Hoy podemos ver aquí:
- Más conocimientos,¿Para qué?
- El origen del hombre
- Ante el divorcio
-Punto de encuentro
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MÁS CONOCIMIENTOS, ¿PARA QUÉ ?
Ya que la vida corporal no es sino una estadía temporaria en la Tierra, y que el porvenir que nos aguarda debe constituir nuestra principal preocupación, ¿es útil esforzarse por adquirir conocimientos científicos que sólo se relacionen con las cosas y necesidades materiales?
- Sin duda alguna.- En primer lugar, ello os pone en situación de aliviar a vuestros hermanos. Segundo, vuestro Espíritu evolucionará más rápido si ha progresado ya en inteligencia. En los intervalos entre una y otra encarnación, aprenderéis en una hora lo que os llevaría años en la Tierra.* Ningún conocimiento es inútil. Todos coadyuvan en mayor o menor grado al adelanto, porque el Espíritu perfecto debe saberlo todo, y como el progreso ha de realizarse en todos sentidos, cuantas ideas adquiera cooperarán al desarrollo del Espíritu.
EL LIBRO DE LOS ESPÍRITUS
ALLAN KARDEC.
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EL ORIGEN DEL HOMBRE
CAMILO FLAMMARIÓN
El problema del origen del hombre es indudablemente el más interesante, el más importante de cuantos pueden cautivar nuestra atención. ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? Son éstas cuestiones planteadas desde que en la superficie de la tierra hay hombres que piensan. No han faltado contestaciones, a decir verdad; pero en los tiempos antiguos sólo las daban las religiones, o sea las doctrinas no científicas, que ignoraban los términos mismos del problema y que eran absolutamente incapaces de dar una respuesta seria.
Así, por ejemplo, la Biblia proclama la serie de tonterías siguientes: Dios creó el hombre a su imagen y los creó macho y hembra. Génesis I, 27. Y los bendijo, diciéndoles: «Creced y multiplicaos.» Génesis I, 28. Dios dijo después: «No es conveniente que el hombre esté solo; hagámosle una ayuda semejante a él». Génesis II, 18. Entonces envió a Adán a un profundo sueño, después le extrajo una de sus costillas y puso carne en su lugar.Génesis II, 21. Y el Señor Dios formó la mujer, de la costilla que había sacado a Adán. Génesis II, 22. Adán y su mujer estaban entonces completamente desnudos. Génesis II, 25. Y así por el estilo.
He aquí un libro que se nos presenta como sublime, como infalible, como verbo de Dios y que contiene estas... tonterías (seamos prudentes) exorbitantes. En el primer capítulo Jehová crea al hombre macho y hembra, en el segundo, volviendo sobre el mismo punto habla de la soledad de Adán y de la creación de Eva, que la fabrica con una costilla extraída del hombre sin dolor (el hombre debería tener, pues, una costilla menos que la mujer); confirma que estos recién nacidos de veinte años se hallan desnudos (lo creemos sin esfuerzo); habla a una serpiente, que también tiene el don de la palabra; la obliga a andar arrastrándose por castigo (¿Cómo andaba antes?); condena a Eva a parir con dolor (¿Podría parir toda mujer sin él?); confirma por sí mismo que hay muchos dioses y teme que Adán no lo sea inmediatamente; se pasea por el Paraíso; se toma la molestia de coser vestidos de pieles para el uso de la primera mujer y de su esposo, etc.
Es preciso haber leído estas cosas por los propios ojos para tener la seguridad de que han sido escritas. Tomémoslas por lo que son, por dos alegorías orientales yuxtapuestas y guardémonos de ver en estos antiguos relatos ninguna revelación divina. Tratemos por el contrario, de plantear el problema científicamente.
