sábado, 21 de julio de 2018

Renacer espírita


Hoy veremos aquí :

- Mi religión
-Ley de Causa y Efecto
- ¡ Ayer y Hoy !
- Renacer espírita





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                                                                 MI RELIGIÓN
Asistiendo a una entrevista en un programa de televisión, registramos un hecho interesante.
El reportero estaba entrevistando a un ex jugador de fútbol que fue contemporáneo  de Pelé, Garrincha, y otros maestros del deporte.
La entrevista transcurría de forma agradable, pues el reportero conducía la conversación haciendo correlación entre  el futbol y la vida cotidiana.
En varios momentos el entrevistado dejo trasparecer su buena conducta ante la vida.
Era un jugador ejemplar; un esposo dedicado y fiel; un padre amable y  compañero; no era dado a orgías y borracheras, fue siempre muy apreciado por sus colegas de profesión.
En cada ítem de esos, el reportero preguntaba, ¿”Por qué actúa usted así?  Y el respondía: “es por causa de mi religión”
Los valores expresados por el deportista causaban agradable impresión al telespectador.
 Su ejemplo de vida ciertamente despertó la  curiosidad de muchos, para saber cuál era la religión que el profesaba.
El reportero, como que captando la curiosidad general, hizo la pregunta tan esperada: “¿Cuál es tu religión”?
Para sorpresa de todos, el ex jugador dijo convencido: “mi  religión, es que yo no tengo religión. Como sé que mi vida a acabar en el túmulo, quiero dejar para mis familiares una buena imagen, un buen ejemplo.
Lo que más me impresionó en la exposición de aquel hombre, fue su disposición firme de ser honrado, noble, digno, aun mismo  creyendo que su vida acababa en el túmulo.
Podemos decir que su ejemplo debe provocar serias reflexiones en aquellos que profesan  una religión, que creen en la inmortalidad del alma, que tienen fe en Dios, y no actúan como tal.
Algunos aseguran, sinceramente, que el hecho de seguir esta o aquella religión, basta para que tengan su felicidad futura garantizada. Para que tengan un lugar de destaque en el más allá.
No en tanto, podemos afirmar, sin sombra de dudas, que lo que importa para las leyes divinas, no es la bandera religiosa que se ostenta, más si las obras realizadas.
Las leyes de Dios darán a cada uno según sus obras. Nada más. Nada menos. Si así no fuese, no sería justo. Y Dios es suprema justicia.
La religión, por tanto, es un medio para que se logre un fin, que es el perfeccionamiento del ser humano.
Si la misión de las religiones es ocuparse con el alma,  conduciéndolas a Dios, podemos concluir que la mejor religión es la que mayor número de hombres de bien hace, y menos hipócritas.
Si la persona tiene buena índole vincularse a esta o aquella religión, no dejará de entrar en los cielos, pues el reino de los cielos, como afirmo Jesús, está dentro de nosotros, y no fuera.
En el caso del ex jugador, su religión es su propia conciencia. Y su conciencia es una brújula segura.
De todo esto podemos concluir que más importante  que tener una religión, es ser un hombre de bien.
No queremos decir con esto que no existan  y no existirán hombres de bien  en el seno de las religiones, eso no.
La historia registró y aun registra grandes hombres en el medio religioso. Hombres libres por amar a  todos, sin barreras ni preconceptos.
El hombre verdaderamente libre y bueno entiende que nosotros somos todos hijos de Dios.
Cuando practiquemos el amor al prójimo  a nosotros mismos cumpliremos  nuestro objetivo en la Tierra.
Una gran familia; una familia que se abraza más, y sabe respetar a todos independientes del credo, raza y condición social.
 Cuando el amor norteé nuestras vidas, no precisaremos luchar más y matar en nombre  de Dios. Estaremos más fuertes para enfrentar otros tipos de desafíos; respiraremos aires de paz y unión.
Piense en eso
Procure  ser mejor hoy que mañana y mejor mañana, de lo que está siendo hoy.
Sea un hombre de bien, intentando acertar el máximo que pueda para que, cuando alguien le pregunte cual es su religión, usted pueda responder: “mi religión es el amor.”
¡Piense en eso!
 Equipo de Redacción de Momento Espirita.

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    Ley de causa y efecto


Es interesante percibir que no es nada extraño en nuestra cultura el uso de  la expresión Karma.
