de la justicia es hablar de un sentimiento innato y muy importante para el ser humano, que lleva implícito la puesta en práctica de algunos valores que la complementan, como pueden ser la rectitud, la fortaleza y la misericordia. Todos ellos forman un conjunto armonioso que dotan al ser de la claridad suficiente para actuar debidamente en cada circunstancia de la vida.
Ser justo implica hacer lo correcto en el momento oportuno y obviando aquellos intereses que benefician sólo a una parte; porque, en realidad, la justicia auténtica siempre favorece a todos, aunque algunas veces pueda parecer lo contrario.
La justicia consiste en el respeto de los derechos de cada uno.
(Libro de los Espíritus, pregunta 875).
Ser justo implica el que cada quien reciba lo que le corresponde con arreglo a sus méritos y acciones. El justo no mira exclusivamente por sí mismo y sus intereses. Su visión global, como parte de una sociedad, de un colectivo, le hace ver las cosas desde una perspectiva integradora y común.
Ser justo, pues, significa también aceptar con naturalidad y sin rebeldía las consecuencias que se desprenden de los actos que ejecutamos.
La justicia viene determinada por dos factores: la ley humana y la ley natural.
La ley humana, grosso modo, ha ido variando según las épocas y las costumbres; su imperfección es directamente proporcional al desarrollo moral y cultural de sus habitantes.
Básicamente, desde tiempos remotos la sociedad se ha dividido en dos clases: los superiores y los inferiores; aquellos que mandan y los otros, mucho más numerosos, que son los que obedecen. Los superiores, detentando desde un principio todo el poder y con la intención de mantener sus privilegios, dictaron unas leyes que les beneficiaban, ya que eran ellos mismos los que legislaban.
Con el paso del tiempo, y tras largas etapas de sacrificios por parte del pueblo y de tener que soportar duras represiones, una vez que la claridad del progreso fue avanzando y la ignorancia impuesta se fue sacudiendo, creció el clamor, se perdió el miedo para revindicar la igualdad ante la ley y luchar por eliminar los privilegios de unos en perjuicio de otros. Proclamando a viva voz: ¡Todos somos iguales ante la ley! Algo que sobre el papel todos reconocen, pero que en la vida real dista mucho de que se ponga en práctica.
A día de hoy, todavía nos encontramos con que existen muchas leyes por mejorar; otras no se aplican adecuadamente cuando se trata del poder político o económico. Esto queda reflejado cuando observamos cómo actúan los poderosos que han cometido irregularidades, la forma en que vierten toda una red de influencias para escapar del peso de la ley, ejerciendo presiones sobre los jueces para entorpecer su labor, reprobándolos cuando no son afines a sus intereses; buscando resquicios por donde escapar a sus responsabilidades, aquellas de las que tienen que dar cuentas a la sociedad; o también buscando la manera de anular o desacreditar la pruebas que pudieran incriminarlos.
También ocurre otra cosa hoy día, por desgracia, y es el escuchar por parte de algunos que forman parte de las clases dirigentes: “Esto que se ha hecho es legal pero posiblemente no sea moral”. O dicho de otro modo, y para excusarse: “Nosotros hemos hecho algo que se ajusta a la legalidad vigente; si las leyes son imperfectas, no es nuestra culpa… ” Dándole la espalda a la responsabilidad ético-moral, a los deberes con los ciudadanos para administrar bien los recursos comunes.
Como es fácil adivinar, la justicia humana ha avanzado por imperativo del progreso. Sin embargo, le queda un largo camino que recorrer para ser mucho más ecuánime e igualitaria, donde todos los ciudadanos sin excepción se puedan sentir identificados y bien amparados.
Por otro lado se encuentra la ley natural o ley divina. A través de ella, el ser humano comprende que hay una justicia infinitamente más perfecta que la de los hombres, y es la de Dios. Y es Él, en última instancia, quien juzga los méritos o deméritos de cada actuación humana.
La auténtica justicia se basa claramente en la ejecución de un principio que el Maestro Jesús expresó de manera inigualable: “Como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos”. (Lucas, 6:31). Para ello hace falta la práctica del amor al prójimo y la caridad, para que sea plena. En este precepto se deben de sustentar las relaciones humanas. Es la guía perfecta que no se equivoca, porque nadie atentaría voluntariamente contra sí mismo; nuestra conciencia, cuando está limpia y no se encuentra empañada por las pasiones o defectos, nos exige unas obligaciones, unas tareas a realizar para con el semejante.
No puede estar manchada por nuestras pasiones ancestrales, como lo fue en el pasado con mayor crudeza, y actualmente ocurre todavía en muchos lugares de nuestro mundo: el ojo por ojo y diente por diente. Nunca debe ser la justicia punitiva sino reparadora. No puede buscar la condena o la eliminación del sujeto, puesto que quien juzga con rectitud no busca culpables sino responsables de unos actos; y es por ello que quien ha cometido un error o una injusticia debe, en primer lugar, comprender el daño que ha infligido a la sociedad, y en segundo término restaurar o corregir, a ser posible, el daño causado.
Si no es capaz de dominarse a sí mismo, debe de ser tratado en los lugares adecuados para su rehabilitación el tiempo necesario, sin límites preestablecidos, hasta que demuestre con su comportamiento que ha mudado de actitud. Por tanto, las condenas perpetuas, o muchísimo peor, la pena de muerte, deberán ser algún día eliminadas de nuestra sociedad. Esto es algo que para muchos, sobre todo para los materialistas que piensan que no hay nada después de la vida o que sólo se vive una vez, les cuesta admitir.
No obstante, con el progreso social y moral se irán corrigiendo las malas práxis. Para ello tendrá mucha repercusión la comprensión de la realidad espiritual, de las leyes espirituales que nos rigen, como es la ley de causa y efecto, donde cada quien recibe en función de sus obras; la ley de la reencarnación, donde todas las acciones se eslabonan en las diferentes existencias, pasando a vivir aquello que no hemos hecho bien, o a reparar con una nueva existencia las lecciones mal aprendidas; o la ley del amor, que es la guía segura de comportamiento, viendo a todos como a verdaderos hermanos, devolviendo bien por mal, perdonando, comprendiendo… Todo ello, en el marco de poseer una confianza absoluta en el Dios Padre, infinitamente justo y bueno.
No obstante, en el otro extremo, la venganza siempre será contraria a la justicia. Esta se apoya en las pasiones descontroladas, y quien la practica se pone al mismo nivel de quien ejecutó el mal. El justiciero no cree o no piensa en la justicia de Dios y ve insuficiente la de los hombres. Puede satisfacer sus ambiciones del momento, pero se genera una responsabilidad con las leyes divinas, le sumerge en una espiral de deudas-sufrimiento de la que tan sólo el perdón y la compasión le pueden sacar.
El mal es, pues, un estado temporal producto de la ignorancia y de la fragilidad humanas; es propio de los mundos como el nuestro, mundos inferiores. Por otra parte, el sentido de la justicia, así como los demás valores que lleva implícitos, serán en el futuro la norma general de convivencia, y formará uno de los pilares más importantes desde donde se construirán las sociedades del mañana. La tolerancia y la comprensión serán el faro que iluminará las conciencias de todos. La hipocresía o la apariencia del bien serán desterradas de este mundo. Las personas se esforzarán por demostrar total coherencia entre sus palabras y sus hechos, única manera de ganarse el reconocimiento y la respetabilidad general.

 José M. Meseguer
© Amor, Paz y Caridad, 2018
 "Ser bueno es fácil; lo difícil es ser justo".                                 Victor Hugo (1802-1885). Novelista francés.

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