El hombre creado por la voluntad directa de Dios, en virtud de un milagro, o el hombre descendiendo de los animales, que le han precedido en la evolución de la naturaleza. He aquí los términos del problema; las dos únicas hipótesis posibles; no hay tres. Estas son, en efecto, aun en la actualidad, dos hipótesis; ninguna está probada. ¿Cuál de las dos es la más probable? Esto es lo que vamos a examinar, que es todo cuanto podemos hacer. La primera implica el milagro del origen sobrenatural del hombre; no solamente del hombre, sino de todos los animales, de todas las plantas, de todos los minerales, Dios lo ha creado todo por su árbitra voluntad, cómo y cuándo ha querido, lo mismo la pulga que el elefante, el buitre que el caballo, la primera brizna de la hierba que la sensitiva, así el diamante como el guijarro. Todos los seres vivientes han nacido adultos a la voz de Dios, en condiciones a propósito para poderse nutrir inmediatamente y reproducirse.
El primer caballo se ha lanzado a través de los campos en busca de la primera yegua salida también de un oasis fecundo; la primera vaca nació en el seno mismo del un abundante pasto, preparado para recibirla; la primer curruca no salió del huevo para morirse de hambre y de frío al cabo de unas horas, sino para volar ya completamente cubierta de pluma; la primera pulga, parásita del hombre, y no de todo otro animal, ha sido creada sobre un cuerpo humano, preparado para nutrirla; el primer gusano serpenteante que ha aparecido sobre el queso de Rocafort, ha sido creado expresamente para este comestible apreciado de los finos gourmets; la primera ballena ha hendido las ondas en espera de la llegada de Jonás.
No existen milagros pequeños o milagros grandes y milagros fáciles y milagros difíciles. El verdadero Dios no puede fabricar medios milagros y cuartos de milagro, como los industriales de Lourdes, de la Salette y de otros sitios gracias a medias y cuartos gracia, según la fortuna y el gusto de sus devotos. O la primera pareja humana ha sido creada en todas sus piezaa en la edad adulta, en las mejores condiciones vitales, al abrigo de la acción del aire, del hielo, del trueno, de las inundaciones, de las bestias fieras y preservada milagrosamente durante algún tiempo del hambre, del calor del día, del frío de la noche y de todo cuanto podría atentar a la completa conservación de los dos cuerpos mallas llegados al mundo perfeccionados y totalmente sensibles, o el primer hombre nació niño del seno de una madre que tenía mucho de animal y que distaba mucho, por lo tanto, de haber llegado al grado de la actual mujer. O todas las especies animales han sido creadas separadamente, o han sido formadas naturalmente derivándose unas de otras por un lento progreso, por una lenta diferenciación de los individuos y de las variedades.
No cabe, en este punto, confundir ni tergiversar. Se impone el radicalismo, lo mismo en un caso que en otro. ¿Cuál es el medio de conocer la verdad? 1º Tener el espíritu libre. 2º Observar lo que ocurre en la naturaleza. Examinemos, pues, al hombre, con la más completa independencia de espíritu y con la imparcialidad más absoluta. Empecemos por su vida embrionaria. Al principio de su formación, en el seno de su madre, aún una simple célula. El ovario humano es esencialmente parecido al de los otros mamíferos, en forma y en estructura, sino que lo es aún en diámetro. Este glóbulo mide aproximadamente 1’15 de milímetro y es visible sin auxilio del microscopio. De pronto se multiplica y se convierte en una frambuesa. Estas células son materiales de construcción que servirán para edificar el cuerpo del joven animal. Cada uno de nosotros hemos sido una de estas esferas simples, compuestas de pequeñas células transparentes.
En el primer estadio es absolutamente imposible distinguir el embrión del hombre del de otros mamíferos, de los pájaros y de los reptiles. El hombre pasa sucesivamente, en las primeras semanas de la vida embrionaria, por las principales especies animales que aun hoy existen.