Basta  que alguien en dificultad, o que esté pasando por un problema grave o frecuente, para que enseguida digamos: Debe ser su karma.
Del mismo modo, para simbolizar algo definido por la Providencia Divina, inevitable o incontrolable, nuevamente tenemos la expresión: "Esto es mi karma".
Percibimos como intuitivamente, tenemos la idea de que nuestras vidas se entrelazan en los procesos de la reencarnación.
Si hay un karma, es porque antes hubo un momento en el que la acción ocurrió, y si no fue en esta vida, fue  en otras vidas anteriores que existieron.
Aunque la expresión tenga origen en las doctrinas espiritualistas orientales, se adaptó con facilidad a la cultura popular.
Así, sin  duda, percibimos que algunos acontecimientos de nuestra vida tienen por origen y explicación, acciones realizadas en otras existencias.
Es natural que así sea. Como volvemos a la vida física innumerables veces, las consecuencias de lo que hicimos en una existencia, se presentarán en las siguientes.
Esas consecuencias podrán ser coherentes con las leyes de la vida, las leyes del amor.
Por otro lado, si aquello que depositamos en nuestro corazón es contrario a las leyes del Padre Celestial, se deduce, por la esencia amorosa que existen en todos nosotros, que en momento oportuno necesitaremos desvincularnos de tal carga.
Como somos libres para actuar, muchas veces nuestras acciones no están de acuerdo con la propuesta de la vida.
Si actuamos con desamor con nosotros mismos o con nuestro prójimo, es por incomprensión o inmadurez.
Por eso, la vida nos vuelve a ofrecer oportunidad de reflexión y aprendizaje.
Ella nos da la oportunidad de que retomemos situaciones, de que nos reencontremos con personas, rehagamos los caminos...
La dinámica de la Ley de Dios es pautada en la bondad y en la justicia.
Así, en todo momento, entendiendo el error cometido, arrepintiéndonos del desacierto cometido, tenemos la oportunidad de rehacerlo.
Por eso, la bondad Divina espera el  momento más propicio, en el que la madurez y el entendimiento  se hagan presentes, para que podamos devolver a la vida lo que de ella usurpamos.
Por tanto, lo que nos ocurre hoy, muchas veces tiene su origen en un pasado lejano.
Pero será siempre nuestro vínculo con las deudas computadas en la contabilidad Divina.
De esa forma, no hay injusticia.
Lo que nos acontece y que clasificamos como injusto, es la conclusión de una visión limitada ante el hecho.
Todo lo que nos ocurre, es en verdad, la justicia Divina ofreciéndonos la oportundad de rescatar el pasado delictuoso, los errores del aiyer
Por eso, cuando los desafíos nos lleguen, cuando los dolores, amarguras y aflicciones nos visiten, tengamos en mente que son invitaciones de la vida para el resarcimiento,
Que las enfrentemos con coraje y dinámica resignación, a fin de que la lección incomprendida del ayer, se vuelva el aprendizaje definitivo.
Actuando así, cuando retornemos a la patria espiritual, conseguiremos aprender más lucidamente que aun ante la aparente injusticia, siempre brilla la bondad Divina.
Redacción de Momento Espírita

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             ¡AYER Y HOY!

Siguiendo mis estudios en la gran Biblia de la humanidad, encuentro a veces seres que despiertan en mi un interés vivísimo; los miro, los contemplo, trato de intimar con ellos, hasta que consigo que me cuenten una parte de su historia, y digo entre mi: no me había engañado, este Ser es un volumen preciosísimo, se puede aprender escuchando sus relatos. En efecto, no hay mejor libro que el hombre, y quien dice el hombre dice la mujer, porque, como dijo no sé quien, la realidad supera a todas las ficciones de la fantasía; el mejor novelista no llegará nunca a despertar el interés que despierta un episodio de la vida real.
 Hace algún tiempo que me presentaron a una mujer de mediana edad, distinguida, elegante sin afectación, delgada, pálida, con ojos tristes y expresivos; se lee en aquellos ojos todo un pasado de lágrimas. Cecilia es viuda, tiene una hija casada y un hijo adoptivo de unos doce años, al que quiere con delirio y el niño le corresponde, teniendo sobrados motivos para quererla, porque a los quince días de haber nacido se quedó sin padre ni madre, y Cecilia, que vivía poco menos que en la miseria, no titubeó ni un segundo en quedarse con él, a pesar que su familia le decía:
-¿Tú estás loca? Si no tienes para ti ni para tu hija, ¿cómo vas a criar a ese infeliz?