Determinadas fases primordiales del desenvolvimiento humano, corresponden absolutamente a algunas formaciones, que persisten durante toda la vida a los peces inferiores. La organización pisciforme, de momento se convierte después en anfibio. Sólo mucho más tarde aparecen los caracteres particulares a los mamíferos. Existe perfecto paralelismo entre la evolución embrionaria del individuo y la evolución paleontológica del grupo entero al cual pertenece. Recorriendo así una serie de formas transitorias, cada animal; cada planta resume en cierto punto, en una sucesión rápida y en sus contornos generales, la larga y lenta serie evolutiva de las formas por las cuales han pasado sus antecesores, desde las más remotas edades.
El embrión de un niño en su cuarta semana, el de un perro y el de una tortuga de la misma edad o el de un pollo de cuatro días, se parecen hasta confundirse. Así la misma naturaleza contesta al problema con nuestra actual embriología. Hasta cuando nos hallamos completamente formados conservamos órganos rudimentarios o atrofiados que fisiológicamente son del todo inútiles y que no pueden ser más que legados de nuestros antecesores.
Los pelos que cubren nuestro cuerpo se hallan en este caso. Lo propio ocurre con los músculos de la oreja, que no pueden servirnos para moverla, mientras que los monos y algunos salvajes le imprimen movimiento aún. En el ángulo interno de nuestro ojo hay un repliegue semilunar que es el último vestigio del tercer párpado interno que existe entre los pájaros, los reptiles, los tiburones, etc. Durante los dos primeros meses de vida embrionaria conservamos aún la cola de los monos. Debajo de la piel y en distintas regiones del cuerpo conservamos músculos que no son inútiles pero que existen entre los mamíferos.
Un examen anatómico detallado del cuerpo humano pone de manifiesto la existencia de algunos otros órganos rudimentarios, que sólo la teoría de la descendencia puede explicar. Estos órganos son otras tantas pruebas que establecen la verdad acerca de la teoría de la transformación natural. Si el hombre, o todo otro ser hubiesen sido construidos desde el principio con un objeto determinado; si hubiese sido llamado a la vida por un acto creador, entonces no tendrían ninguna razón de ser estos órganos rudimentarios. Por el contrario, la teoría de la descendencia explica su presencia con toda claridad.
Ella nos demuestra que los órganos rudimentarios son partes del cuerpo que en el transcurso de los siglos han quedado gradualmente fuera de servicio. Estos órganos cumplían funciones determinadas en nuestros antecesores animales, pero entre nosotros han perdido todo valor fisiológico. Nuevas adaptaciones les han hecho inútiles, pero no han podido menos que ser transmitidos de generación en generación, habiendo retrogradado, lentamente.
No sólo los órganos rudimentarios, sino todos los demás órganos de nuestro cuerpo nos han sido legados por los mamíferos, y en último término, por nuestros antecesores simios.
La anatomía comparada confirma las anteriores manifestaciones. El cuerpo del hombre está formado exactamente lo mismo que el de los animales que le han precedido. Haeckel ha publicado, en su obra sobre La creación natural, una lámina muy instructiva representando los monos, o mejor, las extremidades interiores de nueve mamíferos distintos; el hombre, el gorila, el orangután, el perro, la foca, el tiburón, etc. En estas nueve extremidades se encuentran siempre, cualquiera que sea la diversidad de las formas exteriores, los mismos huesos iguales en número, en igual posición y agrupados en el propio orden. Parecerá natural que la mano del hombre difiera poco de la del gorila y del orangután; pero que la pata del perro, la aleta pectoral de la foca y del tiburón estén esencialmente construidas en igual sentido, parecerá más sorprendente. Sin embargo, es así. El volumen y la forma de los huesos han sufrido notables modificaciones pero su número, su disposición y su manera de articular no han variado. ¿A qué causa natural podría atribuirse esta sorprendente analogía en medio de la diversidad de las formas exteriores, sino a un parentesco universal?