-Dios es muy grande -contestó Cecilia-, mi hija lo quiere y, queriéndolo ella, ya tengo yo bastante.
-Si, si, mamá, decía Amparo, besando al huerfanito. Será mi hermano; se llamará Enrique; yo no quiero separarme de él.
Y Cecilia, Amparo y Enrique formaron la más hermosa trinidad y el niño creció entre caricias, sin conocer la orfandad.
Pasaron los años y Amparo se casó cuando la vistieron de largo. Enrique creyó volverse loco de alegria cuando Amparo fue madre de un precioso niño; su júbilo no tuvo límites: para la recién nacida fueron todas sus caricias, todos sus halagos, y soñaba con ser hombre para ganar mucho dinero y comprarle a la pequeña Luisita trajes de terciopelo y collares de perlas; la niña correspondió a su cariño de tal modo que, cuando comenzó a balbucear sus primeras palabras, en lugar de decir como dicen todos los niños, papá y mamá, ella sólo decia Quique, diminutivo de Enrique que ella inventó, y tan grabada tenia en su mente la figura del niño, que cuando se separó de él, porque sus padres se fueron muy lejos, decía Luisita a su madre en cuanto veía un niño: -Mamá, ahí va Quique. Y Enrique, a su vez, cuando veía a una niña blanca y rubia, gritaba alborozado: -Mamá, mira a Luisita.
Cuando Cecilia me contó estos detalles, sentí en todo mi ser una gran sacudida, y dije entre mi: ¿qué habrá entre estos dos niños? En la tierra no se acostumbra a querer tanto; los niños más tiempo emplean en pegarse y en disputarse un juguete que en acariciarse y en recordarse.
Un niño, por regla general, a la primera que llama es a su madre, y Luisita llamó a Quique.
¿Lo conoció antes? ¿Lo amó con toda su alma? ¡Quién sabe!
No por curiosidad, sino por estudio, pregunté al guia de mis trabajos si efectivamente se habían conocido antes Luisa y Enrique, y el Espíritu me dijo asi:
No te has engañado en tus suposiciones. Cecilia, su hija Amparo, su nieta y Enrique han estado unidos por los lazos carnales más fuertes que se conocen en la Tierra. Cecilia y Enrique han sido madre e hijo en varias existencias, los dos han tenido vidas accidentadas, y en su antepenúltima encarnación Cecilia cometió un crimen para ocultar la deshonra de su hija, la que en aquella época era una joven encantadora y apasionada perteneciente a una gran familia con muchos pergaminos, escudos de nobleza y castillos señoriales, y que no era otra que el hoy llamado Enrique.
Cecilia, la mujer que hoy ves tan modesta, tan sufrida, tan resignada con las múltiples adversidades de su expiación, era entonces una altiva castellana que no creía que los plebeyos fueran hijos de Dios. Entre ella y el pueblo había, según su entender, una distancia tan inmensa, que nada ni nadie podía acortar. Así es que su asombro y su dolor fueron espantosos cuando escuchó de labios de su hija la más horrible confesión: ¡estaba deshonrada! y su deshonra no podía ocultarse porque se agitaba en sus entrañas el fruto de sus vergonzosos amores; amaba a un hombre del pueblo, a un trovador sin fortuna, que lo mismo cantaba las bellezas de la Naturaleza que las trasladaba al lienzo su mágico pincel. Pero era un artista vagabundo que iba de castillo en castillo ofreciendo sus trovas y sus paisajes; no había conocido a sus padres, ¡no tenía apellido!, le llamaban Iván a secas… ¡qué oprobio!… y aquel perdido, aquel ser abandonado, muy hermoso de cuerpo, pero usando una ropilla muy deteriorada, sin un mal escudo en sus bolsillos, se había atrevido a seducir a la rica heredera de cien duques, con la esperanza de unirse a ella cuando su madre conociera su deshonra. Mas ¡ay! el artista sabía leer en el gran libro de la Naturaleza, pero no en el corazón de una mujer orgullosa, y Cecilia entonces no podía creer que el amor es el gran igualitario del Universo; prefería mil veces ver a su hija muerta que unida a un hombre sin ningún título de nobleza y, sigilosamente, sin dar a comprender a su pobre hija sus inicuas intenciones, hizo prender a Iván acusándole de agitador del pueblo. Lo embarcaron y fue deportado muy lejos de sus lares, en tanto que su amada daba a luz un niño que, recogido por su abuela, desapareció para siempre. Muerto el niño y deportado su padre, la honra de la nieta de cien duques quedó sin mancha; nadie sospechó lo ocurrido; pero la joven madre no pudo resistir la separación del amado de su corazón y del tierno ser que llevó en sus entrañas; no murmuró una queja; comprendió que su madre había obrado dominada por el orgullo de raza; la perdonó porque la amaba mucho, y lentamente se fue marchitando su espléndida belleza, muriendo en brazos de su madre, diciéndole: -¡Te perdono!…
Cecilia entonces se horrorizó de su obra, pero al mismo tiempo respiró con más libertad, porque desaparecía la víctima de su orgullo de raza; los muertos no hablan; la joven deshonrada fue vestida de blanco y le colocaron entre sus manos la palma de la virginidad (que era la palma de su martirio) y sobre su blanca frente se marchitaron delicadas rosas; no le faltó ningún atributo de su pureza a la casta virgen; a su madre todas las demostraciones le parecían insuficientes para ocultar su deshonra porque, aunque todos ignoraban lo acontecido, lo sabía ella; y siempre veía la figura de su nieto y escuchaba, temblando, una voz que le decía: ¡Te perdono!