La geología y la paleontología confirman todas estas conclusiones. Existe progresión continua desde los organismos más simples a los más compuestos. La animalidad se eleva como un solo árbol cuyas ramas nacen unas de otras. Entre los diversos tipos de animales fósiles se observa una gradación sucesiva, como si alguna fuerza de organización se hubiese ingeniado en añadir, modificar y complicar incesantemente para llevar el número y la variedad de las especies hasta lo infinito. Sin embargo, los rasgos de la modificación subsisten; ¿no hereda el niño la facultad esencial del mono?
Cualquiera que sea el secreto del origen de los seres, lo cierto es que las cosas se presentan como si derivasen unos de otros. Existen lagunas entre ellos, en efecto, pero el número de éstas disminuye de día en día ya por los descubrimientos imprevistos que se realizan en el seno de la tierra, en los abismos del Océano o en los lugares hasta ahora inexplorados de la tierra.
Se ha repetido hasta la saciedad que «la naturaleza no da saltos». «La especie, escribía Lamarck, en 1809, varia hasta el infinito, y, considerada con la relación al tiempo, no existe. Las especies pasan de una a otra por infinidad de transiciones, lo mismo en el reino animal que en el vegetal. Nacen por vía de transformación o de divergencia. Remontando al origen de los seres, se llega así hasta un pequeño número de gérmenes primordiales, o nómadas aparecidos por generación espontánea. »El hombre no constituye ninguna excepción; es el resultado de la transformación lenta de determinados monos. La escala en la cual se comparaban anteriormente los reinos orgánicos, no existe más que para las ramas principales. Las especies, por el contrario, son como las extremidades aisladas de las ramas, formando cada una un conjunto.»
Esta grandiosa hipótesis es hija del cerebro de Lamarck en una época en que faltaban la mayor parte de los conocimientos en historia natural, en paleontología y en embriología, que después han vertido raudales de tan viva luz. Nada más se ha añadido a este principio; se han discutido los medios de transformació n, se han aportado hechos y observaciones, se han propuesto listas genealógicas, pero el fondo persiste intacto.
Los medios de Lamarck se resumen en una frase: la adaptación de los órganos a las condiciones de existencia. Sabido es que los que se dedican a la cría de animales y los horticultores obtienen casi a voluntad las formas nuevas deseadas, escogiendo, primero en una misma especie y después entre los descendientes de un primer cruce, y así sucesivamente, los individuos que poseen el mayor grado de desviación deseada; así se desarrolla una especie nueva, negando a fijarla de modo definitivo a fuerza de perseverancia.
Las divergencias del tipo primitivo que se obtienen son inesperadas; reproducen el color, la forma de la cabeza, las proporciones del esqueleto, la configuración de los músculos y hasta las costumbres del animal. Determinados cultivadores se comprometen en tres años a producir tal o cual pluma de un pájaro y en seis años tal o cual forma de pico o de cabeza. Esta es la «selección artificial», puesto que se opera por la mano inteligente del hombre sobre animales en estado doméstico. En la naturaleza, dos individuos de una misma familia, no se parecen por completo; difieren por caracteres sin importancia o por circunstancias que les dan una ventaja en la lucha sobre aquellos cuyas necesidades son las mismas o con las condiciones del medio y de subsistencia de todo género. El animal que tiene un color protector, es decir parecido al de la tierra en que vive, escapará con mayor facilidad de los dientes de sus enemigos. El animal de pelo más espeso será más favorecido en los polos; el de piel lisa lo será en el ecuador, etcétera. De consiguiente, toda ventaja adquirida desde el nacimiento, y por consiguiente más fácilmente transmisible, pone al individuo en mejores condiciones de resistencia a las causas de destrucción y de esterilidad. Los órganos se desenvuelven o se alteran según el uso que de ellos se hace.
De ahí que determinados individuos sean como escogidos por un procedimiento natural que reemplaza la acción del hombre en la selección artificial, y que estos individuos sean precisamente los que se sobreponen a los demás por algún nuevo carácter.
Repitiéndose el hecho durante algunas generaciones, se acentúan las divergencias, la tendencia a la herencia aumenta y se forman tipos nuevos, siempre más alejados del punto de partida. Los procedimientos de formación de especies, deben ser, por otra parte, numerosos. Diremos con el doctor Topinard en su hermoso libro La Antropología, que el transformismo se impone como una necesidad. O el hombre es nacido de la nada, por encantamiento, o procede de lo que anteriormente existía.
Así, todas las ciencias antropológicas se unen unánimemente para afirmar que el género humano desciende de una serie de diversos antecesores mamíferos. ¿Cuál ha sido su precursor inmediato? No puede serlo ninguna de las actuales razas humanas inferiores, ni ninguna de las razas de monos de las que al presente existen. Pero con seguridad que los orangutanes, los chimpancés y los gorilas son nuestros parientes más próximos.
Los primeros hombres, salvajes, brutales, groseros, sin lenguaje, sin familia, sin tradiciones; los hombres de los primeros tiempos – de la edad de la piedra – eran aún monos. Razas mucho más recientes, los charrúas, los cariabos, los antiguos californianos han desaparecido. El último de los tasmanienses acaba de morir. Los australianos, los esquimales, los polinesios desaparecerán pronto a su vez. La tierra da vueltas, y el progreso transforma el mundo. Hay hombres que prefieren ser hechura de un Adán a ser descendientes de un antiguo simio. Es cuestión de gusto. El más hermoso elogio que pueda hacerse de la humanidad no es quizá el que se ostenta.
ORÍGENES DE LA VIDA - Camilo Flammarión
Adaptación: OSWALDO E. PORRAS DORTA
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Ante el Divorcio
Toda perturbación en el hogar, frustrando el viaje en el tiempo, tiene una causa específica. Tal como le acontece al tren, cuando estaciona indebidamente o descarrila, lo más urgente es dar la protección debida para que el tren doméstico prosiga adelante.
En el transporte casero, aparentemente anclado en la estación de lo cotidiano (y decimos aparentemente, porque la maquina familiar está en movimiento y transformación incesantes), casi todos los accidentes se verifican por la evidencia de fallos diminutos que, cuando se repiten indefinidamente, desembocan, finalmente, en un desastre espectacular.
Esos fallos, sin embargo, nacen del comportamiento de los mas interesados en el sostenimiento del vehículo o, propiamente dicho, del marido y de la mujer, llamados por la acción de la vida para regenerar el pasado o para construir o futuro por las posibilidades de la reencarnación en el presente, fallos esos que se manifiestan como un pequeño desequilíbrio, hasta que se desencadene un desequilíbrio mayor.
En ese sentido, vemos cónyuges que aparentan el confort como en la plenitud del lujo y el dinero, deshaciendo el matrimonio entre caprichos locos, como se ahoga una planta por exceso de abono, y observamos aquellos otros que lo sofocan por abuso de tacañería; vemos a quienes arrasan la unión conyugal entre fiestas sociales permanentes, y señalamos a los que la destruyen por vivir en demasiada soledad; encontramos a los campeones de la testarudez que acaban con la paz de la familia, manejando actitudes de contra sistemáticas, delante de todo y de todos, e identificamos a los que la exterminan por el silencio culpable frente al mal; sorprendemos a los fanáticos de la limpieza, principallmente aa muchas de nuestras hermanas, las mujeres, cuando se hacen las mártires con las escobas y las enceradoras, dispuestas a arruinar la armonía general, por una mota de polvo en los muebles, y somos enfrentados por los que tienen el vicio de ensuciar la casa, despreciando la higiene.
Equilibrio y respeto mutuo son las bases de trabajo de cuantos se proponen garantizar la felicidad conyugal, toda vez que, repitamos, el hogar es semejante al tren en el que hijos, padres, tutores y amigos, son los pasajeros.