De Iván no volvió a tener noticias: murió en el destierro maldiciendo su infausta suerte, y Cecilia atormentada por el remordimiento y al mismo tiempo satisfecha de su obra, por haber salvado el honor de su opulenta familia, no sobrevivió mucho tiempo a su pobre hija; dejó la Tierra en medio de la mayor turbación, sin poderse dar cuenta de si había cometido un crimen horrible o si había llevado a cabo un acto heroico, sacrificando lo que más amaba para evitar mayor escándalo.
Ahora bien, Cecilia está hoy en la Tierra completamente transformada: su orgullo de raza ha desaparecido. Hoy es humilde, paciente, resignada; hoy sólo sabe amar; el amor es su religión; espíritu enérgico, cuando se dió cuenta del error en que había vivido, con la misma decisión que empleó en hacer el mal se consagró a practicar el bien, y como ella no fue criminal más que a medias, los espíritus, que fueron víctimas de su orgullo de raza, no se han separado de ella, la han perdonado y la acompañan en sus encarnaciones de expiación.
Su hija Amparo es el Espíritu del niño que Cecilia hizo morir al nacer, y su nieta Luisita es el Espíritu de Iván que sigue a Enrique sin dejar de amarle. Por eso, Cuando en su actual existencia comenzó a hablar, le llamó a él, porque es Enrique el amado de su alma; van juntos hace muchos siglos, es decir, juntos no es la frase más apropiada, porque hace mucho tiempo fueron impacientes: cometieron un crimen para unirse más pronto, y desde entonces se encuentran, se aman, luchan por vivir enlazados, y siempre una mano oculta los separa; esa mano oculta es su expiación, dado que la felicidad no puede tener por cimientos sangre y lágrimas.
Estudia bien este verídico relato, porque es de gran enseñanza. Cecilia fue culpable; fuera por su orgullo de raza, por su ignorancia, por la dureza de su corazón, se hizo dueña de la felicidad de tres seres, causando la muerte de su hija, de su nieto y de Iván. Los tres Espíritus la han perdonado; su nieto no pudo ser más generoso eligiéndola para devolverle bien por mal. Su nieta Luisita, que ayer murió en el destierro, maldiciendo la hora en que nació, hoy le reclama sus más dulces caricias, y Enrique adora a su madre adoptiva sin recordar lo pasado. Sus víctimas no sólo la han perdonado sino que la aman con delirio. Entonces, habiendo desaparecido el odio de sus víctimas, ¿no tiene Cecilia derecho a ser dichosa? No, no lo tiene; por eso no lo es, por eso lucha con la miseria, con la humillación; por eso da la vida por la vida; por eso no puede estar con su hija y sus nietos y sólo tiene a su lado a su hijo adoptivo, costándole inmenso sacrificio el poder disfrutar de su compañía, y lógico es que así suceda porque ayer rompió en mil pedazos un nido de amor, su hija murió mártir, Iván desesperado y su nieto no pudo dormir en su cuna de flores. Por eso hoy Cecilia suspira por su hija, por sus nietos y se sacrifica por su Enrique, dándole todo el amor que un día en su locura le negó. Cecilia es un alma redimida: ha visto la luz, en la luz quiere vivir, el amor que siente por su familia es inmenso, daría por ellos su vida con el mayor placer; se ha despertado en ella una sed de amor que nunca ve satisfecha; siempre le parece que ama poco, siempre está descontenta de sí misma. ¡Dichosas las almas que sólo piensan en amar! Cecilia es una de ellas.