Alguno preguntará cómo situaremos el divorcio en estas comparaciones. Divorciar, a nuestro punto de vista, es dejar abandonada la locomotora y sus vagones, Quien responde por la iniciativa de la separación, ciertamente que abandona todo ese instrumental de servicio a la propia suerte, y cada conciencia es responsable de sí misma.
No ignoramos que el tren casero circula por los carriles de la existencia terrestre, con la autorización y la administración de las Leyes Orgánicas de la Providencia Divina, y siendo así, el divorcio, expresando desasistencia o abandono de un compromiso, es una decisión lastimosa, aunque a veces necesaria, con raíces de responsabilidad del esposo o de la esposa, que en rigor, ejercen las funciones de jefe y de maquinista.
XAVIER, Francisco Cândido. Encuentro Marcado. Por el Espíritu Emmanuel
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PUNTO DE ENCUENTRO: EL
CONOCIMIENTO
Sin duda, en la búsqueda de respuestas, toda persona con inquietudes espirituales que acude a un grupo de orientación espiritual o filosófica ha de comenzar por instruirse y aprender los conocimientos básicos que le ayuden a entender la idiosincrasia particular y propia de cada centro; los postulados básicos de la doctrina que lo sostiene y la trayectoria y objetivos del mismo.
Si el conocimiento espiritual es luz, y la ignorancia representa la oscuridad y la persistencia en el error; ¿por qué existen personas que renuncian a aprender? ¿Porqué muchas de éstas personas adoptan aptitudes de rechazo antes incluso de escuchar, negándose siquiera a utilizar su razón o capacidad de análisis?
Y qué decir de aquellas otras que antes incluso de leer, escuchar o instruirse sobre cualquier tema de índole espiritual adoptan una aptitud escéptica de rechazo o menosprecio.
En el origen de estas actitudes se encuentra la mayoría de las veces la inmadurez espiritual de los individuos; entendida como comodidad de los mismos, negativa a asumir responsabilidades e incluso prejuicios sociales derivados de la falta de información veraz y objetiva o incluso tergiversada por diversos motivos de ideología o de poder.
La inmadurez de los espíritus en evolución se manifiesta por la ausencia de control de los instintos y tendencias pasionales que todos poseemos en mayor o menor medida. A menor control y evolución en este sentido, la materia y sus instintos más primitivos priman sobre los objetivos nobles y actitudes edificantes del espíritu. Es por ello que, en muchos casos la comodidad nos invade, la ausencia de querer esforzarnos por razonar y controlar nuestros impulsos y tendencias negativas que nos dominan, nos llevan a una total esclavitud de nuestras pasiones y nuestra tendencia natural tiende a no asumir responsabilidades que impliquen esfuerzo, cambio, mejoría emocional, racional y espiritual.
Por otro lado, la misma comodidad del individuo rechaza asumir con valentía y libertad personal su patrón de vida. Es mucho más fácil dejarse tutelar, seguir las instrucciones que le marcan desde los púlpitos, de los líderes o instituciones humanas que poseen fuertes inclinaciones ideológicas o de poder material, pero cuyos líderes, a veces, lamentablemente ofrecen ejemplos poco edificantes de espiritualidad o esclarecimiento; utilizando los dogmas, la represión, o la restricción a la libertad de pensamiento o la crítica constructiva, creyéndose así mismo poseedores de la “única verdad” y excluyendo al resto de forma manifiestamente sectaria.
Por ello no nos cansaremos nunca de manifestar que, en la libertad de pensamiento, en la ausencia de dogmas, rituales o actitudes sectarias; en la capacidad de análisis y raciocinio, y en el respeto al libre albedrío de las personas encontraremos el inicio del camino que nos lleve a la auto-realización personal.
Siempre insistiremos en este punto, y, entroncándolo con lo que en esta sección nos ocupa, hemos de intentar trasladar estas buenas prácticas al funcionamiento fraterno de los grupos. Además de los postulados doctrinarios, es preciso que las actitudes de respeto al libre albedrío, que la crítica sana y constructiva sea el método de avance y crecimiento en los grupos, amén de la relación fraterna, piedra angular del éxito de toda institución espiritual que se precie.
Es evidente que el conocimiento espiritual, y más concretamente el de la doctrina de kardec, nos abre los ojos a una nueva realidad, a una dimensión de auténtica claridad que ofrece sentido a nuestras vidas y que nos marca el camino de nuestra redención moral y espiritual.
Pero el espíritu científico del maestro de Lyon le llevó a “rechazar 99 verdades antes que aceptar una sola mentira”. Esta es la clave en la que hemos de interpretar el conocimiento de la doctrina en su aplicación a los centros; con ello evitaremos la mixtificación, el fanatismo y el entorpecimiento de las fuerzas contrarias a la evolución de los grupos que permanecen en acecho permanente.
La capacidad de analizar, razonar y someter a examen todo conocimiento que llegue a través de la mediumnidad nos dará la verdadera dimensión de nuestra capacidad de crecimiento o estancamiento en los grupos.
Para ello es precisa una formación inicial sólida y básica en sus principales postulados. Sólida no tiene porqué significar exhaustiva o extensa. Las grandes premisas que la doctrina nos manifiesta son sencillas y fáciles de comprender, pero ante todo, han de partir de la buena voluntad de los individuos por aceptar la crítica en los errores, aceptando que todos nos encontramos en el camino, y por otro lado han de continuar en la tolerancia de todos a los errores ajenos, manifestando así la caridad que se nos exige para con nuestros compañeros.
Así pues podemos distinguir entre el conocimiento básico que la doctrina estructura y nos ofrece y en el cual se deja la puerta abierta al crecimiento y la amplitud:
“El espiritismo, marchando con el progreso, nunca se desbordará, pues si la ciencia le demuestra que está equivocado sobre un punto, se modificará sobre ese punto y si una nueva verdad se revelara, la aceptaría” Allan Kardec
Y por otro lado se encuentran la informaciones y conocimientos que a través de las mediumnidades han ido enriqueciendo esta doctrina, ampliándola, detallándola, explicándola y llevándola como consuelo y claridad a las conciencias de los hombres libres y responsables capaces de ser valientes enfrentando cara a cara, bajo la premisa de la razón la realidad de sus propias vidas.
Este conocimiento mediúmnico que fluye aquí y allá, que llega en todas partes, que esclarece, consuela e ilumina multitud de centros y personas de buena voluntad, es un conocimiento básico, imprescindible y serio. Como tal hay que tomarlo y como tal hay que exigir a las mediumnidades una preparación, educación y respeto en el desarrollo de su facultad, que les permita convertirse en fieles instrumentos de lo alto, descartando en la medida de lo posible todo animismo y evitando, de paso, la mixtificación derivada de la baja condición moral que atrae por sintonía elementos perturbadores de las sombras.
El conocimiento es pues el punto de encuentro entre los miembros de los grupos, es la clave que nos permite iniciar el camino, continuar de forma ordenada y esclarecida nuestro derrotero espiritual. Por ello es tan importante. Y por ello, si es importante por sí mismo, lo verdaderamente transcendente es cómo lo implementamos, cómo lo tratamos, como lo desarrollamos, y por supuesto, cómo lo divulgamos.
Pocos prestan atención a estas últimas premisas, pero en ellas se encuentra la base de un grupo sólido, con fuertes convicciones espirituales, con conocimientos profundos, con grandes dosis de fortaleza interna, con rumbos claros y ciertos hacia donde dirigir sus esfuerzos.
El propio codificador insistía de forma continua en la necesidad de que los centros y las personas completasen su instrucción; profundizando no sólo en los conceptos de verdad que esclarecen, sino sobre todo, y por encima de todo, en las actitudes que deben derivarse de la comprensión de ese conocimiento, y destacando entre estas últimas y por encima de todas las demás una: la fraternidadentre sus miembros.
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