Adiós.
Efectivamente que la historia de Cecilia es de gran enseñanza, porque se ve que nadie puede ser dichoso si ha causado la desgracia de sus deudos o de sus servidores. La dicha existe, no cabe la menor duda; es una planta delicadísima que necesita para su florecimiento el agua de la abnegación y del sacrificio. ¡Dichosos los que saben amar!… porque sólo los que aman saben luchar y vencer en la ruda batalla de la vida.
Artículo extraído del libro “Hechos que prueban” de Amalia Domingo Soler.
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                                   RENACER  ESPÍRITA 
     El Calvario cristiano estaba en Palestina. El Calvario espírita está en España. 
    Miguel Vives presintió, con su sensibilidad mediúmnica, la aproximación de la tragedia 
española. Las palabras que dirige, en el final de este volumen, a la Mocedad Espírita de 
España son proféticas. Él prevé los dolores, los sufrimientos, la asfixia que va a caer 
sobre los que profesan el Espiritismo en tierras españolas. Y enseña, aconseja, advierte: 
«¡Confiemos en Él, Juventud Espírita, y no desmayemos en el camino!». 
     Joaquín Rovira Fradera, Miguel Vives, José Hernández, Amalia Domingos Soler:  son unos pocos nombres que nos recuerdan la España Espírita. Después del Auto-de-Fe de Barcelona, en que los libros de Kardec ardieran en las llamas inquisitoriales, el Espiritismo floreció en Cataluña e invadió todo el país. Grandes nombres brillaran en la tierra, como respuestas de luz a las estrellas del cielo. Mas la noche llegó de nuevo, la noche de plomo de la Inquisición, sin estrellas y sin luces terrenas. Este libro es una centella que escapó de las tinieblas, y que nos da el testimonio de la España espírita. 
     No importa el dominio pasajero de las tinieblas. El suelo de Barcelona está sembrado de luces. Las vidas espíritas que allí se apagaran volverán a brillar. Simientes de luz no mueren en las tinieblas. ¿No fue de las tinieblas del Calvario que las luces del Cristianismo subieron para los cielos de todo el mundo? Los sicarios judíos y romanos no sabían lo que hacían, mas Dios lo sabía. Y Jesús ya enseñara que, si el grano de trigo no muere, no puede fructificar. Los dolores de la España fanática de hoy son como dolores de parto. Quien lee este libro de Miguel Vives siente la pulsación del futuro en el subsuelo de España. Los muertos resucitan y los túmulos hablan. Otros apóstoles marcarán de nuevo el mapa de España, con sus pies misionarios. 
     La publicación de este libro es un homenaje del Brasil espírita de hoy a la España   espírita de ayer, de hoy y de mañana. Al pasar por Madrid y Barcelona, los médiums 
brasileños Francisco Cándido Xavier y Waldo Vieira encontraron el Espiritismo como fuego de rescoldo, en los braseros ocultos del subsuelo. Nada consiguió matar el ardor espírita de los españoles. Vieron con sus propios ojos, bibliotecas doctrinarias y la venta secreta de libros espíritas. Compraron algunos volúmenes para la Exposición Permanente de Uberaba. El Brasil espírita testimoniaba el Calvario de la España espírita.
     Y ahora el Brasil espírita, a través de la vivencia doctrinaria de Miguel Vives en Tarrasa, comulgará con la España espírita. 
Hagamos de este librito nuestro tesoro. Revivamos en el Brasil esta vivencia espírita catalana, que brota de la pluma de Miguel Vives como la sangre de los mártires cristianos de la Antigüedad, y como la de los mártires espíritas, de la Actualidad brotó de las heridas mortales. Todos los sicarios pasan, como figuras de un gran-guiñol, esfumándose en la memoria de las generaciones. Mas los mártires permanecen. Renacen. Se hacen oír. Los espíritas españoles, masacrados aquí, están de nuevo, enseñándonos a vivir el Espiritismo. Oigámoslos en estas páginas de amor y vida, que serán un tesoro en nuestras manos. 
Extraido del Libro El Tesoro de los Espiritas                                                                    Miguel Vives 
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